jueves, 30 de octubre de 2008

SATISFACER EL HAMBRE ESPIRITUAL

No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios. (Lucas 4:4)

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! (Salmo 119:103)

En su obra “Inquietudes de un biólogo”, Jean Rostand escribió: “Creo que el hombre está condenado a quedar con hambre”. Esa confesión de un gran sabio, quien admite sólo los “alimentos terrenales”, no nos sorprende. El mundo, ya sea en su aspecto material como en el intelectual o en el artístico, no puede saciar el hambre del ser humano.
Pero no compartimos este pesimismo. El hombre puede satisfacer su hambre. Dios responde a todas sus necesidades interiores; ofrece la paz de la conciencia –que se obtiene mediante el perdón de los pecados-, la paz del corazón –probada en el conocimiento de Cristo- y la vida eterna, y todo esto gratuitamente.
Pero esto último es lo que molesta al hombre. Su orgullo y su amor propio le impiden recibir lo que sea, sin merecerlo. Él quiere pagar y no deberle nada a Dios. ¿Cómo pagará? Con sus obras. Hará el bien, se esforzará por ser honesto, recto, generoso y religioso. Así piensa poder acercarse a Dios, vestido con su propia justicia “como príncipe” (Job 31:37). Mas Dios no lo recibirá, porque nadie es justificado por sus propias obras (Gálatas 2:16).
Si usted tiene “sed” de Dios y si le busca verdaderamente, como lo hacia David (Salmo 63:1), él se dejará hallar por usted. Usted será salvo por la gracia a través de la fe; y no necesitará merecerlo, “pues es don de Dios” (Efesios 2:8). No existe otro camino.

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