domingo, 24 de febrero de 2008

ERES ESPECIAL PARA DIOS

Cuentan los indios cheyenes una leyenda acerca de una aldea aislada, situada a la orilla de un bosque. Siguiendo una costumbre de muchos años, los adultos salían uno por uno de la aldea, y atravesaban el bosque a hurtadillas por una estrecha senda, que llegaba a un arroyo plateado.
Un tronco, liso ya por el roce de tantos pies con mocasines que habían caminado sobre él, cruzaba el arroyo. Tras mirar a su alrededor para asegurarse de que nadie lo observara, cada miembro de la tribu caminaba por el tronco hasta el centro del arroyo. Allí, dirigía la vista hacia la superficie del agua y veía reflejado en ella su propio rostro.
Enseguida, con voz tranquila, comenzaba a contarle al arroyo todas las cosas que guardaba en lo más profundo de su corazón, lo cual le hacía sentirse bien. Luego de terminar, volvía a la aldea.
Aunque todos los adultos hacían esto a menudo, jamás se lo contaron a nadie. No obstante, todos estaban, al parecer, enterados de que los demás hacían lo mismo.
Cierto día, dos niños encontraron la senda que se adentraba en el bosque. Como sentían curiosidad, la siguieron y pronto descubrieron el arroyo plateado. Cuando vieron el tronco, avanzaron por él y miraron hacia abajo. Allí en el agua, vieron el reflejo de sus rostros. Al poco tiempo empezaron a hablarle al arroyo, contándole lo que llevaban en lo más profundo del corazón, lo cual les hizo sentirse muy bien.
Regresaron corriendo a la aldea y llamaron a los adultos. Sin embargo, cuando les contaron lo que habían descubierto, y lo que habían hecho, los adultos se sintieron ofendidos… y amenazados. Hicieron huir a los niños de la aldea corriéndolos a pedradas.
El significado de la leyenda, según los propios cheyenes, es que todos necesitamos alguien con quién hablar, alguien con quien relacionarnos, alguien a quien podamos contar las cosas más profundas de nuestro corazón. Pero como esto es considerado también una señal de debilidad, cuidamos mucho de que nadie se entere de ello.
Los cheyenes tienen razón, en parte. El ser humano nace con una necesidad imperiosa de relacionarse con los demás. Alguna vez se dijo que dentro de todo hombre se oculta un niño que aún trata de complacer a su padre. Supongo que los mismo se puede decir de la niña que vive dentro de cada mujer. En todos nosotros hay un niño que necesita desesperadamente apoyarse en Dios.
Nuestra sociedad, sin embargo, ha hecho algo curioso, nos ha condicionado para ver la dependencia de Dios como una debilidad. Vemos el <éxito> como la capacidad para valernos por nosotros mismos, sin ayuda de nadie, y menos de la de Dios. En consecuencia cuando escuchamos que una persona dice: o , pensamos inmediatamente que se trata de una persona apocada e inútil, un fracasado que no pudo salir adelante por su propia cuenta y tuvo que recurrir a la ayuda divina.
A propósito, este concepto es fundamentalmente occidental. La mayoría de los países del Tercer Mundo y casi todos los habitantes del Oriente, ven la dependencia del como algo natural. Sólo los europeos y los norteamericanos, debido a nuestro fuerte sentido de independencia, nos resistimos en pedir ayuda a Dios. No obstante, al igual que los indios cheyenes, cuando estamos a solas y somos sinceros con nosotros mismos (cuando estamos parados en el tronco y miramos hacia abajo, al arroyo plateado), sentimos el impulso de expresar las cosas más profundas de nuestro corazón. Y cuando lo hacemos, nos sentimos bien, pues dentro de todo ser humano existe una vocecita que susurra y nos dice que no importa lo que opine el mundo: Dios nos ama y SOMOS ESPECIALES PARA EL.
Nuestro problema es el orgullo. No queremos reconocer que somos incapaces de manejar solos los problemas de la vida.
Carlitos, el personaje de la tira cómica, lucha constantemente con este problema. Cierto día, hablaba con su amigo Lino acerca del sentimiento de ineptitud que siempre le embargaba.
Verás, Lino, se quejaba Carlitos, esto se remonta al principio. Desde el momento en que nací y entré en el escenario de la vida, me echaron un vistazo y dijeron: No sirve para representar el papel.
¿Cuántos de nosotros, al igual que Carlitos, nos miramos al espejo y concluimos que no servimos para representar el papel?
En otra ocasión, Carlitos se quejaba con Lino acerca de su editor. Me envió una carta de rechazo, se lamentó Carlitos. ¿Y qué hay con eso? respondió Lino. Muchos escritores reciben cartas de rechazo.
Pero ¡yo ni siquiera le envié un manuscrito! replicó Carlitos.
Esa clase de sentimiento puede convertirse rápidamente en una actitud de rechazo o ineptitud. Pero esto es una perversión de la verdad. Es una mentira que el demonio susurra constantemente a nuestros oídos, para convencernos de que en realidad no fuimos creados a semejanza de Dios; de que no somos valiosos para El; de que, si bien Jesucristo murió en la Cruz, no lo hizo por nosotros. Si la mentira no se enmienda, si la actitud no se corrige, puede conducir fácilmente a la depresión, o algo peor.
Los caricaturistas aprovechan constantemente este aspecto de la vida. En la tira cómica “el Pequeño Abner”, de Al Capp, había un extraño personaje que vivía bajo una nube oscura que pendía sobre su cabeza y lo acompañaba a todas partes. Donde quiera que fuera este personaje patético se producían desastres. Los camiones salían disparados de los puentes; los pianos caían de los rascacielos; las personas desaparecían por las bocas de las alcantarillas. Solíamos reírnos de ese pobre diablo, pero sólo porque nos identificábamos con él.
En el mundo de hoy, muchas personas sienten que viven bajo una maldición parecida a ésa. Es como una sombra siniestra que los sigue a todas partes. Tienen la sensación de que, tarde o temprano, los alcanzará y se los tragará.
Y en realidad, hay algo de cierto en ello. La Biblia nos dice que todos los hombres son –pecadores-; es decir que intentan vivir apartados de Dios y de sus leyes. Esto conduce a una profunda separación de Dios. Como resultado, y puesto que todas las cosas buenas provienen de Dios, es difícil que el hombre original experimente algo bueno y duradero.
El rey David, que acababa de terminar un examen de conciencia cuando llegó el profeta Natán y le señalo algunas maldades de su vida, reconoció una verdad eterna al exclamar: “He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre”. (Salmos 51:5)
Es una confesión vigorosa y profundamente cierta. En otras palabras, el rey David se contempló y dijo: “No sirvo para representar el papel”.
Si hiciéramos un diagrama de esta situación, trazaríamos un cuadrado con líneas extendiéndose en todas direcciones, llevando una leyenda que dice: “Yo no estoy bien”, Tú no estás bien”, “Nosotros no estamos bien”, “Ellos no están bien”, “Eso no está bien”.
Por otra parte, si tú no hubieses nacido “en culpa”, entonces podríamos cambiar la frase para decir: “Yo estoy bien, tú estás bien, todos estamos bien, y todo está de maravilla”.
Pero, según la Biblia, no es así. El hecho es que “por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios”. (Romanos 3:23)
Es este “pecado” lo que nos separa de Dios y nos impide tener el éxito que El desea para nosotros. Por lo tanto, antes de hacer cualquier otra cosa, necesitamos resolver el problema del pecado en nuestra vida.
Tal vez resulte más comprensible si lo explico en términos de un hombre con su palo de golf. En manos de un hábil golfista, el palo se puede emplear para golpear la pelota y hacerla caer en el hoyo. Sin embargo, esto no es posible si se ha hecho mal uso del palo. Por ejemplo, si ha sido utilizado para forzar la puerta del garaje, o si alguno de nuestros hijos lo dejó en la acequia de desagüe y el camión de la basura le pasó por encima. Ahora, la cabeza está resquebrajada y el puño doblado en forma de “Z”. No importa cuando desee el golfista usarlo en un torneo, jamás podrá jugar bien al golf con ese palo.
Eso mismo hace el pecado con nuestras vidas. Nos torna inútiles. Nos obliga a sentirnos derrotados y declarar: “¿Y qué? Olvidémoslo. De cualquier forma, mañana moriremos. Así es que comamos, bebamos y acostémonos con quién se nos antoje”.
A pesar de que el rey David fue sincero consigo mismo y reconoció que era pecador, no se conformó con eso. Reclamó a Dios la purificación y le pidió que creara en él un corazón puro.
En suma, hizo lo mismo que los hombres que mencionáramos anteriormente: “lávame por completo de mi maldad y límpiame de mi pecado”. (Salmos 51:2)
Todos podemos elegir: o vivir como nos plazca, o vivir a la manera de Dios. Como vimos anteriormente conocimos a algunos hombres que decidieron seguir a Jesucristo. Aunque habían alcanzado el éxito en términos mundanos, aceptaron que no podían salir adelante solos. Sin Dios, “no servían para desempeñar el papel”.
Al darse cuenta de ello, entregaron su vida a Jesucristo y pidieron a Dios que “tomara el control” de su vida, en lugar de dirigirla ellos mismos. Gracias a esta decisión, recibieron de Dios una fuerza sobrenatural para vivir.
Hace varios años un hombre escribió un libro en el que afirmaba que lo más importante de este mundo era: “Velar por los intereses del Numero Uno”. En la dedicatoria del libro anotó: “Dedico esta obra a la esperanza de que, en alguna parte de nuestro universo, exista la civilización cuyos habitantes sean los únicos que tengan dominio sobre sus propias vidas”.
Si, existe tal lugar: “El infierno”. Es el sitio donde los hombres se han divorciado totalmente del derecho que Dios tiene sobre sus vidas.
Con todo, la persona verdaderamente triunfadora ha aprendido que, para tener fuerza para vivir – fuerza sobrenatural para vivir – debe relacionarse adecuadamente con Dios.
Según los psicólogos, todos los seres humanos tenemos cinco necesidades básicas. Estas son:
1. Seguridad.
2. Reconocimiento.
3. Amor.
4. Aventura.
5. Necesidad de crear.

A veces se les llama “impulsos”. Estos impulsos, ya sea separados o combinados, controlan nuestras vidas. No son ni buenos ni malos. Simplemente, forman parte de la naturaleza humana. Pero son estos impulsos los que nos llevan a caminar sobre un tronco en el bosque y contar al arroyo las cosas más profundas de nuestro corazón. A fin de cuentas, son estos impulsos los que nos empujan hacia los brazos de un Padre Celestial amoroso o, por el contrario y debido a que buscamos satisfacerlos en forma egoísta o pervertida, nos conducen al infierno.
Si no encuentras las respuestas a estos impulsos en Dios, tu naturaleza humana te obligará a encontrarlas en otra parte, lejos de El. Cuando estos impulsos no se satisfacen en Dios, entonces empiezas a sentirte inadecuado, derrotado. Te sientes como Carlitos: “No sirves para desempeñar el papel”.
Siempre será así, hasta que entres en el Reino de Dios. Una vez que entres en el Reino, por medio de una relación personal con Dios, servirás para desempeñar el papel. Desde ese momento en adelante, podrás decir confiadamente: “Me cuento entre quienes han recibido el llamado de Dios. He sido elegido. Tengo un lugar en la historia.
Sin duda, el “volver a nacer” significa también esto. Quiere decir que somos especiales para Dios.
Hace varios años Fred Craddock daba una conferencia en la Universidad de Yale, y comentaba que cierto verano volvió a Gatlinburg, Tennessee, para disfrutar de unas breves vacaciones con su esposa. Una noche fueron a un restaurante pequeño y tranquilo, donde pensaban gozar de una cena íntima.
Mientras esperaban que les trajeran la cena, observaban que un hombre canoso, de aspecto distinguido, iba de mesa en mesa, visitando a los comensales.
-Espero que no venga por aquí –susurró Craddock a su esposa.
No quería que aquel individuo se entrometiera en su intimidad. Sin embargo, el hombre llegó a su mesa.
-¿De dónde son ustedes? –preguntó amistosamente.
-De Oklahoma.
-He oído hablar que es un lugar estupendo, aunque nunca lo he visitado. Y ¿a qué se dedica?
-Soy profesor de homilética en el seminario de graduados de la Universidad de Phillips.
-¡Ah! Así que enseña a los predicadores, ¿no es así? Pues bien, tengo una historia que contarle.
Dicho esto, el hombre acercó una silla y se sentó a la mesa con Craddock y su esposa. El doctor Craddock comenta que se quejó para sus adentros.
¡Vaya, otro cuento sobre predicadores! Pensó. Parece que todo el mundo sabe uno.
-Me llamo Ben Hooper –dijo el hombre, extendiendo la mano. Nací cerca de aquí, al otro lado de las montañas. Mi madre era soltera cuando nací, por lo que pasé muchas dificultades. Cuando empecé a ir a la escuela, mis compañeros tenían un nombre para mí, y no era un nombre muy agradable. Solía apartarme de los demás durante el recreo y el almuerzo, pues las burlas de mis condiscípulos me herían profundamente.
“Lo peor era ir al centro de la ciudad los sábados por la tarde y sentir que todo el mundo tenía los ojos clavados en mí. Todos se preguntaban quién era mi verdadero padre.
“Cuando tenía unos 12 años, llegó a nuestro templo un nuevo predicar. Siempre entraba yo tarde y me salía temprano, a escondidas. Pero un día, el predicador dio la bendición tan rápidamente, que quedé atrapado y tuve que salir con el resto de los fieles. Sentía que todos los ojos me miraban. Justo cuando llegaba yo a la puerta, una mano me tomó del hombro. Alcé la vista, y vi que el predicador me miraba directamente a los ojos.
-¿Quién eres, muchacho? ¿De quién eres hijo?
“Sentí que nuevamente me aplastaba aquel peso. Era como si me envolviera una enorme nube negra. Hasta el predicador me humillaba.
-Sin embargo, mientras observaba mi rostro, una enorme sonrisa de reconocimiento empezó a dibujarse en sus labios.
-¡Un momento! –Dijo- Ya sé quién eres. Reconozco los rasgos de la familia. Eres hijo de Dios.
“Dicho esto, me dio una palmada en la espalda y exclamó:
“Muchacho, tienes una gran herencia. Ve y reclámala”.
El hombre miró a Fred Craddock desde el otro lado de la mesa y comentó:
-Estas fueron las palabras más importantes que jamás me dirigió persona alguna.
Entonces sonrió, estrechó la mano de Craddock y la de su esposa y fue a otra mesa a saludar a unos viejos amigos.
De pronto, Fred Craddock recordó. En dos ocasiones los ciudadanos de Tennessee habían elegido a un bastardo como gobernador. Se llamaba Ben Hooper.
Eso es lo que significa ser elegido de Dios. Aunque hayamos nacido en iniquidad, y hayamos decidido seguir nuestro propio camino, por medio de la sangre de Jesucristo, nos salvamos no sólo de nuestro pasado, sino del temor al fracaso en el presente, y también de vivir sin fuerza en el futuro.
Tenemos una gran herencia. La fuerza para vivir que proviene de Dios nos permitirá reclamarla.

viernes, 22 de febrero de 2008

FIN

Si el lector/a no me ha seguido paso a paso conforme haya leído estas páginas, lo siento de veras. Do poco valor es la lectura de un libro, a no ser que las verdades que se presentan a la mente sean comprendidas, apropiadas y llevadas a la práctica. Parésese éste al que contempla los alimentos copiosos en un escaparate de casa de comidas y queda, sin embargo, hambriento por no comer personalmente de ellos. En vano, querido lector/a, nos hemos encontrado tú y yo, a no ser que hayas aceptado por fe viva a Jesucristo, mi Señor. De mi parte hubo un deseo marcado de hacerte bien y he hecho lo mejor que he podido para este fin. Siento no haberte podido comunicar un bien positivo, porque anhelaba de veras conseguir este privilegio. Pensaba en ti al escribir esta página y he pedido solemnemente a Dios por todos los que leyeran. Estoy segurísimo que gran número de lectores serán bendecidos por su lectura, aún cuando tú no quieras ser de éste número. Pero ¿por qué rehusarás tú mi testimonio? Si no deseas la bendición especial que yo te hubiera llevado, hágame el favor al menos de admitir que la culpa de tu condena final no me la imputarás a mí. Cuando tengas que enfrentar el Gran Trono Blanco, no podrás culparme de haber usado mal la atención que bondadosamente me concediste al leer esta obrita. El Señor es mi testigo, abogado y Juez (por que yo no estaré en el Gran Trono Blanco, pero sí en el Tribunal de Cristo por donde pasaremos todos los creyentes en Cristo para recibir de acuerdo a lo que hayamos hecho lo que corresponda) quién ha visto como he escrito cada renglón para tú bien eterno. En espíritu pongo ahora mi mano en la tuya y te doy un fuerte apretón. ¿Lo sientes? Con lágrimas en los ojos te miro, diciendo: ¿Por qué quieres morir? ¿No quieres dedicar un momento a los asuntos de tu alma? ¿Querrás perecer por puro descuido? ¡Lejos sea esto de ti! Pesa solemnemente estas cosas, poniendo fundamento firme para la eternidad. No rehúses a Jesús Autor y consumador de la fe, su amor, su sangre, su perdón, su salvación. ¿Por qué lo harías? ¿Podrás hacerlo?
¡TE CONJURO que no vuelvas la espalda a tu Redentor!
Si, en cambio, mi oración ha tenido contestación y tú, querido lector/a, hayas sido conducido a confiar en el Señor Jesús aceptando del mismo la salvación por gracia, en tal caso, aférrate para siempre a esta doctrina y a este modo de vivir y proceder. Sea Jesús tu todo en todo y permite que la gracia inmerecida sea la regla única por la cual vivas y te muevas. No hay vida como la del que vive disfrutando del favor de Dios. Recibir todo cual don gratuito, esto, guarda la mente del orgullo del mérito propio y del remordimiento de las acusaciones de la conciencia desesperada. Esta vida por gracia calienta el corazón llenándolo de amor agradecido y así produce un sentimiento en el alma infinitamente más aceptable para Dios que todo cuanto pudiera proceder de un amor de esclavo. Los que procuran salvarse haciendo lo mejor que puedan, no saben nada del fervor ardiente, del santo celo, del gozo en Dios que nacen de la salvación gratuitamente recibida según la gracia de Dios. El espíritu de servidumbre de la salvación mediante el mérito propio, o sea por el cumplimiento de los mandamientos, nada tiene de comparable con el espíritu gozoso de la adopción. Más virtud real hay en la menor emoción de la fe que en todos los esfuerzos del esclavo de la ley o en toda la maquinaria de los devotos que procuran subir al cielo por la escalera de las ceremonias. La fe es cosa espiritual y Dios que es Espíritu se deleita en ella por esa razón. Años enteros de rezos, de acudir a las iglesias o capillas, a los santuarios; años enteros de ritos, de ceremonias, de penitencias, pueden ser otras abominaciones a la vista de nuestro Dios que es Espíritu. Pero una mirada del ojo de la verdadera fe es espiritual y por lo mismo a su gusto. “Dios es Espíritu y busca adoradores que le adoren en Espíritu y en Verdad.” Y “Gloria de hombres no recibe.” Si no la que se produce inspirada por su mismo Espíritu Santo.

viernes, 15 de febrero de 2008

EL TEMOR DE CAER

Cierto Temor se apodera, a veces de muchos que buscan la salvación: temen que no podrán perseverar hasta el fin. He oído decir: “Si yo hubiera de entregar mi alma al Señor Jesús, tal vez volvería atrás perdiéndome al fin. Antes he tenido sentimientos buenos y se me han alejado. Mi bondad ha sido como la nube de la mañana y como el rocío temprano. De repente ha venido, ha durado poco, ha prometido mucho y luego ha desaparecido.”
Querido lector, creo que este temor es a menudo el padre del hecho y que algunos que han tenido miedo de confiar en Cristo para todo el tiempo y toda la eternidad, han fracasado, porque su fe era temporal no siendo lo suficientemente sincera para salvarles. Principiaron confiando en Jesús hasta cierto punto, pero confiaron en sí mismos respecto a la continuación y perseverancia en el camino al cielo; así es que principiaron de un modo erróneo, resultando la cosa natural que no tardaron en volver atrás. Si confiamos en nosotros mismos respecto a la perseverancia, es cierto que no perseveraremos. Aún cuando confiamos en Jesús esperando de él buena parte de la salvación, no dejaremos de fracasar, si confiamos en nosotros mismos respecto a algo. No hay cadena más fuerte que el más débil de los eslabones: si de Jesús esperamos todo excepto una cosa, fracasaremos sin falta, porque en esa cosa tropezaremos sin duda alguna.
No me cabe duda que el error respecto a la perseverancia de los santos ha impedido la perseverancia de muchos que un día marchaban bien. ¿Cuál fue su tropiezo? Confiaban en sí mismos respecto a su carrera, en consecuencia quedaron parados. Cuidado con mezclar algo del yo en la argamasa con que edificas, porque la harás argamasa destemplada y las piedras no quedarán ligadas. Si miras a Cristo respecto al principio, cuidado que no mires a ti mismo respecto al fin. El es Alfa. Mira que te sea Omega también. Si principias en Espíritu, no debes esperar que te perfeccionaras por la carne. Empieza como piensas continuar y continúa como empezaste, siéndote el Señor el todo en todo. Pidamos que Dios el Santo Espíritu nos dé idea clara respecto a la fuente de toda fuerza necesaria para la perseverancia y para ser guardados hasta el día de la aparición del Señor.
Aquí sigue lo que dijo Pablo sobre este asunto al escribir a los corintios:
“Nuestro Señor Jesucristo… os confirmará hasta el fin, para que seáis sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual sois llamado a la participación de su Hijo Jesucristo nuestro Señor.”—1Cor. 1:8,9.
Estas palabras admiten silenciosamente una gran necesidad al decirnos como se ha tenido en cuenta llenarla. Siempre que el Señor haga provisiones, podemos estar seguros que hay necesidad para ello, ya que el pacto de gracia no se distingue por cosas superfluas. En el palacio de Salomón se colgaron escudos de oro que nunca se usaron, pero en el Arsenal de Dios no hay tales cosas. Necesitaremos, por cierto todo cuanto Dios ha provisto. Desde hoy hasta consumación de todas las cosas será requerida toda promesa de Dios y toda provisión del pacto de gracia. La necesidad urgente del alma que cree es el fortalecimiento, la continuación, la perseverancia hasta el fin, el ser guardado para siempre. Tal es la necesidad del creyente más adelantado, porque Pablo escribía los santos de Corinto, personas de elevación, de las cuales podía decir: “Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os es dada en Cristo Jesús.” Tales personas son precisamente las que sienten de verdad que diariamente necesitan gracia nueva para continuar el camino, perseverar y salir vencedores al fin. Si no fueran santos, no tendrían necesidad de la gracia; pero por ser hombres de Dios, sienten diariamente las necesidades de la vida espiritual. La estatua de mármol no siente la necesidad de alimento; pero el hombre vivo siente hambre y sed, se regocija que el pan y el agua no le falten, porque si le faltasen, perecería en el camino. Las necesidades personales del creyente lo hacen imprescindible que diariamente acuda a la gran fuente de todo tesoro espiritual, pues ¿Qué haría, si no pudiera dirigirse a su Dios?
Este es el caso tratándose de los más dotados de los santos – de los de Corinto enriquecidos de todo don de conocimiento y sabiduría. Necesitaban ser confirmados hasta el fin y a no ser así, resultarían su ruina sus dones y conocimientos. Si hablásemos lenguas humanas y angélicas y no recibiéramos gracia nueva de día en día, ¿Dónde estaríamos ahora? Si tuviéramos toda experiencia hasta ser “padres de la iglesia,” si fuéramos enseñados por Dios hasta comprender todo misterio, no podríamos vivir un solo día sin que la vida divina se nos comunicara desde la Cabeza del Pacto. ¿Cómo podríamos esperar que perseveráramos por una hora siquiera, para no decir por una vida entera, a no ser que el Señor nos llevará adelante? El que ha empezado la buena obra en nosotros, es el único que puede perfeccionarlo hasta el día de Cristo, si no resultará un triste fracaso.
Esta necesidad se debe en gran parte a nuestra propia condición. Algunos penan bajo el temor de no poder perseverar en la gracia, porque conocen su carácter caprichoso. Algunas personas son por naturaleza inestables. Otras son naturalmente obstinadas y otras igualmente volubles y ligeras. Semejantes a mariposas vuelan de flor en flor, visitando todas las hermosuras del jardín, sin hacerse morada fija en ninguna parte. Nunca paran en punto fijo bastante para hacer bien alguno, ni siquiera en su negocio, ni en sus estudios intelectuales. Tales personas temen con razón que diez, veinte, treinta o cuarenta años de vigilancia les resulte demasiado, tarea imposible. Vemos a gente afiliarse a una iglesia tras otra, hasta recorrer todas las rayas de la brújula. Son todo, todo por turno, pero nada, nada duradero. Estos tales tienen doble motivo de pedir a Dios que no sólo les haga firmes sino inmovibles; de otra manera no serán hallados “constantes creciendo siempre en la obra del Señor”.
Todos, aun los que no tengamos inclinación natural a la inconstancia, no podemos por menos de sentir nuestra debilidad, si somos vivificados por Dios. Querido lector/a, ¿no hallas lo suficiente en un solo día para hacerte tropezar? Tú que deseas vivir santamente, como pienso es el caso; tú que tienes un alto ideal de lo que debe ser la vida cristiana, ¿no hallas que antes de haberse limpiado la mesa después del almuerzo, ya has dado prueba de bastante torpeza para sentirte avergonzado de ti mismo? Si nos encerráramos en la celda de un ermitaño, nos acompañaría la tentación, porque entretanto que no podemos escapar de nosotros mismos, no podemos escapar de la tentación. Hay un algo adentro de nuestro corazón que nos debe mantener alertos y humillados delante de Dios. Si él no nos confirma, somos tan débiles que fácilmente tropezamos y caemos, no necesariamente vencidos por el enemigo sino por vuestro propio descuido. Señor, sé tú nuestra fuerza. Nosotros somos la misma debilidad.
Además de esto, notaremos el cansancio que produce una vida larga. Al principiar nuestra carrera espiritual subimos con alas de águila, después corremos cansados, pero en nuestros días mejores andamos sin desmayar. Nuestra marcha parece más pausada, pero es más útil y mejor sostenida. Pido a Dios que la energía del Espíritu y no meramente el fervor de la carne altiva. El que hace tiempo anda por el camino del cielo, encuentra que por razón buena se prometió que los zapatos serían de hierro y bronce, porque el camino es áspero. El tal ha descubierto que existen Collados de Dificultad y Valles de Humildad; que existe un Valle de Sombra de Muerte y peor todavía la Feria de Vanidad, todo lo cual se debe atravesar. Si hay Montes de Delicias (y gracias a Dios que los haya), hay también Castillos de Desesperación, cuyo interior los peregrinos han visto con mucha frecuencia. Todo considerado, los que perseveran hasta el fin en el camino de la santidad, será “objeto de la admiración.”
“¡OH mundo de maravillas, no menos puedo decir!” Los días de la vida del cristiano son como otras tantas perlas de misericordia ensartadas en hilos de oro de la felicidad divina. En el cielo manifestaremos a los ángeles, a los principados y poderes las inescrutables riquezas de Cristo que se empleó en nosotros y que disfrutamos aquí abajo. Nos ha mantenido vivos en las garras de la muerte. Nuestra vida espiritual ha sido una llama ardiendo en medio del mar, una piedra suspendida en el aire. Será el asombro del universo el vernos pasar por la puerta de perlas sin tacha el día de nuestro Señor Jesucristo. Debemos sentirnos llenos de grata admiración por ser guardados una hora siquiera. Espero que así nos sintamos.
Si esto fuera todo, habría razón suficiente para temer; pero hay mucho más. Es preciso que nos acordemos del lugar en que vivimos. Este mundo es un desierto espantoso para muchos del pueblo de Dios. Algunos de nosotros hallamos gusto especial en la providencia de Dios, pero para otros es una pena terrible. Nosotros empezamos el día con la oración a Dios y oímos el canto de alabanza a menudo en nuestros hogares; pero apenas se han levantado de sus rodillas por la mañana muchos de nuestros semejantes, cuando se les saluda con blasfemias. Salen al trabajo y todo el día se les aflige con nefandas conversaciones como el justo LOT en Sodoma. ¿Puedes andar siquiera por la ancha calle en estos días sin que sean acosados los oídos por el lenguaje más soez? El mundo no es amigo de la gracia. Lo mejor que podemos hacer con este mundo es terminar con él cuanto antes, porque moramos en campo enemigo. En cada matorral se esconde algún ladrón. En cualquiera parte es preciso andar con la espada envainada o al menos con la espada llamada oración constantemente a nuestro lado; porque hemos de luchar por cada pulgada del camino. No te equivoques en este punto, si quieres evitar la desilusión más amarga. ¡OH, Dios, ayúdanos y confírmanos hasta el fin! Si no ¿adonde iremos a parar?
La verdadera religión es sobrenatural en su principio, sobrenatural en su continuación y es sobrenatural en su acabamiento. Es obra de Dios desde el principio hasta el fin. Hay gran necesidad de que la mano de Dios sea extendida todavía. Esta necesidad siente mi lector/a ahora, de lo que se alegra; porque ahora espera del Señor la perseverancia, quien solo es poderoso para guardarnos de caída y glorificarnos en su Hijo.