domingo, 27 de enero de 2019

RECONCILIENSE CON DIOS

(2 Corintios 5:20) Una definición de "reconciliar" El concepto en la sociedad humana "Volver a la concordia a los que estaban desunidos" es la definición del verbo en su uso corriente (J. Casares). Las Escrituras nos ofrecen un caso del uso de este verbo con referencia al matrimonio, ya que Pablo escribe que la mujer separada de su marido, en las circunstancias del contexto, debiera quedar sin casar, "o reconcíliese con su marido" (1 Co 7:11). Sin duda se supone que había una causa que produjera la separación, pero la mujer creyente había de buscar la manera de quitarla de en medio con el fin de restablecer la armonía conyugal. Los términos bíblicos El verbo griego que expresa este concepto es "katalasso", con su sustantivo correspondiente, "kata-llage", hallándose una forma compuesta y reforzada del mismo verbo en (Ef 2:11). Las principales referencias a "reconciliación" se hallan en (Ro 5:10) (Ef 2:4-22) (2 Co 5:17-21) (Col 1:21). Lo que más nos interesa es su significado cuando se trata de las relaciones entre Dios y el hombre. Desde luego, el uso del término presupone un estado de enemistad entre ambas partes, escribiendo Pablo en (Ro 5:10): "Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más estando reconciliados, seremos salvos por su vida". A la luz de toda la Biblia, y desarrollando pensamientos ya expuestos en estudios anteriores, lo que crea un estado de "ira" entre Dios y el hombre es el pecado, y espíritu de rebeldía de éste. El Dios de amor desea salvarle, pero su naturaleza, justa por necesidad, no permite que esté "en paz" con pecadores que obran en contra de las eternas normas de justicia, manteniendo su sublevación frente a la autoridad del Dios y Creador. Los embajadores de Cristo han de dirigirse al hombre con el ruego: "Reconciliaos con Dios" (2 Co 5:20), pero este ruego presupone una obra anterior de parte de Dios: la propiciación por medio de la Cruz que ya vimos en el estudio anterior. La propiciación y la reconciliación La obra básica de la Cruz Como en el caso de la justificación, se halla una metáfora implícita en el término "reconciliación", que, en este caso, presenta a los hombres caídos como súbditos rebeldes que, en su soberbia, se han alzado en contra de su Rey. Los "embajadores" encargados de comunicar la oferta de reconciliación (2 Co 5:18-20) no han de representar a Dios delante de potencias soberanas, como de igual a igual, sino que su "embajada" se realiza frente a personas que debieran estar en paz con Dios, y sumisos a él, no siéndolo por su propia culpa. El cúmulo de todas las buenas obras de hombres religiosos no bastaría para aplacar la ira de Dios, tal como ya hemos definido, y de nuevo hemos de tomar el concepto básico de la propiciación como punto de partida. La reconciliación es uno de los bienes que fluyen de tan abundante manantial, y se halla implícita en los términos que afloran en los principales pasajes que tratan de este aspecto de la Obra de la Cruz (Ro 5:9-11) (2 Co 5:18-21) (Ef 2:13-18) (Col 1:20-22). El medio para conseguir la reconciliación, según (Ro 5:10), es "la Muerte de su Hijo" (del Hijo de Dios), que corresponde al derramamiento de la sangre que Pablo acaba de mencionar en relación con la justificación (Ro 5:9). Los rebeldes se hallaban bajo sentencia de muerte, pero se presentó el Dios-Hombre, y en las circunstancias y según las condiciones que ya hemos estudiado, él ofrendó su vida de valor infinito por medio de su Muerte expiatoria en la Cruz. Estando satisfecha la justicia de Dios, él puede extender su mano de gracia hacia los hombres, rogándoles, por medio de sus siervos, que depongan su actitud de rebeldía para trabar relaciones de paz para con Dios. Más adelante volveremos a (2 Co 5:17-21) desde el punto de vista de los embajadores y su mensaje, pero hemos de notar aquí que la oferta de paz surge de la misma obra de propiciación que hemos visto en (Ro 5:1,10). Los conceptos del pasaje total arrancan de la gran declaración del versículo 14: "(Hemos) formado este criterio: que Uno murió por todos; luego todos murieron (en él)". Notemos el alcance universal de este hecho de la muerte del "Uno", del Postrer Adán, quien efectuó tan sublime obra de justicia y de obediencia a favor de la raza caída (Ro 5:12-21). Pasemos luego a los versículos 18 y 19 que enfatizan maravillosamente la iniciativa divina en esta obra de reconciliación: "Dios nos reconcilió consigo mismo por Cristo... Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados". La obra de Cristo era obra de Dios, la plena manifestación del propósito eterno de gracia formulado antes de los tiempos de los siglos (2 Ti 1:9-10). Puesto que Cristo "fue contado con los transgresores", llevando la carga de su culpabilidad, no es necesario que las ofensas de los hombres les sean imputadas, siempre que se acerquen al Sacrificio, identificándose con él, de la manera en que los oferentes hebreos colocaban sus manos sobre la cabeza de la víctima expiatoria antes de su inmolación. Como si fuera poco el lenguaje sublime y enfático que hemos señalado, Pablo resume de nuevo la obra expiatoria de la Cruz en el versículo 21, que ya hemos citado en relación con la propiciación y la justificación. El Hijo fue "hecho pecado" con el fin de que hubiera anulación de sentencia para los rebeldes que se acogieran a los términos de la embajada de paz. Otras expresiones que subrayan el valor fundamental de la Obra de la Cruz se hallan en todas las secciones señaladas arriba que tratan de la reconciliación. La proclamación de la reconciliación Los siervos del Señor y el mensaje que proclaman Como veremos, los siervos de Dios han recibido el encargo de proclamar su mensaje, siendo embajadores de Dios para esta finalidad, y toda mención de su misión en el Nuevo Testamento subraya su autoridad, ya que hablan, no en nombre propio, sino en el de Dios. "Predicar el Evangelio" puede traducir "euangelizomai", que enfatiza las "buenas nuevas" que Dios da a conocer por medio de sus siervos, o, alternativamente, "kerusso", que significa "proclamar como un heraldo", siendo la proclamación misma la "kerugma", el mensaje revestido de autoridad divina. No se trata de disquisiciones filosóficas o éticas, que encierran más o menos valor circunstancial según el prestigio de quien piensa y enseña. Los sistemas que resultan de las meditaciones de los filósofos se contradicen en puntos esenciales, y aun los más acreditados se suceden con rapidez calidoscópica, debido a su carácter humano y subjetivo. El estudiante de la filosofía no puede por menos que exclamar: "¿Quién tiene razón? ¿Cuál sistema debiera seguir?". Aun dentro del campo de la teología, las escuelas de ayer, aclamadas entonces como el cénit del pensamiento bíblico, ya han pasado de moda. En cambio, la proclamación apostólica depende exclusivamente de la revelación que Dios ha dado de sí mismo en la Persona de Cristo, y ya hemos visto que esta revelación, única y sublime, se basa sobre evidencias históricas que la razón humana puede y debe recibir, bien que su valor no consiste en la fluctuante "razón" humana, aun cuando admite el hecho de Cristo y de su obra salvífica, sino en la autoridad de Dios mismo, quien manifiesta su gloria "en la faz de Jesucristo". Los hechos de la Cruz y de la Resurrección han de ser proclamados con toda autoridad, y constituyen el meollo de la verdad cristiana. No se trata de anular la razón humana, pero sí de hacer ver al hombre que todo cuanto surge de la Caída se halla en estado ruinoso, sin que pueda prosperar aparte de la intervención de Dios a favor del hombre. Sólo así podrán ser realizadas las maravillosas posibilidades del ser que Dios hizo a su imagen. La proclamación de la reconciliación La autoridad de "la palabra de la Cruz" se destaca en todas partes del Nuevo Testamento, pero adquiere lustre especial en la metáfora de la reconciliación. El mensaje se dirige a seres humanos que debieran ser súbditos gozosos y sumisos del Reino de Dios, por el hecho fundamental de ser criaturas de Dios, y sin embargo, constituyen una raza rebelde por no querer admitir la lógica sujeción a quien les dio el ser, el único que puede nutrir la verdadera vida humana. El mero deseo de paz de parte del hombre no conseguiría nada si no fuera por la propiciación efectuada por Dios mismo, mediante la cual su amor le llevó a proveer el modo de satisfacer las demandas de su propia justicia. La parte de Dios, que es fundamental, se ha realizado ya, de modo que Dios puede encomendar a los Apóstoles, y a sus siervos en general, el "ministerio de la reconciliación", o sea, la oferta de perdón y paz que se extiende a los rebeldes que sólo merecen la condenación y el juicio (2 Co 5:18-19). Este mensaje, de rango de embajada, subraya que la sumisión y la fe de parte del rebelde puede procurarle la paz, puesto que "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados" (2 Co 5:19). Aquellos que se rinden, al escuchar la proclamación de parte del Rey, podrán afirmar con el Apóstol: "(Dios) nos reconcilió consigo mismo por Cristo", y así se vuelve a establecer aquella íntima comunión que existía originariamente entre Dios y el ser humano que había creado. El pronombre "os" no debiera figurar en las traducciones del griego de (2 Co 5:20), no hallándose su equivalencia en el original. Pablo no tenía por qué rogar a los corintios que se reconciliasen con Dios, puesto que, pese a todos sus desvaríos, eran creyentes ya. Lo que hace en este sublime pasaje (parte del argumento general de los capítulos 1 a 6) es explicarles la naturaleza de su misión, que algunos estaban lejos de comprender, valiéndose del conocido resumen, "somos, pues, embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros, os rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!". La proclamación se dirige a todos los hombres. La recepción del mensaje de reconciliación Las dos facetas de la reconciliación No habría resonado mensaje alguno de paz si Dios no hubiera provisto la obra de propiciación. Primero han de ser satisfechas las demandas de la perfecta justicia de Dios, manifestándose después el bendito fruto de esta obra fundamental en la oferta del perdón ofrecida a los hombres. Potencialmente, pues, Dios está reconciliado con el hombre por medio de su propia obra de gracia, de modo que nadie puede decir a Dios: "¡Reconcíliate conmigo!". Al contrario, es Dios quien manda a sus embajadores, y éstos ofrecen el perdón y la paz a los rebeldes por medio del ruego: "¡Reconciliaos con Dios!". Desde luego, la fe no puede faltar jamás en la recepción del Evangelio, pero el enfoque de la "reconciliación" subraya la sumisión del rebelde, quien doblega la rodilla ante el Rey que antes desafiaba. Recordemos que el pecado produce el egoísmo y el orgullo como frutos típicos de su desvarío, y estos rasgos se destacan sobre todo en el desafío y la rebeldía del hombre que quiere vivir sin contar con Dios. Sólo la confesión sincera del pecado traerá aquella "absolución divina" que se halla varias veces en los labios del Salvador: "Ve en paz; tu fe te ha salvado". He aquí un aspecto de la predicación del Evangelio que necesita enfatizarse en días cuando "ya está obrando el misterio de la iniquidad (anomia, la ausencia de toda ley)" (2 Ts 2:7). El hecho de que "Dios es amor" no anula los demás atributos divinos, de modo que el pecador ha de acercarse a Dios reconociéndole como Creador, Rey y Juez, según las condiciones que éste ha establecido, que incluyen el arrepentimiento y la confesión del pecado, juntamente con la sumisión leal y sincera delante de Aquel que le manda "reconciliarse" mientras dure el día de la gracia (Lc 12:57-59). La reconciliación con Dios abarca la de judíos y gentiles El argumento general de (Ef 2:11-22) En los tiempos apostólicos los hombres se dividían religiosamente en dos grandes sectores: los judíos, los representantes del pueblo de Israel, escogido por Dios para su servicio; y los gentiles, que eran los paganos que seguían distintos sistemas de idolatría o de agnosticismo. Había entre ambos sectores tensiones que Pablo llama "enemistad", ya que los judíos pretendían una categoría superior que los gentiles no estaban dispuestos a reconocer. Pablo enseña que la reconciliación, como obra de Dios "mediante la Cruz", por la cual los hombres podían acercarse de nuevo a su Creador, entrañaba también la abolición de la "pared intermedia de separación", que había dividido a judíos y gentiles, pasando los creyentes de ambos sectores a formar parte de la Iglesia, que es una sola familia donde unos y otros tienen igual acceso por un Espíritu al Padre (Ef 2:17-18). La necesidad de la separación anterior Es legítimo preguntar por qué había existido jamás una "pared de separación" entre israelitas y gentiles. Una debida contestación entrañaría el análisis de todo el plan de redención, que se resume brevemente en el Estudio VI. Basta que recordemos aquí que la raza humana, después de la tremenda lección del Diluvio, sucumbía de nuevo con rapidez vertiginosa a las influencias del paganismo. Fue entonces cuando Dios escogió a Abraham, haciendo de él el padre de un pueblo que había de recibir, conservar y transmitir la Palabra de Dios, siendo "siervo de Jehová" para este fin, siendo instrumento también para que el Mesías viniera al mundo. Sólo pudo realizar su cometido en condiciones de separación de los pueblos paganos, y tanto la institución de la circuncisión como la promulgación de la ley servían como barrera necesaria (Is 5:1-7) (Sal 80:8-19). Sin embargo, la promesa original que Dios dio a Abraham tuvo por finalidad la bendición de todas las familias de la tierra (Gn 12:1-3), de modo que los descendientes del patriarca debieran haber enfatizado, no tanto sus privilegios, sino su cometido y sus responsabilidades frente a las naciones. Lejos de esto, los judíos legalistas del primer siglo despreciaban a los gentiles a quienes debieran haber servido, creando la "enemistad" en lugar de proveer medios de comunicación para la extensión de la Palabra que, efectivamente, poseían. La reconciliación en Cristo Por medio de gráficas expresiones (Ef 2:11-12), Pablo pone de relieve las distancias que existían entre los paganos y el pueblo de Dios, pasando luego a su tema de la paz. Cristo "es nuestra paz", y gracias a la obra que realizó "en su carne", "por su sangre" y "mediante la Cruz", acercó tanto a judíos como a gentiles a Dios en su Persona, de modo que los enemigos anteriores llegan necesariamente a ser hermanos de la misma familia espiritual, y aun miembros de su solo cuerpo (Ef 2:14-17). Cristo mismo es el Anunciador de la paz, pues "vino y anunció buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y de paz a los que estaban cerca". Desde luego, los instrumentos directos de la proclamación eran los Apóstoles y sus colegas, pero el Príncipe de Paz se identificaba enteramente con la obra de sus siervos, siendo él mismo "nuestra Paz". El alcance de la reconciliación Las lecciones de (Col 1:20-22) El tema primordial de Colosenses capítulo 1 es el de la preeminencia de Cristo, tanto en la primera como en la segunda creación, surgiendo el tema de la reconciliación como epílogo después de una sublime relación de las glorias del Hijo (Col 1:13-19). Toda la plenitud de la Deidad tuvo complacencia de habitar en él, con el fin último de "reconciliar todas las cosas consigo, haciendo la paz por la sangre de su Cruz; por él, sea lo que está sobre la tierra, sea lo que está en los cielos". Siguen afirmaciones análogas a las que hemos visto en Efesios 2, recalcando Pablo que los colosenses, gentiles en su mayoría, habían sido reconciliados con Dios en el cuerpo de la carne de Cristo, mediante su muerte (Col 1:21). Estas profundas frases del Apóstol señalan la encarnación de Cristo, que preparó el Cuerpo para el Sacrificio, y también la Muerte consumada de la Cruz. La paz y la unidad de todos los creyentes en el seno de la Iglesia se destacan perfectamente en todas las porciones de las Epístolas que hemos notado y no necesitan más comentario. La universalidad de la reconciliación (Col 1:20) La reconciliación de "todas las cosas... así las que están en la tierra, como las que están en los cielos..." ha dado lugar a discusiones, y algunos han querido que estas frases sirvan de base para la enseñanza de doctrinas "universalistas" que conciben un final feliz para toda la raza humana; aun para aquellos que han demostrado su hostilidad a su Dios durante el período de su vida en la tierra. Algunos enseñadores han pensado en una "inmortalidad condicionada", con oportunidades para cambios en las relaciones entre el hombre y su Dios después de la muerte física. Otras herejías imaginan el aniquilamiento de los rebeldes, quedando sólo los creyentes salvos y revestidos de la vida eterna. Todos quisiéramos creer que la reconciliación, en su aspecto salvífico, abarcara a todo ser humano, pero (Col 1:20) ha de interpretarse según las reglas normales de la exégesis, que, tratándose del texto inspirado de la Biblia, ha de tomar en consideración el testimonio general de las Sagradas Escrituras. Este testimonio recalca la acción de "la ley de la siembra y la siega" (Ga 6:7-8), tanto en este mundo como en el venidero y es el mismo Salvador quien enfatiza la condenación eterna de los rebeldes. Aun comprendiendo que estados futuros, regidos por otras leyes, han de describirse por medio de símbolos y figuras, no es posible suprimir de la Biblia las muchas referencias al infierno, la separación de las almas perdidas de Dios, como Fuente de la vida verdadera. Los rebeldes "sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Ts 1:9) (Mr 9:43,48). Hemos de pensar, pues, que la reconciliación universal de cosas en el cielo y en la tierra, según los términos de (Col 1:20), se refiere al hecho de eliminarse toda suerte de obstáculo al cumplimiento de la voluntad de Dios. Los salvos estarán "en Cristo", siendo él su "Paz". Los rebeldes, ya juzgados, se someterán a lo que Dios ha sentenciado, y en cada caso resplandecerá la justicia de Dios (Ro 2:5,16). Esto corresponde al triunfo final del Señor exaltado, pues en el nombre de Jesús se doblará "toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil 2:10-11). Al cumplir su misión de reconciliación, Cristo "entregará el Reino al Dios y Padre cuando haya destruido todo principado y toda potestad y poder. Porque es menester que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies" (1 Co 15:24-27). Los "principados", "potestades" y "poderes" son las jerarquías del mal que Pablo señala en (Ef 6:12). Hemos de rechazar todo "universalismo" que postule el perdón de todos sin discriminación, pese a que la virtud de la obra de la Cruz es universal en potencia, porque tal doctrina no se halla en la revelación escrita. Por idénticos motivos hemos de rechazar la fácil idea del aniquilamiento de la personalidad del hombre incrédulo. Los problemas que surgen han de examinarse a la luz de la Palabra y no prescindiendo de ella. La reconciliación entre hermanos La reconciliación del creyente con Dios La doctrina expuesta en los párrafos anteriores viene a resumir el acto supremo de la gracia de Dios, por el cual, sobre la base de la propiciación, recibe en Cristo a los hombres que antes eran incrédulos y rebeldes, estableciendo una relación personal e íntima consigo mismo, siempre que se atengan a los términos de la proclamación de la reconciliación. Existe el peligro de que el creyente se goce teóricamente en su nueva relación con Dios sin comprender las implicaciones prácticas de la obra de gracia que acepta para sí mismo. Hay pasajes bíblicos que insisten en que la verdadera reconciliación con Dios no puede existir si el "reconciliado" no halla los medios de vivir en paz con los demás miembros de la familia espiritual. Sin reconciliación familiar no es posible la adoración En el llamado "Sermón del Monte" (mejor, la "Constitución del Reino") el Señor insiste en que la Ley es espiritual y no sólo de aplicación externa, ya que Dios examina y pesa las intenciones del corazón del hombre, constituyendo los móviles internos las profundas raíces de los hechos que podrán manifestarse posteriormente. Todos los códigos de países civilizados condenan el homicidio, pero nuestro Legislador veía que el enojo contra el hermano constituía el móvil originario de futuras manifestaciones agresivas, que podrían convertirse en crímenes. Era inútil pretender adorar a Dios mientras que se albergaban sentimientos de odio contra el hermano. Si Dios ha provisto los medios de reconciliación, al precio de la Obra de la Cruz, los beneficiarios de su gracia han de reflejarla en su trato dentro de la familia espiritual, y aun frente al prójimo en el sentido más amplio de la palabra. "Por tanto", declara el Maestro, "si al presentar tu ofrenda sobre el altar, allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Reconcíliate pronto con tu adversario..." (Mt 5:23-26). El hermano fiel no había de dejar la adoración, pero, si ésta había de ser sincera y agradable a Dios, era necesario que no intermediara el obstáculo que surgiera de situaciones morales incompatibles con tan sublime comunión. "Que la conciencia obre a tiempo", aconseja en efecto el Maestro, y, quitando el estorbo del malestar existente entre ti y el hermano, podrás abrir tu corazón delante de tu Dios. Un repaso, siquiera rápido, de las referencias a la "paz" en cualquier concordancia bíblica revelará que Dios es "Dios de paz", y que él no puede prescindir de la paz como ambiente dentro del cual ha de desarrollar su obra. El tema es análogo al del amor en los escritos del apóstol Juan: que el amor entre hermanos es la señal imprescindible de nuestra relación de hijos con el Dios de amor. "Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?" (1 Jn 4:20). De igual modo, el que no quiere vivir en paz con el hermano conocido, difícilmente podrá proclamar a otros que se reconcilien con Dios.

martes, 22 de enero de 2019

PARA LOS HOMBRES ES IMPOSIBLE, MAS PARA DIOS, NO; PORQUE TODAS LAS COSAS SON POSIBLES PARA DIOS

- Marcos 10:23-31 "Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aun más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Entonces Jesús, mirándolos, dijo: Para los hombres es imposible, más para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios. Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y los postreros, primeros." Mientras el joven rico desaparecía entre la multitud, Jesús hizo un comentario acerca de lo difícil que es para los ricos entrar en el reino de Dios. Esta declaración dejó asombrados a los discípulos, que creían que la posesión de riquezas era una clara indicación del favor y la aprobación divinos. Ellos pensaban que a los "buenos" Dios les daba bienes aquí en la tierra. Por esa misma razón, los pobres, los enfermos, las estériles, las viudas, los huérfanos... eran menospreciados. El incidente con el joven rico dio lugar a que el Señor les enseñara sobre el tema, volviendo nuevamente a mostrar cuán equivocados estaban muchos de los conceptos que gozaban de gran popularidad en el judaísmo de la época y de los que los mismos discípulos habían quedado gravemente contagiados. Los principios del reino de Cristo eran diferentes: si a alguien le iba a costar entrar en su reino era precisamente a los ricos. Es muy triste contemplar cómo con el paso del tiempo, el cristianismo organizado ha procurado las riquezas materiales y a vuelto a caer en los mismos errores que el Señor corrigió en sus discípulos. Porque no debemos olvidar que es Satanás quien promete los reinos de este mundo (Mt 4:8-9), y que contrariamente a lo que muchos quieren creer, Cristo nunca predicó que aquellos que creyeran en él, tendrían en este mundo una vida llena de prosperidad material, de éxito, de aceptación social, libre de problemas, sufrimiento, enfermedades, persecuciones, odio... 1. El evangelio de la prosperidad En la actualidad, hay ciertos grupos que enseñan que la prosperidad económica y el éxito en los negocios son una evidencia externa del favor de Dios. Esta tendencia moderna es conocida como la "Teología de la prosperidad", "Palabra de Fe" o "Confiésalo y recíbelo". Esta es una enseñanza bastante común en muchos de los famosos telepredicadores modernos. En realidad, refleja exactamente el mismo tipo de pensamiento que el Señor Jesucristo corrigió en sus discípulos hace dos mil años y que vamos a estudiar en este pasaje. En cualquier caso, no nos debe extrañar que este "evangelio de la prosperidad" tenga tanto éxito en la actualidad. Sus predicadores dicen: "la pobreza es del diablo y Dios quiere que todos los cristianos sean prósperos", "la pobreza es un espíritu maligno del que Dios nos va a liberar". Y en medio de un mundo donde la riqueza y el éxito son idolatrados, no tiene nada de extraño que a la gente le agrade este tipo de mensajes. Por otro lado, el camino propuesto para él éxito es relativamente fácil. Acompañando a las predicaciones de este tipo de "evangelio", siempre hay una serie de insistentes "invitaciones" a depositar generosas ofrendas para apoyar los "ministerios" promovidos por estos predicadores. Su mensaje es: "envíenos una ofrenda para que la bendición de Dios sea puesta en acción; cuanto más generosa sea su ofrenda, mayor será la bendición de Dios para su vida". Y por supuesto, si la promesa de prosperidad no se cumple, no pida cuentas, porque lo que le dirán es que no ha tenido la fe suficiente o adecuada. Además, la vida de estas superestrellas del evangelismo de la prosperidad están marcadas por lujos excesivos y riquezas. Conducen Rolls Royce, tienen casas de varios millones de dólares y viajan en sus Jets privados. Les gusta vivir de forma ostentosa y alardear de todo lo que tienen, puesto que según ellos, se tratan de bendiciones de Dios que evidencian lo espirituales que son. Lo cierto es que sobre este tipo de predicadores siempre pesa la sospecha de si se están enriqueciendo indebidamente mientras explotan la ingenuidad de los creyentes sinceros que ofrendan su dinero. 2. La postura bíblica Por mucho que se revista de espiritualidad, este movimiento hace del materialismo una meta para el creyente, alejándole de los verdaderos valores espirituales. Por supuesto, Dios quiere bendecir abundantemente nuestras vidas. Lo que resulta extraño, sin embargo, es el énfasis desmedido que este movimiento pone en lo material. En la mayoría de las ocasiones sus predicaciones parecen tener más interés en aquellas cosas que se pueden disfrutar en este mundo, que en la salvación eterna del alma. El apóstol Pablo decía que Dios nos ha bendecido con "toda bendición espiritual" en Cristo (Ef 1:3). Y el Señor Jesucristo hizo una seria advertencia sobre la avaricia explicando que "la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee" (Lc 12:15). No vemos en ninguna parte de la Escritura la afirmación de que todos los buenos creyentes tienen que ser ricos, o que la pobreza esté relacionada con la falta de fe. Precisamente el capítulo 11 de Hebreos, que trata especialmente de la fe, describe con claridad que por la fe algunos "conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros...", pero también, por la misma fe, "otros fueron atormentados... experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles, fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados... errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra" (He 11:33-38). Como vemos, la fe auténtica se puede manifestar de formas muy diversas, llevando a unos a la pobreza y a otros al triunfo. Pero notemos que todos ellos fueron aprobados por Dios en cuanto a su fe. Por lo tanto, establecer la cantidad de riquezas que uno tiene como criterio para valorar la vida espiritual es completamente falso. Por otro lado, no olvidemos que Dios ha dado diferentes dones a los creyentes, proveyendo en cada caso de lo necesario para su desarrollo. Así que, a algunos les da riquezas para que puedan "repartir con liberalidad" (Ro 12:8), tal como el libro de los Hechos nos explica que ocurrió al comienzo de la iglesia cristiana (Hch 4:34-35). Pero no podemos decir que el propósito de Dios para todos los creyentes es que sean ricos, porque él reparte sus dones de forma diferente a cada uno de sus hijos. Estos predicadores citan las palabras del Señor Jesucristo cuando dijo que "por sus frutos los conoceréis" (Mt 7:20), para dar a entender que una vida de éxito material es la evidencia de la verdadera espiritualidad. Sin embargo, nos permitimos citar también las palabras del apóstol Pablo para hacer notar a qué tipo de "fruto" se refería el Señor Jesucristo: "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza" (Ga 5:22-23). Es por un carácter santificado en lo que se demuestra la presencia y el poder transformador del Espíritu Santo y no en el saldo de la cuenta bancaria o en el automóvil que se conduce. ¡Eso sería absurdo! Otro de los puntos importantes de este tema, es que una de las razones por las que Dios daba riquezas a su pueblo era con el fin de que pudieran compartirlas con los que no tenían. En este sentido, el Señor explicó la historia de un rico que terminó en el infierno porque no tuvo cuidado del mendigo que estaba a su puerta. El rico vivía en el placer y el lujo mientras que Lázaro moría de hambre (Lc 16:19-31). Esto nos advierte de que Dios no aprueba que un cristiano lleve una vida de lujo desmedido, mientras millones de personas se mueren de hambre en la actualidad. Esto es una actitud insolidaria, que nada tiene que ver con el estilo de vida que predicó el Señor Jesucristo y que él mismo vivió. Este tipo de predicadores convierten el evangelio en una relación mercantilista con Dios: "yo le doy a Dios, y él me lo devuelve multiplicado". Afuera queda la relación personal, la oración, la consagración, el leer la Biblia, incluso el esfuerzo y sacrificio en el trabajo. Todo se reduce a que en un momento dado la persona haga su ofrenda. Por otro lado, ¿por qué hay que sembrar específicamente en los ministerios de estos pastores de mega-iglesias? ¿Acaso no nos bendecirá Dios si ofrendamos en nuestra propia iglesia local que seguramente tiene también muchas necesidades? 3. El ejemplo de Cristo Cuando José y María fueron al templo a presentar a su hijo, lo que llevaron para el sacrificio fue dos tórtolas, que era lo que la ley estipulaba para las personas más pobres (Lc 2:24). Más adelante, durante su ministerio público, a uno que quería seguirle le explicó: "Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza" (Lc 9:58). Y lo que dijo era completamente cierto; le vemos enseñando desde una barca ajena, entrando en Jerusalén en un burro prestado, cenando en la última noche en un aposento que le habían dejado para la ocasión, y finalmente, sepultado en una tumba ajena. Indudablemente, el estilo de vida que el Señor tenía, no se parecía en nada al que presumen de llevar los famosos predicadores de la prosperidad. 4. El ejemplo de los apóstoles y primeros cristianos El apóstol Pablo reconocía haber pasado situaciones de pobreza en la obra de Dios (Fil 4:11-12) y también sus compañeros (1 Co 4:9-13) "Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos." "¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!" Estas fueron las palabras que Cristo dijo mientras el joven rico se iba. Su abandono fue doloroso. Era otro alma que partía rumbo a la condenación. Y nos preguntamos si no habría habido alguna forma de retenerlo. ¿Por qué el Señor fue tan radical con él hasta el punto de mandarle que vendiera todas sus posesiones? ¿No se podría haber rebajado un poco el nivel de exigencia para ver si de esa forma el joven hubiera aceptado quedarse? Al fin y al cabo, tampoco habría venido mal a la causa del Evangelio tener a una persona con recursos financieros entre sus filas. Podemos plantearlo de muchas maneras, pero lo cierto es que el Evangelio del Señor Jesucristo es radical: "Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y ven, sígueme, tomando tu cruz" (Mr 10:21). Dios no acepta un corazón dividido, no acepta lealtades a medias. Exige la ruptura y el abandono de todo aquello que interfiera en este seguimiento. Nosotros podemos estar tentados a endulzar las palabras, a rebajar un poco el precio, a colocar una cruz menos pesada... pero Cristo no lo hace. El dio su vida entera en la Cruz, con el fin de ganar enteramente al pecador. Y a Dios no le mueven otros intereses; quiere salvar al pecador y no le interesan los bienes que puede tener o la posición social que ocupe. 1. Los peligros de las riquezas Este mundo, con toda su publicidad, quiere despertar en nosotros la admiración y la envidia hacia aquellos que son ricos. Pero el Señor veía con claridad los peligros de la prosperidad económica. Y por supuesto, esto es algo en lo que también deberían reflexionar los predicadores del "evangelio de la prosperidad". Las riquezas materiales tienden a hacer que el corazón del hombre se apegue a este mundo. Crean una falsa sensación de poder, seguridad y autoridad. Con facilidad la persona se vuelve arrogante, orgullosa y satisfecha de sí misma. Cristo se refirió a las riquezas como "el engaño de las riquezas" (Mr 4:18), puesto que hacen que la persona que las posee llegue a creer de sí misma algo que realmente no es. Además, no se da cuenta tampoco de lo efímeras que pueden llegar a ser. ¡Cuántos han pasado de la riqueza a la pobreza en muy poco tiempo! Con facilidad, al centrarse tanto en lo material, es fácil llegar a perder de vista lo importante que son las relaciones personales, tanto con nuestros semejantes como con Dios. Finalmente, las riquezas esclavizan gradualmente a aquellos que se aferran a ellas. Crea una cada vez mayor dependencia de la comodidad, de la "buena vida", hasta que llega un momento en que las personas no pueden renunciar a ella. Las riquezas suponen una tentación muy grande. Alguien ha dicho que por cada cien personas que pueden soportar la adversidad no hay más que una que pueda soportar la prosperidad. ¡Cuántos creyentes hemos visto que mientras tuvieron lo justo para vivir, fueron fieles al Señor, pero en el momento que prosperaron se hicieron mundanos y casi olvidaron definitivamente su fe! Se necesita ser un gran hombre de Dios para manejar fielmente las riquezas, y aun así, estará sujeto a muchas y variadas tentaciones. 2. Las riquezas no ayudan para alcanzar la salvación El hecho de ser rico no ayuda a la persona a salvarse, sino que más bien se puede convertir con facilidad en un obstáculo. El rico tiene la tendencia a sentirse superior, y en la entrada a la salvación, hay que reconocerse pecador, culpable, desgraciado y miserable, exactamente igual que todos los demás hombres. Allí un rico está en la misma posición que el pobre, aunque probablemente le cueste más reconocerlo. 3. "Bienaventurados los pobres" En el Sermón del Monte, el Señor Jesucristo dijo: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5:3). Esto complementaría la afirmación que estamos estudiando: "¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!". ¿A qué pobres se estaba refiriendo el Señor? Pues no eran los indigentes que están desprovistos de los bienes básicos para la vida, o los que sufrían algún tipo de opresión social, víctimas impotentes de la injusticia humana, sino los pobres en términos espirituales, aquellos que son humildes y reconocen su necesidad y recurren sólo a Dios en busca de salvación. En sí mismo, no hay ninguna virtud o ventaja en ser pobre, pero sí que es cierto que facilita el camino a la dependencia de Dios. Del mismo modo, que no hay ningún pecado en ser rico, siempre y cuando no se ponga la confianza en las riquezas y éstas no nos aparten de Dios. (1 Ti 6:17) "A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos." Todos debemos pedir a Dios el sentirnos satisfechos con lo que poseemos. (Fil 4:11-12) "He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad." (1 Ti 6:7-9) "Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores." "Los discípulos se asombraron de sus palabras" Como ya hemos considerado, el Señor estaba corrigiendo la forma equivocada en la que ellos habían interpretado algunas partes de las Escrituras del Antiguo Testamento. Para ellos, si una persona era rica, eso significaba que Dios le había honrado y bendecido. (Dt 28:1,11-12) "Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra... Y te hará Jehová sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, en el país que Jehová juró a tus padres que te había de dar. Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos. Y prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado." Según la interpretación popular en aquellos días, el rico necesariamente tenía que estar en mejor posición que el pobre para entrar en el Reino, porque evidentemente, ya disfrutaba del favor divino. Además, su concepto del Reino de Dios era material, y estaba limitado a este mundo terrenal, así que, cuantas más posesiones tuvieran, mejor preparados estarían para disfrutar de él. Pero ya hemos considerado en otros estudios, que el Reino, tal como era expuesto por el Señor Jesucristo, se trataba de un concepto espiritual, que por el momento se desarrolla en el corazón del hombre y que tiene que ver principalmente con bendiciones espirituales. Ellos habían interpretado incorrectamente las promesas del Antiguo Testamento, y cuando el Señor les explicó lo que realmente querían decir, les produjo un fuerte asombro, el mismo que les causaría a los predicadores del "evangelio de la prosperidad" si tuvieran en cuenta este enfoque del Señor. "Los que confían en las riquezas" Ahora el Señor aclara su declaración anterior. No es que los ricos no pueden entrar en el reino de Dios, sino "los que confían en las riquezas". Esto no incluye exclusivamente a los que ya tienen riquezas, también tiene que ver con los que las anhelan tener. ¡Cuántas veces hemos conocido a creyentes que desatienden las cosas de Dios por estar trabajando en dos o tres trabajos a la vez con el fin de ganar más dinero! Se puede amar y codiciar lo que se tiene, pero también lo que se desea tener. Ambas cosas son igualmente destructivas. Frecuentemente, la riqueza inclina al hombre a sentirse autosuficiente, incluso con respecto a la vida eterna. He aquí por qué es tan difícil que los que confían en las riquezas entren en el reino de Dios. Sólo quienes reconocen su pobreza espiritual absoluta, pueden disfrutar de la gracia de Dios. El rico confía que todo se puede pagar o ganar, pero no es así en el caso de la salvación. (Sal 49:6-9) "Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate (porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás) para que viva en adelante para siempre, y nunca vea corrupción." "Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja" La imagen a primera vista es grotesca y a esto debe su eficacia. Algunos han buscado fórmulas para interpretar que lo que el Señor quería decir es que se trataba de algo muy difícil, pero en realidad se refiere a algo que es completamente imposible, como más adelante explicó: "Para los hombres es imposible, mas para Dios, no". ¿Qué es exactamente lo que resulta imposible? El contexto nos indica que alguien que confía en las riquezas (o en cualquier otra obra humana) es imposible que pueda salvarse. La salvación depende completamente de Dios. El hombre sólo puede recibirla por medio de la fe, teniendo claro que la fe no es una obra, sino únicamente la petición desesperada de salvación, pero en ningún caso una obra meritoria. Esto volvió a causar asombro entre los discípulos. Era evidente que estaban teniendo dificultades para recibir una enseñanza tan diferente a lo que estaban acostumbrados a escuchar. Pero la cuestión era realmente importante, así que el Señor la volvió a repetir por medio de esta ilustración. Lo que tenían que entender es que la salvación es imposible para los hombres, independientemente de los logros humanos que hayan conseguido o las posesiones que tengan. Todos por igual necesitamos ser salvados por Dios: "Para los hombres es imposible, mas para Dios, no". La buena noticia es que hay salvación para todo el mundo, rico y pobre, con tal que el hombre confíe únicamente en el Todopoderoso. Porque ¡Dios sí puede salvar! "Nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido" En ese momento, como si algo se hubiera encendido en la mente de Pedro, se sintió movido a señalar a Cristo que él y sus compañeros lo habían dejado todo a fin de seguirle. Y esto era cierto; Simón y Andrés, "dejando sus redes, le siguieron"; Jacobo y Juan, "dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron"; y Leví "levantándose, le siguió", abandonando el banco de los tributos públicos y su trabajo. Ellos habían hecho lo que el joven rico no había querido hacer. Ahora bien, ¿qué pretendía Pedro al decir esto? Por la contestación que el Señor le dio a continuación, pareciera que estaba preguntando si ellos recibirían algo por su actitud desprendida. El evangelio de Mateo da una versión más amplía de su pregunta que confirma esta idea: "¿qué, pues, tendremos?" (Mt 19:27). Esto era típico en el apóstol Pedro, donde encontramos con frecuencia esta mezcla de penetración espiritual y de ambición carnal que solía expresar con tanta espontaneidad. "Por causa de mí y del evangelio... que no reciba cien veces más" No hay duda de que Dios recompensa la fidelidad del creyente que deja casa, hermanos, hermanas, padre, madre, mujer, hijos o tierras por causa de él y de su evangelio. Sin embargo, en nuestro servicio al Señor debemos tener cuidado de que nuestra motivación no sea el deseo de ganancia sino el amor por Cristo y su evangelio. Aquellos que ofrendan después de escuchar a un predicador asegurándoles que cuánto más den, más van a recibir, deben preguntarse honestamente si lo hacen por lo que esperan recibir de Dios para ellos mismos, o si su interés está realmente en la causa de Cristo. Y los predicadores tendremos que tener cuidado cuando enseñamos la Palabra para no estimular este tipo de pensamientos codiciosos en la congregación. Veamos un ejemplo de cómo un predicador invitaba a su auditorio a pensar en términos puramente materiales mientras les animaba a ofrendar: "La ley de la siembra y la siega le garantiza que cosechará mucho más de lo que sembró. ¡No hay límite para la abundancia de Dios! Anote en la papeleta adjunta lo que necesita recibir de Dios: la salvación de un ser querido, la sanidad, un aumento de sueldo, un empleo mejor, un automóvil o una casa mejor, la compra o venta de una propiedad, guía en los negocios o las inversiones, sea lo que necesite, adjunte la papeleta con su semilla en dinero y espere la bendición de Dios a cambio." No podemos ofrendar a Dios pensando en lo que vamos a ganar para nosotros mismos. Esto es avaricia, lo cual es un pecado de idolatría (Col 3:5). Y por último, la persona que ofrenda, debe ser prudente y examinar bien cuál es el destino del dinero ofrendado. Si la finalidad es que un telepredicador pueda tener una casa más cara, un automóvil más ostentoso, y alojarse en las habitaciones más caras de los hoteles, no se puede decir que esto sea como dijo el Señor "por causa de mí y del evangelio". En muchas ocasiones no podemos entender cómo hay creyentes ingenuos que emplean los pocos recursos económicos que tienen para que otras personas, que se dicen hermanos suyos, puedan mantener un estilo de vida lleno de lujos y caprichos. Nunca debemos olvidar que el Señor nos hace responsables de la administración de los recursos que ha puesto en nuestras manos. "Reciba cien veces más ahora en este tiempo" Lo que Pedro y los otros apóstoles habían dejado por seguir a Cristo, no es un caso aislado. Todo verdadero creyente se verá enfrentado tarde o temprano a dejar cosas si quiere seguir fielmente al Señor. (Lc 14:26) "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo." En algunas ocasiones, se tratará de "dejar" estas cosas voluntariamente, pero en otras, la decisión de seguir a Cristo, nos puede llevar a "perder" lo que tenemos; y esto lo saben bien muchos de nuestros hermanos que viven en países donde el Evangelio es perseguido (He 10:34). Pero ya sea que entreguemos lo que tenemos por amor a Cristo, o que lo perdamos por nuestra fidelidad a su evangelio, el Señor promete recompensar generosamente. Por supuesto, el Señor no estaba diciendo que como consecuencia de nuestro desprendimiento de ciertas cosas, él nos recompensaría con la salvación. Evidentemente, la salvación no está entre las "recompensas" prometidas. Pero si bien la salvación no depende de nuestras obras, también es cierto que sin "sacrificio" no puede haber recompensa. No cabe duda de que todo servicio y entrega al Señor es una "inversión" rentable. La primera razón está en lo desproporcionado de los "intereses" ("cien veces más"), pero también, porque lo que le entregamos es algo de lo que tarde o temprano nos tendremos que desprender al pasar de esta vida a la eternidad. Alguien ha dicho: "No es un loco el que está dispuesto a perder lo que no puede retener, con el fin de alcanzar lo que no se puede perder". En cuanto a la parte del cumplimiento de esta promesa que tiene lugar en este tiempo presente, su fidelidad ha sido comprobada en la experiencia de los siervos del Señor en todos los tiempos. Tal vez han tenido que dejar sus casas por causa de su servicio, pero allí donde han ido han recibido alojamiento y cuidado. Quizás han sido despreciados por sus familiares cercanos, pero han encontrado cientos de hermanos y amigos cristianos que han enriquecido sus vidas. "Con persecuciones" Notemos también la absoluta honestidad con la que el Señor hablaba. Él jamás prometió que ser cristiano sería fácil. Con toda claridad anunció el conflicto que esperaría a todo aquel que decidiera seguirle. (2 Ti 3:12) "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución." A lo largo de todo el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos a los discípulos sufriendo persecución, siendo acusados ante diferentes tribunales, amenazados, encarcelados, azotados, apedreados, puestos a muerte, desalojados de sus casas, sufriendo hambre y sed, tratados brutalmente, calumniados... Ver también (2 Co 11:23-27). ¡Qué diferente era el Señor de los predicadores del "evangelio de la prosperidad"! Ellos sólo anuncian prosperidad material, pero la verdad contrastada por los verdaderos cristianos de todos los tiempos, es que la fidelidad al Señor nos introduce siempre en una lucha permanente con el enemigo de nuestras almas, que en muchos casos se traduce en la pérdida de los bienes y hasta de la propia vida. Nos parece injusto que la respuesta que estos predicadores dan a nuestros hermanos que están perdiendo todo en países donde el evangelio es perseguido, sea que están sufriendo esa pobreza porque no tienen fe, cuando precisamente, es su verdadera fe en Cristo lo que les está llevando a este sacrificio. Pero estamos seguros de que el Señor hará justicia finalmente. "Y en el siglo venidero la vida eterna" Como decíamos, hay muchas causas que no son resueltas en este tiempo, pero el Señor lo hará en la eternidad. Hay bendiciones que el cristiano no recibe en este tiempo, pero que tiene reservadas para la eternidad y que disfrutará durante todo el "siglo venidero". (2 Co 4:16-18) "Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas." "Muchos primeros serán postreros, y los postreros, primeros" El Señor termina su exposición con esta enigmática declaración. ¿A qué se refería? Tal vez podemos pensar que se trataba de una referencia al joven rico que se acababa de marchar. A los ojos de los discípulos, él ocupaba un lugar preeminente para entrar al reino de Dios, pero la exposición del Señor demostró que en realidad estaba muy lejos. En cambio, otras personas más sencillas, como los "pobres de espíritu", en los que nadie ponía sus esperanzas, ocuparán las primeras posiciones en la eternidad. O quizás debamos entenderla como una exhortación a Pedro y los otros apóstoles, para que no hicieran valoraciones anticipadas de su propio sacrificio y entrega, pensando que eran más que otros, porque no les correspondía a ellos juzgar ese asunto. En cualquier caso, esta sentencia del Señor nos advierte de que en el juicio de Dios habrá grandes sorpresas.

martes, 15 de enero de 2019

SAL DE ESTE HOMBRE, ESPÍRITU INMUNDO

Marcos 5:1-20 "Vinieron al otro lado del mar, a la región de los gadarenos. Y cuando salió él de la barca, en seguida vino a su encuentro, de los sepulcros, un hombre con un espíritu inmundo, que tenía su morada en los sepulcros, y nadie podía atarle, ni aun con cadenas. Porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos; y nadie le podía dominar. Y siempre, de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con piedras. Cuando vio, pues, a Jesús de lejos, corrió, y se arrodilló ante él. Y clamando a gran voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes. Porque le decía: Sal de este hombre, espíritu inmundo. Y le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y respondió diciendo: Legión me llamo; porque somos muchos. Y le rogaba mucho que no los enviase fuera de aquella región. Estaba allí cerca del monte un gran hato de cerdos paciendo. Y le rogaron todos los demonios, diciendo: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos. Y luego Jesús les dio permiso. Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los cerdos, los cuales eran como dos mil; y el hato se precipitó en el mar por un despeñadero, y en el mar se ahogaron. Y los que apacentaban los cerdos huyeron, y dieron aviso en la ciudad y en los campos. Y salieron a ver qué era aquello que había sucedido. Vienen a Jesús, y ven al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo. Y les contaron los que lo habían visto, cómo le había acontecido al que había tenido el demonio, y lo de los cerdos. Y comenzaron a rogarle que se fuera de sus contornos. Al entrar él en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le dejase estar con él. Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti. Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban." Anteriormente, el Señor mostró su poder salvando a sus discípulos de las fuerzas físicas de la naturaleza, pero estas fuerzas físicas no son los únicos poderes del universo potencialmente hostil e incontrolable para el hombre. También hay poderes espirituales que buscan la destrucción del hombre: (Ef 6:11-12) "Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales." Así que, el relato nos va a llevar de la descripción del mar embravecido a un hombre fiero e indomable que estaba poseído por una legión de demonios. Y lo que nos va a hacer notar, es que el Señor Jesucristo tiene pleno dominio sobre ambos. "La región de los gadarenos" El evangelista nos dice que la región a la que llegaron era la de los gadarenos. Gadara era una de las ciudades que formaban "Decápolis" (literalmente: "diez ciudades") (Mr 5:20). En la antigüedad, esta región al oriente del mar de Galilea había formado parte del territorio que Moisés había dado en herencia a la media tribu de Manasés, y de Gad. En los tiempos de Jesús, aunque había judíos esparcidos por toda la región, en general se puede decir que era un territorio gentil. Sus ciudades eran esencialmente griegas: tenían sus dioses griegos, sus templos griegos y sus anfiteatros griegos; estaban consagradas a la manera griega de vivir. La presencia del hato de dos mil cerdos que vemos en el pasaje, siendo éste un animal prohibido para los judíos, nos recuerda que la influencia del paganismo era muy fuerte en esta región. "Un hombre con un espíritu inmundo" La noche en el mar había estado cargada de fuertes emociones: recordamos el temor de los discípulos ante la tempestad y luego ante el Señor cuando calmó el viento y el mar. Pero las emociones no habían terminado. Cuando llegaron a la orilla, seguramente ya muy entrada la noche, vino corriendo hacia ellos desde las tumbas un hombre endemoniado, desnudo, herido y gritando. En el Nuevo Testamento vemos frecuentes casos de personas poseídas por demonios, y no debemos de confundirlos con casos de locura o epilepsia. Un endemoniado es un ejemplo extremo de lo que las fuerzas satánicas pueden hacer con una personalidad humana que ha caído bajo su dominio. Por el contrario, la dignidad más alta que puede experimentar el ser humano es que su cuerpo llegue a ser templo del Espíritu Santo y sea dirigido por él. En contraste con las fuerzas satánicas, el Espíritu Santo libera a los hombres del pecado, desarrolla su personalidad y dignidad e incrementa su dominio propio. "Nadie podía atarle, ni aun con cadenas" El cuadro que Marcos nos describe es aterrador: un hombre completamente descontrolado, como un animal salvaje e indómito. Nadie tenía fuerzas para dominarle, y a pesar de que habían intentado atarle, seguía siendo una amenaza para la seguridad de la gente en la comarca. Mateo nos dice que la gente eludía aquellos lugares (Mt 8:28) "nadie podía pasar por aquel camino". Ofrece un buen ejemplo de la impotencia humana frente al poder de Satanás. El diablo había dado un poder sobrehumano a este hombre: el endemoniado rompía los grilletes como si fueran un cordel. Muchas personas están fascinadas por tener un poder espiritual superior al de otras personas, y sin pensarlo dos veces, creen que cualquier experiencia que les proporcione capacidades extraordinarias, tiene que ser automáticamente válida y beneficiosa. Pero esto es falso. Es cierto que los seres espirituales pueden impartir a las personas poderes asombrosos, pero al final, esos poderes resultarán destructivos para la personalidad y el dominio propio del hombre. El endemoniado gadareno es un ejemplo claro de esto. ¿De qué le servía tener tanta fuerza física, si se había convertido en un ser tan débil espiritualmente? "Andaba dando voces en los montes y en los sepulcros" Esto nos muestra la profunda angustia, el dolor y tormento interior que aquel hombre sentía mientras deambulaba por las montañas y las tumbas excavadas en los costados de los acantilados. Pero también nos recuerda su estado y su final: vivía entre los muertos. "Hiriéndose con piedras" Tal vez en un esfuerzo por librarse de su tormento interior, este hombre se golpeaba a sí mismo con piedras. Estaba tan emocionalmente turbado que presentaba claras tendencias suicidas. Satanás siempre obra para la autodestrucción de la persona. "Te conjuro por Dios que no me atormentes" Cuando el endemoniado llegó a la presencia de Jesús, las cosas cambiaron inmediatamente. Los hombres de la región tenían miedo del endemoniado, pero éste tenía temor ante Jesús. Los poderes de las tinieblas resultan invencibles para los hombres, pero no para Jesús. Vemos también que el endemoniado estaba preocupado porque Jesús, como Hijo de Dios, podía precipitar o anticipar su ruina final. Los demonios saben que llegará el día del juicio, cuando la libertad relativa que ahora gozan se terminará para siempre y está determinado para ellos su castigo final y terrible. "¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?" El endemoniado estaba enterado tanto del nombre humano de Jesús como de su deidad, aunque éste era, al parecer, su primer encuentro con Cristo. Tal conocimiento demuestra que no se trataba simplemente de un loco; estaba poseído por poderes demoníacos que conocían la verdadera identidad de Cristo. El endemoniado reconoció inmediatamente la majestad de Cristo, así que su primera reacción fue de un temor reverencial que le indujo a postrarse ante él. Aquí se cumple lo que dice (Stg 2:19) "Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan". "¿Cómo te llamas? Legión me llamo; porque somos muchos" Nos sorprende que en este momento Jesús le preguntó por su nombre. ¿Qué importancia podía tener saber el nombre de este desdichado? ¿Por qué razón le preguntó Jesús su nombre? Su respuesta nos da la clave. No contestó dando el nombre que sus padres le habían puesto en el momento de su nacimiento, sino uno que describía su estado espiritual actual: "Legión me llamo". Tal vez quería poner en evidencia ante sus discípulos que no se enfrentaba ante un sólo demonio, sino ante muchísimos. Pero mucho más probablemente sirvió para que el endemoniado mostrara el estado en el que se encontraba: había renunciado a luchar por ser él mismo, por controlar su propia vida. Los evangelios nos informan del hecho de que una persona puede estar esclavizada por más de un demonio al mismo tiempo (Mt 12:45) (Mr 16:9), pero este caso es singular. ¿Qué nos intenta enseñar? De la misma manera que el Imperio Romano había conseguido conquistar Palestina por medio de sus legiones, este miserable hombre se encontraba totalmente ocupado y dominado por las fuerzas demoníacas que lo mantenían en una situación de opresión y muerte. Notamos entonces que el propósito del diablo para con el ser humano es de tipo militar: conquistar y dominar. "Y le rogaba mucho que no los enviase fuera de aquella región" El Señor Jesucristo es más poderoso que el diablo y sus legiones: ni una legión de demonios podría hacer frente a su voz de mando. ¿Por qué no querían los demonios irse de aquella región? Realmente no lo sabemos, pero tal vez podemos suponer que la forma de vida de aquellas gentes, junto con la dureza de sus corazones, los hacía presa fácil para los demonios. "Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos" ¿Por qué le pidieron al Señor que los enviase a los cerdos? Tampoco esto lo sabemos con seguridad, pero tal vez sea porque los demonios necesitan un cuerpo por medio del cual poder operar. Aunque a parte de este versículo, no leemos en la Biblia de demonios habitando en animales. Y tampoco en este caso estuvieron mucho tiempo, porque rápidamente se precipitaron al mar y murieron. Por todo ello, debemos ser muy prudentes al sacar conclusiones de este hecho. Lo que es evidente es que no podían resistir la orden de Cristo, y aun para entrar en los cerdos necesitaban de su permiso. El Señor les permitió que fueran a los cerdos, pero cuando éstos se precipitaron por el despeñadero y murieron, esto causó una grave pérdida a sus propietarios. Algunos han cuestionado la actitud del Señor por esto. Pero en este caso, como en muchos otros, se acusa injustamente al Señor de aquello que realmente hizo el diablo. Recordemos que el Señor sólo les dio permiso para ir a los cerdos, él no hizo nada más. Fue Satanás quien destruyó los cerdos. "Sentado, vestido y en su juicio cabal" Una vez que los demonios salieron del hombre, el cambio fue radical. Ahora estaba con Jesús "sentado, vestido y en su juicio cabal". Nadie había soñado con conseguir algo parecido de este hombre. Y es que el poder del Señor Jesucristo llega allí donde ni el gobierno, ni los asistentes sociales, ni psiquiatras, ni familia, ni amigos pueden llegar. Nadie antes había conseguido que este hombre estuviera en paz consigo mismo y con sus semejantes. Cristo lo había liberado de los espíritus inmundos y había restaurado su libertad y dignidad. Ya no era el loco que andaba desnudo gritando noche y día por los sepulcros e hiriéndose con las piedras. Era un hombre nuevo, y eso, gracias a Cristo. "Y tuvieron miedo y comenzaron a rogarle que se fuera de sus contornos" Es curioso que la reacción que todo esto provocó en los habitantes de Gadara fue de temor. ¿De qué tenían miedo? Aparentemente tenían miedo del poder sobrenatural de Cristo. Su presencia en medio de ellos les inspiraba temor. Así que decidieron que lo mejor era que Cristo se fuera de allí. ¡Es incomprensible! La presencia de Cristo en medio de ellos era una garantía de que los demonios no volverían a hacer algo similar con ninguna otra persona. Y además, el ver al endemoniado en su nueva condición, debería haberles llenado de gozo y admiración por Cristo. Pero aquellos hombres se habían sentido golpeados en donde más les dolía: su dinero. Como consecuencia de la liberación del endemoniado, ellos habían perdido un gran hato de cerdos, por lo tanto, no podían sentir alegría por nada de lo ocurrido. Seguramente por esto le invitaron a irse. No valoraron todo el bien que Jesús podría haber hecho en la región. ¡Cuántos más endemoniados o enfermos había todavía allí! Pero parecía que apreciaban muchos más sus posesiones que las personas. En el conflicto entre los negocios y el bienestar espiritual, los negocios eran lo primero para ellos, como tan a menudo sucede en la actualidad. Son un ejemplo terrible de ceguera materialista. Incontables multitudes siguen prefiriendo a Cristo lejos de ellos por temor a que su comunión con él sea causa de alguna pérdida material, social, económica o personal. Y así, tratando de salvar sus bienes, pierden sus almas. Es muy triste, pero es algo que ocurre con mucha frecuencia. Cuando un notorio pecador se convierte a Cristo y su vida cambia, las personas que le conocían antes, muchas veces en lugar de convertirse ellas mismas, prefieren alejar a Cristo de sus vidas, e incluso intentan persuadir a la persona para que él también deje a Cristo. Y el Señor se fue. Aquellas personas no sabían lo que estaban perdiendo. De esto aprendemos un principio fundamental: El Señor no se queda donde no es bienvenido. El no obliga a nadie a tener fe en él o a amarle, nunca se impone por la fuerza. "Vete a tu casa, a los tuyos" Pero cuando el Señor ya se iba en la barca con sus discípulos, el que había estado endemoniado le rogaba que le dejase estar con él. La petición era evidencia de la nueva vida que ahora tenía. Quien ha sido salvado por el Señor, desea estar con él. Sin embargo, el Señor no se lo permitió, sino que le dijo que se fuera a su casa, y a los suyos. Cuando comenzamos esta historia nos encontramos al endemoniado viviendo solo en los sepulcros, así que, con esta orden, lo que Cristo deseaba era restaurar a este hombre social y familiarmente. El hogar debe ser el primer lugar donde el creyente debe dar evidencias de su nueva vida. La verdadera actividad misionera comienza en la casa. No es coherente hacer grandes esfuerzos a favor de la evangelización otras partes del mundo mientras que desatendemos la educación cristiana de nuestros propios hijos, por ejemplo. Además, el Señor le dio una misión: "cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti". Su misión consistía en testificar de las grandes cosas que Jesús había hecho con él, precisamente en la región donde no habían querido admitir la obra personal del Salvador. A pesar del rechazo de los gadarenos, el Señor en su misericordia, les dejó el testimonio del hombre sanado. Nadie necesitaba más al Señor que ellos. "Comenzó a publicar en Decápolis" Cuando Jesús estuvo en Decápolis, este fue un primer contacto con la civilización griega. Y el hombre que había estado poseído por la legión de demonios y a quien Cristo salvó fue el primer misionero que el Señor mandó a predicarles. En cuanto a la labor que realizó, hay que subrayar que su gozo y gratitud le llevó mucho más allá de su propia ciudad, extendiendo su actividad misionera por todo Decápolis. En cierto sentido, podríamos decir que el gadareno pudo hacer lo que le impidieron a Jesús. Tres ruegos Hallamos aquí tres "ruegos" al Señor, uno de los cuales admitió, desechando los otros dos. Cuando el endemoniado se acercó al principio a Jesús, le suplicó que le dejara. Cristo no atendió esta petición porque el hombre no actuaba con libertad, sino bajo la poderosa influencia de los demonios. Más tarde los gadarenos le rogaron que se fuera de sus contornos. Cristo accedió a irse, ya que esta petición era expresión de su libre voluntad, hecha con los ojos abiertos y a la plena luz de toda la evidencia. Cristo respeta la elección de los hombres. Cuando Jesús se iba, el que había estado endemoniado le rogó que le dejara ir con él. Cristo no le dejó, puesto que ahora estaba a sus órdenes, pertenecía a su Reino y por lo tanto estaba a su servicio. Por supuesto que este endemoniado era un caso extremo, pero con todo, es una advertencia de lo que significará para los seres humanos perecer bajo el poder del pecado y Satanás. Y esto será así, a menos que sean liberados por Cristo (Ef 2:2) (Col 1:13).

jueves, 10 de enero de 2019

SI SOY HOMBRE DE DIOS...

Esa mañana se pasaba la revista militar de rutina. Los soldados formaban filas ordenadas, cargando sus escudos y armas. — ¡Atención! — grita el sargento — ¡Un paso al frente! Los guerreros obedecen, y el ruido de su equipo bélico se escucha como si fuera el chirrido de una maquinaria herrumbrada. En la ciudad impera una atmósfera lúgubre. Pocos días atrás, el rey Ocozías se había caído por una ventana. Los médicos que lo atienden dicen que es probable que tenga fracturados los huesos de la cadera, las piernas y los brazos. El monarca está muy dolorido. ¿Qué hacer en esta situación? Parecería que los doctores no pueden ayudar mucho. El dolor sigue siendo intenso y el rey no se puede movilizar. Preocupado por su situación, llama a su consejero principal y dice: — Id y consultad a Baal-zebub, dios de Ecrón, si he de sanar de esta enfermedad. Algunos de los pocos servidores que aún temen al Dios de Abraham se estremecen. Saben que es muy grave insultar al Dios de Israel. Los mensajeros del rey salen de inmediato. Pero en el camino los detiene un hombre "velludo, que tenía ceñido un cinto de cuero a la cintura" (2 R 1:8). — ¡Alto! — ordena el extraño personaje. Ellos responden: — Somos los emisarios del rey, nadie puede detenernos. El profeta Elías abre su boca, y con voz fuerte y firme dice: — ¿Acaso no hay Dios en Israel para que vosotros vayáis a consultar a Baal-zebub, dios de Ecrón? Los mensajeros del rey empalidecen. Uno de ellos dice: — Nuestro monarca tiene derecho a hacer lo que a él le plazca. Él puede ir a consultar a Baal-zebub o a la divinidad que le parezca. Para eso es el rey. La voz del profeta de Dios se escucha nuevamente: — Por tanto, así ha dicho el Señor: "De la cama a la cual subiste no descenderás, sino que ciertamente morirás". Los mensajeros tiemblan al escuchar estas palabras. El rey no tiene hijos. La sombra negra de una guerra civil cruza rápidamente por sus mentes. La flema y seguridad de este hombre es tal que vuelven al palacio. El rey les pregunta: — ¿Por qué habéis regresado? Ellos responden y le relatan el mensaje de Elías con toda fidelidad. El monarca se pone rojo de cólera. — ¡Quién se cree que es este Elías! ¡Esta insolencia no se la tolero; de esta no se salva! Yo lo aborrezco por todo lo que hizo sufrir a mi padre el rey Acab y a mi madre la reina Jezabel. El rey trata de incorporarse en su cama pero no puede. Le duelen muchos sus huesos fracturados. — ¡Comandante! — grita el rey —, envíe un capitán con 50 soldados y tráiganme a Elías vivo o muerto. El pelotón se pone en movimiento. Los soldados comienzan a bajar por las calles de la ciudad de Samaria. Mientras caminan, uno le dice a otro: — ¿Por qué mandaría el rey a 50 de nosotros para apresar a un solo hombre? El otro le responde: — Dicen que ese Elías es un profeta del Señor de los Ejércitos. Pero yo no creo en ese "Dios de Israel". Si ese fuese el Dios vivo, no estaríamos en la situación que estamos. — Yo tampoco creo — responde el otro —. Miren a los pueblos a nuestro alrededor. Todos prosperan. Todos, menos nosotros. Parece que los dioses de los sirios y los egipcios tienen más poder y los ayudan. ¿Qué hace por nosotros el Dios de Abraham? Luego de andar muchas horas, llegan a cierta distancia de la cumbre del monte. Allí está sentado el profeta Elías. A la distancia, no se puede ver con exactitud si está orando o meditando. Al aproximarse, los soldados advierten que en su rostro hay paz. Se acercan aún más y el ruido se va intensificando. Sin embargo, Elías se mantiene imperturbable. No está pensando en el rey Ocozías, ese hombre dado a la apostasía. No está meditando en ese monarca, que aunque está gravemente herido rehúsa arrepentirse y buscar al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Por fin, el grupo se detiene. El capitán toma la palabra y dice: — Oh hombre de Dios, el rey ha dicho: "¡Desciende!". La frase diciendo "oh hombre de Dios" no ha sido dicha con respeto. La voz del capitán suena burlona e incrédula. Apenas termina de dirigirse al profeta, los soldados sueltan una risa burlona. — ¡Ja, ja, ja! — ríen ellos —. El capitán hoy está para la etiqueta y la reverencia. Al decir "el rey ha dicho", el capitán quiere remarcar que el monarca es quien da las órdenes. Él es quien manda, y no el Dios de Elías. En cualquier sistema militar, una orden superior no puede ser modificada por alguien de rango inferior. Elías está allí porque ese es el lugar donde el Señor le dijo que estuviera. Sólo una orden de parte de Dios puede cambiar la situación del profeta. El rey no puede pisotear el mandato de Dios de ninguna manera. Elías es un profeta y, como tal, sólo recibe órdenes del Señor. El capitán le ordena a Elías que descienda. Me imagino a los soldados haciendo jocosamente señales con su mano para ridiculizar al profeta. Quizás alguno agrega: — Si no desciendes, te vamos a bajar a puntapiés, quieras o no quieras. Y en estos menesteres, estos hombres no bromean. Elías está ofendido y dolorido. No porque lo estén tratando a él de esa manera, sino porque lo están haciendo con el mismo Dios de Israel. Dios hace maravillas ante quienes se muestran irreverentes Visualizo la escena. Durante unos instantes, Elías mira a esta gente como dándole una oportunidad de retraerse. Guarda silencio. Pero los soldados allí abajo repiten con sorna: — Oh hombre de Dios, el rey ha dicho que desciendas. Nuevamente mueven burlonamente sus manos de arriba hacia abajo, como el aleteo de un pájaro. El versículo 12 nos cuenta que Elías se pone de pie y dice: — Si yo soy hombre de Dios que descienda fuego del cielo y te consuma a ti con tus cincuenta. En el cielo hay unas pocas nubes, pero no hay tormenta. De pronto, se oye un fuerte ruido. Ha caído fuego del cielo y los soldados han sido consumidos. Los cuerpos han quedado carbonizados. Los escudos han sido derretidos y retorcidos como el fuelle de un acordeón. En la ciudad, en el palacio real, se espera en vano el regreso del capitán. Alguien viene y cuenta lo que ha visto. — ¡Comandante! — dice un campesino —, hemos visto una cosa horrible. Estábamos en el monte y observamos a los soldados subiendo la ladera. Después sentimos un ruido muy extraño. Fuimos tras ellos y los encontramos a todos muertos. Los criados del rey empalidecen. Algunos de ellos saben lo que esto significa. Recuerdan que muchos años atrás, Elías hizo que descendiera fuego del cielo (1 R 18:38). El comandante le explica la situación al rey: — Alteza, tengo malas noticias. — ¡Hable de una buena vez! — ordena el rey. — El capitán y los soldados que mandamos, sufrieron el impacto de una tormenta eléctrica. Usted sabe que las armas y los escudos pueden atraer los rayos. — ¿Cuántos sobrevivieron? — pregunta el rey. — Ninguno — responde el oficial. El rey frunce el ceño y grita con ira: — ¡Por supuesto que esto fue casualidad! ¡Todo fue casualidad! ¡Estas tormentas eléctricas son muy peligrosas! En el palacio, mientras tanto, los sirvientes murmuran. Hablan entre ellos y se preguntan: — ¿Cómo es posible que un rayo mate a 50 personas? Otro agrega: — Los campesinos nos han dicho que no había tormenta. ¿No habrá sido un castigo del Señor? El rey ordena que parta de inmediato otro capitán con 50 soldados para detener al profeta Elías y traerlo ante su presencia. La escena se repite como si fuera una grabación de video. Este otro capitán tampoco teme al Dios de Israel. Palabras idénticas se repiten ante el profeta. Las mismas sonrisas socarronas. Los mismos gestos haciendo mímicas burlonas. Este segundo grupo de soldados no ha entendido lo que le pasó al grupo anterior. Podríamos decir que su prepotencia y pedido es aun mayor, porque desestimaron la condena que los antecedió. El segundo capitán adopta una pose arrogante, de hombre acostumbrado a ordenar y ser obedecido. Tiene un yelmo adornado con una hermosa pluma. De su pecho cuelgan muchos medallones y escarapelas. Hubiera sido un hermoso muestrario para un coleccionista de monedas antiguas. — Oh hombre de Dios, el rey ha dicho así: "¡Desciende pronto!". Elías se levanta y da una respuesta idéntica a la anterior: — Si yo soy hombre de Dios descienda fuego del cielo y te consuma a ti con tus cincuenta. Dice el versículo 12: "Entonces descendió del cielo fuego de Dios y los consumió a él con sus cincuenta". Otra vez se ha producido el mismo estruendo. Los cuerpos que caen pesadamente al suelo, y los escudos, espadas y lanzas han quedado todos retorcidos. La colección de monedas se ha derretido y ha quedado tan irreconocible como su portador. En el palacio pasan las horas y el capitán no regresa. Por fin, llegan noticias. Otros campesinos que transitaban por el lugar, han encontrado los restos calcinados de los soldados. Cuando el monarca recibe el informe, dice: — Sin duda, fue otro rayo. — Majestad — dice uno de sus servidores —, no había ni siquiera una nube. El cielo estaba azul y diáfano. El rey, tirado sobre su lecho majestuoso, no puede disimular su enojo. — ¡Si yo digo que fue un rayo, fue un rayo! Los sirvientes guardan silencio. Temen contradecir a un déspota. En los corredores del palacio, entre sirvientes y soldados, hay un cuchichear constante. — ¡Comandante! — llama el rey —, mande otro capitán con 50 soldados y traigan a Elías de inmediato. Yo le voy a demostrar a ese fanático quién es el que manda aquí. ¡Esta no se la perdono! ¡De aquí no sale con vida! Se oyen unas cuantas imprecaciones. — Alteza — dice el comandante —, ya hemos perdido dos capitanes y 100 soldados. El rey trata de incorporarse en su lecho. Su cara esta roja como un tomate. Sus ojos, inyectados de cólera: — ¡Aquí el que manda soy yo! Sale el tercer jefe militar con su 50 soldados. Va caminando lentamente hacia el monte donde está Elías. — Mi capitán — dice uno de los soldados— , ¿me permite decir algo? — ¡Hable! — responde el oficial. El soldado comienza a tartamudear y dice: — Nosotros lo acompañamos fielmente porque es nuestro deber. Pero no queremos morir quemados. Yo tengo esposa e hijos. Elías es un profeta del Dios verdadero; este ha sido ofendido gravemente. — ¡Calla! — responde el capitán —, yo también honro y temo al Señor de los Ejércitos. No tengan miedo. Yo voy a suplicar misericordia al Dios de Elías. Los soldados, más animados, lo siguen, pero algunos todavía están atemorizados. — Hagan lo que yo hago — les dice el capitán — y van a ver que todo va a salir bien. Comienzan a subir el monte y se acercan en silencio. Allí está sentado Elías con toda calma, meditando u orando. Con prudencia y respeto, el capitán se acerca donde está el profeta. Ante el estupor de sus soldados, se pone de rodillas. Los demás hacen lo mismo de inmediato. ¡Qué escena increíble! Una multitud de curiosos los ha seguido a cierta distancia para ver qué es lo que va a suceder. Pero el versículo 13 nos relata que el capitán no se dirigió al profeta con un tono demandante y prepotente sino como alguien que está pidiendo clemencia: — ¡Oh hombre de Dios, te ruego que sea de valor a tus ojos mi vida y la vida de estos cincuenta siervos tuyos! Los curiosos no lo pueden creer. El capitán se ha arrodillado junto con sus 50 soldados y le está diciendo al profeta que él y sus soldados son sus siervos. Le está rogando que tenga misericordia de ellos y de sus vidas. Luego explica el motivo de su visita: — He aquí, ha descendido fuego del cielo y ha consumido a los dos primeros jefes de cincuenta con sus cincuenta. ¡Sea ahora mi vida de valor a tus ojos! Elías guarda silencio y ora al Señor. "Entonces el ángel del Señor dijo a Elías: Desciende con él, no le tengas miedo" (2 R 1:15). El profeta de Dios obedece. Desciende del monte con el capitán y sus 50 soldados. No marcha como un prisionero; va delante de todo el destacamento que lo sigue con una actitud de respeto y reverencia. La multitud que desde la distancia esperaba ver un episodio similar a los anteriores mira con asombro la extraña caravana. Elías, con toda calma, baja siguiendo el sendero que él elige y el pelotón lo sigue dócilmente. Aquel que un día huyó para salvar su vida de la impía Jezabel (1 R 19:3) ahora va con toda tranquilidad al palacio donde lo espera el hijo de esa misma reina. Al llegar, Elías es guiado hasta la cámara real. En esa espaciosa habitación, adornada con alfombras y coloridos almohadones, está el rey Ocozías postrado en su lujoso lecho. Al entrar el profeta, el soberano trata de incorporarse en la cama ayudado por sus sirvientes. El versículo 16 registra las palabras de Elías, quien con su voz enérgica le dice a Ocozías: — Así ha dicho el Señor: "Por cuanto enviaste mensajeros a consultar a Baal-zebub, dios de Ecrón (¿acaso no hay Dios en Israel para consultar su palabra?), por tanto, de la cama a la cual subiste no descenderás, sino que ciertamente morirás". El rey se desploma. Desearía matar al profeta. Los sirvientes lo abanican, tratando de suavizar su ira. El profeta se retira en silencio. Poco tiempo después, la música fúnebre resuena en el palacio real. El monarca ha muerto.