sábado, 30 de agosto de 2008

EL BAUTISMO SEGÚN CRISTO

Cristo dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo, más el que no creyere, será condenado. Para ser salvo, hay que creer y ser bautizado. Si uno se bautiza, y no cree, ¿puede salvarse? La respuesta es obvia: ¡NO! Si uno cree, y no se bautiza, ¿puede salvarse? Nos resulta mucho más difícil responder “no” a esta segunda pregunta. Probablemente porque nosotros, los evangélicos, hemos entendido este texto al revés. Hemos leído: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere salvo, será bautizado”. Si alguno cree, es decir, si se convierte de veras, nosotros lo estudiamos durante unos cuantos meses, observamos si se comporta bien, le damos algunas lecciones, y luego decimos: “Este es salvo. ¡Puede bautizarse!”
Eso demuestra que hemos quitado el bautismo de su lugar. Cristo dijo: El que creyere y fuere bautizado será salvo. Si uno se bautiza sin acompañar este acto con el arrepentimiento y la conversión interior de su corazón, sin la fe en Cristo como su Señor, el bautismo no le sirve de nada. Va a salir apenas mojado del agua. Pero si dice que cree, y luego no se bautiza, el Nuevo Testamente tampoco aprueba esa actitud.
Cristo dijo: Id, y haced discípulos… ¿Cómo?... bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado (Mateo 28:19,20). ¿Cómo se hace un discípulo? ¡Bautizándole! Pero nosotros decimos: Id y haced discípulos, enseñándoles que guarden todas las cosas y, una vez que guarden todas las cosas, ¡bautícenles!” ¿Por qué esto? Porque no hemos entendido la esencia y el significado del bautismo. ¿Cuándo se convierte una persona? ¿Cuando es realmente salva? La conversión comienza cuando el mensaje es escuchado con fe, y culmina cuando aquella persona sale de las aguas del bautismo, reconociendo a Cristo como el Señor de su vida.

jueves, 21 de agosto de 2008

¿COMO DEBEMOS PREDICAR?

Hay muchos que, aún cuando pueden estar de acuerdo con todo lo que hemos expuesto, no saben cómo llevarlo a la práctica. “Entonces, ¿cómo debo predicar ahora? ¿Qué tengo que decir? ¿Cuál es el enfoque que debo dar al mensaje para aquellos que no son del Señor?, preguntan.
Veamos. La Biblia señala que en el mundo hay dos reinos: el reino de las tinieblas, y el reino de la luz. Un reino es una comunidad compuesta por dos clases de individuos: el rey, que gobierna, y los súbditos, que están sujetos al rey. El reino de las tinieblas tiene un rey, a quien la Biblia denomina príncipe de las tinieblas. El es un espíritu mentiroso que engaña a las personas. El reino de la luz también tiene un Rey: Jesucristo. El reina sobre la comunidad llamada iglesia. Todos hemos nacido en el reino de las tinieblas. Todos, desde el primer hombre. El reino de la luz es aquel al cual podemos acceder a través de Cristo.
Adán y Eva fueron creados en un principio en la luz de Dios; El era la autoridad sobre ellos. Pero un día cambiaron de reino y de rey: el día en que obedecieron la voz de Satanás. Desde entonces, todos los que descendemos de Adán heredamos la misma naturaleza pecaminosa. San Pablo dice un Efesios: 2:3…en los cuales anduvisteis en otro tiempo siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.
Una de las más importantes características del reino de las tinieblas es su ley: “Vive como quieres”. El reino de la luz tiene una ley distinta: “Vive como El quiere”. Para saber a qué reino pertenece una persona debe preguntarse: ¿Qué ley se cumple en mi vida? Esto determina su ubicación.
SATANAS
Reino de las Tinieblas
HAGO LO QUE QUIERO
CRISTO
Reino de la Luz
HAGO LA VOLUNTAD DE DIOS
Cuando hacemos comprender a alguien la tremenda verdad de que el pecado esencial del corazón del hombre es hacer lo que le parece, ya no hace falta señalarle con tanta insistencia que es un pecador para convencerlo de pecado. La misma luz de Dios enfoca la esencia de su pecado y queda al descubierto. Se da cuenta por el Espíritu de que realmente está envuelto en esa ley de tinieblas que rige su vida.
El reino de la luz es el reino de Dios, el reino de Jesucristo. Cristo tiene un reino aquí en la tierra. Parte está en el cielo, parte está aquí, pero formado por todos aquellos que viven como El quiere, por los que le conocen como Señor de sus vidas.
¿Qué debe hacer una persona que vive en el reino de las tinieblas y desea entrar en el reino de la luz? ¿Cómo puede salir de un reino y entrar en el otro? San Pablo dice que Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo (Col. 1:13). ¿Cómo puede realizarse esto? ¿Cómo puede el hombre ser librado de las tinieblas y trasladado a la luz, ya que el mundo de las tinieblas es un reino fundado sobre el poder de Satanás que tiene a la gente encadenada? No es fácil zafarse de este reino. ¿Cómo puede alguien librarse de estas cadenas para trasladarse al reino de la luz?
El que es ciudadano de algún país sabe que está bajo la potestad o autoridad de ese país. Un muchacho argentino de 20 años no pudo decir en su momento, “Decido no ser más argentino. Así que, no me llamen a cumplir con el servicio militar”. Está bajo autoridad, bajo la potestad de la nación.
Cierta vez se le preguntó a un muchacho: “¿Cuándo vas a dejar de ser argentino?”
-Nunca- dijo.
-Sin embargo, algún día vas a dejar de ser argentino.
-Ah, sí, el día que me muera.
¡Exactamente! La única manera de poder liberarse de una ciudadanía, de la potestad que un reino, o un país, tiene sobre uno, es justamente a través de la muerte.
Estoy usando esta figura para que podamos ver la verdad esencial de la Biblia: el único camino para ser liberado del reino de las tinieblas es la muerte. No hay otra manera de zafarse de ese reino. No hay otra manera de recibir liberación. Esto no es cuestión de una mudanza geográfica de un lugar a otro porque este reino esta dentro de uno mismo, y las tinieblas invaden por dentro. Uno es orgulloso, egoísta, avaro, tiene envidia de los demás, es rencoroso; lo es en su esencia.
Por más que decida no serlo, por más que decida cambiar, por más que decida ser fiel a Cristo, hay en sus miembros una ley que se rebela contra Dios. El hombre es rebelde por naturaleza. Por naturaleza quiere hacer lo que él desea. ¿Cómo puede, entonces, librarse de lo que es? Hay una sola puerta: la muerte.
Por otro lado, ¿cómo entrar al reino de Dios? Esto es lo que Cristo respondió a Nicodemo: De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo no puede ver (ni tampoco entrar en) el reino de Dios. El que no nace, no puede entrar. ¿Cómo hemos venido a ser ciudadanos del país que somos? Porque hemos nacido en ese país. La única manera de entrar al reino de Dios es nacer de nuevo, según Cristo lo dijo. Esa es la puerta de entrada. Quiere decir que para salir del reino de las tinieblas debe uno morir, y para entrar al reino de Dios, tiene que nacer.
Nicodemo preguntó: ¿Cómo puede hacerse esto? ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Cómo? ¿Cómo puede uno morir? ¿Cómo puede uno nacer?
La Biblia tiene la respuesta. Veamos primero la figura bíblica y luego documentémosla con la enseñanza de las Escrituras. Hay una única manera de morir a las tinieblas. Y es por medio de la muerte de Cristo. Pablo dice que nuestro “viejo hombre fue crucificado juntamente con El, para que el cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Rom. 6:6), y señala (v. 4) que la manera en que uno puede experimentar en sí mismo esa muerte es mediante el bautismo. “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el BAUTISMO”. El bautismo es el acto concreto que Dios ha establecido a través del cual el hombre que vive en el reino de las tinieblas muere y resucita (o nace de nuevo), y entra al reino de Dios, reconociendo a Cristo como Rey y Señor de su vida.
Es evidente que pocos hemos presentado el evangelio así. Hemos predicado una verdad a medias, porque no habíamos entendido el evangelio del reino de Dios. Le habíamos quitado al bautismo su verdadero valor. Hemos empañado la verdad de Dios que señalan las Escrituras con nuestros propios conceptos, y la hemos neutralizado con textos que aparentemente la contradicen.
Aunque resulta obvio, es necesario aclarar que el bautismo en sí no tiene ningún poder para salvar. El agua y la ceremonia bautismal, no tienen ninguna virtud, ninguna eficacia en sí mismas. Uno puede ser bautizado y continuar viviendo en el reino de las tinieblas. ¿Qué es lo que le da valor al bautismo? ¿Puede acaso el agua matar una vieja vida? Sería ridículo afirmarlo. Lo que da valor al bautismo es la realidad de la redención.
Cristo vino al mundo para salvarnos, se identificó con nosotros, fue hecho pecado por nuestros pecados. Tomó nuestra carne sobre sí, y murió en la cruz. El murió por nosotros, y si uno murió por todos, luego todos murieron (2ª Cor. 5:14). ¡Todos murieron! ¡Por El! Es la redención que Cristo efectuó en la cruz lo que hace posible nuestra redención y salvación. Cristo no solamente murió. Murió, fue sepultado, y al tercer día resucitó triunfante de entre los muertos. Esta es la redención que Cristo obró: muerte, sepultura, y resurrección. Eso es lo que nos salva: la redención que Cristo efectuó en la cruz. Su muerte hizo posible nuestra muerte; su resurrección, nuestra resurrección.
Pero El murió hace dos mil años. ¿Puedo yo hacer mía su obra en la cruz hoy? ¿Cómo puedo apropiarme de todo lo que El realizó a mi favor? Dios estableció el bautismo, porque sobre el bautismo está la realidad de la redención. Cuando el hombre cree y se bautiza en el nombre del Señor allí muere con Cristo, y resucita con Cristo para una nueva vida.
Yo sé que esta no es una presentación típicamente evangélica, y que ciertas cosas que vamos a seguir exponiendo, a algunos les va a resultar demasiado duras. Ruego un poco de paciencia, y también de sinceridad. Luego de considerar estas cosas, realiza un estudio de la palabra de Dios con el corazón abierto, a ver si realmente no son así.

sábado, 2 de agosto de 2008

EL QUE NO AMA A SU HERMANO

Para un hijo de Dios, amar a su hermano no es una exhortación o un consejo de Dios; es un mandamiento. Hay varios textos de la 1ra. Epístola de Juan, que vienen muy mal al caso por su incuestionabilidad. Si te pregunto: -¿En que reino estás, en el de las tinieblas, o en el de la luz? ¡En el reino de la luz, por supuesto!, me responderás.
Sin embargo, debo pasar esta declaración por el examen de la palabra de Dios (1º Jn 2:9):
El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas.
¿Hay algún hermano a quien tú aborreces? ¿Hay alguien en tu congregación, o fuera de ella, a quien no amas?
-OH no, hermano –me dirás-. Yo no aborrezco a nadie. Yo no odio a nadie.
¡Un momento! Aborrecer no es odiar, aborrecer es un término más suave. Es tener en menos, no apreciar, poner en segundo plano a alguien. ¿Hay alguno a quien menosprecias? ¿Hay alguien de quien dices, “A ése, la verdad es que no lo paso”? Pues, eso es aborrecer. Si “no lo puedo pasar”, lo aborreces. Y si tú aborreces a un hermano. Dice Dios que todavía estás viviendo en las tinieblas.
Sigue el texto:
El que ama a su hermano, permanece en luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos (1º Jn 2:10,11).
Si tú no amas, estás en tinieblas y tropiezas con tus hermanos. El que ama… en él no hay tropiezo reza el texto. De modo que aunque el otro venga como un toro enfurecido, tú puedes evitar el encontronazo. Dos no tropiezan si uno no quiere.
En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios (1ºJn 3:10). Y si no es de Dios, ¿de quién es?
Muchos dicen: -Hermano, yo no aborrezco a nadie.
-¿Y a Fulano de tal?
-No, no. Con él no tengo nada. Yo no tengo nada con nadie.
¡Justamente ese es el problema! ¡No tener nada! ¡Tendrías que tener amor! Aquí ya no se nos dice, el que no aborrece, sino, el que no ama. Si no tienes nada, no tienes amor. Y San Juan señala claramente que el que no ama no es de Dios.
Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte (1º Jn 3:14).
¿Has pasado de muerte a vida?
¿Cómo lo sabes?
-Y, porque un día hace cinco años, en una reunión pasé adelante llorando y entregué mi vida a Cristo. Seis meses después me bauticé en agua, y ahora soy miembro en plena comunión de la iglesia…
No, lo que cuenta no es lo que te pasó un día, sino lo que ahora tienes. En esto sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. ¿Cómo puedo saber que permanezco en la vida? No por lo que sucedió hace algunos años, sino por lo que está pasando ahora en mi corazón.
Nuestro testimonio debería ser: “Yo sé que pertenezco al reino de Dios porque amo a mis hermanos”.
El apóstol Juan escribe: El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Sin embargo, alguien podría decir: -Mire usted, yo sé que tengo que amar a mis hermanos, pero hay uno a quien no puedo amar. ¿Sabe porqué? ¡Porque ese ni debe ser mi hermano!
¿Cómo puedes afirmar que no es tu hermano?
¿Cómo te atreves a constituirte en juez? Y si no es tu hermano, entonces, ¿qué es? ¡Tu prójimo! Pues, Cristo dijo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De manera que, ¡ámale como a ti mismo, como el Señor ordenó!
-No, no, no. Me parece que ese no es ¡ni mi prójimo!
Y, ¿qué es, entonces? ¿Tu enemigo? Bueno. Cristo dijo: Amarás a tus enemigos. De moso que no tienes escapatoria. Si es tu hermano, tienes que amarle. Si es tu prójimo, tienes que amarle. Y si es tu enemigo, también tienes que amarle.
Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida (me asusta leer este texto)… y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él 1º Jn 3:15). Yo me pregunto qué hemos hecho hasta el día de hoy con todos estos textos. Dios está abriendo hoy las páginas de su libro ante los ojos de su pueblo. Y si yo no amo a mi hermano Dios dice que soy asesino, y como asesino, no puedo tener vida permanente en mí.
El amor hacia los hermanos no es un mero afecto emocional, un amor teórico o un amor “espiritual”. No, de ninguna manera. Es un amor práctico, real, tangible. No basta con abrazar al hermano. Cristo quiere echar fundamentos concretos y firmes para su reino.
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos (1º Jn 3:16).
Esa clase de amor que tuvo Cristo, que le llevó a dar su vida, es el que podemos tener. Debo amar hasta poder ofrecer mi vida por mis hermanos. Es fácil decir: Hermano querido, te amo con todo mi corazón”. Pero un día este hermano querido golpea a la puerta de su casa. Viene temeroso. No sabe cómo empezar la conversación. De pronto te dice: -Hermano, esta quincena el patrón no me pagó. Por favor, ¿podría prestarme algo de dinero para que mi familia pueda comer?
-Mire, hermano en cuestiones de dinero yo tengo una norma: No presto plata a nadie, ni pido nada prestado. Así pues, ¡Que Dios le bendiga!
¿De donde salió esa norma? Veamos lo que Dios dice en su palabra:
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1º Jn 3:17,18). Esta es la clase de amor que Cristo nos manda.