lunes, 29 de septiembre de 2008

LUZ INTERIOR



Yo soy la luz del mundo (dijo Jesús). (Juan 8:12)
Dios es luz. (1ª Juan 1:5)
Vosotros sois hijos de luz. (1ª Tesalonicenses 5:5)
Sois luz en el Señor. (Efesios 5:8)

Toyohito Kagawa, un cristiano japonés, en su abnegado servicio para menesterosos había contraído una enfermedad de los ojos que le expuso a una total ceguera y le obligó a permanecer inactivo y acostado durante meses con los ojos vendados.
En esas condiciones pudo dar un testimonio: “Mi Dios es mi luz. En tanto que las cosas que me rodean están sumergidas en oscuridad, en mi ser interior resplandece la luz de mi Dios”.
En circunstancias en que muchos otros se hubiesen hundido en la depresión, la amargura o la rebeldía. Toyohito poseía un recurso interior: la luz divina que lo ponía en una viva relación con dios: luz que introducía a Dios en esas circunstancias y le permitía verlas y vivirlas de una manera muy diferente.
El testimonio prosigue así: “Mi salud se fue. Mi vista está comprometida. Pero, mientras estoy solo en la oscuridad, Dios me da su luz. Agudos dolores me traspasan como llamas y, sin embargo, aun en ese horno ardiente la misericordia de dios, por lo cual no cambiaría lo más maravillosos tesoros, no deja de colmarme”.
Qué extraordinario poder puede comunicar la vida divina a un hombre a quien las circunstancias habrían debido abatir y que, sin embargo, las atraviesan como vencedor “por medio de aquel que nos amó (Romanos 8:37)

domingo, 28 de septiembre de 2008

YO SOY LA LUZ (2)

En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad) comprobando lo que es agradable al Señor. (Efesios 5:8-10)

Jesús, al afirmar que él es la luz del mundo, revela la extensión de su misión. El ilumina todo el universo moral. De él emanan la verdad, la justicia y la bondad. Es el centro de todos los que se vuelven hacia Dios. Satanás encarna el tenebroso mundo de la mentira; es el jefe de todos los seres que están en rebeldía contra Dios.
Entre Jesús y Satanás hay una lucha sin tregua. Felizmente conocemos su resultado final. Lo mismo que la luz de la mañana hace huir las sombras de la noche, pronto la verdad saldrá victoriosa en su lucha contra la mentira.
En cuanto a nosotros, si bien por naturaleza somos “hijos de ira”, por la gracia de Dios podemos ser hechos “hijos de luz” (1ª Tesalonicenses 5:5). Para ello debemos recibir a Jesús en nuestra vida. Él da un sentido y una meta a nuestra existencia. Sin él se da vueltas en la oscuridad de problemas insolubles y de nunca vencidas tendencias a pecar. No se sabe adónde se va. Así para vivir bien la vida como para terminarla bien, es necesario que nuestros espíritus sean iluminados. Jesús da esa claridad.
El Señor también desea que transmitamos esa luz a otros. Nos dice: “Alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).

sábado, 27 de septiembre de 2008

YO SOY LA LUZ (1)

Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. (Juan 8:12)
El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz (Isaías 9:2)

En su conjunto la Naturaleza está influida por la luz. Así los vegetales se dirigen hacia ella y casi todos los animales tienen su ritmo de vida regulado por la alteración de los días y las noches. En cuanto al hombre, él la necesita profundamente, tanto para la salud de su cuerpo como para su equilibrio psíquico. Por lo general, la sola aparición del sol trae alegría a la tierra: los pájaros cantan con las primeras claridades del alba, las flores se abren con la luz del día y los hombres vuelven a tener ánimo. Tanto en el mundo moral como en el universo material, la luz procede de Dios, “del Padre de las luces” (Santiago 1:17). Él es la fuente de todo lo que es verdadero y bueno. Para sacar a los hombres de su noche moral, envió a su amado Hijo, la verdadera “luz del mundo” que trae la vida al alma.
Al empezar la creación, Dios dijo: “Sea la luz” y fue la luz (Génesis 1:3). Así el orden apareció en el mundo y la vida pudo ser dada. Del mismo modo es necesario que la luz de la Palabra de Dios alcance nuestro corazón y nuestra conciencia para que empecemos a vivir espiritualmente. Entonces, las cosas se colocan en su lugar y vemos claro acerca de nuestra verdadera condición; descubrimos el amor de Dios y somos capaces de responderle. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

miércoles, 24 de septiembre de 2008

DISPUESTOS A PARTIR

Aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. (Hebreos 10:37)
¡He aquí, vengo pronto! (Apocalipsis 22:7)

El retorno del Señor Jesucristo está cerca. Esta bienaventurada esperanza ¿llena nuestros corazones de gozo o nos deja insensibles?
De manera precisa, el andar terrenal del creyente da la respuesta a esa pregunta. Al escribir a los filipenses, el apóstol Pablo les recomienda: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (4:5) y Santiago escribe: “La venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta” (5:8-9).
La mansedumbre, la paciencia, el olvido de sí mismo, la sobriedad en el uso de los bienes terrenales… para el creyente esto es la conducta que el Señor aprobará cuando venga.
Nuestra manera de vivir ¿está en armonía con el ferviente deseo expresado en esta oración: “ven, Señor Jesús”? La vanidad, el egoísmo, el afán de lucro, la búsqueda de los honores no pueden conciliarse con tal deseo, como tampoco un corazón altanero, liviano o indiferente.
Nuestra conducta debería permitirnos considerar sin inquietud alguna nuestro traslado a la presencia del Señor de un momento a otro. Él no viene para poner orden en nuestros corazones sino para regocijarlos al tomarnos junto a él. Los que nos conocen, ¿ven en nosotros gente dispuesta a partir?

domingo, 21 de septiembre de 2008

PAN Y BRÚJULA

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.
Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.
(Salmo 119:103 y 105)

La Palabra de Dios es indispensable para el creyente, quien no puede vivir sin ella, al igual que un ser viviente sin alimento. La vida espiritual es mantenida por la Palabra de Dios. Alimentarse así no es recurrir a la Biblia para amoblar la inteligencia y la memoria con doctrinas o conocimientos, sino para buscar el ella luz, directiva y fuerza, en una palabra, para hallar en ella todo lo que el alma necesita: la persona misma del Señor Jesucristo.
La Biblia, ¿es para nosotros como el pan de alguien que tiene hambre o como la brújula del navegante? Cuanto más sea así, más la apreciaremos. ¿Quién conoce mejor el valor del pan: un químico o un hombre hambriento? El químico podrá indicar la composición del pan, mientras que el hombre que tenga hambre valorará todo su sabor. ¿Quién más que un marino que navega a lo largo de una costa desconocida y peligrosa apreciaría la brújula?
Guardemos ese sentimiento acerca del valor y la autoridad de la Palabra de Dios. No nos contentemos con una lectura superficial; allí se trata de Dios, quien nos habla, y de un privilegiado momento que pasamos con él, como de una clase de audiencia que tiene a bien otorgarnos. Tengamos presente que la Biblia basta para satisfacer todas nuestras necesidades espirituales y corresponder a todas nuestras circunstancias. Considerémosla como lo que es: un alimento espiritual valedero para todos, en todas las épocas y en todas las situaciones.

jueves, 18 de septiembre de 2008

NO NOS APRESUREMOS

¿Cómo actuaremos ahora? ¿Predicaremos y llenaremos el bautisterio invitando a bautizarse a todos los que quieren? No nos apresuremos. No es cuestión de bautizar pronto. Pero sí, cuando las personas vienen por primera vez, debemos explicarles esto claramente: “Si quieres ser discípulo de Cristo, si quieres integrarte a la comunidad de los hijos de Dios, tienes que arrepentirte y negarte a ti mismo. Tienes que poner en segundo término a tu padre, madre, mujer e hijos, esposo, hermanos; y aun tu propia vida. Cristo tiene que ser primero. Debes tomar tu cruz y seguir a Cristo. Tienes que renunciar a todo lo que posees.”
No bauticemos a nadie si no estamos seguros de que ha comprendido que no está ante una doctrina, sino ante una persona viviente: Jesucristo. No bauticemos si no vemos que hay disposición a reconocer a Cristo como el Señor de la vida. Dios nos va a ayudar, y a guiar paso a paso en este terreno. Tampoco es cuestión de darles toda la serie de mensajes sobre el señorío de Cristo para que se bauticen, ni es necesario que entiendan todo. Lo fundamental es que el individuo se enfrente con una persona viviente que se llama Jesucristo. Aunque no entienda nada de doctrina, que comprenda esto: que Jesucristo es el Señor. Debe captar la esencia de lo que esto significa. Hasta ahora ha vivido como le parecía; desde ahora, debe estar dispuesto a entregarse a El, y a hacer lo que El ordene.
Hagamos que esta verdad sea viva y penetrante. El pecador tiene que conocer a este Cristo resucitado y glorificado como Señor. Cuando se da en él esta disposición, este entendimiento, esta rendición, entonces le bautizamos, le sepultamos a muerte, y es resucitado a nueva vida. Cuando el pecador se identifica con Cristo, muriendo y resucitando con El, pasa a pertenecer al reino de Dios.
Algo más: Los evangélicos hemos puesto demasiado énfasis en la experiencia inicial y muy poco en la continuidad de la misma. Hemos hecho hincapié en que la conversión es un acto definido de un momento, una crisis. Y es cierto. Pero hemos dejado de enfatizar otro aspecto de la verdad. Es cierto que un día me bauticé, que morí a la vieja vida. ¿Pero ahora, qué? ¿Eso es todo? No, tiene que prolongarse en una experiencia continua. Debemos permanecer en la gracia del bautismo.
Cristo dijo: Haced discípulos… bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado. Si bautizamos al pecador y pensamos, “Ya está; murió y resucitó, ahora tiene vida”, y le dejamos allí, es muy probable que su vida quede trunca. Porque estas verdades funcionan dentro del contexto adecuado, donde se brindan las enseñanzas del Nuevo Testamento y se convive en amor. Dentro de nuestro contexto, tal cual es, no operan. Por eso, inmediatamente después que se bautiza alguien, es imprescindible que comience a ser adoctrinado y enseñado en forma continua. Para esto, es necesario que cada bautizado tenga un padre espiritual o una guía que esté en constante comunicación con él, que se preocupe, que realice la función de una nodriza. ¿Acaso no nació una nueva criatura? Pero los recién nacidos necesitan una atención especial. Esto es muy importante. El corazón del que se ha bautizado es tierno, está abierto a Dios, recibe lo que se le enseña, tiene hambre. ¡A los niños recién nacidos se les da leche cada tres horas! Hace falta, pues, un cuidado intensivo para los que recién nacen espiritualmente, integrándose a la familia de Dios.

domingo, 14 de septiembre de 2008

¿MEROS SIMBOLOS?

Por mucho tiempo hemos hecho del bautismo y de la Cena del Señor, sólo símbolos. Hemos dicho: “Esto es pan; comemos el pan en memoria del cuerpo de Cristo”. Sin embargo, Cristo dijo: Esto es mi cuerpo. El pan no es Cristo, pero en ese momento, por la fe, no sólo comemos pan, sino Cristo. No sólo bebemos vino, sino bebemos de Cristo, bebemos su sangre. También sucede esto con el bautismo, que ahora ha vuelto a recuperar su significado. Dijo cierto ministro: yo bauticé a muchos según el evangelio de las ofertas. Era sólo una ceremonia. Había bendición, por supuesto. También gozo, porque se añadían nuevos a la iglesia, pero no era un bautismo como el que realizaba la iglesia primitiva,
En cambio, ¡es tan distinto bautizar ahora! Comenta. Ya no es cuestión de decir una formula. Pongo mis manos sobre el que se va a bautizar y pido la gracia y la unción del cielo. “Señor, ahora este hombre que está aquí y cree en ti va a ser bautizado para muerte. En este momento, la vieja vida que tiene va a morir”. Y digo al que está por ser bautizado: “Ahora tú vas a ser sepultado junto con Cristo. Tu vieja vida va a morir con El. ¡Pero te vas a levantar por el poder de Dios, por la resurrección de Cristo! Te vas a levantar junto con Cristo, para que como Cristo resucitó de entre los muertos, tú también resucites”. Y aquel que está siendo bautizado, abre su ser a la operación del Espíritu de Dios.
La fe tiene algo concreto, algo material de qué asirse. Porque no sólo somos espíritu, sino también cuerpo. ¡Cómo ayuda a la fe tener algo concreto como esto! Ahora bautizar es enterrar viejas vidas, para que mueran por el poder de Cristo; asimismo es levantar, con la unción de Dios, a una nueva vida. Esto es nacer del agua y del Espíritu.
Alguien dirá: “¿Cómo? ¿El agua no es la Palabra de Dios, según la hermenéutica tradicional?” ¿Qué sabía Nicodemo de hermenéutica como para identificar el agua con la Palabra? Nosotros lo relacionamos porque somos demasiado “eruditos”. Nicodemo interpretó tal como le fue dicho. Cuando la vieja vida muere y es sepultada, ¿qué ocurre? ¿De dónde vuelve a nacer? ¡Del agua, por el poder del Señor! Allí comienza la nueva vida. La Biblia ha establecido el bautismo como un acto funcional, real, significativo, práctico, a través del cual la gente pasa de una manera concreta. De las tinieblas al reino de Dios. Démosle, pues, la importancia que le corresponde.

domingo, 7 de septiembre de 2008

EL BAUTISMO DE JESUS

Si hablamos de bautismos no podemos dejar pasar por alto “EL” bautismo del más grande de todos los tiempos como ejemplo de obediencia al PADRE, porque todas las cosas que nos manda Dios nuestro Señor son mostradas con un ejemplo claro y trasparente de El mismo en su Hijo. El siempre va delante de todos.
Dice la Biblia Evangelio Según San Mateo capitulo 3:13-17: Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.
Imaginémonos un poquilito en la responsabilidad y privilegio que tuvo Juan al tener que BAUTIZAR al Señor de Señores y Rey de Reyes..., algunos podrían entender y no estarían muy errados de que fue como el pastor de Jesús..., vale? esto fue un suceso trascendental en toda la historia pero que encierra una lección de grandeza y humildad en el servicio a Dios que va más allá de los entendimientos humanos y lo que es más de las atribuciones que designa EL gran Dios a un hombrecito nacido de mujer o sea natural.
EL BAUTISMO – CONCRECION DE LA CONVERSION
Para salir del reino de las tinieblas hay que morir, y para entrar en el reino de Dios hay que nacer. Y la manera que Dios ha establecido para que esto pueda realizarse es justamente a través del bautismo realizado con verdadero arrepentimiento y fe en Jesucristo.
Todos los casos bíblicos señalan esta misma verdad.
Hemos quitado al bautismo su lugar, que debe estar junto a la conversión porque es la concreción, la materialización de ella. No sólo esto. También le hemos restado al bautismo su valor, su importancia. Hemos enseñado y predicado: “El bautismo no borra los pecados; el bautismo no salva; el bautismo no es necesario para la conversión, para la salvación, para tener vida eterna”. Y hemos traído como ejemplo al ladrón en la cruz: “¿Qué le dijo Cristo al ladrón en la cruz? Hoy estarás conmigo en el paraíso”. “El ladrón no fue bautizado, ¡y sin embargo fue salvo!” De este modo, hemos hecho de la excepción una doctrina. Hemos fundamentado nuestra enseñanza sobre algo completamente excepcional, diferente al resto de los casos. Si alguien está clavado en una cruz, a punto de morir, también le podemos decir: “Cree, y aunque no te bautices, te vas a salvar”. Pero en esas circunstancias, no en otras. Le hemos restado al bautismo tanto, que muchos concluyen: “Entonces, ¿para qué me voy a bautizar?”
Dentro del contexto evangélico tradicional, ¿Cuál es la necesidad del bautismo? Hemos dicho que es un testimonio público de fe, un testimonio de que realmente uno pertenece a Cristo. Sin embargo, y aunque sorprenda a algunos, debemos decir que no hay en toda la Biblia un texto que diga que el bautismo sea un testimonio público de fe en Cristo. Por un lado, no es la presencia del público lo que da validez al bautismo. Según la Biblia enseña, este no es un acto para testimonio, ni necesariamente tiene que ser público. ¿Qué público había cuando Felipe bautizó al etíope? El bautismo es independiente del público.
Hasta ahora hemos predicado que cuando uno acepta a Cristo, debe luego ser bautizado delante de todos. “todos tienen que presenciar ese acto”, decimos. Por supuesto, el bautismo puede ser público. Como en el caso de los tres mil, como en el caso de los de Samaria, como en tantos otros casos. Pero la presencia de público no es un factor esencial.
¿Qué es el bautismo, según la enseñanza bíblica? Significa, de acuerdo a lo que Pablo dice en Romanos 6, que somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. La Biblia no enseña que el bautismo no salva, no perdona, o no limpia los pecados, como creíamos antes. La Biblia señala que éste es el acto de entrega total a Jesucristo por el cual al descender a las aguas, soy sepultado con El para muerte, y levantado a una nueva vida por el poder de su resurrección. Todo esto a través de la fe. No me bautizo en agua meramente; me bautizo (sumerjo) en Cristo. Muero en su muerte, y nazco por su resurrección.
Nosotros hemos dicho que el bautismo no salva. Pedro dice en su primera epístola (1ª Ped. 3:21): El bautismo que corresponde a esto –se refería al Diluvio –nos salva- luego, entre paréntesis, añade- (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo. Sacando por un momento la frase que está entre paréntesis, queda así: El Bautismo… nos salva… por la resurrección de Jesucristo. No es el agua lo que salva, ni el descender al bautisterio, sino la redención obrada por la resurrección de Jesucristo.
Pero, para que la resurrección opere, es necesario el bautismo; no porque limpie de las inmundicias de la carne (éstas no las quita el bautismo, ni la oración, ni el arrepentimiento, sino la muerte y la resurrección de Cristo, la redención que El efectuó en la cruz), sino porque es la aspiración de una buena conciencia delante de Dios. Mi conciencia da testimonio: Cristo murió por mí, y yo muero con El. Esta vieja vida queda sepultada, y me levanto con el poder de la resurrección: de Cristo a una nueva vida.
Por supuesto, el bautismo no tiene ningún valor si se realiza simplemente como una ceremonia o por mero formalismo. Tampoco vamos a establecer como dogma lo que la Biblia dice en cuanto al bautismo. Existe un peligro real de poner un énfasis exagerado en é. Las enseñanzas bíblicas no son un cuerpo de doctrinas estáticas, ni conforman una rígida teología. No llegaríamos lejos con eso. Las verdades de la Biblia son funcionales, dinámicas, vivientes.
Hasta ahora hemos llamado a los pecadores a entregarse a Cristo con el evangelio de las ofertas, a levantar la mano, a pasar al cuarto de atrás, a ponerse de pie, etc. Ahora al presentar el evangelio del reino, no caigamos en dogmatismos o en exageraciones innecesarias, pero hagamos que estas verdades sean funcionales, vivientes, como lo hacía la iglesia primitiva. Sin fórmulas rígidas, pre-establecidas e inmóviles, sino haciendo que opere la esencia de esta verdad. ¿Qué cosa hay más preciosa que guiar a un pecador a pasar de un reino al otro a través de un acto tan correcto, tan contundente y sencillo, establecido por el Señor, como el bautismo?
Un hermano me contó como se realizan los bautismos en la India. La iglesia se reúne en una de las orillas del río, y todos los que van a ser bautizados, en la otra, mezclados con los observadores y los que vienen a presenciar el acto. El ministro que bautiza se coloca en el lecho del río. A su derecha tiene a la iglesia y a su izquierda a los inconversos. Cuando llama a los que han de ser bautizados, éstos salen de entre el público y descienden al río por la margen izquierda. Luego de ser bautizados pasan a la otra orilla para unirse a la iglesia del Señor. Este es un hermoso simbolismo de la realidad del bautismo: hombres librados del reino de las tinieblas y traslados al reino de su amado Hijo.

EL BAUTISMO DE SAULO

El libro de los Hechos de los Apóstoles relata nueve casos de bautismos. Todos, excepto uno, fueron realizados en el mismo momento en que operó la fe y el arrepentimiento; en el mismo día, en el mismo instante. La única excepción es el bautismo de Saulo. El es quien más tardó. ¡Pasaron tres días! ¡Pero tres días porque nadie vino antes! No hubo quién lo bautizara. Lucas narra este suceso en Hechos, cap.8.
Luego, Pablo mismo relata su conversión en el capítulo 22. Ananías viene y le dice: Hermano Saulo, recibe la vista… El Dios de nuestros padres te ha escogido… Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre (Hechos 22:13-16). Si Pablo hubiese sido evangélico, le hubiera dicho: “¡Un momento! Mis pecados ya fueron lavados cuando acepté a Cristo”. Pero no lo era, y Ananías puede decirle, después de tres días de haberse rendido a Cristo: Bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre. Esto es lo mismo que Pedro dijo a los tres mil: Arrepentíos y bautícese cada uno para perdón de los pecados, ¿Será posible que la Biblia relacione tan íntimamente el perdón de los pecados con el bautismo?

CORNELIO Y LOS DE SU CASA

Pedro va a la casa de Cornelio, en Cesárea. Allí predica y, por lo visto, todos se rinden a Cristo. Sin embargo, ni piensa en bautizarlos. ¡Jamás bautizaría a un gentil! ¡Pero Dios se lo anticipa! Bautiza con el Espíritu Santo a Cornelio y a todos los que están reunidos. Y si son bautizados con el Espíritu Santo, ¿puede acaso alguno impedir el agua para éstos? Y en el acto, en el mismo día, Cornelio y toda su casa son bautizados también en agua (Hechos 10:44-48).

LIDIA Y SU FAMILIA

Pablo va a Filipos. Allí, a la orilla del río, hay unas mujeres que se reúnen para orar. Pablo empieza a orar con ellas. Luego, comienza a hablarles, y dios abre el corazón de una mujer llamada Lidia. Ella, con toda su familia, cree, y en enseguida todos son bautizados (Hech. 13-15).

EL CARCELERO

El caso más evidente ocurre en la cárcel de Filipos. Allí están presos Pablo y Silas. Reciben azotes. Tienen las espaldas ensangrentadas, los cuerpos heridos. Son echados en el calabozo “de más adentro”, y sus pies apretados en el cepo. Entre tanto, ¿qué hacen? ¡Cantan, alaban a Dios, glorifican su nombre! Y a medianoche, mientras cantan, un terremoto sacude todo. Los presos se sueltan. El carcelero saca la espada e intenta matarse. Pablo le dice, “Un momento, no te hagas daño. Estamos todos aquí. Nadie escapó.”
El carcelero queda impresionado. Ha escuchado a estos hombres cantar toda la noche, y ahora ve su actitud. Entonces, cayendo ante ellos, pregunta, ¿Qué debo hacer para ser salvo?
¿Qué le responde Pablo? –Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa- ¡Amén! ¡Ya está! Para ser salvo, hay que creer. Pero no concluye aquí el pasaje, y a través de lo que sucede nos muestra lo que significa realmente creer. Allí hay un hombre que abre su corazón, cree el mensaje, y a esa hora –a la medianoche- se bautiza. Un terremoto ha sacudido toda la cárcel, sembrando confusión y pánico. Sin embargo, la Biblia nos dice que el carcelero en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en enseguida se bautizó él con todos los suyos.
“Pero, Pablo, ¿qué apuro hay? ¿Para qué bautizarlos a las doce de la noche? El hombre ha creído, ¿por qué no esperar hasta la mañana cuando salga el sol? Ahora está todo revuelto, todo oscuro. El terremoto ha sacudido la cárcel y los presos están sueltos”.
Pablo sabe muy bien que para entrar al reino de Dios, para ser salvo, hay que creer en el Señor Jesucristo, y ser bautizado. Y este hombre, con toda su familia, cree y es bautizado en el mismo momento (Hech. 16:25-34).
Nosotros nunca hubiéramos actuado así. Si alguien viniera dispuesto a entregarse al Señor y a ser discípulo de Cristo, ¿le predicaríamos, y llevaríamos las cosas adelante con la insistencia con que lo hizo Pablo?

miércoles, 3 de septiembre de 2008

EL BAUTISMO DE LOS SAMARITANOS

Felipe va a Samaria. Allí predica el evangelio del reino de Dios. Dice Lucas en Hech. 8:12, “Cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.” ¿Cuándo se bautizaban? Cuando creían. Felipe no fue a predicar el evangelio de las ofertas; era el evangelio del reino. Por eso, cuando creyeron… se bautizaban hombres y mujeres. Si uno cree, ¿por qué no se va a bautizar? Si uno reconoce a Cristo como Señor, ¿qué es lo que impide el bautismo?
Felipe va al desierto y le testifica al etíope. Empieza por Isaías. ¿Dónde termina? Las Escrituras no nos dicen cual fue el último punto del mensaje, pero por lo que sucede luego, deducimos que fue el bautismo. De modo que el etíope se convierte en candidato para el bautismo. Sin embargo, surge un inconveniente de orden práctico: estaban en el desierto y allí no había agua. Siguen andando en el carro y de pronto el etíope exclama: “Felipe, mira; aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?”
Felipe no le dice, “Primero debes hacer frutos dignos de arrepentimiento por seis meses, y luego te bautizamos (Felipe no era evangélico). Sino más bien, “Si crees de todo corazón, bien puedes.”
-¡Creo! –dice el etíope, y manda para el carro. Descienden ambos al agua y Felipe le bautiza (Hech. 8:36-38)

lunes, 1 de septiembre de 2008

EL BAUTISMO APOSTOLICO

EL BAUTISMO DE LOS TRES MIL

No solamente Cristo señaló esta verdad, sino que la misma fue la práctica de la iglesia primitiva. Consideremos el primer bautismo cristiano en Pentecostés. Pedro predica, y presenta una persona a la multitud: Jesucristo. Concluye proclamando que Dios, habiendo resucitado a Jesús, le ha hecho Señor y Cristo. Cuando escuchan esto, miles de personas compungidas de corazón dicen: “¿Qué haremos?”
¿Qué les hubiéramos respondido nosotros? Probablemente: “Lo único que tienen que hacer es aceptar a Cristo como su Salvador personal, y serán salvos. No hay ningún compromiso”. Pero no Pedro. El les manda: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados. (¿Cómo? Nosotros hubiésemos dicho: Arrepentíos, para perdón de pecados; y bautícese cada uno como testimonio de que ya fueron perdonados”). Y los 3.000 son bautizados aquel mismo día. La verdad señalada por la Biblia es que el bautismo va unido a la conversión, que es la concreción de la conversión; de una conversión, no al estilo de antes aceptando a Cristo como Salvador, sino reconociéndole como Señor de la vida.