sábado, 13 de diciembre de 2008

¿DONDE ESTAN?

Oye…
Mira…
Inclina tu oído…
Inclínate a él, porque él es tu Señor.
(Salmo 45:10-11)

Diez pobres leprosos echados fuera de la ciudad encuentran a Jesús en su camino. Concientes de su estado, se detienen a lo lejos y claman a él para que los sane. Sólo Jesús, el Hijo de Dios, podía sanar la lepra. No hay miseria demasiado grande que Jesús no pueda aliviar. Basta reconocerla y obedecer a las palabras del Señor: “ID, mostraos a los sacerdotes” (Lucas 17:14). Ellos habrían podido objetar que solamente los leprosos ya curados tenían el derecho de ir al sacerdote. Jesús habló. Ellos obedecen y “mientras iban, fueron limpiados”. Nueve de ellos prosiguieron su camino y la Palabra de Dios no precisa lo que hicieron luego. Pero uno de ellos, un extranjero, se volvió atrás, el corazón lleno de gratitud hacia Dios y se postra a los pies de Jesús para agradecerle.
“Y los nueve, ¿dónde están? –pregunta el Señor. Todos habían sido objetos del mismo interés y de la misma liberación. ¿Dónde estaban? ¡Qué tristeza expresan estas palabras de Jesús!
Cuando Dios reúne a los suyos en las asambleas cristianas para que le traigan la expresión de su reconocimiento y de su alabanza, ¿no podría dirigir el mismo reproche a los que se abstienen de participar en ellas y no les parece importante decirle gracias?

viernes, 5 de diciembre de 2008

ANGUSTIA HUMANA – GOZO CRISTIANO

Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas. (Filipenses 3:20-21)

Con motivo del día de todos los santos el cronista de un seminario local escribe: “Ciertamente en estos momentos los que quieren recordar y volver a ver en su memoria la imagen de un ser amado toman conciencia de la importancia de lo humano ante la muerte, de la fragilidad y de la brevedad de una existencia”. Y agrega: “Aquí abajo sólo somos unos pobres inquilinos con un muy precario arrendamiento. ¡No somos más que transeúntes!”
Tristeza… angustia… ¿por qué? Porque no se conoce a Jesús resucitado como esperanza, blanco y consuelo del creyente.
Éste habla otro lenguaje. Confesó sus pecados a Dios. Conoce a Jesús como un Salvador vivo, quien le ama personalmente y vive en comunión con él en un apacible gozo. Es cierto que no es más que un transeúnte aquí abajo; pero avanza en compañía del mejor amigo hacia un feliz porvenir. Sabe adónde va si la tumba se cierra sobre él; su alma estará con Jesús y su cuerpo aguardará el día de la resurrección de entre los muertos. Su “puerto” es “la casa del Padre”, el paraíso de Dios.

Mi casa frágil caerá,
el cuándo no podré decir,
mas sé que Dios preparó ya
morada eterna para mí.

domingo, 23 de noviembre de 2008

ACCIDENTE EN LOS ALPES

Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte. (Proverbios 14:12: 16:25)

Anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios. (Eclesiastés 11:9)

Un joven turista que no tenía experiencia en lo que es la montaña, descubrió una mata de magníficas flores junto a una roca que estaba al borde de un precipicio. Impaciente por recogerlas, se abalanzó en su dirección, sin ver el precipicio al borde del cual ellas habían crecido. Un lugareño que se hallaba en el paraje lo vio y le gritó: -¡Cuidado, joven! ¡Peligro! El obstinado imprudente respondió: -¡Quiero esas flores! Y prosiguió su ascensión. El montañés le dirigió una nueva advertencia, diciendo: -¡Deténgase, si tiene apego a la vida! ¡Cuidado con el precipicio! Era gastar pólvora en chimangos; el joven estaba muy resuelto a obtener las flores que codiciaba. Alargó la mano para tomarlas y se le oyó decir: -¡Las tengo! En el mismo instante la roca cedió bajo su peso y el desdichado se precipitó en el abismo.
Una suerte mucho más terrible todavía aguarda a los que rehúsan prestar oído a las advertencias de la Palabra de Dios. El hombre cuyos pensamientos se limitan a las cosas terrenales persigue ávidamente la satisfacción de sus deseos sin preocuparse por su eterno porvenir. Las flores al borde del abismo tienen muy diversos aspectos: honores, riqueza, comodidad, aspiraciones de noble apariencia o placeres inconfesables. Todo esto tiene el mismo desastroso efecto: apartar los pensamientos del final vencimiento: la muerte y el juicio. Dios nos advierte. Deténgase, pues, para aceptar la salvación que él le ofrece.

viernes, 14 de noviembre de 2008

VIGILANCIA AEREA

Los ojos del Señor contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él. (2 Crónicas 16:9)

Los caminos del hombre están ante los ojos del Señor. (Proverbios 5:21)

Los grandes carteles que bordean las autopistas de Quebec (Canadá) nos advierten que el tránsito es objeto de vigilancia aérea. Esa advertencia pone en guardia al conductor contra toda tentación de infracción, pero también le da la seguridad de disponer de socorro en caso de accidente o de dificultades mecánicas en esas extensiones a veces muy desiertas. Sin embargo, sea represiva o caritativa, la anunciada vigilancia tiene un efecto muy relativo.
¿No nos hace pensar esto en una vigilancia celestial a la vez más vigilante y más compasiva? De lo alto de la gloria del cielo Dios observa a esos hombres a los que ama.
¿Se trata de sus hijos? Entonces es para velar sobre ellos, protegerlos y traerlos de vuelta si corren el peligro de extraviarse. Su meta es la de trabajar mediante su Espíritu en cada creyente para hacerle hacer progresos espirituales y así llevarle a parecerse cada día más al divino Modelo: Jesucristo mismo. Nada escapa al ojo de Dios y el filme de nuestra vida se estampa, jalonado por concretos testimonios de su gracia. “Hasta que lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).
En cambio, ¿se trata de inconversos? El trabajo del amor de dios consiste en invitarlos a arrepentirse y a acudir a Jesucristo para tener la vida eterna. Se hace cargo de las circunstancias de sus vidas con el propósito de tenerlos y hablarles a sus conciencias y corazones.

jueves, 30 de octubre de 2008

SATISFACER EL HAMBRE ESPIRITUAL

No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios. (Lucas 4:4)

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! (Salmo 119:103)

En su obra “Inquietudes de un biólogo”, Jean Rostand escribió: “Creo que el hombre está condenado a quedar con hambre”. Esa confesión de un gran sabio, quien admite sólo los “alimentos terrenales”, no nos sorprende. El mundo, ya sea en su aspecto material como en el intelectual o en el artístico, no puede saciar el hambre del ser humano.
Pero no compartimos este pesimismo. El hombre puede satisfacer su hambre. Dios responde a todas sus necesidades interiores; ofrece la paz de la conciencia –que se obtiene mediante el perdón de los pecados-, la paz del corazón –probada en el conocimiento de Cristo- y la vida eterna, y todo esto gratuitamente.
Pero esto último es lo que molesta al hombre. Su orgullo y su amor propio le impiden recibir lo que sea, sin merecerlo. Él quiere pagar y no deberle nada a Dios. ¿Cómo pagará? Con sus obras. Hará el bien, se esforzará por ser honesto, recto, generoso y religioso. Así piensa poder acercarse a Dios, vestido con su propia justicia “como príncipe” (Job 31:37). Mas Dios no lo recibirá, porque nadie es justificado por sus propias obras (Gálatas 2:16).
Si usted tiene “sed” de Dios y si le busca verdaderamente, como lo hacia David (Salmo 63:1), él se dejará hallar por usted. Usted será salvo por la gracia a través de la fe; y no necesitará merecerlo, “pues es don de Dios” (Efesios 2:8). No existe otro camino.

sábado, 25 de octubre de 2008

LOS DONES: CONOCER, CONFIAR Y CURAR

“Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.” (1ª Corintios 12:8 y 9)

En las tres entradas siguientes quisiera que estudiásemos el problema de los dones del Espíritu Santo. Anteriormente se ha hablado de ellos como de herramientas o instrumentos dados al Cuerpo de Cristo para que éste los utilice según las necesidades.
Durante mis primeros tiempos de estudio del cristianismo se me dijo muchas veces que algunos de estos dones sí eran aplicables hoy en día, mientras que los otros eran cosa del pasado, pero cuando los dones –todos- empezaron a resurgir en la iglesia, me llevó a darle una segunda y más profunda ojeada a los dones, aunque no me fue nada fácil; pero ahora es muy importante darles un repaso, ahora que se han convertido en uno de los focos de atención en la familia de Dios.
En 1ª Corintios 12:8, Pablo empieza a nombrar algunos de los varios dones del Espíritu. Aunque la lista que Pablo da no es muy extensa, sin embargo es suficiente como prototipo de los dones que deseamos considerar. Naturalmente, algunos los trataremos más que otros, pero el propósito es revelar la esencia de estos dones y cómo funcionan.

LA PALABRA DE SABIDURIA


¿No le ha pasado a usted nunca que, después de haber hablado con otro creyente, se ha maravillado del tremendo conocimiento que tenía de las cosas de Dios, conocimiento que usted no tiene? Sí, usted queda maravillado de la habilidad de estas personas para discernir la verdad espiritual de las cosas y aclararlas con facilidad. A esto las Escrituras lo llaman “palabra de sabiduría”.
Este don lo he experimentado en alguna ocasión, aunque la mayoría de las veces, cuando lo necesito, busco a otras personas que sé que lo tienen siempre. Casi siempre, esta sabiduría especial que proviene del Espíritu la experimento cuando me encuentro aconsejando a alguien y necesito de un modo especial la guía y la mente del Señor.
¿No se ha visto usted nunca en esa situación de encontrarse hablando con alguien y de repente darse cuenta de la cantidad de cosas maravillosas que salen de sus labios? En esos momentos salen de uno el consejo y la exhortación de una manera que, concientemente, uno sabe que no son cosas propias sino puestas por Dios mismo. En esos momentos se podría decir que el Señor está hablando por nuestros labios.
Jesús prometió palabras de sabiduría a los creyentes en Mateo 10:19 y 20, cuando les advirtió que no debían temer nunca las preguntas malintencionadas de los demás:

“Mas cuando os entreguen, no os preocupéis
Por cómo o qué hablaréis; porque en aquella
Hora os será dado lo que habéis de hablar, sino el
Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.”

El Espíritu de dios siempre está dispuesto a hablar por medio de los hombres y mujeres y sólo espera que éstos estén dispuestos a dejarse llevar por El.
En el libro de los Hechos encontramos varios ejemplos donde los creyentes hablaron con sabiduría que no provenía de ellos. Pedro, con Juan a su lado, dio en cierta ocasión un gran mensaje en medio de todo un concilio religioso, según vemos en Hechos 4:8-12. El relato empieza diciendo que Pedro estaba lleno del Espíritu Santo en el momento de hablar (v. 8), y mire ahora la respuesta de los hombres del concilio cuando Pedro terminó de hablar: “Entonces, viendo el denuedo de Pedro y de Juan y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban y les reconocían que habían estado con Jesús” (v. 13)
LA PALABRA DE CONOCIMIENTO

Así como la palabra de sabiduría se refiere a la aplicación de la verdad divina a circunstancias y situaciones, la palabra conocimiento se aplica a esos momentos cuando el Espíritu revela hechos y datos específicos que uno no podría saber sin su ayuda. La palabra conocimiento es similar a la expresión profética, pero se distingue de ella porque trata del presente y no del futuro.
Jesús tuvo palabras de conocimiento mientras instruía a sus discípulos en Mateo 21:2 a ir al pueblo adyacente para buscar un asno y un pollino que estaban ya preparados para que fuesen a por ellos. Jesús no sabía que los animales estuviesen allí, pero el Espíritu Santo le dio la información.
Pedro empleó el don del conocimiento en Hechos 5:1-3:

“Pero cierto hombre llamado Ananías, con Sa-
fira su mujer, vendió una heredad y sustrajo
del precio, sabiéndolo también su mujer; y tra-
yéndo sólo una parte, la puso a los pies de los
apóstoles. Y dijo Pedro: “Ananías, ¿por qué
llenó Satanás tu corazón para que mintieses
al Espíritu Santo y sustrajeses del precio de la
heredad?”

Sin la ayuda de un calculador de bolsillo o de un libro de precios de venta de inmuebles, el apóstol puso su dedo en la llaga gracias al conocimiento que le dio el Espíritu Santo.
Cierto hombre de Dios cuando vivía en Memphis, Tennessee, y estaba trabajando en el cuerpo de administración de la universidad estatal de Memphis, celebraban todos los domingos por la tarde una reunión. Casi siempre eran entre sesenta y ochenta, y allí cantaban, contaban todas las cosas que el Señor había estado haciendo en sus vidas durante la semana, oraban, estudiaban la Palabra de Dios, intercedían por los enfermos y hacían otras cosas más relacionadas con sus vidas espirituales.
Una tarde, precisamente cuando acababan de empezar a cantar, entró en la sala una muchacha que hacía poco se había convertido, y con ella entró también el presidente de una de las fraternidades de la universidad. Dicho ministro se sorprendió mucho al verle. El canto y la comunión entre los asistentes eran estupendos aquella tarde. Cuando la reunión concluyó, fue al encuentro de Don, que era como se llamaba aquel hombre, y le agradeció su venida. “Nunca había oído cantar en mi vida como lo habéis hecho esta tarde”, le dijo mientras miraba a los muchachos que todavía quedaban allí. Y ni siquiera había alguien que dirigiese los cantos; desde luego, tenían ganas de cantar y lo hacían bien. Entonces, de repente, el tono de su voz se puso más grave. ¿Podríamos hablar un momento?, le preguntó.

Caminaron hacia la cocina y se sentaron junto a la gran mesa del comedor. No recuerda exactamente cómo empezó la conversación, pero sí recuerda que Don quería conocer y aceptar a Jesucristo. Le contó cómo había asistido a muchas conferencias cristianas y cómo había oído muchas veces hablar de Cristo, pero nunca había dado su vida al Señor.
En medio del diálogo empezó a decirle cosas relacionadas con su pasado, de sus problemas y de algunos de sus pecados; sacó a relucir cosas que sólo Don y el Señor sabían.
¿Quién te ha contado todo esto?, le preguntó.
Nadie –le respondió-; sólo puedo decirte que Dios me está dando esta información ahora mismo.
De repente respondió: ¡Vamos a orar! Y en ese momento entregó su vida a Cristo.
En aquellos momentos este siervo de Dios no sabía que estaba experimentando el don espiritual del conocimiento. No fue hasta unos días más tarde que no se dio cuenta de lo que había pasado. Don había oído el Evangelio una vez tras otra desde que había sido pequeño y automáticamente había rechazado todo lo que oliese a Jesucristo, pero necesitaba algo sobrenatural para convencerle de la verdad y Dios suplió esta necesidad a través de la palabra de conocimiento.
Como usted puede ver, cuando un don espiritual se pone de manifiesto, no pasa nada raro o extraño, porque Dios ni es raro ni extraño. En efecto, si alguna vez pasa algo raro, es porque el asunto tiene trampa, pero lo que Dios hace, es sólido y real. Desde luego que sobrenatural, pero no misterioso o tétrico.
Mientras el Señor estaba hablando su palabra de conocimiento por medio de su siervo, su voz era normal y sus ojos no se pusieron blanco, e incluso, como ya ha dicho, él no sabía que estaba pasando algo extraordinario.
Contamos esto porque hay mucha gente que está muy equivocada acerca de los dones espirituales y no hay necesidad de estarlo. Cuando Dios tiene el propósito de hacer un milagro y uno está caminando en el Espíritu, ese milagro es algo absolutamente normal, y la única cosa que sabe uno es que el Señor lo ordenó.
Es posible que Satanás haya realizado delante de usted un contra-don espiritual que es lo que hace que sea usted reacio a los dones, o quizás alguien ha ejercitado su don en la carne y por esta razón está usted escarmentado; o quizás algún hermano que tiene prejuicios contra los dones le ha advertido que rehúse todo lo que tenga que ver con los dones espirituales, de manera que toda su educación está en contra de ellos.
No quiero que corra detrás de todo lo que parezca un don espiritual, no, sino que lo que trato de decirle es que, mientras viva la vida del Espíritu Santo dentro de usted y camine en la verdad de su Palabra, puede esperar que, dentro de condiciones normales, el Espíritu opere sus dones en el momento que se necesiten. No les tenga miedo. Ciertamente, Dios no le asustará, porque El quiere continuar edificando y recuperando el Cuerpo de Cristo y uno de los caminos que ha escogido para llevarlo a cabo es a través del uso de esas herramientas que son los dones del Espíritu.
EL DON DE LA FE

Como ya hemos visto, el medio empleado por Dios para que todos vivamos en Cristo es caminar por fe. Pero además de la fe que se necesita para caminar diariamente con dios, hay un don especial de la fe. Este don se da para enfrentarse ante condiciones duras y que van más allá de lo que consideramos situaciones normales.
Pero entonces surgirá la pregunta: “¿Cuándo sé que necesito el don de la fe o debo vivir con la fe normal?” No se sabe nunca, pues lo único que Dios espera es nuestra confianza en El, y el, por su parte, nos provee de todo lo que necesitamos, incluyendo el don de la fe especial.
Una de las mejores experiencias que cierto siervo de Dios tuvo con esto de recibir una cantidad extra de fe fue cuando Dios quiso que su familia y él compraran su primera casa en Evanston, Illinois. Sobre aquel asunto podríamos escribir todo un libro, y es posible que algún día se pueda hacer, pero lo que a este hombre le resultó completamente fantástico fue un incidente aislado.
Acababan de salir del Banco donde tenía unos cuantos dólares ahorrados, e iba conduciendo hasta el Banco donde tenían que dar la entrada para la nueva casa. Marilyn –su mujer- y él iban solos en el coche, y bastante tristes porque sabían que iban a dar todo lo que tenían ahorrado y además se encontraba sin empleo; pero, sin embargo, sabían que Dios les estaba dirigiendo para llevar a cabo aquel asunto. A mitad de camino de un Banco al otro oró de repente en voz alta diciendo: “Señor, haz que de algún modo podamos conseguir 100 dólares hoy”; cuando me salieron estas palabras de la boca sabía que el Señor las había puesto en su corazón, y ello equivalía a una respuesta segura por su parte.
Pasaron por todo el tinglado legal de la compra de la casa, firmaron todos los papeles, dieron los cheques necesarios, se despidieron del banquero, de los abogados y del antiguo propietario de la casa y de su mujer y comenzaron a andar hacia el aparcamiento. Estaban excitados de contento por tener una casa de propiedad aun sabiendo que no tenían ni blanca. Entraron al coche, cerró las puertas y abrió la llave de contacto para salir de allí.
Pero en el momento que metió su mano en el bolsillo buscando la tarjeta para salir del garaje se dio cuenta de que el antiguo propietario de lo que ya era su casa venía corriendo hacia ellos con un sobre en la mano, frenó y bajó la ventanilla.
“Siento mucho no haber podido limpiar bien las habitaciones superiores de la casa, y como hay mucho trabajo por hacer, aquí le traigo esto para poder pagar a alguien que lo haga”, dijo.
“Gracias, Bob”, le dijo este hombre, abriendo al mismo tiempo el sobre, donde no pensaba que hubiese más de diez o quince dólares; así que casi gritó de alegría al ver un cheque por valor de cien dólares.
“No lo entiendo”, le dije, pensando en lo mucho que habían regateado para bajar el precio de la finca.
“No hay nada más que hablar; mi mujer y yo lo hemos discutido y queremos que acepten este dinero”, dijo firmemente.
“No te lo creerás, Bob, pero has respondido mi oración”; le dijo y le contó cómo habían orado, y se lo agradecieron profundamente.
Y fue así, milagro tras milagro, incluso en estos asuntos desagradables de dinero, que pudieron ver que Dios quería que tuvieran aquella casa, y el Señor les mostró su voluntad por medio de un don, el don de la fe.
A veces se oye decir que los dones espirituales sólo se experimentan dentro del Cuerpo de Cristo congregado. Ciertamente, los dones espirituales no ocurren aparte del Cuerpo de Cristo, pero ese Cuerpo funciona tanto si está congregado como si no lo está, porque cuando los miembros individuales del Cuerpo andan en el Espíritu, el Cuerpo funciona, y cuando un miembro experimenta un don del Espíritu, ese don se le es dado para el bien común de todo el Cuerpo. Cuando se camina por fe en el poder del Espíritu Santo, se pueden esperar cosas sobrenaturales en cada instante y no solamente cuando los hermanos y hermanas se congregan para adorar al Señor.
LOS DONES DE SANIDAD

Uno de los dones del Espíritu más sensacionales es el de sanidad. En efecto, junto al de lenguas, es el don que más ha dado que hablar y que pensar.
El primer encuentro de cierto siervo de Dios con una curación por fe fue un episodio horripilante. Hacía un año que era cristiano y se encontraba viajando con su esposa, de Minneapolis a Dallas y en aquellos momentos atravesaban Kansas City. A la izquierda de la carretera vieron una tremenda tienda de campaña y un gran cartel anunciando: “Un avivamiento de milagros”.
El le dijo a su esposa: “Seguro que es uno de esos típicos avivamientos propios de estos estados sureños. Vamos a tomar algo y entraremos a ver qué nos dicen”. Así que fueron a un motel, dejaron el equipaje, comieron y a las siete y media estaban a la puerta del pabellón.
En el mismo instante que éste hombre cruzó la puerta se dio cuenta de que allí había algo que no le gustaba. En muchas reuniones a las que había asistido a podido percibir un espíritu dulce y fragante, pero en aquella ocasión no era ésa precisamente la atmósfera que pudo percibir; lo primero que vieron fueron dos mujeres postradas en el suelo y revolcándose en el polvo.
Enfrente de ellas había un altavoz del que salía una extraña música religiosa. A un lado había un tipo con un par de muletas en la mano –tomadas a propósito de alguien que había sido “curado”-, mientras que el resto de su cuerpo bailaba al compás de la música. La gente aullaba: “Jesús, Jesús” y unos tremendos “Aleluuuuuuuyas”, sin embargo el Espíritu de Dios le decía que aquello no era de Él.
“Vámonos de prisa, Marilyn”, le dijo a su esposa; pero en el momento en que llegaban a la puerta de salida, una mujer le tomó del brazo y le dijo: “¿Quieren que paseemos juntos en su coche?” (Entendió que quería convencerlos de los milagros ocurridos), y mientras le hablaba sus ojos tenían una mirada extraña, como de muerta.
El Señor le dijo que no le hiciese caso, y cortésmente le dijo que lo sentía, y echaron a correr hacia el coche.
Varios años después, mientras éste hombre de Dios leía un periódico, vio una noticia sobre un hombre, que se había dedicado a dirigir avivamientos de esta clase, que había muerto alcoholizado. Aquel hombre, que en algunos círculos era todo un personaje, tenía también su propio aparato burocrático, que en el día de su muerte transmitió por radio el siguiente mensaje: “Lo importante no era su vida, sino el mensaje que predicaba”. No pudo creer lo que escuchaban sus oídos, porque si el mensaje no pudo producir un mejor resultado era porque no valía nada en absoluto. Todo aquello era una verdadera porquería.
Aquel incidente tuvo un resultado bastante funesto para él, porque durante muchos años no pudo creer que Dios también podía curar hoy en día como en tiempos pasados. Tan grande era su prejuicio que, incluso una tarde, cuando unos amigos les dijeron que su hija había tenido más de cuarenta de fiebre y que había sido sanada porque habían orado al Señor tal y como la Biblia dice que hay que hacerlo en esos casos, les dijo que no le contasen tonterías.
Pero ¿sabe usted quién le hizo cambiar de parecer? Dios, pues le hizo ver que muchos de los que andaban en el Espíritu habían sido sanados físicamente.
El que no cree en las curaciones podrá decir: “Bueno, usted edifica su teología en su propia experiencia y no en lo que dice la Biblia”. Correcto; pero lo que se hace fue precisamente eso, abrir la Biblia y estudiar todos los versículos que se refieren a las curaciones, y lo único que añadió el Señor fue el que éste hombre pasase también por un milagro esta clase, y por eso, cuando veía a personas normales, pero llenas del Espíritu, tener experiencias de este tipo, lo único que podía decir es que su teología había estado equivocada hasta aquellos momentos.
En otra ocasión se encontraba en el vestuario de un gimnasio de Memphis preparándose para jugar un partido de balón mano, cuando entró un amigo y le dijo: “Tengo que decirte algo muy importante. El viernes pasado, por la tarde, un grupo de amigos se juntaron en una velada social en casa de uno de ellos. Esto fue después de un culto evangelístico, y eran unos cincuenta. Una muchacha entró al cabo de un rato con un gran vendaje en un ojo y en seguida le preguntaron que le había pasado. Les dijo que trabajaba con un dentista y que mientras trabajaba con un “puente” le saltó una partícula en el ojo. La llevaron enseguida al doctor, quien le dijo que se había quedado ciega y que fuese con cuidado con el otro ojo porque también lo podía perder. Entonces le preguntó cuál era la causa de aquel accidente, a lo que le respondió que quizás era la voluntad de Dios que le pasara aquello para ser más humilde. Pero la respuesta no le convenció, por eso le dijo que si la solución para ser humildes era quedarse ciego, lo mejor sería empezar a orar para perder la vista inmediatamente, y que él pensaba que aquello le había ocurrido para manifestarse la gloria de dios, y al fin ella también se mostró de acuerdo. Entonces preguntó cuántos de los presentes creían que si le imponían las manos a aquella hermana y orasen por ella podría sanar. Cinco mujeres se levantaron y, junto con él, hicieron que se sentara y le impusieron las manos, orando en el nombre de Jesús para que recobrase la vista. Cuando terminaron de orar se quitó el vendaje y le dieron un diccionario para que lo leyese y… lo leyó”.
En aquellos momentos éste hombre estaba excitado y no sabía que hacer, después de haber escuchado la narración de su amigo, porque aquello era maravilloso. Aquel hermano no se había juntado a ningún show de curaciones, sino que pertenecía a un grupo de barriada de buenos cristianos muy conservadores.
Por último le dijo que aquella muchacha fue al médico al día siguiente y dejó al doctor completamente aturdido, pues no podía creer lo que le había pasado a su paciente. El accidente le pasó en viernes, el sábado fue a visitar al doctor y el lunes estaba jugando a balonmano con él. Pues bien, mientras jugaban, una de las veces su amigo –el mismo que le había contado aquella historia- resbaló y para no caerse quiso apoyarse en la pared, con tan mala pata que se apoyó con un dedo, causándole un terrible dolor. Es decir, tres días después de que aquel hombre había creído en el poder de curar, él mismo sufría un accidente, ya que en un momento el dedo se le puso al doble de su tamaño.
Este hermano, entonces le dijo que, aunque le pareciere raro, no tenía ninguna intensión de orar para que se le curase el dedo. “Yo tampoco”, le contestó. Así que se puso una venda y continuaron jugando. Aquella lección fue espectacular para él, porque el asunto de las curaciones no son las curaciones por ellas mismas, sino que lo que importa es andar en el Espíritu. A la carne le gusta tentar a Dios de muy distintas maneras, pero el Espíritu es creador. Cuando una curación milagrosa ocurre, la carne siente la tentación de crear enseguida un movimiento internacional para promover las curaciones, pero el Espíritu dice: “No, no es lo que interesa. Mi trabajo no es curar. Tú anda conmigo, no vivas de milagros, vive conmigo, porque en cada ocasión lo hago de una manera diferente, porque soy un Dios de diversidad”.
Hermanos y hermanas: se nos dice que andemos en el Espíritu (Gálatas 5:16), no que volemos, o corramos, o que cojeemos, o que buceemos en el Espíritu, sino que andemos en el Espíritu, y para andar se necesita mucha fe que para lo otro, porque con las otras cosas nosotros ponemos la velocidad, pero la velocidad de Dios es el caminar.

domingo, 19 de octubre de 2008

EL VIOLIN DE SARASATE

Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicarán. (Isaías 43:21)

Alabad a Dios en su santuario; alabadle en la magnificencia de su firmamento. Alabadle por sus proezas; alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza. (Salmo 150:1-2)

El gran violinista Sarasate poseía un violín cuya historia merece ser contada.
Colgado del techo de una herrería, cubierto por una espesa capa de hollín y polvo, un violín fue descubierto por un viajero que había tenido que detenerse allí para hacer herrar su caballo. El extraño preguntó al artesano cómo había llegado allí ese violín.
-OH, hace mucho que está allí –contestó el herrero-; me fue dejado en pago de mi trabajo por un cliente de paso, a quien nunca volví a ver. Si usted quiere llevárselo, a mí no me sirve para nada.
El viajero tomó el instrumento y se lo llevó a casa. Después de haberlo limpiado de su capa de hollín y polvo, se dio cuenta de que se trataba de un violín de gran calidad.
Más tarde, Sarasate lo compró y lo tuvo como su violín preferido ¿Quién hubiese pensado que algún día, el instrumento colgado del techo de una herrería y negro de hollín haría vibrar de emoción a multitudes en las más grandes ciudades del mundo?
¡Igualmente Cristo es el virtuoso capaz de limpiar enteramente a un alma de sus manchas y hacer brotar de ella maravillosas alabanzas para la gloria de su Nombre!
El amor, la vida y la muerte de Jesús les valieron a los creyentes esa inefable suerte. Es de desear que nunca olviden que fueron rescatados y puestos aparte para honrar a su Salvador y Señor. Esto da un profundo sentido a sus vidas.

jueves, 16 de octubre de 2008

PROBLEMAS ACTUALES

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad. (Romanos 1:18)

Pienso en la contaminación moral y espiritual que sumergen al mundo actual: relajamiento de las costumbres, ocultismo, egoísmo y violencia. Todos esos caracteres se mencionan en una extraordinaria carta escrita por Pablo a los romanos hacia el año 58. El apóstol, inspirado por Dios, pone al desnudo la causa de ese estado de cosas y da su remedio.
¿La causa? Se halla en el hecho de que lo hombres rechazan a Dios. “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias… Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:21-22). Dios no nos creó como robots. Si no queremos hacer su voluntad, nos deja hacer la nuestra. Entregó al hombre rebelde a la impureza, a las pasiones infames, a la inmoralidad (v.24, 26 y 28). ¿Es esto desagradable de oír? Sin embargo, tal es el retrato de la humanidad; así lo pintan todos los días los diarios, las revistas, los filmes y la televisión; y, por desdicha, el cuadro es terriblemente parecido a la realidad original.¿El remedio? ¡No hay otro que el Evangelio de Jesucristo! Sólo él es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (v.16). Muchos jóvenes descubren que la droga, la libertad sexual, los nuevos estilos de vida y la violencia no hacen más que aumentar sus frustración y su desesperanza, pero que el Señor Jesucristo los libera de la esclavitud del pecado y finalmente da un sentido a sus vidas.

domingo, 12 de octubre de 2008

DETENCION DE REBELDES

Si… no fuereis rebeldes a la palabra del Señor… haréis bien. (1ª Samuel 12:14)
Oíd, y vivirá vuestra alma. (Isaías 55:3)

En el siglo XVIII, durante las persecuciones contra los protestantes de Escocia, el predicador John Welsh se extravió en las montañas cuando iba a una reunión de creyentes fijada para el día siguiente.
Caía la noche; divisó una casa en la lejanía y se dirigió a ella para pedir asilo, sin importarle si se trataba de la casa de un amigo o de la de un adversario. Pronto se dio cuenta, por la conversación de su huésped, que éste era un enemigo declarado de los protestantes y que su ardiente deseo era hacer comparecer ante los tribunales a cierto John Welsh, cuyo celo todo ponderaban. El pastor no se inmutó y se contentó con decir:
-Estoy en camino para detener a rebeldes. Sé donde hallar a John Welsh. Si usted me quiere acompañar, se lo entregaré mañana.
A la mañana siguiente los dos hombres salieron juntos. Es de adivinar la sorpresa del huésped cuando se halló en medio de personas reunidas para rendir culto al Señor. Y su asombro aumentó todavía más cuando vio que a aquel a quien había alojado la víspera tomaba lugar entre la concurrencia y luego predicaba con el poder dado por Dios mismo. Después de la predicación el hombre se acercó a Welsh y le dijo:-Anoche usted me dijo que iba a detener rebeldes. Soy uno de ellos. Me he rebelado contra Dios, pero su gracia fue la más fuerte y se apoderó de mí.

viernes, 10 de octubre de 2008

LA IMPORTANCIA DE LA RESURRECCION DE CRISTO

Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. (1ª Corintios 15:17-19)

En la cruz el Señor Jesús confesó a Dios los pecados de los que le recibieron y le recibirán, como si los hubiese cometido él mismo; los expió mediante su sacrificio. En lugar de ellos él soportó el desamparo de Dios durante las terribles horas de la cruz. Pero luego pudo decir: “Consumado es”.
Después de la obra de la redención ¿podía Cristo permanecer en la tumba? La justicia de Dios que había hecho caer sobre él exigía que saliera de la muerte, ya que la obra había sido acabada. El juicio divino había tenido su pleno efecto, la justicia divina había sido plenamente satisfecha. Por eso Dios le resucitó de los muertos (Efesios 1:20). Si el Señor Jesús no hubiese resucitado, esto dejaría suponer que su obra fue imperfecta; entonces no habría salvación alguna para nosotros. La resurrección se halla en el centro del Evangelio y todo ataque contra esta verdad destruye el mismo fundamento sobre el cual descansa la fe.
En lo que concierne a todos los hombres, Dios concluye: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, pero agrega en la misma frase: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús…” (Romanos 3:23-24). Y un poco más adelante: Jesús, Señor vuestro… fue entregado por vuestras trasgresiones, y resucitado para vuestra justificación” (cap. 4:25).

lunes, 6 de octubre de 2008

BENEFICIOS DE LA LLUVIA

Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques (o lo cubre de bendiciones). Irán de poder en poder. Salmo 84:5-7

En el norte de Chile, entre los Andes y el océano Pacífico, existe una llanura costera, el desierto de Atacama, en la que no llueve nunca. Un viajero la describe así: “Día tras día el sol sale resplandeciente encima de las grandes montañas del este; cada mediodía brilla con todo su esplendor encima de nuestras cabezas; de tarde tenemos la suerte de presenciar una pintoresca puesta de sol. Aun cuando a menudo rugen tempestades en lo alto de los montes y divisamos densas nieblas sobre el mar, el sol sigue brillando sobre la faja de tierra en apariencia favorecida y protegida. Uno podría suponer que se trata de un paraíso terrenal; pero no es así. ¡Más bien es un desierto estéril y casi inhabitado! No hay ninguna corriente de agua ni nada que crezca en él”. Ese viajero, un creyente, formula luego la siguiente semejanza: “Demasiado a menudo deseamos una vida de gozo y sol total. Anhelamos vernos librados de abrumadoras responsabilidades. Pero, como esa parte soleada pero estéril de Chile, la vida sin sus cargas y sus pruebas no sería creadora, ni productiva, ni estimulante. Necesitamos el sol, pero también la lluvia”.
A veces las nubes del sufrimiento pueden escondernos el sol y amenazan con hundirnos. Pero el creyente que confía en Dios reconoce que, según los sabios planes de Dios y bajo su soberana dirección, de hecho traen aguaceros de bendiciones.

jueves, 2 de octubre de 2008

EL PRIMER DOMINGO

No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 1:17-18)

Se ha corrido el velo sobre la escena de la crucifixión. Manos piadosas han puesto el cuerpo de Jesús en un sepulcro nuevo: una pequeña gruta en la peña. Se hace rodar una pesada piedra para cerrar la entrada del sepulcro. El día del reposo transcurre sobre esta triste escena.
En la madrugada del domingo, algunas mujeres van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús con especias aromáticas. El sol sale cuando llegan allí. Pero, ¿qué pasó? El sepulcro está abierto y el cuerpo no está allí en él… Maravillosa sorpresa: ¡Jesús ha resucitado! Los testimonios se van a suceder a todo lo largo del día. Primeramente los ángeles anuncian la nueva a las mujeres. Luego Jesús mismo aparece a María Magdalena. También se manifiesta a dos discípulos en el camino a Emaus; después a Pedro en un encuentro que permaneció secreto. Finalmente se presenta en medio de los suyos que están reunidos en un lugar seguro y les dice: “Paz a vosotros”. Entonces les muestra las manos y el costado que llevan las marcas de las heridas de la cruz (Juan 20:20)
Escépticos y vacilantes, los discípulos no se dejan convencer fácilmente. Sin embargo, es él; el Maestro, a quien han llorado, verdaderamente está presente. Él les había anunciado su resurrección, pero el corazón de ellos había quedado insensible.
Jesús ha resucitado; ¿lo creemos verdaderamente? ¿Transforma esto nuestra vida?

LA NATURALEZA DE LA DIVISION

“No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales.” (1ª Corintios 12:1)

Algunos de los que dicen conocer desde hace mucho tiempo al Señor Jesucristo, no han parado de pedirle a Dios que despierte a su pueblo. Han rogado que enviase de nuevo su Espíritu Santo para que el mundo se viese enfrentado con el Evangelio. Casi podría decir que han asaltado muchas veces al Señor con sus súplicas. Leyeron libros sobre la historia de los grandes avivamientos y querían verlos ellos mismo con sus propios ojos. La verdad es que no sé si esos motivos eran absolutamente espirituales, porque lo que querían era estar presentes en el momento que Dios hiciese algo grande y poderoso; aunque creo que sus motivos eran justos. Querían –y quieren todavía- ver a los hombres y a las naciones volverse a Jesús para que crean en El.

¡DORMILONES! ¡DESPERTAD!

Y de repente todo comenzó. Aquello por lo que cientos de miles de cristianos habían orado sin cesar empezó a ocurrir. Y lo que ocurrió fue un avivamiento hecho a medida para nuestros días, para nuestra cultura, nuestros problemas. Empezó primero a finales de los años cuarenta y llegó a su cúspide durante los sesenta: ¡Dios se estaba manifestando a través de su Espíritu Santo!
La prensa secular prestó atención sobre todo al llamado Movimiento de Jesús, y, desde luego, el Movimiento de Jesús era parte del avivamiento, pero no todo ocurría entre la juventud. También los adultos empezaron a despertar. El movimiento carismático comenzó a andar; la Iglesia como institución se vio trastornada, y el mismo rostro del Cuerpo de Cristo empezó a transformarse.
La gente se volvió más atrevida, más habladora; muchas veces incluso tenían el valor de admitir que amaban a Jesucristo. Hombres maduros que cinco años antes no se hubiera ni atrevido, ahora saltaban gozosos y abrazaban a hermanos en el Señor que ni siquiera conocían.
Sin embargo, cuando Dios empezó realmente a manifestarse en su Espíritu, a muchos no les gustó la manera de cómo lo estaba haciendo. Quiero decir que muchos podían aceptar los “gloria a Dios” y las manos levantadas, pero ¿por qué iban a intervenir todos esos dones? ¿Por qué no podía transcurrir todo más, dijéramos, discretamente y menos bullicioso? Fue entonces cuando los diferentes partidos y facciones empezaron a surgir y a endurecerse y el asunto se fue por los aires como quien dice.
MIENTRAS TANTO, DE VUELTA AL AÑO 55 D.C.
La Iglesia de Corinto ya tuvo unos problemas similares a los nuestros, por allá a mediados del primer siglo, y por eso he escogido el capítulo 12 de 1ª Corintios como punto de referencia para este libro. Cuando pensamos en Corinto nos acordamos en seguida de los grandes problemas de tipo ético que existían en aquella congregación: personas que se emborrachaban durante la celebración de la Santa Cena (1ª Corintios 11), o hermanos que se querellaban unos con otros y que al final tenían que ser las autoridades civiles las que arreglasen los asuntos. Pero había otro problema que muchas veces olvidamos, quizá porque no era tan dramático ni sensacional, o también porque refleja una actitud muy parecida a la del pueblo de Dios hoy en día; y me estoy refiriendo a esa gran característica de la Iglesia hoy, es decir, su división, exactamente igual que la que había en Corinto; estamos divididos acerca de la obra que Dios hace o debería hacer.
Lean lo que Pablo dijo en su primera carta a los corintios alrededor del año 55:

“os ruego, pues, hermanos, por el nombre de
nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una
misma cosa y que no haya entre vosotros divisiones,
sino que estéis perfectamente unidos en una misma
mente y en un mismo parecer. Porque he sido
informado acerca de vosotros, hermanos míos, por
los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas”.
Quiero decir, que cada uno de vosotros dice:
“Yo soy de Pablo”; “y yo de Apolos”; “y yo de Cefas;
“y yo de Cristo”.

Los creyentes de Corinto estaban divididos en cuatro partidos: los partidarios de Pablo, los de Apolos, los de Pedro y los de Cristo. Disfrutaban haciendo partidarios para sus grupos, grupos a cuál de ellos más sectario, pues si tres de ellos tenían como líder a un simple hombre, los otros, los que se decían seguidores de Cristo, eran los súper santones. Pero estudiemos brevemente estos cuatro grupos, porque descubriremos algo que tiene que ver con nuestra situación actual.
LOS CUATRO PARTIDOS

Las líneas de demarcación de los dos primeros grupos o partidos estaban bastante claras. Pablo fue el hombre que plantó la Iglesia en Corinto (1ª Corintios 3:6). Fue el hombre que Dios usó durante dieciocho meses para empezar la obra en aquella ciudad. Apolos, por su parte, continuó la labor de Pablo (Hechos 19:1) y Dios lo usó para regar y alimentar la Iglesia. Parece ser que Apolos fue un judío helenista y un notable predicador, con un don especial para tratar el Antiguo Testamento (Hechos 18:24). Se podría decir que era un magnífico instructor de recién convertidos.
El cómo y porque se formó un grupo alrededor de Pedro, es un asunto que no está muy claro, porque, según sabemos, Pedro nunca estuvo en aquella ciudad, aunque está claro que aquellas personas habían oído hablar de él muchas veces y sabían el servicio que prestaba para la causa del Señor, porque el mismo Pablo había hecho muchas referencias acerca de él. (1ª Corintios 1:12; 3:22; 9:5 y 15:5). También es posible que fuese considerado la cabeza visible de los demás apóstoles y venerado como “el hombre” de la iglesia.
Y en cuanto al grupo que se decía “ser de Cristo”, no eran otros que aquellos que se deban cuenta de lo estúpido que es seguir a los hombres, pero que, por otra parte, se consideraban demasiado buenos para asociarse con los demás; así que formaron el cuarto partido, unidos por su mutuo desagrado por los partidos, pero que en lugar de adoptar una declaración doctrinal adquirieron un complejo mesiánico. (¡Qué astuto es el adversario!)
Así que aquí tiene usted los cuatro partidos de Corinto, tal y como los clasificaríamos hoy en día:
º LOS TRADICIONALISTAS. (Lo principal es basarnos en los fundamentos históricos. Hay que ser inamovibles; por lo tanto, seguiremos al hermano Pablo, que fue el primero en entrar por las puertas de Corinto.)
LOS BIBLICISTAS. (El conocimiento. (El conocimiento bíblico es lo más importante. Nuestro hombre Apolos, no sólo conoce las Escrituras sino que sabe griego.)
EL MOVIMIENTO POR LA RESTAURACIÓN DE LA IGLESIA. (La Iglesia es lo que más importa. Si queremos experimentar el desarrollo de la Iglesia primitiva, tenemos que seguir a Pedro, que es el hombre sobre la que se edificó.)
CORINTO POR CRISTO, S.L. (Sociedad Limitada). (No se necesita ni el fundamento de Pablo, ni la enseñanza de Apolos, ni la autoridad de Pedro. Lo importante es andar con el Hijo del Hombre, Jesús.)
¿Sabe qué le digo? Que todos tenían algo de razón, porque ¿hay algo de malo en que un creyente quiera recibir consejo de aquel que le llevó a Cristo?, ¿es malo escuchar y aprender de un hombre que conoce muy bien las Escrituras?, ¿es erróneo obedecer la autoridad y la sabiduría de los pastores escogidos por Dios para dirigir el Cuerpo de Cristo?, o ¿quién de nosotros no quiere seguir a Cristo? La razón de los partidismos en Corinto no era el que aquellos hombres enseñasen falsas doctrinas, aunque esto sí que ocurre hoy en día; sino que una de las marcas del sectarismo es seguir a los hombres en vez de a Dios, y éste precisamente era el problema con que tuvo que enfrentarse Pablo.
En cuanto a la división de hoy sobre los dones y los ministerios del Espíritu Santo, la razón principal tampoco es una enseñanza errónea –aunque algún énfasis erróneo existe-, sino que las divisiones del Cuerpo de Cristo actualmente se deben a que la gente sigue más a los hombres que a Dios. El cisma de hoy tampoco proviene del hecho de que unos posean ciertos dones espirituales y otros no, sino que el cisma surge cuando aquellos que tienen ciertos dones siguen a hombres que tienen los mismos dones, y cuando los que no poseen ninguno, siguen a aquellos que tampoco tienen ninguno.
Aunque la división actual se parece mucho a la del año 55, los corintios tenían algo que nosotros no tenemos. Lea 1ª Corintios 3:4-10 y a ver si lo descubre:
Porque diciendo el uno: “yo, ciertamente, soy de Pablo”; y el otro: “Yo soy de Apolos”, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído, y eso según lo que cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento, y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento y otro edifica encima; pero cada uno mire como edifica.
PASTORES DESPARRAMADOS

La diferencia estriba en que en el primer siglo los líderes estaban unidos –formaban un equipo-, mientras que hoy, la mayoría de las veces, los obreros, maestros bíblicos, pastores, evangelistas, etcétera, están divididos. Y ahí estaba Pablo, victima de aquella división cuatripartita en Corinto, diciendo al pueblo que, tanto él como Pedro y Apolos, todos eran siervos y colaboradores del Señor Jesucristo (quien desafortunadamente también era ex titular, según términos humanos, del cuarto grupo), pero entre los obreros no había división alguna.
Ahora contraste aquella actitud con la de los líderes cristianos de hoy. Uno enseña: “Cuidado con asociarse con los que hablan en lenguas, que solo sirven para dividir”; el otro dirá: “Juntaos solamente con los carismáticos, pues los demás os quitarán vuestros dones.” Un tercero enseñará: “Sabemos que, aun cuando no todos tengan el don de lenguas, todos ciertamente pueden hablar en lenguas en su ejercicio privado de oración.” E incluso otro dirá: “Dos clases de lenguas es algo ridículo; además esos dones quedaron anticuados al final de la era apostólica.”
¿De qué lado se inclina usted? O ¿es que hay todavía más opciones? Desde luego, es un verdadero dilema y el asunto continúa, porque los obreros de hoy no están unidos, y los pastores, al no ver el Cuerpo de Cristo, hacen que la gente les siga a ellos en vez de seguir a Dios. Hasta que los líderes no se unan, las pobres ovejas no sabrán a dónde ir a causa de la gran cantidad y variedad de líderes diferentes a seguir.
LO PRIMERO ES LO PRIMERO

La primera carta de Pablo a los Corintios era una contestación suya a una carta anterior enviada desde la Iglesia en aquella ciudad. En aquella carta preguntaban a Pablo cosas relacionadas con la ética sexual, la carne sacrificada a los ídolos y los dones espirituales (1ª Corintios 7:1; 8:1; 12:1). Y precisamente en este último pasaje Pablo respondió que no quería que nadie estuviese ignorante acerca de los dones del Espíritu; pero antes de tratar este asunto directamente, o incluso los otros, primero se refirió al problema de la división del cuerpo. Para Pablo, la división de la Iglesia era algo mucho más serio y básico que la carne ofrecida a los ídolos, las desavenencias sobre los dones e incluso la inmoralidad sexual, ya que estos problemas eran sintomáticos de no seguir a Jesucristo.
Actualmente, podemos volver a las Escrituras y, como un cuerpo de creyentes, tratar de responder, virtualmente, todas las preguntas que se pueden hacer sobre los dones del Espíritu. Y, ciertamente, las diferencias sobre estos dones, sus usos e incluso su existencia, son muy grandes dentro del pueblo de Dios. Pues bien, mucho mayor, y de más importancia, es nuestra actitud con relación a la unidad del Cuerpo.
El problema actual sobre las manifestaciones del Espíritu no es el verdadero problema, sino un efecto del problema real, y éste consiste en que no somos uno en Cristo. Admitido que las respuestas son importantes, pero no tanto como hablar al unísono sobre Jesús y para la división y la lucha. Yo creo firmemente (porque lo he vivido) que si el pueblo de Diose juntase en amor bajo el poder del Espíritu y dejase que fuese Jesús su única cabeza, al final la verdad doctrinal también se manifestaría. Porque si resolvemos el problema de los dones y no nos amamos en Cristo, de nada nos servirá. Sin embargo, si llegamos a amarnos como hermanos y hermanas en el Señor Jesucristo, incluso el problema de los dones dejará de serlo, porque se resolverá por sí mismo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

LUZ INTERIOR



Yo soy la luz del mundo (dijo Jesús). (Juan 8:12)
Dios es luz. (1ª Juan 1:5)
Vosotros sois hijos de luz. (1ª Tesalonicenses 5:5)
Sois luz en el Señor. (Efesios 5:8)

Toyohito Kagawa, un cristiano japonés, en su abnegado servicio para menesterosos había contraído una enfermedad de los ojos que le expuso a una total ceguera y le obligó a permanecer inactivo y acostado durante meses con los ojos vendados.
En esas condiciones pudo dar un testimonio: “Mi Dios es mi luz. En tanto que las cosas que me rodean están sumergidas en oscuridad, en mi ser interior resplandece la luz de mi Dios”.
En circunstancias en que muchos otros se hubiesen hundido en la depresión, la amargura o la rebeldía. Toyohito poseía un recurso interior: la luz divina que lo ponía en una viva relación con dios: luz que introducía a Dios en esas circunstancias y le permitía verlas y vivirlas de una manera muy diferente.
El testimonio prosigue así: “Mi salud se fue. Mi vista está comprometida. Pero, mientras estoy solo en la oscuridad, Dios me da su luz. Agudos dolores me traspasan como llamas y, sin embargo, aun en ese horno ardiente la misericordia de dios, por lo cual no cambiaría lo más maravillosos tesoros, no deja de colmarme”.
Qué extraordinario poder puede comunicar la vida divina a un hombre a quien las circunstancias habrían debido abatir y que, sin embargo, las atraviesan como vencedor “por medio de aquel que nos amó (Romanos 8:37)

domingo, 28 de septiembre de 2008

YO SOY LA LUZ (2)

En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad) comprobando lo que es agradable al Señor. (Efesios 5:8-10)

Jesús, al afirmar que él es la luz del mundo, revela la extensión de su misión. El ilumina todo el universo moral. De él emanan la verdad, la justicia y la bondad. Es el centro de todos los que se vuelven hacia Dios. Satanás encarna el tenebroso mundo de la mentira; es el jefe de todos los seres que están en rebeldía contra Dios.
Entre Jesús y Satanás hay una lucha sin tregua. Felizmente conocemos su resultado final. Lo mismo que la luz de la mañana hace huir las sombras de la noche, pronto la verdad saldrá victoriosa en su lucha contra la mentira.
En cuanto a nosotros, si bien por naturaleza somos “hijos de ira”, por la gracia de Dios podemos ser hechos “hijos de luz” (1ª Tesalonicenses 5:5). Para ello debemos recibir a Jesús en nuestra vida. Él da un sentido y una meta a nuestra existencia. Sin él se da vueltas en la oscuridad de problemas insolubles y de nunca vencidas tendencias a pecar. No se sabe adónde se va. Así para vivir bien la vida como para terminarla bien, es necesario que nuestros espíritus sean iluminados. Jesús da esa claridad.
El Señor también desea que transmitamos esa luz a otros. Nos dice: “Alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).

sábado, 27 de septiembre de 2008

YO SOY LA LUZ (1)

Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. (Juan 8:12)
El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz (Isaías 9:2)

En su conjunto la Naturaleza está influida por la luz. Así los vegetales se dirigen hacia ella y casi todos los animales tienen su ritmo de vida regulado por la alteración de los días y las noches. En cuanto al hombre, él la necesita profundamente, tanto para la salud de su cuerpo como para su equilibrio psíquico. Por lo general, la sola aparición del sol trae alegría a la tierra: los pájaros cantan con las primeras claridades del alba, las flores se abren con la luz del día y los hombres vuelven a tener ánimo. Tanto en el mundo moral como en el universo material, la luz procede de Dios, “del Padre de las luces” (Santiago 1:17). Él es la fuente de todo lo que es verdadero y bueno. Para sacar a los hombres de su noche moral, envió a su amado Hijo, la verdadera “luz del mundo” que trae la vida al alma.
Al empezar la creación, Dios dijo: “Sea la luz” y fue la luz (Génesis 1:3). Así el orden apareció en el mundo y la vida pudo ser dada. Del mismo modo es necesario que la luz de la Palabra de Dios alcance nuestro corazón y nuestra conciencia para que empecemos a vivir espiritualmente. Entonces, las cosas se colocan en su lugar y vemos claro acerca de nuestra verdadera condición; descubrimos el amor de Dios y somos capaces de responderle. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

miércoles, 24 de septiembre de 2008

DISPUESTOS A PARTIR

Aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. (Hebreos 10:37)
¡He aquí, vengo pronto! (Apocalipsis 22:7)

El retorno del Señor Jesucristo está cerca. Esta bienaventurada esperanza ¿llena nuestros corazones de gozo o nos deja insensibles?
De manera precisa, el andar terrenal del creyente da la respuesta a esa pregunta. Al escribir a los filipenses, el apóstol Pablo les recomienda: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (4:5) y Santiago escribe: “La venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta” (5:8-9).
La mansedumbre, la paciencia, el olvido de sí mismo, la sobriedad en el uso de los bienes terrenales… para el creyente esto es la conducta que el Señor aprobará cuando venga.
Nuestra manera de vivir ¿está en armonía con el ferviente deseo expresado en esta oración: “ven, Señor Jesús”? La vanidad, el egoísmo, el afán de lucro, la búsqueda de los honores no pueden conciliarse con tal deseo, como tampoco un corazón altanero, liviano o indiferente.
Nuestra conducta debería permitirnos considerar sin inquietud alguna nuestro traslado a la presencia del Señor de un momento a otro. Él no viene para poner orden en nuestros corazones sino para regocijarlos al tomarnos junto a él. Los que nos conocen, ¿ven en nosotros gente dispuesta a partir?

domingo, 21 de septiembre de 2008

PAN Y BRÚJULA

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.
Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.
(Salmo 119:103 y 105)

La Palabra de Dios es indispensable para el creyente, quien no puede vivir sin ella, al igual que un ser viviente sin alimento. La vida espiritual es mantenida por la Palabra de Dios. Alimentarse así no es recurrir a la Biblia para amoblar la inteligencia y la memoria con doctrinas o conocimientos, sino para buscar el ella luz, directiva y fuerza, en una palabra, para hallar en ella todo lo que el alma necesita: la persona misma del Señor Jesucristo.
La Biblia, ¿es para nosotros como el pan de alguien que tiene hambre o como la brújula del navegante? Cuanto más sea así, más la apreciaremos. ¿Quién conoce mejor el valor del pan: un químico o un hombre hambriento? El químico podrá indicar la composición del pan, mientras que el hombre que tenga hambre valorará todo su sabor. ¿Quién más que un marino que navega a lo largo de una costa desconocida y peligrosa apreciaría la brújula?
Guardemos ese sentimiento acerca del valor y la autoridad de la Palabra de Dios. No nos contentemos con una lectura superficial; allí se trata de Dios, quien nos habla, y de un privilegiado momento que pasamos con él, como de una clase de audiencia que tiene a bien otorgarnos. Tengamos presente que la Biblia basta para satisfacer todas nuestras necesidades espirituales y corresponder a todas nuestras circunstancias. Considerémosla como lo que es: un alimento espiritual valedero para todos, en todas las épocas y en todas las situaciones.

jueves, 18 de septiembre de 2008

NO NOS APRESUREMOS

¿Cómo actuaremos ahora? ¿Predicaremos y llenaremos el bautisterio invitando a bautizarse a todos los que quieren? No nos apresuremos. No es cuestión de bautizar pronto. Pero sí, cuando las personas vienen por primera vez, debemos explicarles esto claramente: “Si quieres ser discípulo de Cristo, si quieres integrarte a la comunidad de los hijos de Dios, tienes que arrepentirte y negarte a ti mismo. Tienes que poner en segundo término a tu padre, madre, mujer e hijos, esposo, hermanos; y aun tu propia vida. Cristo tiene que ser primero. Debes tomar tu cruz y seguir a Cristo. Tienes que renunciar a todo lo que posees.”
No bauticemos a nadie si no estamos seguros de que ha comprendido que no está ante una doctrina, sino ante una persona viviente: Jesucristo. No bauticemos si no vemos que hay disposición a reconocer a Cristo como el Señor de la vida. Dios nos va a ayudar, y a guiar paso a paso en este terreno. Tampoco es cuestión de darles toda la serie de mensajes sobre el señorío de Cristo para que se bauticen, ni es necesario que entiendan todo. Lo fundamental es que el individuo se enfrente con una persona viviente que se llama Jesucristo. Aunque no entienda nada de doctrina, que comprenda esto: que Jesucristo es el Señor. Debe captar la esencia de lo que esto significa. Hasta ahora ha vivido como le parecía; desde ahora, debe estar dispuesto a entregarse a El, y a hacer lo que El ordene.
Hagamos que esta verdad sea viva y penetrante. El pecador tiene que conocer a este Cristo resucitado y glorificado como Señor. Cuando se da en él esta disposición, este entendimiento, esta rendición, entonces le bautizamos, le sepultamos a muerte, y es resucitado a nueva vida. Cuando el pecador se identifica con Cristo, muriendo y resucitando con El, pasa a pertenecer al reino de Dios.
Algo más: Los evangélicos hemos puesto demasiado énfasis en la experiencia inicial y muy poco en la continuidad de la misma. Hemos hecho hincapié en que la conversión es un acto definido de un momento, una crisis. Y es cierto. Pero hemos dejado de enfatizar otro aspecto de la verdad. Es cierto que un día me bauticé, que morí a la vieja vida. ¿Pero ahora, qué? ¿Eso es todo? No, tiene que prolongarse en una experiencia continua. Debemos permanecer en la gracia del bautismo.
Cristo dijo: Haced discípulos… bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado. Si bautizamos al pecador y pensamos, “Ya está; murió y resucitó, ahora tiene vida”, y le dejamos allí, es muy probable que su vida quede trunca. Porque estas verdades funcionan dentro del contexto adecuado, donde se brindan las enseñanzas del Nuevo Testamento y se convive en amor. Dentro de nuestro contexto, tal cual es, no operan. Por eso, inmediatamente después que se bautiza alguien, es imprescindible que comience a ser adoctrinado y enseñado en forma continua. Para esto, es necesario que cada bautizado tenga un padre espiritual o una guía que esté en constante comunicación con él, que se preocupe, que realice la función de una nodriza. ¿Acaso no nació una nueva criatura? Pero los recién nacidos necesitan una atención especial. Esto es muy importante. El corazón del que se ha bautizado es tierno, está abierto a Dios, recibe lo que se le enseña, tiene hambre. ¡A los niños recién nacidos se les da leche cada tres horas! Hace falta, pues, un cuidado intensivo para los que recién nacen espiritualmente, integrándose a la familia de Dios.

domingo, 14 de septiembre de 2008

¿MEROS SIMBOLOS?

Por mucho tiempo hemos hecho del bautismo y de la Cena del Señor, sólo símbolos. Hemos dicho: “Esto es pan; comemos el pan en memoria del cuerpo de Cristo”. Sin embargo, Cristo dijo: Esto es mi cuerpo. El pan no es Cristo, pero en ese momento, por la fe, no sólo comemos pan, sino Cristo. No sólo bebemos vino, sino bebemos de Cristo, bebemos su sangre. También sucede esto con el bautismo, que ahora ha vuelto a recuperar su significado. Dijo cierto ministro: yo bauticé a muchos según el evangelio de las ofertas. Era sólo una ceremonia. Había bendición, por supuesto. También gozo, porque se añadían nuevos a la iglesia, pero no era un bautismo como el que realizaba la iglesia primitiva,
En cambio, ¡es tan distinto bautizar ahora! Comenta. Ya no es cuestión de decir una formula. Pongo mis manos sobre el que se va a bautizar y pido la gracia y la unción del cielo. “Señor, ahora este hombre que está aquí y cree en ti va a ser bautizado para muerte. En este momento, la vieja vida que tiene va a morir”. Y digo al que está por ser bautizado: “Ahora tú vas a ser sepultado junto con Cristo. Tu vieja vida va a morir con El. ¡Pero te vas a levantar por el poder de Dios, por la resurrección de Cristo! Te vas a levantar junto con Cristo, para que como Cristo resucitó de entre los muertos, tú también resucites”. Y aquel que está siendo bautizado, abre su ser a la operación del Espíritu de Dios.
La fe tiene algo concreto, algo material de qué asirse. Porque no sólo somos espíritu, sino también cuerpo. ¡Cómo ayuda a la fe tener algo concreto como esto! Ahora bautizar es enterrar viejas vidas, para que mueran por el poder de Cristo; asimismo es levantar, con la unción de Dios, a una nueva vida. Esto es nacer del agua y del Espíritu.
Alguien dirá: “¿Cómo? ¿El agua no es la Palabra de Dios, según la hermenéutica tradicional?” ¿Qué sabía Nicodemo de hermenéutica como para identificar el agua con la Palabra? Nosotros lo relacionamos porque somos demasiado “eruditos”. Nicodemo interpretó tal como le fue dicho. Cuando la vieja vida muere y es sepultada, ¿qué ocurre? ¿De dónde vuelve a nacer? ¡Del agua, por el poder del Señor! Allí comienza la nueva vida. La Biblia ha establecido el bautismo como un acto funcional, real, significativo, práctico, a través del cual la gente pasa de una manera concreta. De las tinieblas al reino de Dios. Démosle, pues, la importancia que le corresponde.

domingo, 7 de septiembre de 2008

EL BAUTISMO DE JESUS

Si hablamos de bautismos no podemos dejar pasar por alto “EL” bautismo del más grande de todos los tiempos como ejemplo de obediencia al PADRE, porque todas las cosas que nos manda Dios nuestro Señor son mostradas con un ejemplo claro y trasparente de El mismo en su Hijo. El siempre va delante de todos.
Dice la Biblia Evangelio Según San Mateo capitulo 3:13-17: Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.
Imaginémonos un poquilito en la responsabilidad y privilegio que tuvo Juan al tener que BAUTIZAR al Señor de Señores y Rey de Reyes..., algunos podrían entender y no estarían muy errados de que fue como el pastor de Jesús..., vale? esto fue un suceso trascendental en toda la historia pero que encierra una lección de grandeza y humildad en el servicio a Dios que va más allá de los entendimientos humanos y lo que es más de las atribuciones que designa EL gran Dios a un hombrecito nacido de mujer o sea natural.
EL BAUTISMO – CONCRECION DE LA CONVERSION
Para salir del reino de las tinieblas hay que morir, y para entrar en el reino de Dios hay que nacer. Y la manera que Dios ha establecido para que esto pueda realizarse es justamente a través del bautismo realizado con verdadero arrepentimiento y fe en Jesucristo.
Todos los casos bíblicos señalan esta misma verdad.
Hemos quitado al bautismo su lugar, que debe estar junto a la conversión porque es la concreción, la materialización de ella. No sólo esto. También le hemos restado al bautismo su valor, su importancia. Hemos enseñado y predicado: “El bautismo no borra los pecados; el bautismo no salva; el bautismo no es necesario para la conversión, para la salvación, para tener vida eterna”. Y hemos traído como ejemplo al ladrón en la cruz: “¿Qué le dijo Cristo al ladrón en la cruz? Hoy estarás conmigo en el paraíso”. “El ladrón no fue bautizado, ¡y sin embargo fue salvo!” De este modo, hemos hecho de la excepción una doctrina. Hemos fundamentado nuestra enseñanza sobre algo completamente excepcional, diferente al resto de los casos. Si alguien está clavado en una cruz, a punto de morir, también le podemos decir: “Cree, y aunque no te bautices, te vas a salvar”. Pero en esas circunstancias, no en otras. Le hemos restado al bautismo tanto, que muchos concluyen: “Entonces, ¿para qué me voy a bautizar?”
Dentro del contexto evangélico tradicional, ¿Cuál es la necesidad del bautismo? Hemos dicho que es un testimonio público de fe, un testimonio de que realmente uno pertenece a Cristo. Sin embargo, y aunque sorprenda a algunos, debemos decir que no hay en toda la Biblia un texto que diga que el bautismo sea un testimonio público de fe en Cristo. Por un lado, no es la presencia del público lo que da validez al bautismo. Según la Biblia enseña, este no es un acto para testimonio, ni necesariamente tiene que ser público. ¿Qué público había cuando Felipe bautizó al etíope? El bautismo es independiente del público.
Hasta ahora hemos predicado que cuando uno acepta a Cristo, debe luego ser bautizado delante de todos. “todos tienen que presenciar ese acto”, decimos. Por supuesto, el bautismo puede ser público. Como en el caso de los tres mil, como en el caso de los de Samaria, como en tantos otros casos. Pero la presencia de público no es un factor esencial.
¿Qué es el bautismo, según la enseñanza bíblica? Significa, de acuerdo a lo que Pablo dice en Romanos 6, que somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. La Biblia no enseña que el bautismo no salva, no perdona, o no limpia los pecados, como creíamos antes. La Biblia señala que éste es el acto de entrega total a Jesucristo por el cual al descender a las aguas, soy sepultado con El para muerte, y levantado a una nueva vida por el poder de su resurrección. Todo esto a través de la fe. No me bautizo en agua meramente; me bautizo (sumerjo) en Cristo. Muero en su muerte, y nazco por su resurrección.
Nosotros hemos dicho que el bautismo no salva. Pedro dice en su primera epístola (1ª Ped. 3:21): El bautismo que corresponde a esto –se refería al Diluvio –nos salva- luego, entre paréntesis, añade- (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo. Sacando por un momento la frase que está entre paréntesis, queda así: El Bautismo… nos salva… por la resurrección de Jesucristo. No es el agua lo que salva, ni el descender al bautisterio, sino la redención obrada por la resurrección de Jesucristo.
Pero, para que la resurrección opere, es necesario el bautismo; no porque limpie de las inmundicias de la carne (éstas no las quita el bautismo, ni la oración, ni el arrepentimiento, sino la muerte y la resurrección de Cristo, la redención que El efectuó en la cruz), sino porque es la aspiración de una buena conciencia delante de Dios. Mi conciencia da testimonio: Cristo murió por mí, y yo muero con El. Esta vieja vida queda sepultada, y me levanto con el poder de la resurrección: de Cristo a una nueva vida.
Por supuesto, el bautismo no tiene ningún valor si se realiza simplemente como una ceremonia o por mero formalismo. Tampoco vamos a establecer como dogma lo que la Biblia dice en cuanto al bautismo. Existe un peligro real de poner un énfasis exagerado en é. Las enseñanzas bíblicas no son un cuerpo de doctrinas estáticas, ni conforman una rígida teología. No llegaríamos lejos con eso. Las verdades de la Biblia son funcionales, dinámicas, vivientes.
Hasta ahora hemos llamado a los pecadores a entregarse a Cristo con el evangelio de las ofertas, a levantar la mano, a pasar al cuarto de atrás, a ponerse de pie, etc. Ahora al presentar el evangelio del reino, no caigamos en dogmatismos o en exageraciones innecesarias, pero hagamos que estas verdades sean funcionales, vivientes, como lo hacía la iglesia primitiva. Sin fórmulas rígidas, pre-establecidas e inmóviles, sino haciendo que opere la esencia de esta verdad. ¿Qué cosa hay más preciosa que guiar a un pecador a pasar de un reino al otro a través de un acto tan correcto, tan contundente y sencillo, establecido por el Señor, como el bautismo?
Un hermano me contó como se realizan los bautismos en la India. La iglesia se reúne en una de las orillas del río, y todos los que van a ser bautizados, en la otra, mezclados con los observadores y los que vienen a presenciar el acto. El ministro que bautiza se coloca en el lecho del río. A su derecha tiene a la iglesia y a su izquierda a los inconversos. Cuando llama a los que han de ser bautizados, éstos salen de entre el público y descienden al río por la margen izquierda. Luego de ser bautizados pasan a la otra orilla para unirse a la iglesia del Señor. Este es un hermoso simbolismo de la realidad del bautismo: hombres librados del reino de las tinieblas y traslados al reino de su amado Hijo.

EL BAUTISMO DE SAULO

El libro de los Hechos de los Apóstoles relata nueve casos de bautismos. Todos, excepto uno, fueron realizados en el mismo momento en que operó la fe y el arrepentimiento; en el mismo día, en el mismo instante. La única excepción es el bautismo de Saulo. El es quien más tardó. ¡Pasaron tres días! ¡Pero tres días porque nadie vino antes! No hubo quién lo bautizara. Lucas narra este suceso en Hechos, cap.8.
Luego, Pablo mismo relata su conversión en el capítulo 22. Ananías viene y le dice: Hermano Saulo, recibe la vista… El Dios de nuestros padres te ha escogido… Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre (Hechos 22:13-16). Si Pablo hubiese sido evangélico, le hubiera dicho: “¡Un momento! Mis pecados ya fueron lavados cuando acepté a Cristo”. Pero no lo era, y Ananías puede decirle, después de tres días de haberse rendido a Cristo: Bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre. Esto es lo mismo que Pedro dijo a los tres mil: Arrepentíos y bautícese cada uno para perdón de los pecados, ¿Será posible que la Biblia relacione tan íntimamente el perdón de los pecados con el bautismo?

CORNELIO Y LOS DE SU CASA

Pedro va a la casa de Cornelio, en Cesárea. Allí predica y, por lo visto, todos se rinden a Cristo. Sin embargo, ni piensa en bautizarlos. ¡Jamás bautizaría a un gentil! ¡Pero Dios se lo anticipa! Bautiza con el Espíritu Santo a Cornelio y a todos los que están reunidos. Y si son bautizados con el Espíritu Santo, ¿puede acaso alguno impedir el agua para éstos? Y en el acto, en el mismo día, Cornelio y toda su casa son bautizados también en agua (Hechos 10:44-48).

LIDIA Y SU FAMILIA

Pablo va a Filipos. Allí, a la orilla del río, hay unas mujeres que se reúnen para orar. Pablo empieza a orar con ellas. Luego, comienza a hablarles, y dios abre el corazón de una mujer llamada Lidia. Ella, con toda su familia, cree, y en enseguida todos son bautizados (Hech. 13-15).

EL CARCELERO

El caso más evidente ocurre en la cárcel de Filipos. Allí están presos Pablo y Silas. Reciben azotes. Tienen las espaldas ensangrentadas, los cuerpos heridos. Son echados en el calabozo “de más adentro”, y sus pies apretados en el cepo. Entre tanto, ¿qué hacen? ¡Cantan, alaban a Dios, glorifican su nombre! Y a medianoche, mientras cantan, un terremoto sacude todo. Los presos se sueltan. El carcelero saca la espada e intenta matarse. Pablo le dice, “Un momento, no te hagas daño. Estamos todos aquí. Nadie escapó.”
El carcelero queda impresionado. Ha escuchado a estos hombres cantar toda la noche, y ahora ve su actitud. Entonces, cayendo ante ellos, pregunta, ¿Qué debo hacer para ser salvo?
¿Qué le responde Pablo? –Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa- ¡Amén! ¡Ya está! Para ser salvo, hay que creer. Pero no concluye aquí el pasaje, y a través de lo que sucede nos muestra lo que significa realmente creer. Allí hay un hombre que abre su corazón, cree el mensaje, y a esa hora –a la medianoche- se bautiza. Un terremoto ha sacudido toda la cárcel, sembrando confusión y pánico. Sin embargo, la Biblia nos dice que el carcelero en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en enseguida se bautizó él con todos los suyos.
“Pero, Pablo, ¿qué apuro hay? ¿Para qué bautizarlos a las doce de la noche? El hombre ha creído, ¿por qué no esperar hasta la mañana cuando salga el sol? Ahora está todo revuelto, todo oscuro. El terremoto ha sacudido la cárcel y los presos están sueltos”.
Pablo sabe muy bien que para entrar al reino de Dios, para ser salvo, hay que creer en el Señor Jesucristo, y ser bautizado. Y este hombre, con toda su familia, cree y es bautizado en el mismo momento (Hech. 16:25-34).
Nosotros nunca hubiéramos actuado así. Si alguien viniera dispuesto a entregarse al Señor y a ser discípulo de Cristo, ¿le predicaríamos, y llevaríamos las cosas adelante con la insistencia con que lo hizo Pablo?

miércoles, 3 de septiembre de 2008

EL BAUTISMO DE LOS SAMARITANOS

Felipe va a Samaria. Allí predica el evangelio del reino de Dios. Dice Lucas en Hech. 8:12, “Cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.” ¿Cuándo se bautizaban? Cuando creían. Felipe no fue a predicar el evangelio de las ofertas; era el evangelio del reino. Por eso, cuando creyeron… se bautizaban hombres y mujeres. Si uno cree, ¿por qué no se va a bautizar? Si uno reconoce a Cristo como Señor, ¿qué es lo que impide el bautismo?
Felipe va al desierto y le testifica al etíope. Empieza por Isaías. ¿Dónde termina? Las Escrituras no nos dicen cual fue el último punto del mensaje, pero por lo que sucede luego, deducimos que fue el bautismo. De modo que el etíope se convierte en candidato para el bautismo. Sin embargo, surge un inconveniente de orden práctico: estaban en el desierto y allí no había agua. Siguen andando en el carro y de pronto el etíope exclama: “Felipe, mira; aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?”
Felipe no le dice, “Primero debes hacer frutos dignos de arrepentimiento por seis meses, y luego te bautizamos (Felipe no era evangélico). Sino más bien, “Si crees de todo corazón, bien puedes.”
-¡Creo! –dice el etíope, y manda para el carro. Descienden ambos al agua y Felipe le bautiza (Hech. 8:36-38)

lunes, 1 de septiembre de 2008

EL BAUTISMO APOSTOLICO

EL BAUTISMO DE LOS TRES MIL

No solamente Cristo señaló esta verdad, sino que la misma fue la práctica de la iglesia primitiva. Consideremos el primer bautismo cristiano en Pentecostés. Pedro predica, y presenta una persona a la multitud: Jesucristo. Concluye proclamando que Dios, habiendo resucitado a Jesús, le ha hecho Señor y Cristo. Cuando escuchan esto, miles de personas compungidas de corazón dicen: “¿Qué haremos?”
¿Qué les hubiéramos respondido nosotros? Probablemente: “Lo único que tienen que hacer es aceptar a Cristo como su Salvador personal, y serán salvos. No hay ningún compromiso”. Pero no Pedro. El les manda: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados. (¿Cómo? Nosotros hubiésemos dicho: Arrepentíos, para perdón de pecados; y bautícese cada uno como testimonio de que ya fueron perdonados”). Y los 3.000 son bautizados aquel mismo día. La verdad señalada por la Biblia es que el bautismo va unido a la conversión, que es la concreción de la conversión; de una conversión, no al estilo de antes aceptando a Cristo como Salvador, sino reconociéndole como Señor de la vida.

sábado, 30 de agosto de 2008

EL BAUTISMO SEGÚN CRISTO

Cristo dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo, más el que no creyere, será condenado. Para ser salvo, hay que creer y ser bautizado. Si uno se bautiza, y no cree, ¿puede salvarse? La respuesta es obvia: ¡NO! Si uno cree, y no se bautiza, ¿puede salvarse? Nos resulta mucho más difícil responder “no” a esta segunda pregunta. Probablemente porque nosotros, los evangélicos, hemos entendido este texto al revés. Hemos leído: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere salvo, será bautizado”. Si alguno cree, es decir, si se convierte de veras, nosotros lo estudiamos durante unos cuantos meses, observamos si se comporta bien, le damos algunas lecciones, y luego decimos: “Este es salvo. ¡Puede bautizarse!”
Eso demuestra que hemos quitado el bautismo de su lugar. Cristo dijo: El que creyere y fuere bautizado será salvo. Si uno se bautiza sin acompañar este acto con el arrepentimiento y la conversión interior de su corazón, sin la fe en Cristo como su Señor, el bautismo no le sirve de nada. Va a salir apenas mojado del agua. Pero si dice que cree, y luego no se bautiza, el Nuevo Testamente tampoco aprueba esa actitud.
Cristo dijo: Id, y haced discípulos… ¿Cómo?... bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado (Mateo 28:19,20). ¿Cómo se hace un discípulo? ¡Bautizándole! Pero nosotros decimos: Id y haced discípulos, enseñándoles que guarden todas las cosas y, una vez que guarden todas las cosas, ¡bautícenles!” ¿Por qué esto? Porque no hemos entendido la esencia y el significado del bautismo. ¿Cuándo se convierte una persona? ¿Cuando es realmente salva? La conversión comienza cuando el mensaje es escuchado con fe, y culmina cuando aquella persona sale de las aguas del bautismo, reconociendo a Cristo como el Señor de su vida.

jueves, 21 de agosto de 2008

¿COMO DEBEMOS PREDICAR?

Hay muchos que, aún cuando pueden estar de acuerdo con todo lo que hemos expuesto, no saben cómo llevarlo a la práctica. “Entonces, ¿cómo debo predicar ahora? ¿Qué tengo que decir? ¿Cuál es el enfoque que debo dar al mensaje para aquellos que no son del Señor?, preguntan.
Veamos. La Biblia señala que en el mundo hay dos reinos: el reino de las tinieblas, y el reino de la luz. Un reino es una comunidad compuesta por dos clases de individuos: el rey, que gobierna, y los súbditos, que están sujetos al rey. El reino de las tinieblas tiene un rey, a quien la Biblia denomina príncipe de las tinieblas. El es un espíritu mentiroso que engaña a las personas. El reino de la luz también tiene un Rey: Jesucristo. El reina sobre la comunidad llamada iglesia. Todos hemos nacido en el reino de las tinieblas. Todos, desde el primer hombre. El reino de la luz es aquel al cual podemos acceder a través de Cristo.
Adán y Eva fueron creados en un principio en la luz de Dios; El era la autoridad sobre ellos. Pero un día cambiaron de reino y de rey: el día en que obedecieron la voz de Satanás. Desde entonces, todos los que descendemos de Adán heredamos la misma naturaleza pecaminosa. San Pablo dice un Efesios: 2:3…en los cuales anduvisteis en otro tiempo siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.
Una de las más importantes características del reino de las tinieblas es su ley: “Vive como quieres”. El reino de la luz tiene una ley distinta: “Vive como El quiere”. Para saber a qué reino pertenece una persona debe preguntarse: ¿Qué ley se cumple en mi vida? Esto determina su ubicación.
SATANAS
Reino de las Tinieblas
HAGO LO QUE QUIERO
CRISTO
Reino de la Luz
HAGO LA VOLUNTAD DE DIOS
Cuando hacemos comprender a alguien la tremenda verdad de que el pecado esencial del corazón del hombre es hacer lo que le parece, ya no hace falta señalarle con tanta insistencia que es un pecador para convencerlo de pecado. La misma luz de Dios enfoca la esencia de su pecado y queda al descubierto. Se da cuenta por el Espíritu de que realmente está envuelto en esa ley de tinieblas que rige su vida.
El reino de la luz es el reino de Dios, el reino de Jesucristo. Cristo tiene un reino aquí en la tierra. Parte está en el cielo, parte está aquí, pero formado por todos aquellos que viven como El quiere, por los que le conocen como Señor de sus vidas.
¿Qué debe hacer una persona que vive en el reino de las tinieblas y desea entrar en el reino de la luz? ¿Cómo puede salir de un reino y entrar en el otro? San Pablo dice que Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo (Col. 1:13). ¿Cómo puede realizarse esto? ¿Cómo puede el hombre ser librado de las tinieblas y trasladado a la luz, ya que el mundo de las tinieblas es un reino fundado sobre el poder de Satanás que tiene a la gente encadenada? No es fácil zafarse de este reino. ¿Cómo puede alguien librarse de estas cadenas para trasladarse al reino de la luz?
El que es ciudadano de algún país sabe que está bajo la potestad o autoridad de ese país. Un muchacho argentino de 20 años no pudo decir en su momento, “Decido no ser más argentino. Así que, no me llamen a cumplir con el servicio militar”. Está bajo autoridad, bajo la potestad de la nación.
Cierta vez se le preguntó a un muchacho: “¿Cuándo vas a dejar de ser argentino?”
-Nunca- dijo.
-Sin embargo, algún día vas a dejar de ser argentino.
-Ah, sí, el día que me muera.
¡Exactamente! La única manera de poder liberarse de una ciudadanía, de la potestad que un reino, o un país, tiene sobre uno, es justamente a través de la muerte.
Estoy usando esta figura para que podamos ver la verdad esencial de la Biblia: el único camino para ser liberado del reino de las tinieblas es la muerte. No hay otra manera de zafarse de ese reino. No hay otra manera de recibir liberación. Esto no es cuestión de una mudanza geográfica de un lugar a otro porque este reino esta dentro de uno mismo, y las tinieblas invaden por dentro. Uno es orgulloso, egoísta, avaro, tiene envidia de los demás, es rencoroso; lo es en su esencia.
Por más que decida no serlo, por más que decida cambiar, por más que decida ser fiel a Cristo, hay en sus miembros una ley que se rebela contra Dios. El hombre es rebelde por naturaleza. Por naturaleza quiere hacer lo que él desea. ¿Cómo puede, entonces, librarse de lo que es? Hay una sola puerta: la muerte.
Por otro lado, ¿cómo entrar al reino de Dios? Esto es lo que Cristo respondió a Nicodemo: De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo no puede ver (ni tampoco entrar en) el reino de Dios. El que no nace, no puede entrar. ¿Cómo hemos venido a ser ciudadanos del país que somos? Porque hemos nacido en ese país. La única manera de entrar al reino de Dios es nacer de nuevo, según Cristo lo dijo. Esa es la puerta de entrada. Quiere decir que para salir del reino de las tinieblas debe uno morir, y para entrar al reino de Dios, tiene que nacer.
Nicodemo preguntó: ¿Cómo puede hacerse esto? ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Cómo? ¿Cómo puede uno morir? ¿Cómo puede uno nacer?
La Biblia tiene la respuesta. Veamos primero la figura bíblica y luego documentémosla con la enseñanza de las Escrituras. Hay una única manera de morir a las tinieblas. Y es por medio de la muerte de Cristo. Pablo dice que nuestro “viejo hombre fue crucificado juntamente con El, para que el cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Rom. 6:6), y señala (v. 4) que la manera en que uno puede experimentar en sí mismo esa muerte es mediante el bautismo. “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el BAUTISMO”. El bautismo es el acto concreto que Dios ha establecido a través del cual el hombre que vive en el reino de las tinieblas muere y resucita (o nace de nuevo), y entra al reino de Dios, reconociendo a Cristo como Rey y Señor de su vida.
Es evidente que pocos hemos presentado el evangelio así. Hemos predicado una verdad a medias, porque no habíamos entendido el evangelio del reino de Dios. Le habíamos quitado al bautismo su verdadero valor. Hemos empañado la verdad de Dios que señalan las Escrituras con nuestros propios conceptos, y la hemos neutralizado con textos que aparentemente la contradicen.
Aunque resulta obvio, es necesario aclarar que el bautismo en sí no tiene ningún poder para salvar. El agua y la ceremonia bautismal, no tienen ninguna virtud, ninguna eficacia en sí mismas. Uno puede ser bautizado y continuar viviendo en el reino de las tinieblas. ¿Qué es lo que le da valor al bautismo? ¿Puede acaso el agua matar una vieja vida? Sería ridículo afirmarlo. Lo que da valor al bautismo es la realidad de la redención.
Cristo vino al mundo para salvarnos, se identificó con nosotros, fue hecho pecado por nuestros pecados. Tomó nuestra carne sobre sí, y murió en la cruz. El murió por nosotros, y si uno murió por todos, luego todos murieron (2ª Cor. 5:14). ¡Todos murieron! ¡Por El! Es la redención que Cristo efectuó en la cruz lo que hace posible nuestra redención y salvación. Cristo no solamente murió. Murió, fue sepultado, y al tercer día resucitó triunfante de entre los muertos. Esta es la redención que Cristo obró: muerte, sepultura, y resurrección. Eso es lo que nos salva: la redención que Cristo efectuó en la cruz. Su muerte hizo posible nuestra muerte; su resurrección, nuestra resurrección.
Pero El murió hace dos mil años. ¿Puedo yo hacer mía su obra en la cruz hoy? ¿Cómo puedo apropiarme de todo lo que El realizó a mi favor? Dios estableció el bautismo, porque sobre el bautismo está la realidad de la redención. Cuando el hombre cree y se bautiza en el nombre del Señor allí muere con Cristo, y resucita con Cristo para una nueva vida.
Yo sé que esta no es una presentación típicamente evangélica, y que ciertas cosas que vamos a seguir exponiendo, a algunos les va a resultar demasiado duras. Ruego un poco de paciencia, y también de sinceridad. Luego de considerar estas cosas, realiza un estudio de la palabra de Dios con el corazón abierto, a ver si realmente no son así.

sábado, 2 de agosto de 2008

EL QUE NO AMA A SU HERMANO

Para un hijo de Dios, amar a su hermano no es una exhortación o un consejo de Dios; es un mandamiento. Hay varios textos de la 1ra. Epístola de Juan, que vienen muy mal al caso por su incuestionabilidad. Si te pregunto: -¿En que reino estás, en el de las tinieblas, o en el de la luz? ¡En el reino de la luz, por supuesto!, me responderás.
Sin embargo, debo pasar esta declaración por el examen de la palabra de Dios (1º Jn 2:9):
El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas.
¿Hay algún hermano a quien tú aborreces? ¿Hay alguien en tu congregación, o fuera de ella, a quien no amas?
-OH no, hermano –me dirás-. Yo no aborrezco a nadie. Yo no odio a nadie.
¡Un momento! Aborrecer no es odiar, aborrecer es un término más suave. Es tener en menos, no apreciar, poner en segundo plano a alguien. ¿Hay alguno a quien menosprecias? ¿Hay alguien de quien dices, “A ése, la verdad es que no lo paso”? Pues, eso es aborrecer. Si “no lo puedo pasar”, lo aborreces. Y si tú aborreces a un hermano. Dice Dios que todavía estás viviendo en las tinieblas.
Sigue el texto:
El que ama a su hermano, permanece en luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos (1º Jn 2:10,11).
Si tú no amas, estás en tinieblas y tropiezas con tus hermanos. El que ama… en él no hay tropiezo reza el texto. De modo que aunque el otro venga como un toro enfurecido, tú puedes evitar el encontronazo. Dos no tropiezan si uno no quiere.
En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios (1ºJn 3:10). Y si no es de Dios, ¿de quién es?
Muchos dicen: -Hermano, yo no aborrezco a nadie.
-¿Y a Fulano de tal?
-No, no. Con él no tengo nada. Yo no tengo nada con nadie.
¡Justamente ese es el problema! ¡No tener nada! ¡Tendrías que tener amor! Aquí ya no se nos dice, el que no aborrece, sino, el que no ama. Si no tienes nada, no tienes amor. Y San Juan señala claramente que el que no ama no es de Dios.
Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte (1º Jn 3:14).
¿Has pasado de muerte a vida?
¿Cómo lo sabes?
-Y, porque un día hace cinco años, en una reunión pasé adelante llorando y entregué mi vida a Cristo. Seis meses después me bauticé en agua, y ahora soy miembro en plena comunión de la iglesia…
No, lo que cuenta no es lo que te pasó un día, sino lo que ahora tienes. En esto sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. ¿Cómo puedo saber que permanezco en la vida? No por lo que sucedió hace algunos años, sino por lo que está pasando ahora en mi corazón.
Nuestro testimonio debería ser: “Yo sé que pertenezco al reino de Dios porque amo a mis hermanos”.
El apóstol Juan escribe: El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Sin embargo, alguien podría decir: -Mire usted, yo sé que tengo que amar a mis hermanos, pero hay uno a quien no puedo amar. ¿Sabe porqué? ¡Porque ese ni debe ser mi hermano!
¿Cómo puedes afirmar que no es tu hermano?
¿Cómo te atreves a constituirte en juez? Y si no es tu hermano, entonces, ¿qué es? ¡Tu prójimo! Pues, Cristo dijo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De manera que, ¡ámale como a ti mismo, como el Señor ordenó!
-No, no, no. Me parece que ese no es ¡ni mi prójimo!
Y, ¿qué es, entonces? ¿Tu enemigo? Bueno. Cristo dijo: Amarás a tus enemigos. De moso que no tienes escapatoria. Si es tu hermano, tienes que amarle. Si es tu prójimo, tienes que amarle. Y si es tu enemigo, también tienes que amarle.
Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida (me asusta leer este texto)… y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él 1º Jn 3:15). Yo me pregunto qué hemos hecho hasta el día de hoy con todos estos textos. Dios está abriendo hoy las páginas de su libro ante los ojos de su pueblo. Y si yo no amo a mi hermano Dios dice que soy asesino, y como asesino, no puedo tener vida permanente en mí.
El amor hacia los hermanos no es un mero afecto emocional, un amor teórico o un amor “espiritual”. No, de ninguna manera. Es un amor práctico, real, tangible. No basta con abrazar al hermano. Cristo quiere echar fundamentos concretos y firmes para su reino.
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos (1º Jn 3:16).
Esa clase de amor que tuvo Cristo, que le llevó a dar su vida, es el que podemos tener. Debo amar hasta poder ofrecer mi vida por mis hermanos. Es fácil decir: Hermano querido, te amo con todo mi corazón”. Pero un día este hermano querido golpea a la puerta de su casa. Viene temeroso. No sabe cómo empezar la conversación. De pronto te dice: -Hermano, esta quincena el patrón no me pagó. Por favor, ¿podría prestarme algo de dinero para que mi familia pueda comer?
-Mire, hermano en cuestiones de dinero yo tengo una norma: No presto plata a nadie, ni pido nada prestado. Así pues, ¡Que Dios le bendiga!
¿De donde salió esa norma? Veamos lo que Dios dice en su palabra:
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1º Jn 3:17,18). Esta es la clase de amor que Cristo nos manda.