jueves, 2 de octubre de 2008

EL PRIMER DOMINGO

No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 1:17-18)

Se ha corrido el velo sobre la escena de la crucifixión. Manos piadosas han puesto el cuerpo de Jesús en un sepulcro nuevo: una pequeña gruta en la peña. Se hace rodar una pesada piedra para cerrar la entrada del sepulcro. El día del reposo transcurre sobre esta triste escena.
En la madrugada del domingo, algunas mujeres van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús con especias aromáticas. El sol sale cuando llegan allí. Pero, ¿qué pasó? El sepulcro está abierto y el cuerpo no está allí en él… Maravillosa sorpresa: ¡Jesús ha resucitado! Los testimonios se van a suceder a todo lo largo del día. Primeramente los ángeles anuncian la nueva a las mujeres. Luego Jesús mismo aparece a María Magdalena. También se manifiesta a dos discípulos en el camino a Emaus; después a Pedro en un encuentro que permaneció secreto. Finalmente se presenta en medio de los suyos que están reunidos en un lugar seguro y les dice: “Paz a vosotros”. Entonces les muestra las manos y el costado que llevan las marcas de las heridas de la cruz (Juan 20:20)
Escépticos y vacilantes, los discípulos no se dejan convencer fácilmente. Sin embargo, es él; el Maestro, a quien han llorado, verdaderamente está presente. Él les había anunciado su resurrección, pero el corazón de ellos había quedado insensible.
Jesús ha resucitado; ¿lo creemos verdaderamente? ¿Transforma esto nuestra vida?

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