miércoles, 27 de febrero de 2019

“Y YO (CRISTO), SI FUERE LEVANTADO DE LA TIERRA, A TODOS ATRAERÉ A MI MISMO.”

Cristo y sus "hermanos" (Salmo 22:22-31) Tras una breve pausa y sin transición alguna, Dios contesta la oración de su Hijo mostrando su completa aprobación sobre su persona y sobre lo que había hecho. Lo hace resucitándolo de entre los muertos y glorificándolo a su lado en la majestad en las alturas. Es verdad que Cristo tenía poder para poner su vida y también para volverla a tomar (Jn 10:18), sin embargo, actuando una vez más en completa dependencia del Padre, esperó a que fuera él quien le levantara de entre los muertos. Por lo tanto, hemos de considerar la resurrección y la glorificación del Hijo como la respuesta del Padre a sus oraciones. Estos hechos hacen que esta segunda parte del salmo tenga un tono completamente diferente, donde la nota dominante es el agradecimiento y la adoración. Aquí se exploran las bendiciones ilimitadas que la obra de Cristo ha conseguido para los hombres pecadores. Así pues, veremos que hay una continua invitación a los santos para que se unan al Hijo en esta alabanza, que debe ser ofrecida en primer lugar porque Dios resucitó a Cristo. Veremos también que esta adoración se va expandiendo en distintos círculos cada vez más amplios. Todos tienen su eje central en la cruz y la resurrección, pero cada vez incluyen a grupos mayores, comenzando por una pequeña asamblea de fieles y terminando con todas las naciones de la tierra; incluyendo a los que ya han muerto y a los que aún no han nacido. Por lo tanto, se trata de una expansión que habría de suceder tanto en el espacio como también en el tiempo. El que había sido desamparado por Dios y acorralado por sus enemigos, se convierte a partir de este momento en un faro de atracción para el mundo entero, que puede encontrar en él libertad y salvación: (Jn 12:32) "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo." Cristo y sus "hermanos" (Sal 22:22-24) "Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré. Los que teméis a Jehová, alabadle; glorificadle, descendencia toda de Jacob, y temedle vosotros, descendencia toda de Israel. Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó." 1. La formación de un nuevo pueblo: los "hermanos" de Cristo Tal como el profeta Isaías había anunciado, cuando el Mesías "haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje" (Is 53:10). Y ahora en este salmo vemos anticipada también esta misma verdad. El triunfo de Cristo, habría de dar lugar a una nueva congregación en el mundo, que aquí son presentados como "hermanos". 2. La primera labor de Cristo resucitado: "anunciaré tu nombre a mis hermanos" Fijémonos en cómo nada más que había sido librado de la muerte sentía la urgencia de revelar a todos quién había sido el autor de esa liberación: "Anunciaré tu nombre". Nosotros pensaríamos que lo más importante en ese momento sería anunciar la salvación que Cristo había conseguido para los pecadores, pero él siente que hay algo mucho más prioritario, y es anunciar el "nombre" de Dios. Como ya sabemos, "anunciar su nombre" implica revelar su misma persona. Este es el verdadero anhelo de Cristo; mostrarnos la belleza y hermosura de la santidad de su Padre. Y, ¡qué importante es esto si tenemos en cuenta todo el odio y los malos pensamientos que el diablo ha introducido en nuestras mentes caídas contra Dios! Ahora bien, el Señor Jesucristo ya había hecho eso mismo durante todo su ministerio, por eso pudo decir en el aposento alto: "He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste" (Jn 17:6), aunque unos instantes después añadió: "les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún" (Jn 17:26). Esto sería necesariamente así porque todavía no había pasado por la cruz, y como sabemos, la cruz es la revelación más completa de Dios que el hombre puede recibir. En ella, todos los atributos divinos son revelados de una forma única. Por lo tanto, la revelación que Cristo había venido a transmitirnos del Padre no estaría completa sin la cruz. Sólo incluyendo la cruz tenemos una revelación plena de quién y cómo es Dios. En los evangelios encontramos el cumplimiento de estos momentos de gozo cuando Cristo deseaba encontrarse nuevamente con sus discípulos para compartir con ellos la felicidad por la liberación que su Padre había llevado a cabo levantándole de entre los muertos. Leamos nuevamente las palabras del ángel a las mujeres que fueron a la tumba el primer día de la semana, y que reflejan el deseo del Señor: (Mr 16:6-7) "Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo." 3. El propósito de Cristo con sus hermanos: animarles, confortarles y socorrerles Podemos imaginar el desánimo y el temor de los discípulos en aquellas circunstancias. Desánimo porque habían fallado al Señor cuando le dejaron solo y salieron huyendo, y temor, porque si las autoridades habían hecho todo eso con su Maestro, ¿qué no harían con ellos si los encontraban? En esas circunstancia era importante que recibieran fuerzas del Señor. Y eso es lo que él se proponía hacer. Como acabamos de ver, el Señor deseaba reunirse nuevamente con ellos. No había en él pensamientos de venganza. Como ya hemos visto, al referirse a sus discípulos los llama "mis hermanos". Habría muchas razones para que él se avergonzara de ellos, pero no lo hizo. Por el contrario, tal como subraya el autor de Hebreos citando este mismo salmo, quería que supieran que sólo tenía sentimientos de amor hacia ellos: (He 2:11-12) "Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré." Él se había identificado íntimamente con los hombres pecadores al pagar el precio de su culpa en la cruz, y ahora, una vez que había sido liberado de la muerte por medio de la resurrección, volvía a hacer lo mismo. Una y otra vez se enfatiza esta nueva relación de "hermanos" que ahora tenía con sus discípulos. Recordemos las palabras de Jesús a María Magdalena inmediatamente después de la resurrección: (Jn 20:17) "Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." Y aunque no debemos olvidar que hay una distancia infinita en la relación que él tiene con Dios como su Padre, y la que nosotros hemos llegado a tener con él, sin embargo, ahora nos llama hermanos porque nos ha dado el derecho de ser "hijos de Dios" (Jn 1:12). Por otro lado, la liberación de Cristo le ha llevado a ocupar una nueva posición en relación con sus "hermanos". Comentando estos hechos, el autor de Hebreos subraya que Cristo no sólo llegó a ser Salvador, sino también el Sumo Sacerdote de todos aquellos que confían en él. Veamos cómo lo expresa: (He 5:7-10) "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec." Es verdad que el pasaje presenta alguna dificultades que debemos intentar explicar. ¿Por qué dice que Cristo "aprendió la obediencia" y fue "perfeccionado"? ¿Acaso no había sido siempre el perfecto Hijo de Dios que agradaba al Padre en todo? Sí, no hay ninguna duda de que el Hijo había sido obediente al Padre durante toda la eternidad, pero obedecer a Dios en el cielo no es lo mismo que hacerlo en este mundo impío. Y esa fue una experiencia completamente nueva para él. Esto le capacita ahora para socorrer también a todos los que son tentados: (He 2:10-13,17-18) "Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, En medio de la congregación te alabaré. Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio... Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados." 4. El propósito de Cristo con sus hermanos: Llevarles a ser verdaderos adoradores de Dios Habiendo dicho esto, volvamos de nuevo a considerar el intenso deseo que Cristo tenía de que sus "hermanos" se unieran a él en la adoración a su Dios. Veamos la invitación que les dirige: "Los que teméis a Jehová, alabadle; glorificadle, descendencia toda de Jacob, y temedle vosotros, descendencia toda de Israel". Este era uno de los principales objetivos que Cristo tenía cuando soportaba la cruz. Él se proponía cambiar nuestras vidas fracasadas para convertirnos en verdaderos adoradores de Dios. Ese era el gozo puesto delante de él y por el que sufrió la cruz (He 12:2). Y ese mismo gozo debería ser también el nuestro. Ya sea en nuestra vida individual, o como iglesia, nuestra mayor alegría debe ser dar la gloria a Dios en todo. Ahora bien, para adorar correctamente a Dios es imprescindible conocerle. Es incoherente intentar adorar a un Dios a quien no se conoce, tal como hacían los samaritanos (Jn 4:22) y los griegos (Hch 17:23). Pero este nuevo pueblo del Mesías sí puede adorar consecuentemente a su Dios, porque Cristo mismo se había encargado previamente de "anunciar su nombre a sus hermanos". Así pues, él mismo se encargaría de dirigir y perfeccionar su adoración. Por otro lado, notemos también que los verdaderos adoradores de Dios son los que le temen: "Los que teméis a Jehová, alabadle". Este temor del que habla aquí no es pánico o miedo. Podemos entrar con confianza hasta "el trono de su gracia" (He 4:16). Ahora bien, ¿dónde ponemos el énfasis, en "trono" o en "gracia"? Pues en los dos por igual. No debemos olvidar que nos presentamos ante el trono de Dios, y esto nos debe llevar a la reverencia, pero al mismo tiempo, también es de gracia, y esto nos recuerda que podemos estar allí con confianza. Continúa diciendo: "glorificadle, descendencia toda de Jacob". En hebreo esto significa "dadle el debido peso", o lo que es lo mismo, darle la importancia que se merece. Y, ¿qué es lo que merece de nuestra parte? Pues si hemos de ser justos, él tiene derecho a nuestra vida entera entregada sin reservas. Esto es lo que enseñó el Señor Jesucristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Mr 8:34). A continuación explica la razón de esta adoración: "Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó". Sus pensamientos se dirigen nuevamente hacia los enormes sufrimientos de la cruz, pero ahora desde la perspectiva de su liberación. El fue menospreciado del pueblo, sin embargo, fue aceptado por Dios. 5. El propósito de Cristo con sus hermanos: Satisfacer todas sus necesidades y anhelos eternamente (Sal 22:25-26) "De ti será mi alabanza en la gran congregación; mis votos pagaré delante de los que le temen. Comerán los humildes, y serán saciados; alabarán a Jehová los que le buscan; vivirá vuestro corazón para siempre." Parece que cuando Cristo estaba en la cruz hizo ciertos "votos" que ahora se disponía a cumplir una vez recibida su liberación. ¿En qué consistían esos "votos"? Probablemente tenían que ver con testificar a otros acerca de la fidelidad y el poder de Dios al liberarle de sus enemigos. Normalmente los votos se celebraban con un sacrificio que era seguido por una comida a la que eran invitados los amigos y familiares cercanos (Sal 66:13-14) (Sal 116:14). Ahora nos explica que son los temerosos de Dios quienes son sus convidados a la mesa: "Mis votos pagaré delante de los que le temen. Comerán los humildes, y serán saciados". Notemos cómo esta comunión basada en la adoración a Dios, produce una plena satisfacción en quienes participan en ella: "Comerán y serán saciados". Sólo cuando nos convertimos en adoradores auténticos de Dios es cuando nuestras necesidades más profundas son saciadas. Pero no sólo eso, porque observemos que dice: "Alabarán a Jehová lo que le buscan; vivirá vuestro corazón para siempre". El lenguaje usado aquí por David supera todos los límites naturales. Necesariamente esta liberación eterna sólo podía realizarla Cristo como consecuencia de su obra en la cruz. Esta gran verdad la anunció durante su ministerio: (Jn 5:24) "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida." Lo que el salmista estaba diciendo es que el Cristo vencedor hace una invitación a aquellos que se unen a él en la adoración al Padre para que disfruten de todo lo que él ha ganado en la cruz para el ser humano, y que lo disfruten eternamente y para siempre. 6. El propósito de Cristo: Que todas las naciones adoren a Dios (Sal 22:27-28) "Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones." Ahora vemos cómo el reino de Cristo se extiende hasta los confines de la tierra. El círculo de adoradores que al principio parecía un grupo pequeño, incluyendo a sus discípulos y el remanente fiel del pueblo de Israel, ahora se expande hasta abarcarlo todo. Evidentemente Cristo vislumbra aquí cómo su obra de redención incluiría a todas las naciones, no sólo a los judíos. Todas las barreras serían rotas para que "todas la familias de las naciones" disfruten de su bendición. Ahora bien, las naciones no disfrutarán de manera automática de esas bendiciones. Antes es necesario que cumplan ciertos requisitos que el salmista expresa con claridad: "Se acordarán... se volverán a Jehová... y adorarán delante de él". Al fin y al cabo, esta es una descripción perfecta de lo que significa la conversión. No sólo recordar y aceptar mentalmente unos hechos históricos, sino también volvernos a Dios de nuestros malos caminos, para así adorarle y servirle como nuestro Dios. Empecemos por preguntarnos: ¿De qué se acordarán? Sin duda tiene que ver con lo que el salmo ha expresado con claridad en su primera parte: la obra inolvidable de la cruz. Ese es el único punto de encuentro entre el hombre pecador y Dios. Quizá hoy más que nunca la obra de la cruz está siendo olvidada, no por todos, por supuesto, pero sí por la mayoría, pero vendrá un día cuando el mismo Cristo que fue crucificado regresará en gloria y exigirá que se reconozcan los derechos que adquirió allí: "Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones". Muchos han olvidado y no quieren tener en cuenta lo que dice la Palabra acerca del lugar que Cristo ocupa en este mundo como consecuencia de su muerte, resurrección y glorificación. ¡Recordémoslo! (Fil 2:5-11) "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre." Muchos se volverán y adorarán a Dios voluntariamente, reconociendo con gratitud lo que Cristo hizo por ellos en la cruz, pero otros lo harán por la fuerza. 7. El propósito de Cristo: Que todos adoren a Dios (Sal 22:29-31) "Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra; se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo, aun el que no puede conservar la vida a su propia alma. La posteridad le servirá; esto será contado de Jehová hasta la postrera generación. Vendrán, y anunciarán su justicia; a pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto." El salmo finaliza presentándonos a Cristo como objeto de la adoración universal. Empieza diciendo: "Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra". Parece referirse a aquellos que ahora se sienten satisfechos de sí mismos. Y no sabemos si abandonarán su arrogancia para unirse a los humildes, o si su adoración será forzada por la majestad y gloria de Cristo en su venida. Continúa haciendo referencia a un grupo totalmente distinto del anterior: "Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo, aun el que no puede conservar la vida a su propia alma". Es verdad que ninguno de nosotros podemos conservar nuestra propia vida, pero aquí parece referirse a los moribundos y también a los muertos, es decir, "los que descienden al polvo". Recordemos las palabras del Señor: "Polvo eres y al polvo volverás" (Gn 3:19). Por lo tanto, la adoración que Cristo recibirá traspasa todas las barreras de clases sociales y de tiempo, llegando incluso a abarcar el reino de la muerte. Esta última afirmación es asombrosa, porque es frecuente encontrar en los salmos que con la muerte cesa también toda alabanza (Sal 88:11-12) (Sal 115:17). Y finalmente, la última barrera en ser derribada es la del tiempo: "La posteridad le servirá; esto será contado de Jehová hasta la postrera generación. Vendrán, y anunciarán su justicia; a pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto". Ninguna experiencia de sufrimiento y de liberación divina, aparte de la experiencia de nuestro Señor en la cruz y de su posterior resurrección ha tenido un resultado tan universal. Por lo tanto, como hemos venido diciendo, este salmo debe ser considerado de principio a fin como una profecía que anticipa la obra del Mesías. Si sólo pensamos en el rey David y su experiencia, llegaríamos a la conclusión de que hablaba de una forma totalmente exagerada y sin sentido, pero cuando vemos el salmo a la luz de su cumplimiento en el Nuevo Testamento, entonces apreciamos el rigor de la profecía bíblica.

domingo, 24 de febrero de 2019

EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA CRUZ DE CRISTO

Es tan profundo y tan maravilloso todo lo que está minuciosamente oculto en cada gota de su sangre derramada y del agua de vida que viene mezclada con el fluido vital, en el significado de la cruz, están escondidos los misterios de revelación mas asombrosos que Jesús tiene para aquellos que quieran buscarle, El Apóstol Pablo vivía esta verdad, y era su anhelo ardiente vivir crucificado juntamente con Cristo, para que todo lo que Jesús era se manifestase a través de su ser. (2 Corintios 4:10) “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. El decía: (2 Corintios 4:17- 18)”Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino de las cosas que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. El significado de la cruz de Cristo Jesús tuvo que hacerse semejante en todo a nosotros, para poder ser nuestro intercesor y nuestro sumo Sacerdote. Para ello, tuvo que ser llevado al lugar de oprobio y del vituperio. El calvario no era un lugar glorioso como lo pintan los artistas del renacimiento, era el lugar de los malditos, era el lugar junto al basurero de la ciudad, donde los más detestables y asquerosos criminales eran ejecutados. El significado de la cruz de Cristo También podrías leer: Mateo 6:33 Buscad Primeramente El Reino De Dios Y Su Justicia. Este fue el lugar donde Él escogió morir por nosotros. Ahí Él fue contado con los transgresores. Esto significa que fue visto como uno igual a ellos, uno igual a nosotros. En la cruz Él expuso el pecado, Él llevó en Su cuerpo el acta que nos era contraria. En cada golpe de su rostro, en cada herida de su cuerpo, en cada azote, en cada llaga, en los agujeros hechos por los clavos, en su frente rasgada por las espinas, están inscritos los pecados de todos nosotros. ¿Cómo se empezó a producir la luz a través de la cruz? El significado de la cruz y su cuerpo clavado, era un acta al descubierto trayendo a la luz todas las transgresiones. La cruz es la exposición del pecado. La cruz es venir al vituperio, a ser desnudado, a ser expuesto. Aquí es donde el vaso es quebrantado y la cruz empieza a manifestarse. Esto es lo que deshizo al diablo, la impresionante humillación de Cristo. Desnudo de Sus ropas, sacando de todo lugar oculto el pecado, y exponiéndolo abiertamente en la cruz. La luz a través de la cruz (1 Juan 1:5-7)”Este es el mensaje que hemos oído de Él, y os anunciamos; Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en Él. Si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la Sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. En muchas partes no hay comunión entre unos y otros. Las divisiones, los celos, envidias, y el desamor es lo que se ve abundar desde el mismo seno de una Iglesia local. ¿Cómo entonces podemos decir que somos luz? Fíjese en qué momento es que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado: cuando andamos en luz y por consecuencia de andar en la luz, tenemos comunión unos con otros. El pasaje de Juan sigue diciendo: (1 Juan 1:8- 10)”Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”. En la Epístola de Santiago encontramos también esta palabra “confesar”: (Santiago 5:16)”Confesaos nuestros pecados los unos a los otros”.

jueves, 21 de febrero de 2019

“TODA AUTORIDAD ME HA SIDO DADA EN EL CIELO Y SOBRE LA TIERRA”

La importancia del tema 1. El cristianismo es Cristo Los fundadores de las diferentes religiones que han ganado la adhesión de vastos sectores de la humanidad se consideraban a sí mismos como receptores de una visión especial y verídica sobre el sentido de la vida humana que les ha permitido enseñar a los hombres caminos de perfección. Como es natural, los discípulos y adeptos, movidos por el respeto que sentían frente al maestro cuyas enseñanzas habían aceptado, tendían a divinizar al fundador. Sin embargo, esta tendencia correspondía a un desarrollo posterior del movimiento, y no a su principio. En el caso del cristianismo todo es diferente, puesto que, desde las primeras formulaciones doctrinales, todo dependía de la Persona de Cristo. Con toda naturalidad, sin que asomara indicio alguno de megalomanía, Cristo mismo llamaba la atención de las gentes hacia su Persona, declarando que verle a él equivalía a ver al Padre, conocerle era conocer a Dios, y que él mismo era "Camino, Verdad y Vida", sin el cual nadie llegaría al Padre (Jn 14:5-11). Volveremos a notar algunas de las declaraciones que establecen el hecho de esta conciencia de sí mismo como Dios, pero aquí nos interesa subrayar el hecho de que es imposible comprender el cristianismo (o ser cristiano), sin admitir que Dios se ha revelado en el Hijo, puesto que él constituye el Centro de la revelación divina y que en él se halla la misma sustancia de la Fe cristiana. No basta decir que el cristianismo fue fundado y propagado por medio de Cristo, pues la verdad bíblica se expresa por la afirmación: "el cristianismo es Cristo". 2. El hecho histórico Recordamos las consideraciones del Capítulo I, que pusieron de relieve el hecho notable de que llegamos a conocer la Persona de Cristo por medio de cuatro escritos fundamentales, basados sobre evidencia muy temprana, según las declaraciones de Lucas en su Evangelio (Lc 1:1-4), notándose que la hipótesis de que cuatro autores, sin mutua colaboración previa, "inventasen" a un Protagonista de la categoría sublime de Cristo, supondría mayor milagro en los campos de la literatura y de la historia que la aceptación normal de la Persona tal como se presenta a sí misma a través de los escritos de los Evangelistas. La historicidad de Cristo viene a ser un hecho tan fundamental que, si se acepta, el que busca la verdad tiene delante un camino expedito que le lleva indefectiblemente a la salvación por medio de Cristo. No debe extrañarnos, pues, que haya sido muy combatido este postulado fundamental. La suficiencia carnal del hombre le lleva a la repulsa frente a lo sobrenatural, y, al querer socavar la base de la revelación divina, tiene que buscar cualquier argumento que debilite la historicidad de la Persona de Cristo tal como se presenta en la Biblia. Al mismo tiempo muchos teólogos radicales quieren aprovechar el valor emotivo del nombre de "Jesús" como ejemplo supremo de amor, bien que arrancándolo arbitrariamente de su contexto bíblico y del marco de la doctrina cristiana. Según la llamada "crítica de forma", las narraciones de los Evangelios tienen su origen en la predicación de los evangelistas de los años sesenta del primer siglo, amoldadas a las exigencias de la labor propagandística. Varios "tipos" de incidente (o de lección) llegaron, según ellos, a revestirse de formas estereotipadas, y corresponde a los críticos de hoy "desmitificar" este material, en busca de lo que podía haber de verdad en todo ello. R. Bultmann ha llevado este proceso a un extremo tal que apenas afirma más que la existencia de un cierto Jesús, y el hecho innegable de su muerte bajo Poncio Pilato. Esta escuela considera que la mayor parte de las enseñanzas atribuidas a Jesucristo en los Evangelios son moralejas añadidas a un pequeño núcleo de incidentes y dichos verídicos. Podemos admitir que la repetición de las narraciones evangélicas daba lugar a algunas formas estereotipadas, puesto que muchos tenían que aprenderlas de memoria; por métodos catequísticos, en la ausencia de escritos ya autorizados, pero eso no disminuye la verdad de su contenido. No hay nada que nos obligue a creer que no existieran tanto testimonios escritos como tradiciones orales fidedignas desde el comienzo del ministerio del Señor. Los discípulos no eran analfabetos, y el tema era fascinante. La existencia misma de la Iglesia, con su cuerpo de evangelistas, suponía una base de verdades, aceptadas con fe plena por hombres que habían dejado ya sus dudas para convertirse en héroes. Por el año 50 Pablo redactó sus dos cartas a los Tesalonicenses, que no pretendían ser una exposición doctrinal acerca de Cristo y su obra, y que, sin embargo, evidencian la existencia de un cuerpo completo de enseñanza apostólica sobre su Persona y obra. No habían mediado más de veinte años desde la Cruz y la Resurrección, que es período suficiente para la afirmación y desarrollo bajo la guía del Espíritu Santo a través de los Apóstoles, de los rasgos esenciales de la enseñanza cristiana, pero en manera alguna bastan para el desarrollo de un mito que transformara a Jesús, enseñador y mártir, en el Cristo de Dios, único Salvador y Señor de la gloria. Nos parece que hace falta mucha más credulidad para ser "incrédulo", que para aceptar hechos históricos que gozan de mucha mejor testificación que aquellos que afirman, por ejemplo, los triunfos de Alejandro Magno. Bases para la doctrina de la persona de Cristo 1. La Persona que se retrata por medio de los relatos evangélicos Dejemos por el momento los datos que Mateo y Lucas nos ofrecen sobre el nacimiento del Señor y el significado de la encarnación, para concentrar nuestra atención en la Persona que se nos presenta cuando meditamos en todos los incidentes y enseñanzas que recogen los cuatro evangelistas. Es evidente que no podemos llegar a conocer a una persona humana a no ser que establezcamos un trato íntimo con ella, lo que nos proporciona la oportunidad de fijarnos en lo que hace, lo que dice y, sobre todo, en cómo reacciona ante otras personas y frente a las diversas coyunturas de la vida. Quedamos maravillados ante la sabiduría y gracia de Dios al proveer para nosotros los incidentes de los Evangelios, ya que la consideración de ellos nos pone en contacto personal con Cristo. Es evidente la importancia de las obras del Señor, como también la de sus sencillas y profundas palabras; pero, sobre todo, hemos de fijarnos en las actitudes que adopta para que podamos discernir "la mente de Cristo". Plena conciencia de su propia autoridad Después de las enseñanzas del Sermón del Monte los oyentes se asombraron "porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mt 7:29). Él interpretaba el Antiguo Testamento como Autor de los escritos sagrados (por su Espíritu), y complementaba la interpretación mediante conceptos relacionados con su propia Persona y Obra, pudiendo decir como última autoridad, "mas YO os digo". Igualmente ejercía plena autoridad frente a los espíritus malignos, ante el asombro de la gente (Mr 1:21-28). Controlaba los vientos y el mar embravecido (Mr 4:35-41), o sea, las fuerzas de la naturaleza. Ningún potentado del mundo era capaz de estorbar el cumplimiento de su misión (Lc 13:31-33). Aun durante la Semana de la Pasión el Señor Jesucristo controlaba la situación hasta en sus mínimos detalles, y procurando los jefes del judaísmo juzgarle a él, era él quien les juzgaba a ellos. Frente a la muerte, enemigo invencible que el hombre jamás pudo dominar, declaró: "Yo soy la Resurrección y la Vida", probando su aserto por llamar a Lázaro de la tumba (Jn 11). La victoria sobre el pecado y la muerte por medio de la Cruz y la Resurrección consolidó su autoridad frente a la humanidad, y la comisión de evangelizar a todos fue precedida por la declaración: "Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra" (Mt 28:18-20). Una perfecta expresión de amor y de gracia Todo lector de los Evangelios podría aducir repetidos casos de la manifestación de la misericordia, la gracia y el amor del Señor, que es algo tan evidente que sólo recordamos el hecho de que colocó su mano sobre las llagas del leproso (Mr 1:40-44), que consoló a la viuda aun antes de devolverle su hijo ya resucitado (Lc 7:11-17). Hagamos memoria también de la bendición que recibió la mujer "pecadora" en la casa de Simón el fariseo (Lc 7:36-50), con el hecho de que quiso ser huésped de Zaqueo, pese a la excomunión que pesaba sobre él por ser publicano. En todo le convenía cumplir su misión de buscar y salvar lo que se había perdido (Lc 19:1-10). Tanto la autoridad como la gracia hallaron sublime expresión cuando prometió al ladrón arrepentido: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23:39-43). El lector no debiera pasar por alto ninguna frase de los Evangelios sin meditar en lo que revela de la Persona del Señor, para preguntarse después cuál será el significado de esta perfección, que no puede explicarse sólo por decir que hallamos en Cristo la floración consumada de los mejores rasgos humanos. El cuadro total, el retrato que presentan los Evangelios, exhibe pinceladas que pasan más allá de lo meramente humano, dando fe a la declaración del Maestro: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14:9). Un hecho tan complejo en el detalle y a la vez tan sublime en su conjunto singular exige una explicación, de modo que, aun sin el testimonio histórico sobre la encarnación, tendríamos que suponer una entrada única y divina en la raza humana que correspondiera a los múltiples datos del ministerio del Señor en la tierra. Tal Persona era Hombre, pero, a la vez, era mucho más que Hombre. Las declaraciones del Señor en cuanto a su propia persona 1. Su humanidad real Los errores doctrinales sobre la Persona de Cristo han fluctuado siempre entre la negación de la realidad de su humanidad, con el fin de enfatizar su deidad; o la negación de su deidad en aras del concepto de la apoteosis de la humanidad en su Persona, o sea, el ensalzamiento de un Hombre hasta niveles "divinos". Muy tempranamente los docetitas (pensamos, por ejemplo, en Cerinto, un enseñador gnóstico) consideraban que la humanidad y los sufrimientos de Cristo eran más aparentes que reales. En cambio los ebionitas negaban la realidad de su deidad. El arrianismo, una herejía muy extendida en los siglos IV y V, postulaba un ser muy sublime, "casi Dios" y "como Dios", pero que carecía de la sustancia y esencia de la deidad. Los conceptos religiosos humanistas de hoy niegan la realidad de la deidad de Cristo, subrayando su sublimidad moral como ejemplo, sin admitir los datos bíblicos que le presentan como Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Evidentemente, los observadores de Cristo en Palestina durante su ministerio terrenal no necesitaban pruebas de su humanidad, ya que le veían como hombre, entre hombres, y muchos pensaban que podían definirlo por decir: "¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo es que ahora dice: Del cielo he descendido?" (Jn 6:42). Después de establecerse como doctrina cristiana la realidad de la deidad de Cristo, gracias a la comprensión espiritual de los Apóstoles y de otros testigos de tantos hechos insólitos, que sólo se explicaban como manifestaciones de atributos divinos, llegó a ser necesario recordar la naturaleza humana de Cristo. Normalmente los testigos autorizados dan fe del hecho de que Jesús pasó por todas las experiencias normales de la vida humana. Nació de madre humana, creció en sabiduría y en edad; padecía hambre, sed y cansancio; comía, bebía y dormía. En la parte psicológica era hombre, ya que se gozaba en espíritu, se afligía ante impresiones dolorosas y deseaba la compañía y comunión de sus discípulos en la hora de su agonía. Fue tentado por el diablo, pero sin ceder ante el empuje del enemigo, y, como Siervo de Jehová en la tierra, llevaba una vida caracterizada por la oración y la fe, pues nunca empleó su poder divino para eludir las consecuencias de su humanidad. Por fin murió y fue sepultado. Su humanidad no cesó por el hecho de la Resurrección, sino que permanece glorificada a la Diestra de Dios (1 Ti 2:5). Con todo, es importante que escuchemos el testimonio del mismo Señor, quien se refería a sí mismo empleando el título "Hijo del Hombre", que, según el giro hebreo, significaba aquel que resumía en sí mismo la naturaleza humana. Corresponde a los títulos que emplea Pablo: "el postrer Adán" y "el segundo Hombre del Cielo" (1 Co 15:46-48). No sólo era "Hombre" entre otros, sino también, siendo Creador del hombre, al encarnarse, resumió en sí la perfección de la raza. El diablo, al tentarle, dijo: "Si eres Hijo de Dios", pero el Señor contestó: "No sólo de pan vivirá el hombre", con obvia referencia a sí mismo (Mt 4:3-4). A los judíos recalcitrantes de Jerusalén dijo: "Procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad" (Jn 8:40). Al reprochar a los judíos de Galilea por no haber recibido el testimonio del Bautista en su ascetismo, ni el suyo propio, tan distinto, en su trato diario con los hombres, recalca la normalidad de su vida humana: "Vino el Hijo del Hombre que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publícanos y de pecadores" (Mt 11:18-19). La calumnia era maliciosa, pero se basó en la vida normal de Jesús como hombre que se desenvolvía en la sociedad de los hombres. 2. Su naturaleza divina Al discurrir sobre el misterio de la Trinidad (Capítulo III) pusimos de relieve que esta doctrina no fue promulgada dogmáticamente por el Señor, sino que los discípulos fueron llevados a confesarle como "Señor y Dios" como resultado de las repetidas y constantes impresiones que recibían al contemplar sus obras, al escuchar sus palabras y al admirar su Persona. Recordamos aquí la importancia de este modo de declarar la deidad de Cristo, añadiendo unas manifestaciones del Señor mismo que son de gran importancia, siendo típicas y no exhaustivas. Se hallan principalmente en el Evangelio de Juan, pero veremos también que no falta evidencia análoga en los Evangelios sinópticos. "Antes que Abraham fuese, YO SOY", declaró Cristo ante los judíos enemigos, quienes, en consecuencia, tomaron piedras para lapidarle (Jn 8:58-59). "Yo y el Padre una cosa (esencia) somos", insistió el Señor después del discurso sobre el Buen Pastor, y de nuevo los judíos entendían que reclamaba igualdad con Dios, volviendo a amenazarle con piedras por blasfemo (Jn 10:30-33). Ya hemos notado las profundas enseñanzas de (Jn 14:5-11); de igual forma la oración del Señor que se conserva en (Jn 17) es incomprensible fuera de la plena conciencia que el Señor tenía de su unión esencial y peculiar con el Padre. Todo cuanto el Hijo hace en el curso de su misión nos impulsa a honrarle como honramos a Dios, y el que no lo hace, deja de honrar al Padre (Jn 5:22-23). Si no confesamos la plena deidad de Cristo, sus palabras recogidas en (Mt 11:27) carecen de sentido: "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni al Padre conoce alguno sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar". Llegamos a las profundidades del Ser del Trino Dios, donde los secretos se comparten entre Padre, Hijo y Espíritu Santo (1 Co 2:10-11). La intensa luz de la gloria de Dios se vuelve en tinieblas ante los ojos de los hombres sin esta obra reveladora del Hijo y del Espíritu Santo. 3. Las invitaciones del Señor y el perdón de los pecados Ya vimos al principio de este estudio que los fundadores de las grandes religiones solían hablar de revelaciones que les capacitaban para enseñar caminos de perfección a los hombres, mientras que, en el cristianismo, todo se encierra en la Persona de Cristo. Esto se hace muy patente al escuchar las invitaciones del Señor. No faltan instrucción en justicia, ni principios espirituales de amplia aplicación, pero siempre se halla implícita en todos ellos la virtud de la Persona de Cristo y la necesidad de su obra, lo que llega a clarísima expresión en (Mt 11:28): "Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y YO os haré descansar". Estamos tan acostumbrados a asociar esta invitación con el Señor que es preciso hacer un alto con el fin de pensar cómo sonaría aquello si procediera de otra boca que no fuese la suya. Sólo en Cristo se halla la solución a todos los problemas humanos, y es preciso acudir a él para el remedio de todos los males. Tal declaración sería la quintaesencia de la locura o de la blasfemia si no se tratara de Cristo, del Dios Hombre. Lo mismo pasa con la invitación de (Jn 7:37-39): "Si alguno tiene sed, venga a mi y beba. El que cree en mí...". El era la Roca de donde fluía agua viva, según las figuras del Antiguo Testamento, cumplidas sobre todo en el Día de Pentecostés. O se trata de las ilusiones de un visionario trastornado, o de los engaños de un embaucador, o hemos de aceptar las declaraciones como una prueba más de que Dios se había manifestado en carne. Una cuidadosa lectura de Juan capítulos 3 a 11 hará ver que no hemos citado casos excepcionales, sino típicos, ya que, repetidamente, Cristo se puso a la disposición de las almas con el fin de que recibieran la vida eterna. Los escribas que presenciaron la curación del paralítico (Mr 2:1-12) tenían mucha razón al razonar: "¿Quién puede perdonar pecados, sino uno solo, Dios?". Sin embargo, su ceguera espiritual impedía que reconocieran la autoridad divina de Uno que manifestaba tanto la potencia como la gracia de Dios por medio del gran cúmulo de sus obras, que no eran meros "portentos", sino, según la expresión de Juan, "señales", que hacían ver que el Hijo del Hombre tenía potestad en la tierra para perdonar pecados. La doctrina de la encarnación Las objeciones a la doctrina. Todas las objeciones que se oponen a la realidad de la encarnación vienen a decir: "Puesto que nosotros, los hombres, nunca hemos conocido un nacimiento en que no intervinieran padre y madre, engendrando aquél y concibiendo ésta, no podemos admitir un nacimiento virginal, en el que la madre concibe por obra del Espíritu Santo". Es legítimo que sea escudriñado cuidadosamente un acontecimiento fuera del orden natural que conocemos, y no hemos de aceptarlo por mera tradición; sin embargo, la objeción pierde bastante fuerza si tomamos en cuenta los factores que se expresan a continuación: 1) Las bases de la doctrina. En la procreación de criaturas humanas entran factores que se describen por la genética con cada vez mayor precisión y detalle, pero ni el especialista más renombrado en esta ciencia puede explicar cómo y por qué los genes dirigen el desarrollo del feto desde su concepción, durante los nueve meses de gestación, hasta nacer la criatura humana, dotada de miles de órganos de una asombrosa complejidad, siendo ya una personalidad humana, con las características únicas y peculiares que se revelarán en el niño, en el joven y en el hombre. Aceptamos el hecho por su constante repetición, y no porque lo entienda nadie. 2) La Biblia dirige nuestra atención a la intervención de Dios en la historia de los hombres, y este concepto nos libra de ser prisioneros de un proceso natural, mecánico y determinista. El que creó al hombre y mantiene la raza por medios tan maravillosos bien puede ordenar de modo especial la entrada del Hijo en el mundo con el fin de participar en la "carne y sangre" de la raza y a los efectos de llevar a su consumación el plan de la redención. ¿Es tan increíble, aceptando este postulado para un caso único, que el óvulo de la mujer María, entonces virgen, fuese fecundado por la potencia del Espíritu vivificador? Notemos que no aceptamos "partenogénesis" (concepción sin la intervención de los dos sexos) como método normal en la raza humana, sino que nos limitamos a lo que Dios ha revelado en cuanto a este único caso del Señor Jesucristo, manifestado posteriormente como Dios y Hombre. 3) Ya hemos visto que la Personalidad del Señor Jesucristo es única y peculiar, con manifestaciones de una humanidad cabal, además de las de la plenitud de la Deidad, y los hechos históricos que garantizan esta vida única han de ser explicados por un origen de vida humana que también es único y especial. 4) Los Evangelistas Mateo y Lucas (Mt 1:18-25) (Lc 1:26-38) (Lc 2:6-7) hacen constar el hecho del nacimiento virginal del Señor del mismo modo en que historian los demás incidentes de la vida de Cristo, sobre la base de información fidedigna recogida de José y María. Un acontecimiento no se verifica por ser más o menos normal o creíble, sino por el valor del testimonio que lo garantiza. No hay nada en las narraciones que dé la menor impresión de que se trata de una mera fantasía o leyenda. 5) Muchos teólogos (Brunner, por ejemplo) quieren quedar con el hecho de la encarnación sin comprometerse a aceptar la doctrina del nacimiento virginal de Jesús, pero jamás explican cómo aquella Persona, cuyas glorias hemos contemplado, pudo nacer de un padre y una madre de la raza perdida. Por procreación normal tal criatura podría ser más o menos destacada dentro de la naturaleza humana, pero jamás podría ser el Dios-Hombre que se nos presenta en los Evangelios. Si en algún momento pudo cortarse la transmisión del pecado, y es un hecho que Cristo "no conoció pecado", tuvo que ser en las circunstancias descritas por Gabriel en (Lc 1:35): "El Espíritu Santo vendrá sobre ti (María) y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra". Los dos títulos que señalan el Hecho. Estos son los siguientes: "El Hijo de Dios" y "el Hijo del Hombre". Ya hemos considerado el segundo, como expresión de la esencia de la humanidad, y reiteramos que se trata del Creador del hombre quien recaba para sí la naturaleza que había otorgado. El título "Hijo del Hombre" señala la esencia de la humanidad sin pecado, pues éste afea la humanidad sin ser parte original de ella. Del mismo modo el título "Hijo de Dios" afirma una participación completa en la naturaleza de Dios. Sin embargo, es preciso distinguir dos usos del título, puesto que "el Hijo" o "el Hijo de Dios" puede referirse a las condiciones esenciales del Trino Dios que jamás han sufrido alteración. En tal caso el contexto revela que se trata del Hijo que siempre era, quien, habiendo aceptado la responsabilidad para el cumplimiento de la obra redentora, fue enviado por el Padre como tal "Hijo eterno" (Jn 3:16) (1 Jn 4:9-10) (Ga 4:4-5). Tengamos en cuenta, sin embargo, que "Hijo de Dios" se emplea a veces como título mesiánico, y según este uso, hubo un "principio" que corresponde a la misión redentora (Lc 1:35) (He 1:5). La formulación de la doctrina Reiteramos que la doctrina de la Persona de Cristo surge de la experiencia de los Apóstoles que observaron y escucharon a su Señor, llegando a comprender no sólo el hecho obvio de su humanidad, sino también la realidad de su Deidad, adorándole como Dios, pese a su estricta crianza como israelitas que reservaban su culto para un solo Dios. Con todo, frente a los embates de distintas herejías, fue necesario evitar errores por medio de la formulación de la doctrina, un proceso que llegó a su consumación en los Concilios de Nicea y de Calcedonia. No aceptamos las decisiones de estos Concilios como imposiciones eclesiásticas, pero apreciamos los esfuerzos hechos por los padres griegos al luchar con el problema de expresar el verdadero sentido del texto bíblico en cuanto a la Persona de Cristo. En Nicea se formulaba la doctrina de la deidad de Cristo frente al arrianismo, y en Calcedonia se llegó a expresar la verdad en cuanto a la Persona de Cristo, el Dios-Hombre, y su fórmula ha sido normativa para "cristianos ortodoxos" desde entonces hasta ahora. 1. Las naturalezas y la Persona La naturaleza humana indica todo lo que es propio del hombre como tal, según Dios lo creó a su imagen y semejanza. No incluye el pecado, que es contrario al propósito de Dios en orden al hombre. La naturaleza divina es todo aquello que es propio de Dios, y recordamos el estudio de su Ser y atributos en el Capítulo III. En el Señor Jesucristo se manifiestan, a través de la evidencia histórica, tanto la naturaleza divina como la humana. Con todo, no vemos a dos Personas, sino a una sola, siempre fiel a sí misma, e igual después de la Resurrección como antes de la Cruz. Las naturalezas se manifiestan según las exigencias de la misión del Señor Jesucristo, y no debiéramos procurar analizar sus acciones y reacciones diciendo: "Aquí obra como Dios y allí como Hombre", pues esta Personalidad única es indivisible. Hemos de evitar el peligro de hacer deducciones que no sean garantizadas por la clara luz de la revelación, pero quizá es legítimo pensar que el factor dominante de la Personalidad de Jesucristo es el hecho de ser el VERBO ETERNO, expresión del Trino Dios desde siempre, y que, encarnado (Jn 1:1,2,14), sigue dando a conocer la gloria de Dios, pero dentro de los términos de una vida humana. Llegamos a esta formulación básica de la doctrina de la Persona de Cristo: "En el Señor Jesucristo se hallan dos perfectas naturalezas, la divina y la humana, unidas en una sola Persona, indivisible para siempre". (Apréndase de memoria esta definición que resume la fórmula de Calcedonia). 2. Las consecuencias de la doctrina Si Jesucristo no fuera realmente Hombre, recogiendo en sí todo el valor de la humanidad, no habría podido representar al hombre al efectuar el Sacrificio de la Cruz, ni dar un nuevo principio a la raza ya redimida por el glorioso hecho de su Resurrección (Ro 8:29) He 2). Si no hubiera en él todo el valor supremo de la Deidad, no habría podido satisfacer las demandas de la justicia de Dios al presentarse en Sacrificio expiatorio provisto por el amor de Dios. Su espíritu de eterna santidad le sacó de la muerte, señalándole como "Hijo de Dios con potencia" (Ro 1:3-4). Sólo la doctrina de las dos perfectas naturalezas en una sola Persona echa luz sobre la obra de expiación de la Cruz. Por la misma causa sólo Cristo puede ser Mediador entre Dios y los hombres, según la enfática declaración de Pablo en (1 Ti 2:5-6), y la enseñanza de una buena parte de las enseñanzas de la Epístola a los Hebreos. De estas consecuencias de la doctrina de la Persona de Cristo trataremos en los Estudios que examinarán su obra redentora y mediadora. El problema de la subordinación del Hijo 1. El Hijo no obra en independencia del Padre Hay declaraciones del Hijo en Juan que, a primera vista, no concuerdan con la igualdad de su sustancia y voluntad con el Padre, ya que dice: "No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre"; "Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he decir y de lo que he de hablar" (Jn 5:19) (Jn 12:49). Sin embargo, las obras suyas son divinas y él obra con plena autoridad (Jn 5:19-30). La aparente contradicción desaparece cuando nos fijamos en el contexto de estas declaraciones, que tienen que ver con la misión que el Hijo realizó según el consejo eterno del Trino Dios. A veces en el Nuevo Testamento el título "Padre" representa toda la autoridad del Trino Dios, y bien que el Hijo era igual en esencia y honor al Padre y al Espíritu Santo, como "Siervo de Jehová", quiso subordinarse a los términos y condiciones de su comisión, hasta entregar todas las "provincias" del Reino reconciliadas y sumisas al Padre (He 10:7) (1 Co 15:24). El Hijo empleaba estas frases de "subordinación" aun delante de judíos enemigos, y, sin embargo, éstos comprendían bien las declaraciones sobre su deidad. Tienen por objeto subrayar que el Señor Jesucristo no era uno de tantos falsos "mesías" que se levantaban en Palestina durante aquella época, sino Uno que obraba conjuntamente con el Dios de Israel. 2. Los títulos "Unigénito" y "Primogénito" Los profundos misterios de la Deidad y las relaciones entre las "Personas" del Trino Dios no son comprensibles para la limitada mente humana, lo que exige el uso de términos antropomórficos que los iluminan hasta cierto punto, siendo necesario recordar siempre que las metáforas implícitas han de entenderse a la luz de lo que se revela acerca de la infinitud de Dios. Si analizáramos el término "Unigénito" según su etimología (su estructura como palabra) y en la esfera humana, tendríamos que pensar en el Padre, quien engendra, y en el Ser único engendrado en cierto "momento" dado; sin embargo, el Hijo es tan eterno como el Padre. Comprendemos que Dios se digna dar este conocimiento del Hijo para que tengamos la luz posible sobre su persona, sabiendo que, al trasladar la metáfora a la esfera del Trino Dios, no es posible tal anterioridad, ya que el Trino Dios es eterno. Lo que se destaca es la singularidad del Hijo en relación con el Padre. Nueve veces en la LXX se halla esta designación "monogenés" con el sentido de "bien amado", de modo que no hemos de analizar el vocablo en sus partes etimológicas, sino aceptarlo en su contexto como expresión de amor y de unicidad. De forma análoga "Primogénito" significa literalmente "el primero engendrado", pero el término había llegado a señalar sobre todo preeminencia y distinción, relacionándose en el caso del Hijo, no tanto con el Padre, sino con la "familia" que se había de formar, a la cabeza de la cual el Hijo tiene en todo el primado (Col 1:15-20). No es necesario adoptar la idea de Orígenes sobre "la generación eterna" del Hijo, que no pasa de ser un concepto teológico, que no se basa sobre ninguna declaración bíblica, sino sólo recordar que los términos humanos han de entenderse dentro de la revelación sobre la Deidad que se nos ofrece en la totalidad de las Sagradas Escrituras, limitándose las analogías a lo posible, tratándose de Dios. La persona de Cristo en las epístolas La relación existente entre los Evangelios y las Epístolas. Nos hemos limitado casi exclusivamente a sacar datos sobre la Persona de Cristo de los Evangelios, ya que éstos nos presentan el retrato del Señor a través de su ministerio terrenal. Hemos de recordar, sin embargo, que el Espíritu Santo, a través de los apóstoles, había de glorificar al Hijo, afirmando el Maestro: "Tomará de lo mío y os lo hará saber" (Jn 16:13-15). Los Evangelios son "apostólicos", ya que son los apóstoles quienes dan fe de lo que era Cristo por medio de estos escritos. Pero el proceso de revelación había de seguir adelante durante la edad apostólica. En las Epístolas, que surgen de las circunstancias de las iglesias durante los años 50-100, los apóstoles desarrollan la doctrina de la Persona de Cristo, implícita ya en los Evangelios, declarándola a través de sus comunicaciones a las iglesias. El tema es tan amplio que no podemos hacer más que señalar las líneas más importantes de las enseñanzas en las cartas apostólicas, recordando que todos estos Estudios se relacionan directa o indirectamente con la Persona de Cristo. El Señor Jesucristo es el Verbo Creador. Es natural que hallemos la doctrina de Cristo como Verbo Eterno hecho carne, Revelador del Padre y Creador de todas las cosas, en forma más desarrollada en el Evangelio de Juan, escrito ya al final del primer siglo, que no en los sinópticos que reflejan el testimonio temprano, siendo básicas las declaraciones de (Jn 1:1-4,14,17,18). "Sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho", declara Juan, y Pablo desarrolla el mismo tema de forma magistral en (Col 1:15-19) y el autor de Hebreos en las elocuentes frases de (He 1:1-3). El Señor Jesucristo es el Redentor de los hombres y Consumador del plan de Dios. La revelación del Hijo en los Evangelios, la Muerte expiatoria de la Cruz, su Resurrección triunfal, con el envío del Espíritu Santo, constituyen, en su conjunto, la base de la obra salvífica de Cristo, que es el tema que más se destaca en las Epístolas. Como hemos de examinar aspectos de esta obra en estudios sucesivos, sólo hacemos notar aquí que la gloria de la Persona se revela claramente a través de la consumación de su misión. Toda la plenitud de Dios se manifiesta en él, y eso "corporalmente" (Col 1:19) (Col 2:9). Pablo explicó "el misterio de Dios, que es Cristo" (Col 2:2). Un "misterio" es un consejo de Dios que no se había dado a conocer anteriormente en el Antiguo Testamento, revelándose por excelencia en la Persona y Obra de Cristo, sea en relación con la Iglesia, con Israel, o con el Cosmos. Los apóstoles, con referencia especial al apóstol Pablo, son los comisionados por Dios para descorrer el velo que antes "escondía" estos "secretos" de Dios. El principio de la composición y misión de la Iglesia fue revelado a Pablo según sus explicaciones en (Ef 3:2-13). El de "Cristo" resume en sí todos los demás. No nos olvidemos de que su Persona es la misma, trátese de Aquel que consoló a la viuda de Naín, trátese de Aquel en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas hasta que todo lo creado sea coordinado alrededor de Cristo, el Dios-Hombre, como Centro y Cabeza de la Nueva Creación (Ef 1:10). El Apocalipsis, bajo formas simbólicas, muy transparentes a veces, presenta al Cordero que triunfa sobre el mal e introduce el Reino de Dios en su plenitud, sacando a luz por fin toda la Nueva Creación. Sin embargo, se trata de la misma Persona, el Hijo nacido según la profecía de (Is 9:6), que era: "Admirable Consejero, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz". Tal es la Persona que se perfila a través de la evidencia bíblica, siendo el retrato consistente y consecuente en todas sus partes, siempre que nos sometamos a la Palabra, sin oponer nuestras limitadísimas ideas a lo que le ha placido a Dios proyectar y revelar.

martes, 12 de febrero de 2019

“SI TUVIERAS FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA…”

- Marcos 4:30-34 "Decía también: ¿A qué haremos semejante el reino de Dios, o con qué parábola lo compararemos? Es como el grano de mostaza, que cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra; pero después de sembrado, crece, y se hace la mayor de todas las hortalizas, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo pueden morar bajo su sombra. Con muchas parábolas como estas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo." El grano de mostaza La semilla de mostaza es negra y del tamaño de la cabeza de un alfiler. En los tiempos de Jesús se usaba frecuentemente para referirse a la cosa más pequeña que se pudiera imaginar. De hecho, la expresión "pequeño como una semilla de mostaza" había llegado a ser un proverbio. Por ejemplo, el Señor Jesucristo lo usó para referirse a la fe de sus discípulos: "Si tuviereis fe como un grano de mostaza..." (Mt 17:20). A pesar de que la semilla es tan pequeña, la planta de mostaza puede llegar a alcanzar hasta cerca de cuatro metros de altura con un tallo grueso como el brazo de un hombre. La relación de la parábola con el contexto Tanto esta parábola como la anterior, tratan acerca del crecimiento de la semilla. Pero mientras que en la parábola del crecimiento de la semilla el énfasis está en que la semilla de "suyo tiene vida" y por esa razón crece, en la parábola de la mostaza nos va a explicar hasta dónde llega ese crecimiento. La parábola en relación al Reino de Dios El punto esencial de la parábola es el contraste entre un comienzo pequeño y un resultado grande, entre el principio y el fin, entre el presente y el futuro del Reino. La semilla del Reino sembrada por Jesús en el campo del mundo, a pesar de su comienzo minúsculo e irrisorio, tendrá finalmente por su propia vitalidad interna, un crecimiento desmesurado y sobrenatural. 1. ¿A qué comienzo insignificante se refería el Señor Jesucristo? Seguramente tenía que ver con su propio ministerio público: un rabí desconocido, en un rincón perdido de Palestina, rodeado de un puñado de discípulos sin demasiada cualificación y abandonado finalmente por las multitudes. Sin reconocimiento de los líderes religiosos y sin ninguna clase de influencia política. ¿Qué podía surgir de ahí? Pero todo esto no es nada comparado con la terrible debilidad manifestada en la cruz. ¿Quién podría imaginar que de un judío ajusticiado en una cruz por el imperio romano, rechazado por su propio pueblo y abandonado por sus discípulos, pudiera surgir un movimiento que dos mil años después siguiera creciendo por todos los países del mundo? Como Pablo resume en (1 Co 1:23) "nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura". 2. ¿Cuál es el final glorioso al que se refiere? La diminuta semilla crecerá hasta convertirse en un árbol mucho más grande y majestuoso que el de Nabucodonosor (Dn 4:10-22). Sus ramificaciones se extenderán un día hasta los confines del universo, hasta que la creación misma sea liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios (Ro 8:21), y todos en el cielo y en la tierra hallarán seguridad, satisfacción y deleite en la magnificencia de su dominio. El Reino de Dios que tuvo este comienzo oscuro y escondido, como la levadura escondida en la masa, se extenderá hasta que no haya lugar en el cielo, la tierra o el infierno donde no se sienta la fuerza y el poder victorioso de aquel Cordero como inmolado que estará sentado en el Trono de la eternidad. Aquel pequeño grupo de discípulos asustados y perseguidos (Jn 20:19), se convertirá en una multitud que nadie puede contar: (Ap 7:9) "Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos." Así que, en el momento actual, Dios no reina manifestando todo su poder, sino que por el contrario, su presencia en este mundo, aunque real y viva, es humilde y muchas veces oculta. Incluso sus propios siervos, aunque ya tienen dentro de sí mismos la semilla que producirá estos resultados extraordinarios, son frágiles y débiles, expuestos a innumerables peligros. El apóstol Pablo lo expresó perfectamente: (2 Co 4:7) "Pero tenemos este tesoro en vasos de barro...", (1 Co 1:26-27) "Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles". Esta falta de importancia, de influencia y de fuerza social de la Iglesia a través de los siglos ha venido a confirmar en cada momento las palabras de Jesús: (Lc 12:32) "manada pequeña...", (Mt 10:16) "yo os envío como a ovejas en medio de lobos". Algunas aplicaciones espirituales La debilidad, la pequeñez y la pobreza son las características de la obra de Dios en este mundo hasta la venida del Señor. Podemos pensar en innumerables ejemplos: Una profesora de escuela dominical que lucha con un grupo de pequeños. Un evangelista al que rechazan una y otra vez sus folletos. Un predicador al que se le duermen los que escuchan su sermón. Unos padres que intentan guiar a sus hijos en los caminos del Señor sin mucho éxito. Un pastor que sólo escucha críticas en la iglesia y que se desanima y deprime. Es cierto que la obra que hacemos para la extensión del Reino de Dios parece tan insignificante y pobre, que como dijeron los enemigos del pueblo de Dios en los días de Nehemías: (Neh 4:3) "lo que ellos edifican del muro de piedra, si subiere una zorra lo derribará". Pero sin embargo, aunque nuestros esfuerzos por el Reino de Dios sean ínfimos y endebles, Dios promete bendecirlos. No olvidemos, que como aprendimos en la parábola del crecimiento de la semilla, el avance de su Reino no depende de los esfuerzos humanos sino del poder y los propósitos de Dios. Jesús dijo que ni aun un vaso de agua dado en su nombre quedaría sin recompensa (Mt 10:42). A menudo somos víctimas del engaño en el sentido de que para que algo sea importante debe acompañarse siempre de gran ruido. Dios es diferente en su modo de actuar. Él actúa de formas casi imperceptibles. Debemos animarnos en nuestro servicio al Señor sabiendo que las grandes cosas proceden de principios muy pequeños. Un niño puede ser el principio de una escuela floreciente. Una conversión el comienzo de una iglesia poderosa. Una palabra la iniciativa de una gran empresa cristiana. Una semilla la seguridad de una rica cosecha de almas salvadas. No despreciemos nunca el día de los comienzos humildes (Zac 4:10) y no caigamos en la tentación de pensar que para lo poco que podemos hacer no vale la pena ni siquiera empezarlo. No nos desanimemos por el aparente fracaso y la pobreza presente, sino tengamos confianza en la Palabra del Señor que hará que todo esfuerzo honesto por servirle será finalmente multiplicado para su gloria. "Las aves del cielo pueden morar bajo su sombra" Era corriente ver una nube de pájaros en esos arbustos, porque les encantan las pequeñas semillas negras de la mostaza. Pero, ¿a qué se refiere el Señor con estas aves? En el Antiguo Testamento los árboles tipificaban a reyes o imperios que ofrecían protección a pueblos y naciones súbditas, que eran representados como aves. En referencia a Faraón rey de Egipto, Ezequiel escribió lo siguiente: (Ez 31:6) "Y en sus ramas hacían nido todas las aves del cielo, y debajo de su ramaje parían todas las bestias del campo, y a su sombra habitaban muchas naciones". Y Daniel interpretó el sueño de Nabucodonosor en el que él y su reino eran un gran árbol donde se cobijaban muchos pueblos y naciones (Dn 4:10-27). En este contexto, es interesante considerar la profecía de Ezequiel que encontramos en (Ez 17:1-24). El profeta utiliza también la figura de grandes árboles y aves para representar reinos y naciones. Después de que Nabucodonosor rey de Babilonia conquistara Jerusalén, el rey de Israel hizo pacto con él comprometiéndose a servirle, pero después de esto buscó ayuda en Faraón rey de Egipto y se rebeló contra el rey de Babilonia. Entonces Ezequiel, hablando de parte de Dios, condenó la actitud del rey de Israel y le anunció que sería llevado a Babilonia donde sería muerto y también el resto de Israel que le había seguido sería destruido. Pero en medio de esta situación extrema, en la que había desaparecido toda esperanza de continuidad para su pueblo, Dios anuncia que iba a levantar un renuevo del que formaría su propio Reino (un gran árbol) debajo del cual vendrían a cobijarse naciones y pueblos. Y termina diciendo: (Ez 17:24) "Y sabrán todos los árboles del campo que yo Jehová abatí el árbol sublime, levanté el árbol bajo, hice secar el árbol verde, e hice reverdecer el árbol seco. Yo Jehová lo he dicho, y lo haré". Con este pasaje como trasfondo, Jesús se atreve a decir que su propio ministerio sería la realización de esta profecía. En su persona Dios estaba sembrando el reino mesiánico en el que encontrarían refugio personas de todos los pueblos y naciones. Jesús como Maestro El evangelista termina esta breve serie de parábolas explicando los criterios que el Señor seguía en su enseñanza: "les hablaba conforme a lo que podían oír". Aquí podemos aprender varios principios de gran utilidad que todo predicador debe tener en cuenta: Jesús acomodaba su enseñanza a la capacidad de su audiencia. No hay ninguna virtud en hablar por encima de las cabezas de la audiencia. Como alguien ha dicho: "el tirar por encima del blanco sólo demuestra que se es mal tirador". El método empleado por algunos predicadores nos podría hacer pensar que Cristo había dicho: "Apacienta mis jirafas", en lugar de "apacienta mis ovejas". En otra ocasión le dijo a sus discípulos: "Tengo aún muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar". En todo esto Dios se muestra compasivo con nosotros, no dándonos más de lo que podemos recibir. El maestro debe evitar el exhibicionismo. Su misión no es deslumbrar, sino alumbrar. Un buen maestro debe estar enamorado de su asignatura y de sus alumnos, pero no de sí mismo. El maestro debe evitar el sentimiento de superioridad. Tiene que esforzarse por entender porqué el alumno encuentra una cosa difícil de entender. Para ello debe pensar con la mente del alumno. El maestro debe tener paciencia. Un hombre irascible no puede ser maestro. Tiene que tener la capacidad de explicar las mismas cosas tantas veces como sea necesario. El maestro debe siempre animar, nunca desanimar. Al mal maestro le es fácil usar el látigo de la lengua con un discípulo de mente saltarina. Al concluir esta sección tenemos que expresar nuestra admiración por el Señor Jesucristo como Maestro. Su manera de expresar cosas profundas acerca del Reino de Dios de una forma tan gráfica y sencilla, de tal manera que personas de todas las épocas y culturas puedan entender, hacen del Señor Jesucristo un Maestro único al que debemos admirar e imitar.

viernes, 8 de febrero de 2019

PROCUREMOS QUE NUESTRA LUZ BRILLE DELANTE DE LAS GENTES

- Marcos 4:21-25 "También les dijo: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz. Si alguno tiene oídos para oír, oiga. Les dijo también: Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aun se os añadirá a vosotros los que oís. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará." En este párrafo se encuentran varios dichos de Jesús que también repitió en otras ocasiones en contextos diferentes. El propósito de Cristo en esta ocasión era subrayar la responsabilidad que recae sobre quien escucha las parábolas. La luz debe alumbrar Para esta nueva parábola, el Señor vuelve a utilizar objetos cotidianos que se encontrarían en cualquier casa. La lámpara era un objeto de alfarería en forma de platillo hondo, que a un costado tenía un mango y que al otro llevaba una extensión como una boquilla con una abertura para la mecha. Habría dos agujeros en su parte superior, uno para echar el aceite, el otro para el aire. En la parábola del sembrador, Jesús había subrayado la necesidad de dar fruto, ahora nos va a enseñar que aquellos que reciben la Palabra deben dar luz. El creyente debe ser como una lámpara que alumbre en medio de las tinieblas del mundo (Mt 5:14). Con esto se hace hincapié en el carácter visible de la vida cristiana. El cristiano no se puede esconder, debe vivir una vida transparente, para que otros puedan apreciar lo que Dios ha hecho en ellos. El Señor no concibe que alguien profese haber recibido el evangelio, y que al mismo tiempo lo mantenga en secreto, sin que lo sepan todas las personas que le conocen. Este es un comportamiento realmente extraño para el hijo de Dios. No obstante, es cierto que en ocasiones resulta difícil dar testimonio de nuestra fe. Las razones pueden ser varias; desde la vergüenza por parecer diferentes a los demás y que por esta causa nos marginen, o el temor a sufrir la persecución y la pérdida de la vida y los bienes en lugares donde el evangelio es perseguido. En la iglesia primitiva, algunas veces el mostrarse cristiano suponía la muerte. El imperio romano era tan extenso como el mundo civilizado. Para conseguir alguna clase de unidad vinculante en aquel vasto imperio se inició el culto al emperador. El emperador era la personificación del estado, y se le daba culto como a un dios. Ciertos días señalados se exigía que cada ciudadano fuera e hiciera un sacrificio a la deidad del emperador. Era realmente una prueba de lealtad política. Después le daban a uno un certificado en el que se decía que había cumplido con aquel deber, y entonces podía ir a dar culto al dios que quisiera. Todo lo que un cristiano tenía que hacer era prestarse a cumplir aquel acto formal, recibir el certificado, y ya estaba a salvo. Y el hecho de la historia es que miles de cristianos murieron antes que hacerlo. Pero aunque nos resulte difícil, se nos impone la obligación de no avergonzarnos de confesar lo qué somos y a quién servimos. El cristiano no sólo debe adquirir conocimientos, también debe comunicarlos a los demás. Este mundo vive en ignorancia de Dios, desconociendo cómo es él verdaderamente, ni lo que ha hecho por los hombres. Son los cristianos, quienes han recibido su Palabra, quienes deben hablar de Dios al mundo. La luz no se debe esconder Luego el Señor añade dos elementos en donde se puede esconder la luz: en un almud o debajo de la cama. Debemos entenderlos también como simbólicos. "El almud" era una medida para grano, así que puede simbolizar el comercio. No sería de extrañar, porque muchas veces la luz del testimonio del creyente suele esconderse muy a menudo por dar una importancia desmedida a las preocupaciones materiales. Y el Señor nos hace una advertencia seria, porque el hecho de poner la lámpara debajo del almud la haría apagar. "La cama" puede simbolizar la pereza que también ahoga el testimonio. En fuerte contraste con estas dos últimas posibilidades, el Señor indica que el lugar para la luz debe ser el candelero. El candelero era por lo general un objeto muy sencillo. Podía ser una repisa fijada en la columna del centro de la habitación, o simplemente una piedra sobresaliente de la parte interior de la pared, o un trozo de metal colocado visiblemente para ese fin. La idea es clara; la luz debe colocarse en el lugar desde el que mejor pueda alumbrar. Todo ha de salir a la luz El Señor dijo: "Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz". ¿A qué se refería? Puede referirse a la fe de alguien que ha creído. En ese caso, querría decir que alguien que realmente ha recibido la Palabra, tarde o temprano manifestará la luz del Evangelio y mostrará de qué lado está. Pero puede referirse también a la falta de fe. Los hombres tratan de encubrir las cosas, pero en esto siempre fracasarán, porque Dios exhibe todo a la luz. Ante Dios no es posible tener secretos u ocultarle cosas. Podemos recordar, a modo de ilustración, lo que hicieron Adán y Eva cuando desobedecieron el mandamiento de Dios (Gn 3:8). Puede referirse a la verdad. Hay algo en la verdad que es indestructible. La gente puede que se niegue a afrontarla; puede que trate de eliminarla; puede que hasta intente borrarla; puede que se niegue a aceptarla, pero la verdad al final siempre prevalecerá. "Si alguno tiene oídos para oír, oiga" El Señor hizo varias referencias a la forma en la que oían. No deben rehusar oír la Palabra de Dios. Es importante oír, pero también lo es meditar bien en lo que se oye. Y por último, también hay que tener cuidado en poner en práctica lo que oímos. "Con la medida con que medís, os será medido" En este contexto, el Señor se estaba refiriendo "a lo que oís". Por lo tanto, medir lo que oímos tiene que ver con el valor que damos a la Palabra cuando la escuchamos. La advertencia tiene que ver con oír la Palabra del Señor y no darle la importancia que tiene. Dios considera a los hombres en función del valor que dan a su Palabra: (Mt 5:19) "De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos." "Y aun se os añadirá a vosotros los que oís" Esto nos recuerda que aquellos que oyen adecuadamente la Palabra, siempre tendrán más. El principio es claro: el conocer más de Dios no es una cuestión meramente intelectual. La forma de progresar en el conocimiento de Dios es escuchar su Palabra con interés y desear aplicarla en la vida. Este es el único camino fiable para progresar en el conocimiento de Dios. Por otro lado, vemos un principio que se repite en muchas áreas de nuestra relación con Dios: Él es muy generoso y desea que siempre tengamos más. Dios imparte "gracia sobre gracia" (Jn 1:16). O como nos recuerda el Señor en (Mt 6:33) "Mas buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas". Dios no sólo da "de" de sus riquezas, como lo haría un multimillonario al dar unas monedas a la beneficencia, sino "conforme a" sus riquezas, las riquezas de su gracia (Ef 1:7). "Porque al que tiene, se le dará" El Señor vuelve a confirmar lo que acaba de explicar: Quien se adueñe de la verdad y la ponga en práctica recibirá mayor luz; pero quien rehuse recibir la verdad perderá hasta el entendimiento que de la verdad tenía. El grado de gracia que el creyente obtiene se nos presenta íntimamente enlazado con su propia diligencia en el uso de los medios, y su fidelidad en vivir en completa conformidad con la luz y el conocimiento que posee. La referencia tiene que ver en primer lugar con el discernimiento que recibimos de Dios, pero es un principio general que se aplica igualmente a otras áreas de nuestra relación con él. Si hemos recibido la verdad del Evangelio con un corazón sumiso y obediente, Dios tiene muchos más tesoros que darnos. Si nos esforzamos en el estudio de la Biblia, descubriremos cosas maravillosas. Si vamos a la iglesia sólo para recibir, pronto nos empobreceremos. Si estamos deseosos de ser medios para que la luz y bendición lleguen a otros, volveremos nosotros mismos a recibir mayor bendición. Si nos han dado algún ministerio en la iglesia y lo desatendemos, acabarán por quitárnoslo. El alma generosa que da liberalmente será enriquecida, mientras que el "mezquino" que quiere guardar "lo suyo" quedará pobre y vacío. Una y otra vez Jesús deja bien claro que la recompensa de un trabajo bien hecho es más trabajo para hacer. "Y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará" Tal como lo explicó el Señor, la frase parece un contrasentido: ¿cómo se puede quitar a alguien lo que no tiene? El Señor lo explicó más ampliamente en el relato que recoge Lucas: "aun lo que piensa tener se le quitará" (Lc 8:18). En los asuntos espirituales es imposible permanecer inmóvil y quieto. Una persona gana o pierde, avanza o retrocede. Esta es una ley universal. Si uno está físicamente en forma, y se mantiene bien, tendrá el cuerpo dispuesto para nuevos esfuerzos; si se descuida, perderá la capacidad que tenía. Cuanto más estudiamos, más podemos aprender; pero, si nos negamos a estudiar, perderemos lo que sabíamos (por ejemplo con los idiomas). Y espiritualmente, el peligro que se subraya aquí es similar. El creyente nunca llega a un punto de madurez en su vida espiritual en el que ya está fuera de peligros y tentaciones. Descuidar ciertos hábitos como la lectura bíblica o la oración traerán rápidamente la tentación y el pecado. Y también la persona que va a la iglesia y escucha el evangelio una y otra vez, pero no lo acepta en su corazón con auténtica fe, creyendo que tal vez con su asistencia a la iglesia se encuentra a salvo, pronto descubrirá que no hay ninguna realidad espiritual en su vida que lo pueda proteger y no tardará en alejarse e incluso en endurecerse.

domingo, 3 de febrero de 2019

HE AQUÍ, EL SEMBRADOR SALIÓ A SEMBRAR…

- Marcos 4:1-20 (Mr 4:1-20) "Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar, y se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar. Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina: Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga. Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados. Y les dijo: ¿No sabéis esta parábola? ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas? El sembrador es el que siembra la palabra. Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan. Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno." Una nueva etapa en el ministerio de Jesús Ya hemos considerado, que aunque el Señor todavía tenía su centro de operaciones en Capernaum y que desde allí alcanzaba las ciudades vecinas del litoral del Mar de Galilea, sin embargo, trasladó su predicación fuera del ambiente de la sinagoga al aire libre. Y en este pasaje, vamos a ver que también cambió su forma de predicar, ya que comenzó a enseñar por medio de parábolas. ¿Por qué estos cambios en el ministerio de Jesús? Marcos nos ha presentado previamente la reacción negativa de los religiosos fariseos y también la de sus familiares (Mr 3:6) (Mr 3:21). Ellos habían tenido un enorme privilegio que no habían querido aprovechar. El mismo Hijo de Dios había estado enseñando y llevando a cabo grandes milagros en medio de ellos, pero en lugar de reconocerle como el verdadero Mesías, lo habían menospreciado. Rehusaron deliberadamente aceptar todas las credenciales que le identificaban como el Mesías y le rechazaron al punto de atribuir sus obras al mismo Satanás (Mr 3:22). Con esta actitud, los líderes del pueblo de Israel habían llegado más allá de todo arrepentimiento posible. Pero no todos habían reaccionado de la misma manera. Muchos del pueblo todavía le seguían, y aunque es cierto que algunos lo hacían porque querían ser sanados de sus enfermedades o tenían otros intereses materiales, sin embargo, también había un grupo de discípulos que escuchaban su Palabra y aceptaban su autoridad. Esta situación llevó a Jesús a formar dos grupos claramente diferenciados: "Los que estaban cerca de él con los doce" (Mr 4:10-11), a los que les declaraba los "misterios del reino" que eran ilustrados por medio de las parábolas. "Los que están fuera, por parábolas" (Mr 4:11). No eran discípulos, no estaban abiertos a entender ni obedecer al señorío de Cristo. No es que el Señor los colocara fuera, sino que quedaban fuera por falta de deseos de entrar y entonces, no viendo más que la forma externa, no comprendían el mensaje espiritual de las parábolas. ¿Qué es una parábola? El vocablo "parábola" proviene de un término griego que literalmente significa "colocar al lado de" con el propósito de hacer una comparación o presentar una ilustración. Tal como lo usaba Jesús, básicamente consistía en una historia humana que ilustraba una lección espiritual. Podemos encontrar casos del uso de parábolas en el Antiguo Testamento: Por ejemplo la historia de la corderita que Natán le contó a David cuando se deshizo traicioneramente de Urías y tomó a su esposa Betsabé (2 S 12:1-7). Habiendo explicado lo que es una parábola, debemos hacer una advertencia en cuanto a su interpretación. Una parábola no se debe tratar nunca como una alegoría. En una alegoría, cada escena, personaje y detalle de la historia encierra un significado (por ejemplo, "El Peregrino" de Juan Bunyan). En una parábola no debemos buscar un significado a cada detalle sino fijarnos en la idea principal que intenta resaltar. ¿Con qué propósito empleaba Jesús las parábolas? Podemos decir que de esta forma el Señor estaba haciendo una especie de "criba" en función de la relación que tenían con él. A veces ni aún los discípulos entendían las parábolas, pero al estar cerca de Jesús y tener el deseo de aprender los principios del Reino, buscaban la oportunidad para preguntarle y así entender las parábolas. En cambio, para el incrédulo la parábola no pasaba de ser una sencilla historia en la que no veía ni buscaba ningún sentido espiritual, quedando así completamente en oscuridad. Pero al mismo tiempo, cuando Jesús les hablaba por parábolas, era también una manifestación del juicio de Dios. El lo explicó usando las duras palabras que encontramos en Isaías: (Is 6:9-10) "Y dijo: Anda, y dí a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad" (Mr 4:11-12). No olvidemos que tanto en la época de Isaías, como en la de Jesús, el pueblo había rechazado a Dios a pesar de las múltiples evidencias que habían recibido. Vemos por lo tanto una verdad muy seria: no podemos rechazar a Jesús y seguir teniendo oportunidades indefinidamente. Jesús, el Maestro El Señor sacaba sus ilustraciones de la vida cotidiana y su forma de hablar era tan sencilla que hasta un niño la podía entender. Hoy, después de veinte siglos, sus ilustraciones y las enseñanzas que se desprenden de ellas no han perdido su frescura y siguen siendo de aplicación universal y perpetua. Además, las parábolas involucraban al oyente, obligándole a pensar por sí mismo y a posicionarse frente a lo que estaba escuchando. Por ejemplo, la parábola del sembrador nos obliga a preguntarnos qué tipo de tierra soy yo. La parábola del sembrador Esta parábola arroja luz sobre todas las demás, y encabeza todas las series de parábolas que encontramos en los tres evangelios sinópticos. (Mr 4:13) "Y les dijo: ¿No sabéis esta parábola? ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas?" La parábola ilustra la manera en que los hombres reciben la predicación del Reino y explica la necesidad de tener "buen oído", o sea, la disposición de escuchar la Palabra con corazón humilde y con deseos de saber la verdad y obedecerla. Se describen cuatro tipos diferentes de reacciones a la predicación de la salvación. "El misterio del Reino de Dios" Jesús dijo que el contenido de la parábola tenía que ver con lo que él describió como "el misterio del Reino de Dios" (Mr 4:11). ¿Qué quiere decir esto? Un misterio en el Nuevo Testamento es una verdad que hasta ese momento era desconocida y que llega a conocerse mediante una revelación especial de Dios. ¿En qué consiste este misterio que ahora nos es revelado? Que el Reino no sería manifestado de forma visible en el mundo durante el ministerio terrenal de Jesús. Según los judíos, el Mesías tenía que aparecer en pompa exterior y con ostentación de poder para establecer el Reino. Pero ésta era la misma idea del Reino con que Satanás había tentado a Jesús al comienzo de su ministerio (Mt 4:5-6). Y que el Reino de Dios se iba a establecer en los corazones de los hombres. El campo sobre el cual era sembrada la semilla no era sólo Israel, sino cualquiera que escuchara la Palabra de Jesús. Marcos recoge tres parábolas que ilustran diferentes etapas del Reino. La parábola del sembrador (Mr 4:1-20) tiene la intención de mostrarnos cómo llega el reino de Dios a los corazones humanos. La Palabra de Dios es sembrada durante este intervalo con diversos grados de éxito. La parábola de la semilla que crece en secreto (Mr 4:26-29), trata del modo en que crece el reino de Dios. La parábola de la semilla de mostaza (Mr 4:30-32) nos muestra que aunque el comienzo del reino de Dios es insignificante, su final es sorprendente. La semilla La semilla hace referencia a la Palabra de Dios: "El sembrador es el que siembra la palabra" (Mr 4:14). El Reino de Dios comienza con la predicación de la Palabra y por eso debemos confiar en la predicación de la Palabra más que en cualquier otra cosa. La Palabra de Dios, al igual que la semilla, tiene vida en sí misma. Allí donde se le da la oportunidad, demostrará su poder viviente en la producción de fruto. (Ro 10:17) "La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios." (1 P 1:23) "Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre." Por último, notemos que el grano es igualmente bueno en todos los casos. La variación en el resultado depende enteramente del terreno en el que la semilla cae. El sembrador En esta parábola, el sembrador es el mismo Señor. (Mt 13:37) "El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre." Pero es legítimo decir también que cualquier pastor, misionero, evangelista, o creyente que predique fielmente la Palabra de Dios, es también un sembrador. (Mr 4:14) "El sembrador es el que siembra la palabra." La labor del sembrador es llevar la Palabra a todo tipo de personas. Es cierto que produce mucha tristeza cuando pensamos en la cantidad tan grande de la preciosa semilla que se siembra en vano y se pierde, pero llegará un día en que se pedirá cuanta a los hombres por ella (Jn 12:48). Cuatro tipos de suelo El suelo o terreno es el corazón humano. Se mencionan cuatro tipos diferentes en función de las distintas formas en que la Palabra es tratada por los que la oyen. La semilla es la misma en todos los casos y la diferencia en el rendimiento depende enteramente del tipo de suelo donde es sembrada. Una parte de la semilla cayó "junto al camino", en un terreno tan duro que no podía hundirse en el suelo, de modo que las aves pudieron comerla sin que hubiera dado señal alguna de vida. Hace referencia a personas insensibles, que como el sendero por el que ya han pisado muchos, así también ellas han rechazado tantas veces la Palabra que al final sus corazones han quedado endurecidos. También puede referirse a personas con conciencias bloqueadas por causa del pecado. Gente que cree que no necesita nada, que se sienten autosuficientes y se muestran indiferentes a la predicación de la Palabra porque les parece una cosa ridícula o inútil. En todos estos casos, Satanás no tiene ninguna dificultad en quitar la semilla que ha sido sembrada. "En pedregales" quiere decir más bien en tierra poco profunda, extendida sobre la roca donde no había humedad ni nutrientes. Empezó a germinar, pero no pudo echar raíces, y el sol pronto quemó la pequeña planta. Son una ilustración de personas que reciben superficialmente la Palabra. Dependen de sus emociones y sentimientos pero no tienen convicciones profundas y sinceras. Por eso, al hallarse frente a la oposición o a la persecución, vuelven al mundo. En el tercer caso, la semilla "cayó entre espinos" y aunque la germinación fue perfecta y el crecimiento bueno, las espinas la oprimieron de tal forma que no llevó fruto. Cuando la semilla se sembró, el terreno parecía estar bastante limpio, pero allí estaban las semillas de los espinos que "nacieron juntamente ella" (Lc 8:7). Es una ilustración de las muchas cosas que tratan de desplazar a Cristo del lugar supremo que le corresponde y que ahogan su Palabra. Los intereses y las preocupaciones: personas ansiosas, nerviosas, siempre en tensión, constantemente preocupadas por las cosas de la vida: ¿qué comeremos? ¿qué beberemos? ¿con qué nos vestiremos? Las riquezas: Personas interesadas por enriquecerse, buscando entretenimientos y placeres. Notemos que Jesús se refiere a ellas como "el engaño de las riquezas". Lo que muestra la naturaleza engañosa de las riquezas, que siempre ofrecen satisfacer y nunca llegan a cumplir su promesa. El deseo de otras cosas: Gente inquieta, yendo siempre de un lado a otro, incapaces de permanecer mucho tiempo en un mismo sitio como para echar raíces, sin rumbo fijo, de una experiencia a otra. Mientras que el sol seca rápidamente los tallos tempranos que surgieron en los pedregales, los espinos ahogan lentamente la espiga. En el último caso encontró el terreno bien preparado, y no sólo germinó sino que creció y dio su fruto plenamente, bien que con diferencias de rendimiento: "y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno" (Mr 4:8). Se trata de personas que escuchan la Palabra con un corazón deseoso de conocer y hacer la voluntad de Dios, y en estas circunstancias, siempre produce fruto. Aunque mucho del trabajo parece ser en vano y sin éxito para los ojos humanos, el Reino de Dios ha de ir adelante conforme a los propósitos de Dios. Nuestro siglo, al igual que el primero, se caracteriza por fracasos al igual que por éxitos en la obra cristiana. El que haya personas que rechazan nuestros esfuerzos por esparcir el Evangelio no debe frustrarnos a tal grado que nos demos por vencidos. No olvidemos que el Señor también pasó por lo mismo. Los enemigos de la Palabra La parábola nos muestra que Satanás se esfuerza por impedir que la Palabra arraigue en los corazones. (Mr 4:15) "... En seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones." También vemos la oposición que el mundo trae constantemente sobre aquellos que escuchan la Palabra: (Mr 4:17) "tribulación o la persecución por causa de la Palabra." Y la propia naturaleza caída del hombre obra en su contra. Este punto queda manifestado por "los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas" (Mr 4:19). La importancia del fruto La manifestación de la vida auténtica se ve por el fruto. Aquellos que afirman haber recibido la Palabra de Dios, deben comenzar inmediatamente a producir el fruto del Espíritu de Dios, es decir, "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza" (Ga 5:22-23). Jesús dijo que "por sus frutos los conoceréis" (Mt 7:15-20). Si no hay fruto, tampoco podemos afirmar que haya nueva vida. Esta es la clave para entender la parábola. La meta es dar fruto. Puesto que las semillas sembradas entre pedregales y espinos no llegaron a dar fruto, no podemos identificar estos casos como auténticos creyentes. Todos hemos oído de muchas profesiones de salvación que son muy dudosas o claramente falsas. La parábola nos enseña también que existen diferencias aun entre aquellos cuya vida es espiritualmente fructífera. (Mr 4:20) "Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno." No todos los cristianos experimentan el mismo grado de fructificación, porque tampoco todos los cristianos son igualmente fieles, leales, valientes, humildes, consagrados... al Señor. La importancia de la perseverancia La perseverancia es junto con el fruto la otra marca del cristiano verdadero. Aquellos que cuando viene la aflicción o la persecución se apartan, nunca llegan a producir fruto, que como acabamos de ver, es la evidencia de haber recibido correctamente la Palabra. En la parábola del sembrador tal como aparece en el evangelio de Lucas, dice: (Lc 8:15) "Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia." Nuestra responsabilidad La parábola trata sobre nuestra responsabilidad frente al mundo y nos enseña que tenemos el deber de predicar la Palabra con fidelidad. Cada creyente y cada iglesia debe tener una visión evangelizadora. No sólo en grandes esfuerzos evangelísticos, de manera ocasional, sino a diario, de forma personal. No sólo los que tienen un don específico de evangelista, sino todos los creyentes. (Hch 8:4) "Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio." Dios nos va a pedir responsabilidades por esto (Ez 33:1-9). Pero la respuesta de las personas no es nuestra responsabilidad, sino que depende enteramente de ellos. Nosotros no tenemos capacidad para convertir a las personas, sin embargo, muchas veces nos culpamos a nosotros mismos y creemos que la solución está en cambiar el método. Pero no debemos olvidar que sólo hay una forma correcta de evangelizar, y es predicando la Palabra. Y por otro lado, no debemos animarnos o desanimarnos en función de los resultados obtenidos, sino en función de si hemos cumplido con nuestra responsabilidad de predicar la Palabra. (2 Co 2:14-16) "Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?"