domingo, 31 de marzo de 2019

“PORQUE NO HAY MÁS QUE UN DIOS, Y UN SOLO HOMBRE SEA EL MEDIADOR ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES: JESUCRISTO”

1 Timoteo 2:5 La obra mediadora de Cristo La idea de mediación entre Dios y los hombres (o entre los falsos dioses y sus engañados adoradores) es un factor esencial en casi todas las religiones, y, divorciada de la revelación divina, ha dado lugar a muchas y funestas manifestaciones de sacerdotalismo. Limitándonos al teísmo, que afirma la existencia de un Dios personal, Creador y Sustentador de todas las cosas (y que no ha de confundirse con el deísmo), es evidente el abismo que separa al hombre, pequeño en sí y degradado de su primitiva nobleza por la Caída, del Dios omnipotente, sublime y santísimo; y la mente pensadora y la conciencia sensible no pueden por menos que gemir con Job: "(Dios) no es hombre como yo para que yo le responda y vengamos juntamente a juicio. No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos" (Job 9:32-33). La distancia es real y el abismo que media entre el Dios creador, único Arbitro moral, y el hombre en su pecado, es tan inmenso e insondable que produce vértigo en quien lo contempla; pero la dificultad se ha aumentado aún más en el pensamiento de algunos a causa de ciertos conceptos filosóficos y religiosos, que se han infiltrado en el cristianismo a través del platonismo, que estiman toda obra material como muy inferior al "espíritu", llegando hasta pensar que la materia es origen y sede del mal. No es ésta la doctrina bíblica, pero explica el afán religioso de proveer mediadores entre la sublimidad espiritual de Dios y el mundo material habitado por los hombres, cuyos espíritus, según tales conceptos, se hallan "encarcelados" en el cuerpo. Frente a tales nociones, Pablo redactó la Epístola a los Colosenses en la que recalca que sólo Cristo "llena" el abismo y anula la distancia, uniendo al creyente con Dios por su "plenitud", siendo peligrosísima toda idea de jerarquías de mediadores angelicales. Al considerar el concepto de mediación en las Escrituras tenemos que librar nuestra mente de tales ideas filosófico religiosas, ateniéndonos únicamente a lo revelado por Dios. Según la revelación bíblica, Dios mismo creó el mundo material, declarando después que era "bueno en gran manera"; por lo tanto, el hecho de asociarse el alma y el espíritu con un cuerpo material, no constituye en sí barrera entre el hombre y Dios (Gn 1:31). El mal hizo su entrada en el mundo material desde afuera, donde ya se había manifestado en esferas espirituales, pero rebeldes, y su injerencia en la vida humana levantó en el acto una barrera que cortó la comunión entre el Creador y su criatura. Con todo, fue Dios, según el principio de la gracia que ya hemos estudiado, quien tomó la iniciativa con el fin de buscar al ser caído y señalarle el camino de retorno (Gn 3:8-21). Ya hacía falta mediación, pero el sagrado misterio de la Trinidad permitió una obra mediadora entre Dios y el hombre sin que tuviesen que intervenir otros seres (excepto en el caso especial y limitado de Moisés y los ángeles cuando fue dada la Ley), toda vez que el Hijo eterno, Mediador ya desde el principio de todo lo creado, pudo ser designado como Revelador del Padre y Redentor frente al nuevo y trágico hecho del pecado en el hombre. La obra típica de mediación es la que el Dios Hombre, declarado Sacerdote eternamente según el orden de Melquisedec, lleva a cabo desde la Diestra de Dios en esta dispensación, pero hay indicios bíblicos que señalan al Hijo como Mediador con anterioridad a la Encarnación, y que merecen nuestro estudio reverente, ya que ensanchan los horizontes de este sublime tema. El Mediador y la creación 1. El Hijo, Creador, Sustentador y Revelador Las relaciones entre el Hijo eterno (o el Verbo, que es el título complementario) y todo lo creado, se describen principalmente en (Jn 1:1-4) (Col 1:13-16) con (He 1:2-3). En todos estos pasajes hallamos claras declaraciones de que todas las cosas y todos los seres sin excepción alguna fueron creados por el Hijo como Agente ejecutivo del Trino Dios, siendo él también quien sustenta todas las cosas, porque sólo en él subsisten (He 1:3) (Col 1:17). Juan le presenta como la Vida, que no sólo vivifica, sino que llega a ser la luz de los hombres, quienes no pueden recibir iluminación o revelación aparte de él. En este Mediador toda la plenitud de la Deidad tuvo complacencia en habitar, para llenar toda necesidad en la criatura (Jn 1:16) (Col 1:19) (Col 2:9-10). Al emplear Juan la voz "Logos" ("Palabra" o "Verbo") en el prólogo de su Evangelio para señalar aquel que revela al Padre y crea todas las cosas, echó mano a un término muy conocido en la filosofía griega como equivalente a la "razón divina" que ordenaba el universo. Más importante, sin embargo, es el enlace del vocablo con la revelación anterior del Antiguo Testamento, ya que recoge y amplía el sentido de las referencias a la Palabra ejecutora de Dios que hallamos en pasajes como el (Sal 33:6) e (Is 55:11), y que tendía a personificarse en el uso hebreo. Muy relacionado con la Palabra es el concepto de la Sabiduría, que pensaba, llamaba y obraba, y que se plasma en una evidente personificación en (Pr 8:22-31): "Cuando (Dios) establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo, ordenándolo todo y era su delicia de día en día... me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres". El concepto nebuloso y algo descarnado de la revelación anterior halla maravilloso cuerpo y sustancia en el Hijo, y Juan, en el prólogo de referencia, establece la identidad entre el Verbo eterno y creador y Aquel que "fue hecho carne y habitó entre nosotros", como etapa culminante de su obra de revelación, de redención y de recreación. 2. El Hijo Mediador Tendremos ocasión de volver a considerar la obra sacerdotal de Cristo "según el orden de Melquisedec" más abajo, pero aquí podemos notar que un aspecto del parangón que se establece entre Cristo y Melquisedec en (He 7:1-10), basado sobre (Gn 14:18-20) y el (Sal 110:4) debe entenderse a la luz de la obra mediadora del Hijo desde el principio de toda creación. Melquisedec, sin duda una figura histórica y real, era un rey-sacerdote, que adoraba y servía al "Dios Altísimo, poseedor de los cielos y de la tierra", según el modelo primitivo de los reyes, jefes de tribu y patriarcas entre los cuales se guardaba aún la luz de la revelación original de Dios. Ejemplos tenemos de estos reyes-sacerdotes en Noé (Gn 8:20-21), en Abraham (Gn 12:8), en Isaac (Gn 26:25), en Jacob (Gn 35:7), además del caso notable e iluminador de Job, quien no era hebreo, pero que tenía profundos conocimientos de Dios y le servía, ofreciendo sacrificios, en medio de su familia y tribu (Job 1:5) (Job 42:8). Hay razones para creer que esta antigua institución, que arranca de la creación del hombre, era en sí trasunto de una verdad mucho más fundamental: la obra mediadora desde el principio de todo lo creado del Hijo de Dios, quien siempre ordenaba los asuntos humanos como Sustentador, y cuya obra futura de expiación y de redención era algo conocido y necesario desde antes de la fundación del mundo (Ap 13:8) (1 P 1:18-20) (2 Ti 1:9). Es verdad que Melquisedec era tipo del Rey-Sacerdote que había de ser manifestado, pero también es verdad que Melquisedec fue él mismo hecho semejante al Hijo de Dios en función de eterno Mediador, y así enlaza típicamente el pasado con el porvenir (He 7:3). Todo el énfasis en (He 7:1-10) recae sobre el orden de Melquisedec, y no tanto sobre la persona del rey de Salem. Siendo su sacerdocio reflejo de la obra del Mediador divino desde el principio, y un anticipo de la renovada mediación después de la Obra de la Cruz, que era superior a todas luces a Aarón en su obra parentética y temporal, que sólo podía revestirse de importancia hasta la consumación del sacrificio, cuando la "sombra" desapareció al manifestarse la "sustancia".

domingo, 24 de marzo de 2019

¡TU PADRE ES HOMBRE DE GUERRA! HOMBRE DE GUERRA…

David, Absalón, Itai y Husai (2 Samuel 15:17) El abandono de muchos y la fidelidad de unos pocos Querida, no te imaginas qué bien me trató el príncipe. ¡Me besó la mano! Me trató como si fuésemos amigos de toda la vida. Yo le hice una reverencia como hijo del rey que es, pero me detuvo y me dio un beso en la mano. La misma historia se la cuenta a todos sus amigos del pueblo. Para Absalón todos los casos son fáciles. El primer litigante que llegue es quien siempre tiene la razón. El besamanos también multiplica calurosos abrazos. Miles de gentes de todos los ámbitos del país quedan muy contentos con el príncipe, mientras que otros tantos que han sido perjudicados por el veredicto se preguntan cómo es posible que se haya hecho tanta injusticia. Pero las cosas son así y ellos saben que no se puede argumentar contra la voluntad de la "autoridad". Han pasado cuatro años desde que fue desterrado por matar a su medio hermano. El hijo del rey ha expresado mil y una veces su deseo ferviente que esa pasión de "hacer justicia a todos sea quien sea" se ha corrido por todo el país. Absalón no es más uno de los hijos del rey; es el más famoso, el más admirado y el que se postula como sucesor. Llegado el momento oportuno el príncipe invita a 200 hombres de jerarquía a Hebrón. Ha obtenido permiso del rey para ir y hacer un sacrificio religioso. Entre esos doscientos hay una mezcla de simpatizantes, probables seguidores y de "neutrales". El tenerlos a todos reunidos en Hebrón le permite estar seguro que allí no va a existir oposición. Las trompetas han sonado en todo el territorio dando la señal de que Absalón ha dado el golpe de estado. De los cuatro puntos cardinales tropas rebeldes salen para apoyar el golpe. Es una tarde gris, fría. La lluvia, como si el mismo cielo estuviera llorando, cae implacable de ese cielo plomizo. Las puertas de Jerusalén presencian algo que parece una procesión fúnebre. Cientos de hombres, mujeres y niños salen de la ciudad. En medio del grupo va un individuo con su cabeza gacha. Tiene unos sesenta y pocos años. Sus ojos miran al suelo mientras sus lágrimas se unen a la lluvia para enlodar más el sombrío derrotero del éxodo. Mientras esta extraña comitiva sale de la ciudad, hombres y mujeres al lado del camino lloran de la misma manera que muchos cientos de años después lo volverán a hacer cuando llevan al Mesías para ser crucificado. Pero esta vez no hay palabras de consuelo. David, que hasta el día anterior era el rey, está otra vez huyendo; esta vez, de las huestes insurrectas comandadas por su propio hijo. No hay duda en cuanto a sus planes. Todos saben muy bien que Absalón, debajo de esa sonrisa fácil y bien estudiada, es un individuo cruel y malvado. Cruzan el torrente de Cedrón como antes tantas veces, con la admirada y majestuosa comitiva real; ¡pero ahora es tan distinto! No es más el gran monarca envidiado y temido de todos los países de alrededor. Ahora es un fugitivo más, un noble caído en desgracia. — ¡Apurémonos, de prisa! — grita el capitán — las tropas de Absalón se acercan rápidamente a Jerusalén. La caravana, precedida por seiscientos guerreros, trata de avanzar hacia el desierto. De pronto el ex rey divisa entre el grupo de los que le acompañan a un guerrero extranjero. Este es uno de los capitanes mercenarios que se había puesto a las órdenes de David. El monarca al reconocerlo lo llama y le dice: — ¿Para qué vienes tú también con nosotros? Vuélvete y quédate con el rey: porque tú eres extranjero y desterrado también de tu lugar (2 S 15:19). El rostro del monarca muestra la tristeza de su corazón al decirle: "Tú eres también un desterrado como yo". El vencedor de Goliat continúa y mostrando su compasión genuina dice: — Ayer viniste, ¿y he de hacer hoy que te muevas para ir con nosotros? Vuélvete y quédate con el rey; porque tú eres extranjero, y desterrado también de tu lugar. Y aquel que hasta el día de ayer era el gran rey de Israel prosigue su monólogo. — En cuanto a mí, yo iré a donde pueda ir. Las prolongadas huidas por el desierto, las largas y frías noches del invierno durmiendo en las cuevas de la tierra, vuelven otra vez a su memoria como cuando decía "mis huidas Tú las has contado, pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro" (Sal 56:8). El Salmista de Israel se ha conformado completamente a la voluntad divina. El mismo se refiere al usurpador y lo llama rey. No hay un clamor de queja contra Dios. Él lo acepta todo con piedad. El capitán forastero desenvaina su espada y la dirige al cielo y responde: — Vive Dios, y vive mi señor el rey, que o para muerte o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí estará también tu siervo (2 S 15:21). El corazón de David siente un calor que le estremece. Aquí hay un hombre que está dispuesto a "jugársela" por él. Alguien quien firmemente cree que pese a todo lo que se ve y a las circunstancias, David sigue siendo el soberano con quien identifica su fidelidad. El espectáculo es conmovedor. El rey "subió la cuesta de los Olivos; y la subió llorando, llevando la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todo el pueblo que tenía consigo cubrió cada uno su cabeza e iban llorando mientras subían" (2 S 15:30). Llega a la cumbre del monte y sucede algo increíble. David se arrodilla y hace una oración. Las lágrimas corren profusamente por sus mejillas, no obstante su voz alaba al Señor por su misericordia y su fidelidad. Algunos de sus amigos se preguntan: ¿Cómo puede alabar a Dios si está huyendo para salvar su vida? ¿Cómo puede darle gracias a Dios por ser su luz y su salvación si todo parece tan oscuro y su existencia está en gran peligro? Cientos de los que le acompañan se han arrodillado siguiendo el ejemplo del rey. Entonces surge una adoración maravillosa. Es una combinación de llantos y alabanzas que se mezclan de una manera admirable. Las palabras no las tenemos pero la Escritura dice que allí "adoró a Dios". Mientras tanto, en Jerusalén el usurpador ha convocado a una reunión urgente de los principales de Israel y sus consejeros. Comienza Ahitofel, que es reconocido por su sabiduría y prudencia, aunque no por su bondad o santidad. En primer lugar propone que hay que demostrar que este golpe es real y que ninguno va a volver atrás. Absalón sigue el consejo inicuo y abominable de su asesor quien le sugiere que en forma pública viole las mujeres del harén de su padre. El príncipe ejecuta esa detestable e impía recomendación. Luego de esto sigue una reunión de emergencia del consejo de los asesores y los ancianos de Israel. Ahitofel toma la palabra: — Yo mismo voy a elegir doce mil hombres de los mejores y seguiré a David esta misma noche y caeré sobre él mientras está cansado y débil de manos, lo atemorizaré y todo el pueblo que está con él huirá, y mataré al rey sólo" (2 S 17:1-2). Con una sonrisa burlona mira a los otros consejeros y termina diciendo: — Como ven, mi proyecto tiene la virtud de evitar al máximo las bajas en el pueblo, o como lo llamamos nosotros, disminuir al mínimo el "daño colateral". Absalón parece que está un poco nervioso. Decide entonces llamar al célebre y reconocido Husai. El déspota se había sorprendido que el que consideraba un aliado de su progenitor se haya plegado a su revolución. De todos modos piensa en su engreimiento: "Este se ha dado cuenta de que yo soy mucho mejor que mi padre y quiere sacar alguna ganancia por su adhesión". Ignora que éste se ha colocado en esta posición de peligro extremo por su fidelidad al legítimo rey de Israel. La primera frase de Husai es una estocada al corazón del asesor principal: "El consejo que ha dado Ahitofel no es bueno". El mencionado se pone primero pálido y luego enrojece de ira: — ¿Con qué razón dice usted esto? ¿Quién se cree que es usted? El impostor con una sonrisa burlona hace un gesto a Husai para que defienda su posición. — Excelencia, nuestro amigo Ahitofel tiene mucha experiencia y sabiduría en algunos aspectos de la vida y casi siempre está en lo cierto, pero esta vez se ha equivocado. — ¡Explíquese! — ruge el pérfido con una voz baja y enojada. El otro continúa: — Tú sabes que tú padre y los suyos son hombres valientes, y que están con amargura de ánimo como la osa cuando le han quitado los cachorros. Ahitofel te dice que está cansado y débil de manos, pero esa amargura de ánimo le multiplica las fuerzas de una manera tremenda. Las osas son malas, pero cuando les roban los cachorros son fieras sanguinarias e imparables. No te hagas falsas ilusiones. No va a ser fácil capturar a tu padre. Él es hombre de guerra y no pasará la noche con el pueblo. Imagínate que pasaría si al principio de la batalla pareciera que ellos vencen. Cundirá el pánico y todos saldrán corriendo. Los que están con tu padre, en cambio, son guerreros veteranos que no se asustarían si algunos de ellos cayeran. — Acepto esa posibilidad — interrumpe Ahitofel — pero ellos tienen solamente seiscientos soldados y nosotros saldremos con doce mil; es decir, habrá veinte de nosotros por cada uno de ellos. No podemos perder. — ¡Estoy informado! prosigue Husai — que ya se están formando escuadrones de fuerzas leales a tu padre. Por lo tanto, tenemos que concentrar un ejército tan grande que no haya duda de quién va ser el vencedor. Que cuando nos vean, todos corran de miedo. Aconsejo que todo Israel se junte en multitud como la arena que está a la orilla del mar y que tú en persona vayas a la batalla. Entonces le acometeremos en cualquier lugar donde se hallare y caeremos sobre él como el rocío cae sobre la tierra, y si se refugiare en alguna ciudad, todos los de Israel llevarán sogas a aquella ciudad y la arrastraremos hasta el arroyo, hasta que no se encuentre allí ni una piedra (2 S 17:12-13). Husai hace un gesto indicando que ha terminado su exposición. Los líderes se han puesto muy serios. Esas palabras siguen retumbando como el redoblar de un tambor. — ¡Tu padre y los suyos son hombres valientes! Son valientes... — ¡Tu padre es hombre de guerra! Hombre de guerra... — ¡Los que están con él son hombres esforzados! Hombres esforzados... — Como una osa que le han robado los cachorros... Una osa que le han robado... Esa noche los ancianos no pueden dormir. Esas frases retumban una y otra vez en sus oídos. Comentario Los planes malvados del hombre son desbaratados por Aquel que está sentado en el trono eterno y que obra de manera muchas veces incomprensible para nosotros. La vida a veces presenta cambios bruscos y violentos. Aquel que el día anterior era el gran monarca de una nación, ahora tiene que confesar que va a tratar de ir a donde pueda, y sin más alternativa que el exilio. Él había aprendido que es duro vivir en el destierro. Lo había hecho por largo tiempo cuando Saúl lo perseguía de un lado a otro por el desierto. Sin embargo, el Salmista acata el propósito de Dios. No siempre es fácil aceptarlo, pero sabemos que el Señor todo lo sabe y Dios está siempre en el trono eterno. La confianza y la resignación a los designios del Eterno se advierte al decirle al sacerdote Sadoc: "Si yo hallare gracia ante los ojos de Jehová, él hará que vuelva, y me dejará verla (a Jerusalén) y a su Tabernáculo; y si dijere: No me complazco en ti, aquí estoy, haga de mi lo que bien le pareciere" (2 S 15:25-26). Aquel que escribió en ese hermoso Salmo: "Encomienda a Jehová tu camino, confía en El y El hará" (Sal 37:5), ahora lo está haciendo en el medio de la crisis. David sube esa cuesta del monte de las Olivas llorando pero aceptando el propósito del Omnipotente en su vida. Asciende el monte con su cabeza que, hasta hace poco lucía la corona real, pero que ahora está cubierta con un manto en señal de duelo. Sus pies que ayer tenían buenas sandalias que le permitían subir al estrado real, ahora van descalzos por ese camino lleno de filosas piedrecillas. Pero David tiene la certeza de que si es la voluntad del Altísimo, a su debido tiempo él será restaurado. Es interesante ver que la contienda principal y decisiva entre los ejércitos de David y los insurrectos comandados por Absalón no se libra en el campo de batalla sino en el arte de la retórica. Realmente es entre Ahitofel y Husai que se dirime la polémica. Ahitofel había sido consejero de David (1 Cr 27:33), pero Husai es llamado amigo de David. Un consejero que traiciona no ayuda. Un buen amigo no nos va a fallar en el momento de la necesidad. Es evidente que el propósito de Absalón es matar a su padre como claramente lo expresa al asentimiento del plan de Ahitofel: "Caeré sobre él mientras está cansado y débil de manos, lo atemorizaré, y todo el pueblo que está con él huirá, y mataré al rey solo" (2 S 17:2). No vamos a estudiar en este momento la responsabilidad que David tuvo como padre en la crianza de sus hijos. Sin duda que sus muchas actividades le quitaron el tiempo para instruir apropiadamente a su familia, pero esas obligaciones no le eximían de su responsabilidad. Lo más perjudicial fueron esas acciones que sus hijos vieron. Ese adulterio con Betsabé, con el crimen alevoso y cobarde de Urías. Esos ejemplos han dejado en los hijos un daño casi irreparable. Nos parece escuchar a algunos de ellos diciendo algo así como: "Si mi padre que dice que es creyente pudo hacer eso, esto otro que yo hago no es nada en comparación....". Ser parricida es un crimen inicuo. Aprovechar el momento de debilidad física lo hace más aborrecible. Absalón está de acuerdo con este plan de su famoso pero siniestro consejero. En pocas palabras, el ataque debe ser de inmediato y tratar de atemorizar al pueblo; esto le asegura al usurpador que el pueblo huirá y las bajas van a ser mínimas. Observamos que Ahitofel presenta a David con una luz negativa. Dice que está cansado, que es débil de manos y que va a ser atemorizado. Nos muestra así una imagen falsa de David quien si bien es cierto que está cansado, sabe sacar fuerzas de la flaqueza. No en vano David dijo: "contigo desbarataré ejércitos y con mi Dios asaltaré muros" (Sal 18:29). El Rey, a pesar que no es joven, no es un hombre débil y miedoso, sino todo lo contrario, como lo demostró muchas veces aún desde su temprana juventud. Muchos de ellos consideran a David como un hombre común y se olvidan o ignoran que un hombre espiritual caído en desgracia es fuerte por la divina gracia. Husai es sin duda un maestro brillante del arte de la retórica. Notemos alguna de las comparaciones que hace. Asimila a David y a sus hombres en un estado mental de tremenda agresividad, y por lo tanto, sumamente peligroso como una osa a la que le han robado los cachorros. Los soldados de Absalón son comparados como personas con corazón como de león. Pero a diferencia del rey de la selva, que una vez que decide atacar no retrocede, estos soldados pueden huir despavoridos cuando se den cuenta que las cosas no son tan fáciles como suponían. Se acepta el consejo de Husai quien propone una técnica completamente opuesta a la de Ahitofel. Principalmente se basa en concentrar un gran ejército y entonces atacar. Por supuesto, esto va a tomar mucho más tiempo y le va a permitir a David consolidar sus fuerzas y obtener tropas leales de todo el país. Como resultado, lo que al principio parece un ejército de pocos miles, llega a ser uno muy numeroso y bien entrenado, que en la batalla decisiva ocasiona la muerte de veinte mil hombres de Absalón. Es interesante ver los adjetivos positivos que usa Husai en cuanto a David. Si bien delante de Absalón se presenta como a su favor, actúa en realidad en beneficio de David. Con maestría emplea siempre términos muy favorables al hablar del "ex rey" sin despertar la sospecha de los rebeldes. 1) Comienza con un ataque frontal diciendo que el consejo del respetable Ahitofel "no es bueno". 2) Utiliza la técnica del "tú sabes" en vez del "yo digo", tratando que la decisión final sea sentida como propia y no como insinuada por otro. 3) Específicamente dice: a) Son hombres valientes. b) Están con "amargura de ánimo", lo cual no es una debilidad, sino que los hace más peligrosos, "como la osa en el campo que le han robado los cachorros". c) Tu padre es hombre de guerra. No solamente es valiente sino que es un experto en las cosas militares. Le muestra una vez más en forma irónica que el enemigo es "su padre". d) No va a pasar la noche con el pueblo. Obviamente se va a esconder con un grupo muy reducido de gente de su entera confianza. No va a ser tan fácil encontrarlo y matarlo. 4) Luego, con gran maestría plantea la posibilidad de que en la confrontación, al principio, empiecen a perder los soldados de Absalón y cunda el pánico, posibilidad que Ahitofel no había considerado, o a lo menos mencionado. Notemos la habilidad de Husai quien no dice que el resultado de la batalla puede ser la derrota de Absalón. Esto heriría el amor propio del usurpador. A pesar que usa el ejemplo de unos pocos, en un sentido está considerando la posibilidad del fracaso. 5) Agrega en su razonamiento: "todo Israel sabe que tu padre es hombre valiente, y que los que están con él son esforzados". Una vez más elogia al verdadero monarca de una manera astuta y bien pensada. 6) Termina su argumento dando un ejemplo muy hábil, pero en el fondo ridículo, donde plantea la posibilidad de que si David se refugia en una ciudad, "todos los de Israel llevarán sogas a aquella ciudad, y la arrastraremos hasta el arroyo, hasta que no se encuentre allí ni una piedra". Por lo tanto se necesita un ejército bien grande para poder ser capaces de mover toda una ciudad con sogas. Por supuesto que esto es absurdo e imposible de hacer desaparecer una ciudad entera en un pequeño arroyo, pero el efecto es enfatizar el tremendo poder de tener a "todos los de Israel" de su lado. La habilidad dialéctica de Husai estuvo en que encomiando la proverbial maestría de David en estrategia y táctica militar, le escondió a Absalón el factor tiempo en la logística necesaria para tan grande campaña. El factor sorpresa puede ser riesgoso, el exceso de prudencia puede resultar fatal. El plan de Husai es aceptado y el de Ahitofel rechazado. Siempre que hay la posibilidad de postergar una decisión importante, la mayoría de las personas van a tratar de evitar el hacer algo mismo ahora si es posible posponerlo. Vemos como Dios obra de manera incomprensible para nosotros. La oración específica de David: "Entorpece ahora, oh Jehová, el consejo de Ahitofel" se cumple al pie de la letra (2 S 15:31). El consejero se da cuenta de que ha perdido, y que Absalón también está acabado, por lo que prefiere suicidarse a enfrentar la severidad de la justicia que recaería sobre él, o sea, la pena capital. Ahitofel es el abuelo de Betsabé, siendo padre de Eliam (2 S 23:34) y (2 S 11:3) El odio de Ahitofel se explica por el hecho que David sedujo a su nieta y luego asesinó a su nieto político. Queremos señalar algunos aspectos sobre la persona de Husai: Siguió fiel a su amigo en un momento en el que todo indicaba que David estaba perdido. Puso en peligro su propia vida al quedarse en Jerusalén y refutar a Ahitofel. Mostró suma valentía al oponerse al plan que hasta entonces gozaba de general consenso (2 S 17:4). Utiliza en forma brillante la retórica para defender al ex monarca. Dios usa el razonamiento de Husai para cumplir su propósito y castigar a Absalón y al pueblo de Israel que se levantó contra el rey que El eligió. La temible profecía de Natán la cumple Absalón sin darse cuenta, al invadir y profanar el harén de su padre (2 S 12:11-12). Sin duda que esta experiencia ha sido transformadora en la vida espiritual de David. El líder que hay en nosotros Un líder, aun en los momentos de crisis, actúa con sabiduría y bondad. Obviamente le era importante a David tener cuantos soldados pudiera en esta situación de guerra civil. ¡Qué difícil es pensar en el bien del otro y no en el propio! Itai por la providencia divina, recientemente se ha unido a las fuerzas de David. Por lo visto es un oficial de alta capacidad, pero que por causas que ignoramos, ha sido desterrado de su patria natal. El soberano, que conoce sin duda las razones, y dado que estas no son meritorias, no tiene reparo en darle no solamente acogida sino también un puesto de importancia en sus milicias. Durante la batalla final contra las tropas de Absalón, un tercio del ejército es comandado por este militar. Itai, hace un juramente invocando el hecho de que Dios vive. En un momento en que todos consideran a David perdedor, él le reitera su fidelidad. Para Itai lo importante es servir a su rey aunque esto ponga en gran peligro su vida. El rey lo había aceptado con todo respeto cuando él estaba sin patria y quiere ahora mostrarle su gratitud. Es muy probable que él esté acompañado por un grupo de sus soldados devotos y capaces (2 S 15:22). Había prometido su fidelidad al monarca en desgracia diciendo: "Vive Dios, y vive mi señor el rey, que o para muerte o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí estará también su siervo" (2 S 15:21). Estas palabras son casi idénticas a las pronunciadas por el Hijo de David mil años después al decir: "Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor" (Jn 12:27). Un concepto paralelo lo expresa el Señor Jesús: "no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más" (Mr 10:29). David tiene que dejar la ciudad con sus comodidades, y el militar no vacila por un momento en hacer lo mismo. Es para nosotros un ejemplo de lo que debe ser nuestra fidelidad al Señor Jesús. Itai se presenta así como un hombre agradecido que no se olvida del bien que en un momento de necesidad David le ha hecho. ¡Qué importante y necesario es ser agradecidos especialmente a aquellos que nos han bendecido espiritualmente y que sin duda nos han ayudado en nuestra formación cristiana e intercedido a través de los años por nosotros. Lo primordial en la vida para este guerrero consiste en estar cerca de su rey y servirle. El prefiere estar con el David despreciado que con el Absalón inflado y adulado. Se ha dado la situación paradójica de que algunos de aquellos que conocían a David por largo tiempo como su propio hijo o su asesor Ahitofel, lo abandonan completamente y aun se levantan contra él. Otros, por el contrario, como Itai, que al parecer lo conoce desde hace relativamente poco tiempo, va a ser fiel a su benefactor. Detalles técnicos Sin duda que como cristianos nos preguntamos si la técnica que utilizó Husai para ayudar al legítimo rey era correcta. Creemos que el término "mentira piadosa" se usa en forma abusiva. Los creyentes tienen que ser reconocidos como hombres y mujeres que dicen la verdad. Dios usa el consejo de Husai para contrarrestar el de Ahitofel. Recordamos que David había orando diciendo: "Entorpece ahora, oh Jehová, el consejo de Ahitofel" (2 S 15:31). Ronald E Youngblood nos dice: "En la Biblia la retórica no está necesariamente considera algo malo, después de todo Absalón es un usurpador, y Husai, que valientemente es leal a David, usa su habilidad para engañar con palabras para poder restaurar al rey legal a su trono". Otros tales como Pink opinan distinto: "El hecho que su intención era buena y que sus esfuerzos fueron exitosos no lo exoneran. Los resultados no debe ser el criterio por el cual determinamos lo correcto o incorrecto de las cosas".

miércoles, 20 de marzo de 2019

“ESTE PUEBLO DE LABIOS ME HONRA, MAS SU CORAZÓN ESTÁ LEJOS DE MI”

Jesús y la tradición - Marcos 7:1-13 (Mr 7:1-13) "Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos. Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas? Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes. Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas." Introducción Marcos nos presenta un fuerte contraste entre el ministerio de Jesús, que manifestaba su amor sanando a los enfermos de toda la región de Genesaret, y la labor de los escribas y fariseos, que apoyándose en sus tradiciones, intentaban desprestigiar y obstaculizar la obra que Jesús estaba llevando a cabo. Esto dio lugar a una nueva discusión entre el Señor y los fariseos, teniendo como centro el tema de la tradición. La cuestión tiene una importancia vital, y el pasaje que estudiamos nos ayudará a entender el lugar que debe ocupar la tradición frente a la Palabra escrita de Dios, y si tiene que ser considerada como regla de fe y de práctica. Hay que añadir, que las divergencias que había entre Jesús y los fariseos en cuanto a la fuente de la verdadera autoridad, son las mismas que en la actualidad existen entre los evangélicos y los católicos. "Los fariseos y los escribas venidos de Jerusalén" El éxito de la misión de los Doce, juntamente con el entusiasmo que produjeron en las multitudes las grandes obras del Señor, alarmaron a los dirigentes judíos en Jerusalén, hasta el punto de mandar otra comisión a la provincia de Galilea con el fin de hacer otro intento de obstaculizar su ministerio. Resulta triste considerar que aquellos religiosos hicieran un viaje tan largo sólo con la finalidad de estorbar al Señor, justo en un momento cuando él se encontraba tan ocupado atendiendo a las personas necesitadas. Pero como veremos a lo largo del estudio, a ellos no les interesaba ni lo que predicaba Jesús, ni tampoco el bien de las personas, su única preocupación era la de mantener una serie de normas externas dentro de su religión. "¿Por qué comen pan con manos inmundas?" Tal vez, de los panes que habían sobrado de la multiplicación milagrosa que Jesús había hecho (Mr 6:43), los discípulos habían llevado alguna cesta en la barca, y ahora en medio del ajetreo que les caracterizaba en aquellos días, echaron mano a alguno de aquellos pedazos para comérselo. Este detalle fue visto por los fariseos y escribas venidos de Jerusalén, e inmediatamente comenzaron a condenarles. Pero, ¿qué había de malo en todo ello? Marcos nos tiene que explicar en este punto las costumbres de los judíos relativas a los lavamientos ceremoniales, para que tanto nosotros, como sus primeros lectores gentiles, podamos entender el significado de este incidente. El problema no tenía nada que ver con la higiene, sino con una cuestión de ceremonias religiosas. Sin embargo, aquí es necesario hacer algunas aclaraciones: Es cierto que, bajo la ley de Moisés, había algunos casos que requerían de ciertos lavamientos o abluciones (He 9:10), pero los judíos habían añadido por su cuenta otros muchos y los imponían como igualmente obligatorios, como si de preceptos divinos se trataran. Esto era lo que se conocía como la "tradición de los ancianos". Además, en su afán por cumplir minuciosamente con estos lavamientos externos, habían olvidado el verdadero propósito con el que Dios había dado aquellas leyes ceremoniales, que no era otro que el de simbolizar la necesidad de una limpieza interna. En los tiempos de Jesús, los judíos habían endurecido hasta tal punto la exigencia de una obediencia inflexible y escrupulosa a estas tradiciones, que se había convertido en un distintivo del judío piadoso. Por esta razón, cuando vieron que los discípulos estaban comiendo el pan sin haberse lavado las manos de la forma concreta que ellos habían establecido, comenzaron a condenarlos. Los eruditos nos dicen que la forma correcta de lavarse las manos conforme a esta tradición era de la siguiente manera: tenían que extender las manos, con las palmas hacia arriba, las manos ligeramente ahuecadas derramando agua sobre ellas. Luego se usaba el puño de una de ellas para lavar la otra y luego el otro puño para lavar la primera mano. Finalmente debían extenderse de nuevo las manos, con las palmas hacia abajo, echando agua sobre ellas una segunda vez para limpiar el agua sucia con la que se habían lavado las manos contaminadas. Solo entonces estarían las manos de la persona ceremonialmente limpias. Puede que no estuviesen ni siquiera limpias desde el punto de vista higiénico, pero lo estarían desde el ceremonial. Es decir, habría sido considerada aceptable a Dios, habiendo prestado una estricta atención al ritual de limpieza prescrito y pudiendo así comer de manera apropiada. Estas tradiciones estaban tremendamente arraigadas entre el pueblo. Por ejemplo, nos ha llegado la historia de un rabino que fue encarcelado por los romanos y que el agua que le daban para beber, la empleaba para lavarse las manos de este modo antes de comer, llegando a estar a punto de morir de sed. Podemos suponer, por lo tanto, que cuando los fariseos vieron a los discípulos comer sin haberse lavado ceremonialmente, vieron la ocasión ideal para enfrentarse con Jesús, estando convencidos de que inmediatamente recibirían el apoyo del pueblo. Desgraciadamente el espíritu religioso es así: No les importaba si el pueblo tenía qué comer, sólo si se habían lavado las manos como ellos decían antes de comer. No prestaban atención al milagro de la multiplicación de los panes que Jesús había hecho, sólo les interesaban sus normas religiosas externas. Tampoco querían considerar el impactante ministerio de sanidad que Jesús estaba llevando a cabo en toda la región, y se defendían de las exigencias del amor escondiéndose detrás de sus vacías tradiciones religiosas. Para ellos, el más santo de los hombres era aquel que prestara atención más rígida a esas prácticas meramente externas y de invención humana. Eran devotos del ritualismo vacío, como si éste les pudiera salvar. El Señor percibió con claridad qué su religiosidad y aparente piedad les servían para esconder un corazón malo y perverso. Aunque quisieran hacer creer que su deseo era honrar a Dios por medio de sus lavamientos, en realidad, lo que manifestaban era su orgullo humano por ser parte de un pueblo especial y su desprecio total a los gentiles y los pecadores, con los que no querían tener ningún tipo de relación, de ahí sus continuos lavamientos al volver de la plaza, por si algo que ellos hubieran tocado había estado en contacto con un gentil. Su insistencia en cumplir con estos rituales se debía fundamentalmente a que querían ganar mérito delante de Dios y así conseguir su salvación. Y aunque al llevar a cabo sus rituales de lavamiento parecían muy humildes, lo que pretendían en realidad, era impresionar a los hombres con su tremenda religiosidad. "La tradición de los ancianos" Según los rabinos, Moisés no sólo había dado a los ancianos de Israel la ley escrita, sino que también les dio otros preceptos de forma oral, y que ellos transmitieron del mismo modo a las generaciones posteriores. Por lo tanto, los fariseos tenían dos revelaciones divinas: la ley escrita y la tradición oral, ambas importantes y autorizadas. Pero en realidad, la tradición oral no tuvo su origen en el tiempo de Moisés, sino que esto fue una invención de los fariseos con el fin de subrayar su valor, puesto que realmente estas tradiciones orales comenzaron después del regreso de los judíos del cautiverio babilónico, cuando el escriba Esdras, y otros después de él, procuraron instruir al pueblo en la correcta aplicación de la ley de Dios en las variadas circunstancias de la vida. Y aunque el propósito original había sido bueno, las interpretaciones de la ley se multiplicaron de forma interminable, surgiendo incluso escuelas rabínicas opuestas. Finalmente, todas estas tradiciones orales, llegaron a interponerse entre el pueblo y la verdad divina revelada en la Palabra. Como dijo Jesús, estas tradiciones humanas, lejos de trasmitir vida espiritual, sólo servían para atar cargas pesadas a los hombres (Lc 11:46). 1. ¿Cómo habían llegado a ese punto? El primer paso consistió en agregar a las Escrituras sus tradiciones como suplementos útiles. El segundo, colocarlas a la misma altura de la Palabra de Dios y darles la misma autoridad. Y el último, fue honrarlas más que a las Escrituras y hacer descender a éstas de su legítimo puesto. 2. La fuente de la autoridad La controversia que ahora vamos a considerar entre Jesús y los fariseos, tuvo que ver con la fuente de la autoridad. Y veremos que mientras que Jesús sólo aceptaba las Escrituras, los fariseos ponían todo su énfasis en sus tradiciones. La cuestión sigue siendo fundamental también para nosotros. ¿Qué autoridad aceptamos? ¿En base a qué autoridad aceptamos ciertas doctrinas y repudiamos otras? ¿Hay algún árbitro independiente que ponga fin a la controversia? ¿Son las Escrituras la única autoridad? ¿Puede una iglesia complementar las Escrituras con la autoridad de las tradiciones? Las diferentes respuestas que a lo largo de la historia se han dado a estas preguntas, han dividido a la llamada "cristiandad" de forma radical hasta nuestros días. 3. ¿Qué relación hay entre la tradición y las Escrituras? "Tradición" significa sencillamente lo que una generación transmite a la otra (Mr 7:13). Si lo que una generación transmite es sólo la Biblia, entonces las palabras "Escrituras" y "tradición" serían sinónimas y no habría problema alguno. Pero la cuestión es más compleja que esto, ya que cada generación ha procurado entender y aplicar mejor las Escrituras y por lo tanto, ha entregado a la generación posterior tanto las Escrituras como la interpretación de las mismas, es decir, su propia tradición. Por lo tanto, si no sabemos diferenciar entre una y otra, pronto podemos encontrarnos en la misma posición que los fariseos de los tiempos de Jesús. En este sentido, debemos recordar que la iglesia primitiva aprendió a juzgar toda enseñanza por medio de la tradición apostólica escrita, comprobando, como Pablo mismo les había mandado, si estaba de acuerdo con la "enseñanza que recibisteis de nosotros" (2 Ts 3:6). 4. ¿Cuál fue la actitud de Jesús frente a la tradición? La postura de Jesús fue totalmente clara y se podría resumir en los siguientes puntos: La autoridad no reside en la tradición sino sólo en las Escrituras, así que se oponía a cualquier enseñanza que estuviera en conflicto con la ley divina. Por lo tanto, su defensa de la inspiración de toda la Escritura le llevó a censurar duramente tanto a los fariseos, que añadían a la Palabra de Dios, como a los saduceos que le quitaban. "En vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres" Los fariseos pretendían adorar a Dios mediante sus complicados rituales, pero Jesús utilizó las palabras que el profeta Isaías había dicho a los judíos de su tiempo para mostrarles que era imposible adorar a Dios en base a las tradiciones (Is 29:13): "Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres". ¡Qué triste que en siete siglos, a pesar del exilio y todo el sufrimiento del pueblo de Dios, los habitantes de Jerusalén no habían aprendido todavía esto! El problema seguía siendo el mismo: en lugar de reconocer la Palabra de Dios como su única autoridad en todas las cuestiones de fe y conducta, esquivaban las claras demandas de las Escrituras con sus propias tradiciones humanas. Por lo tanto, su culto a Dios era superficial, de labios, mas no de corazón. Una adoración que no surge de un auténtico conocimiento de Dios a través de su Palabra no puede ser auténtica adoración. En realidad, lejos de honrar a Dios, su ritualismo sólo servía para que se gloriaran a sí mismos delante de los demás hombres por lo fieles cumplidores que eran de sus propias leyes. Pero su actitud era realmente peligrosa. Ellos se estaban haciendo dioses, dejando a un lado la Palabra de Dios, para establecer su propia tradición humana. ¡Qué perversidad! "Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí" Otra de las grandes diferencias que Jesús puso de manifiesto entre la Escritura y la tradición, es que mientras que la primera apuntaba al interior del hombre, la segunda lo hacía a lo externo. Por esta razón, los fariseos, en su afán por purificar la vida del pueblo, habían convertido la religión en una hipócrita apariencia de piedad externa. Mostraban tanto cuidado en lavar lo externo, que no les quedaba tiempo para cuidar su interior. Creían que cumpliendo con la forma externa prescrita por los fariseos, se encontrarían justificados ante Dios. Y había llegado a sentirse tan puros ante Dios por sus propios méritos, que se habían vuelto duros hacia los demás y juzgaban a todo aquel que no actuaba como ellos. En estas condiciones, Dios no podía aceptar su adoración. Habían olvidado algo fundamental; cuando se trata de adorar a Dios, es el corazón lo que él mira principalmente. La cabeza inclinada, la rodilla doblada, el rostro grave, la postura rígida, las respuestas en toda regla, y el amén en toda forma, todas esas cosas no constituyen la verdadera adoración en espíritu que Dios busca (Jn 4:23). Es evidente que Jesús se sentía profundamente dolido cuando veía cómo los dirigentes estaban desviando la pueblo sencillo de la auténtica verdad de Dios. ¡Cómo no iba a sentirse indignado cuando veía el extremo cuidado con que guardaban los "mandamientos de los hombres" a la vez que descuidaban los verdaderos "mandamientos de Dios"! Era necesario desenmascarar ante el pueblo la perversidad que se escondía detrás de su apariencia de bondad y ortodoxia, por lo que Jesús se mostró realmente duro: "¡Hipócritas!", les dijo públicamente. La Escritura es divina, la tradición humana Por la forma en la que Jesús se refiere a la tradición de los ancianos, podemos ver con claridad que para él era algo puramente humano: "mandamientos de hombres" (Mr 7:7), "tradición de los hombres" (Mr 7:8). En cuanto al origen de la tradición, los fariseos afirmaban que había sido dada por Moisés, pero Jesús no aceptó este punto, y nuevamente estableció una diferencia entre lo que "Moisés dijo" (Mr 7:10), y lo que "vosotros decís" (Mr 7:11). A diferencia de la Escritura, la tradición es humana, y por lo tanto, tiene los mismos defectos y errores que cualquier otra obra humana. Dios no podía dejarnos su revelación por un medio tan poco fiable como es el de la tradición oral. Ya en la época de Jesús había tradiciones rivales entre sí y en contradicción con la propia Escritura, como el mismo Señor señaló a continuación. Además, la palabra oral es menos duradera y fiable que la palabra escrita, ya que puede cambiar de una generación a otra con toda facilidad. Y por último, la tradición surge de la interpretación hecha por hombres pecadores, y por lo tanto, poco fiables. El Señor demostrará a continuación cuán perversas, extraviadas y corrompidas podían llegar a ser estas tradiciones humanas. La Escritura es obligatoria, la tradición optativa Jesús no rechazó todas las tradiciones humanas ni prohibió a sus discípulos que las guardasen. Simplemente puso las cosas en su debido orden, relegando la tradición a un lugar secundario y optativo, siempre que no fuese contraria a la Escritura. Esto fue precisamente en lo que fallaron los fariseos, que enseñaban "como doctrinas mandamientos de hombres" (Mr 7:7). Ellos presentaban sus innumerables y minuciosas estipulaciones ceremoniales como si la salvación dependiera de la obediencia total a ellas. Esta fue la razón por la que "condenaban" a los discípulos cuando les vieron comer pan con las manos sin lavar. Y este era su pecado; elevar su tradición al nivel de exigencia divina e imponerla a otros como si fuera Dios mismo quien la hubiera prescrito. Notemos que Jesús no reprendió a sus discípulos por haber quebrantado la tradición ritual de los fariseos. En este sentido, todos nosotros observamos ciertas tradiciones, ya sea en la iglesia o en nuestra vida personal. Por ejemplo, todas las iglesias suelen tener un orden más o menos establecido para sus cultos. A nivel personal, tal vez nos hemos impuesto cierta disciplina en cuanto a la oración, la lectura de la Biblia, el ayuno o las ofrendas. Y a raíz de lo que el Señor enseñó acerca de las tradiciones, si no son cosas contrarias a las Escrituras, podemos guardarlas, pero debemos de tener mucho cuidado en tratar de imponérselas a los demás creyentes, y tenemos que estar dispuestos a que otros tengan la opción de rechazarlas. La Escritura es suprema, la tradición subordinada Jesús explicó también que cuando una tradición entra en conflicto con la Escritura, debe ser rechazada con firmeza, porque la Escritura es suprema y la tradición debe estar subordinada siempre a ella. Para demostrar este principio, citó el caso del "Corbán". La palabra "Corbán" quiere decir "dedicado a Dios", y se empleaba cuando un hombre quería dedicar sus bienes a la tesorería del Templo. Pero, por un arreglo con los sacerdotes, podía "dedicar" su dinero o su propiedad al Templo, al mismo tiempo que disfrutaba de ellos durante su vida, dejándolos luego como un "legado" al servicio del Templo. Si se daba el caso de que este hombre, según la santa obligación natural y legal, tuviese el deber de mantener a padres ancianos o enfermos, los mismos sacerdotes le impedían ayudarles con los fondos que eran "Corbán", para no menguar el legado del Templo. Este caso suscitó la justa indignación del Señor, pues por un impío subterfugio, y bajo una apariencia de piedad, se quebrantaba uno de los principales mandamientos de Dios. Para Jesús el asunto estaba claro. Moisés había dejado un mandamiento y una advertencia precisa: "Honra a tu padre y a tu madre" (Ex 20:12), y "el que maldijere a su padre o a su madre, morirá" (Ex 21:17). Así que, si la tradición de los fariseos permitía deshonrar a sus padres, Jesús estaría radicalmente en contra de ella. Nuestro deber radica en guardar la Palabra de Dios aunque para hacerlo sea necesario invalidar nuestras tradiciones. Y al mismo tiempo, juzgar cualquier tradición a la luz de las Escrituras, nunca al revés. Al llegar a este punto, resulta claro que aunque los fariseos presentaban su tradición como una ayuda para entender y aplicar la Ley de Dios, en realidad se oponía a ella en muchos casos. Jesús les dijo que "invalidaban la palabra de Dios con sus tradiciones" (Mr 7:13). La idea era que "anulaban" o "quitaban la autoridad" de la Palabra. Y lo que hacían en cuanto al quinto mandamiento, era su proceder habitual, tal como les dijo Jesús: "y muchas cosas como estas hacéis" (Mr 7:13). En realidad, la tradición le servía a los fariseos para constituirse en jueces morales, atribuyéndose la facultad de dar permiso en asuntos de conducta respecto a los cuales Dios ya había dejado mandamientos claros. En el caso concreto del "Corbán", ellos "no le dejaban hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con su tradición" (Mr 7:12-13). Pero también a la gente le gustaban este tipo de tradiciones humanas, porque bajo una falsa apariencia espiritual tenían la oportunidad de cubrir su falta de amor hacia su prójimo. Seguramente, en muchos casos la tradición del Corbán sirvió para vengarse de los padres que habían perdido el cariño de sus hijos. La iglesia Católica y la tradición El punto principal de división entre la iglesia Católica y las protestantes o evangélicas radica en la importancia que se confiere a la tradición. Mientras que todas ellas aceptan la inspiración y autoridad divinas de la Biblia, el catolicismo cree que sus tradiciones son tan inspiradas como la misma Escritura. Igual que los judíos creían que su tradición se remontaba hasta Moisés, la iglesia Católica afirma que la suya fue "recibida por los apóstoles de boca de Cristo mismo, o de los apóstoles, quienes la recibieron directamente del Espíritu Santo". El Concilio de Trento (1546 d.C.) dictaminó que "la Escritura y la tradición han de ser recibidas por la Iglesia con la misma autoridad". Además, el Concilio, "recibe y venera con el mismo afecto de piedad y reverencia", tanto la Escritura como la tradición. El Concilio Vaticano II (1963-1965 d.C.) mostró un nuevo énfasis en el estudio de la Biblia, y aunque durante siglos la iglesia Católica había procurado por todos los medios que los laicos no leyeran las Escrituras, en este punto hubo un cambio importante, lo cual es de agradecer, aunque para ello haya tenido que reconocer un grave error histórico que pone en duda la infalibilidad de la que siempre ha presumido. Pero en lo demás, reafirma la enseñanza de Trento en el sentido de que las Escrituras y la tradición son dos partes separadas e independientes de la revelación divina. En realidad, todo lo que Jesús les dijo a los fariseos acerca de sus tradiciones, habría que repetírselo a la iglesia Católica en relación a las suyas. Y por supuesto, deberían pensar con seriedad y honestidad también en algunos otros asuntos: Como por ejemplo, en el hecho de que nunca hayan podido demostrar históricamente que sus tradiciones hayan tenido su origen en Cristo o sus apóstoles. O sobre la evidencia abrumadora de que la iglesia primitiva sólo reconoció las Escrituras como revelación de Dios. No olvidemos que cuando fijaron el canon de los libros inspirados, lo hicieron porque veían la necesidad de diferenciar claramente entre la Palabra inspirada de Dios y las diferentes tradiciones que iban surgiendo. A partir de aquí, toda tradición fue probada a la luz de las Escrituras. En todas las discusiones que tuvieron los primeros cristianos con los herejes, el punto central fueron las Escrituras. Y jamás acusaron de hereje a nadie por cosas que no estaban en las Escrituras. O sobre el hecho de que muchas de las tradiciones católicas contradicen claros principios bíblicos, por lo que es inevitable pensar que no proceden del mismo Espíritu. O también en que ha habido tradiciones que son contrarias entre sí. ¿Cómo determina la iglesia Católica cuáles son verdaderas y cuáles falsas? Este también fue un problema en los días de Cristo entre las escuelas rabínicas rivales. Cristo apeló directamente a las Escrituras para determinar la verdad. Pero la iglesia Católica apela al "magisterium" que según ella le ha dado Cristo: el oficio de enseñar con que ha sido investido el Papa, cuyas declaraciones ex cathedra se consideran infalibles. Por eso, el Papa Pío IX se atrevió a declarar: "Yo soy la tradición", lo cual subordina una vez más las Escrituras a la tradición y pone en manos de la Iglesia la autoridad final. Pero nosotros debemos insistir en lo opuesto, como lo hizo el Señor Jesús, es decir, que la autoridad final reside en las Escrituras, en Dios que habla por medio de las Escrituras.

lunes, 11 de marzo de 2019

JESUCRISTO ES EL REY QUE ESTA HUMANIDAD NECESITA

Marcos 6:14-29 "Oyó el rey Herodes la fama de Jesús, porque su nombre se había hecho notorio; y dijo: Juan el Bautista ha resucitado de los muertos, y por eso actúan en él estos poderes. Otros decían: Es Elías. Y otros decían: Es un profeta, o alguno de los profetas. Al oír esto Herodes, dijo: Este es Juan, el que yo decapité, que ha resucitado de los muertos. Porque el mismo Herodes había enviado y prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano; pues la había tomado por mujer. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano. Pero Herodías le acechaba, y deseaba matarle, y no podía; porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le guardaba a salvo; y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana. Pero venido un día oportuno, en que Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, daba una cena a sus príncipes y tribunos y a los principales de Galilea, entrando la hija de Herodías, danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. Y le juró: Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino. Saliendo ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella le dijo: La cabeza de Juan el Bautista. Entonces ella entró prontamente al rey, y pidió diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Y el rey se entristeció mucho; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla. Y en seguida el rey, enviando a uno de la guardia, mandó que fuese traída la cabeza de Juan. El guarda fue, le decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en un plato y la dio a la muchacha, y la muchacha la dio a su madre. Cuando oyeron esto sus discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro." Anteriormente vimos que los doce se habían separado de Jesús para ir a predicar. Por esta razón, Marcos introduce aquí un relato que sirve a modo de paréntesis en tanto que los discípulos vuelven a juntarse con el Maestro. Pero aunque la escena tiene este carácter parentético, aun así está perfectamente integrada en el progreso del evangelio. Recordamos que Jesús comenzó su propio ministerio en Galilea justo cuando Juan el Bautista fue encarcelado (Mr 1:14). Y ahora, después de la muerte de Juan, es cuando Jesús envía a los doce para que continúen este ministerio. Además, el pasaje sirve para mantener vivo en el lector el tema de la identidad de Jesús, y darnos algunas pinceladas sobre las diversas opiniones que el pueblo tenía sobre él. También se nos da información detallada del tipo de rey y gobernantes que dirigían a Israel en ese momento. Este incidente sirve de telón de fondo para ayudarnos a entender cuando en el próximo pasaje el Señor vea al pueblo y tenga compasión de ellos porque "eran como ovejas que no tenían pastor" (Mr 6:34). Y nos servirá también para contrastar el carácter de Jesús, como el rey legítimo de Israel, con el de Herodes, al que se le llama rey sin serlo realmente. "El rey Herodes" Hay varias referencias a Herodes en el Nuevo Testamento y es importante identificarlos bien para no confundirlos. Herodes el Grande fue el rey en los días del nacimiento de Jesús, y quien ordenó la muerte de los niños de Belén (Mt 2:13-16). A su muerte, su reino se dividió en tres partes entre sus hijos: Arquelao, Antipas y Felipe. Antipas asumió el nombre dinástico de Herodes cuando comenzó a reinar sobre Galilea y Perea. Este es el Herodes del que trata nuestro pasaje. Aunque Marcos los describe como "rey", en realidad nunca lo fue, aunque siempre aspiró a tener ese título que había llevado su padre. Marcos usa la palabra "rey" en el sentido en que se le conocía popularmente, aunque su título oficial era "tetrarca". "Oyó el rey Herodes la fama de Jesús, porque su nombre se había hecho notorio" Aunque el evangelista no nos da detalles acerca de los discípulos y su gira por Galilea predicando, sí que se nos describe su impacto sobre la nación: el nombre de Cristo se había hecho notorio. Este hecho da testimonio de la fidelidad con la que cumplieron su ministerio ensalzando el nombre de Jesús. Seguramente esta sea una de las grandes debilidades de la iglesia moderna, que hablamos mucho de otras cosas y personas, y poco acerca de Jesús y su gloria. La impresión general a la que la gente llegó, es que estaban presenciando la visita de alguien procedente del mundo del más allá. Especulaban si podía ser Juan el Bautista que había resucitado de los muertos, o si tal vez Elías había regresado del cielo para inaugurar la era venidera, o si había resucitado alguno de los profetas antiguos. Y aunque sus ideas en torno a la identidad de Jesús eran realmente inadecuadas, sin embargo, su idea básica era absolutamente acertada: Dios mismo había irrumpido en la historia de los hombres por medio de su Hijo. Notemos también que el evangelista nos presenta este impacto sobre la gente a través de los ojos de Herodes. Esto es interesante porque tanto Jesús como sus discípulos predicaban que el reino de Dios se había acercado, y Herodes era el rey en ese momento. Y la consideración de la bajeza moral que vemos en el rey Herodes en este pasaje, pondrá en evidencia la necesidad urgente de un nuevo rey, un Rey completamente diferente. "Este es Juan, el que yo decapité, que ha resucitado" Cuando Juan el Bautista apareció en Israel llamando al pueblo a prepararse para la venida del Mesías, a Herodes no le habían gustado las exigencias morales que predicaba y decidió silenciarlo encarcelándolo primero, y quitándole la vida finalmente. Pero ahora estaba descubriendo que la la muerte de los siervos de Dios no puede silenciar el mensaje de Dios. Y con Juan ocurrió como con Abel, quien fue asesinado por su hermano, y del que Dios da testimonio de su fe, "y muerto, aún habla por ella" (He 11:4). "Había prendido a Juan por causa de Herodías" Herodes se había casado con una hija de Aretas, rey de Damasco, pero se divorció de ella para volverse a casar con Herodías, mujer de su hermano Felipe. Este acto de inmoralidad mereció la denuncia firme de Juan el Bautista, lo que le acarreó el odio asesino de Herodías. Es muy triste ver cómo esto mismo ocurre en la actualidad en muchas iglesias ante el silencio culpable de los creyentes, que no tienen la valentía de denunciar con la Palabra tales actitudes. Muchos de nosotros hemos escuchado infinidad de veces de creyentes en las iglesias, incluso de pastores, que se divorcian de sus mujeres y se vuelven a casar con otra hermana, en muchos casos también divorciada. Pero ya no sólo no se condenan este tipo de comportamientos, sino que como socialmente son bien vistos, en muchos casos, hasta se celebra el nuevo matrimonio en la misma iglesia. ¡Cuánto necesitamos hombres de Dios de la talla de Juan el Bautista! Marcos nos dice que Herodes había encarcelado a Juan por causa de Herodías. Podemos imaginarnos, por lo tanto, que Juan debió de ser la causa de muchas discusiones entre ellos, hasta el punto en que Herodes no pudo más y decidió encarcelarlo. Pero aunque tomó esta decisión, en el fondo de su corazón, Herodes sabía que Juan era un hombre inocente, íntegro, consagrado a Dios y a su servicio. De hecho, nuestro texto dice que "le escuchaba de buena gana". Seguramente esto se debía al hecho de que Juan no era como los aduladores que normalmente le rodeaban. Allí había un hombre que se atrevía a decir la verdad, aun a un rey. Pero aunque a Herodes le gustaba escuchar a Juan, esto no quiere decir que estuviera dispuesto a hacerle caso. En Juan se cumplía lo que se dijo del profeta Ezequiel: (Ez 33:32) "He aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra". Desgraciadamente, ya estamos acostumbrándonos a este tipo de situaciones: la gente de Nazaret admiraban a Jesús pero lo rechazaron, Herodes admiraba a Juan pero lo mandó encarcelar y matar. Herodes se encontraba en una encrucijada y se debatía entre dos pensamientos: respetaba a Juan y le escuchaba, pero le faltaba la decisión para terminar las relaciones pecaminosas con una mujer que no era la suya y que le arrastraba al pecado. En realidad, el caso de Herodes es un claro ejemplo de lo que le sucede a mucha gente en nuestro tiempo: escuchan la Palabra y les gusta, pero cuando nuevamente se encuentran ante sus pecados, les gustan demasiado como para abandonarlos y son arrastrados por ellos a la perdición. Se debaten constantemente entre su conciencia y sus pasiones sin tomar nunca la decisión correcta. "La hija de Herodías danzó y agradó a Herodes" Pero Herodes, aunque poderoso y astuto, sin embargo era un hombre débil, gobernado por pasiones incontrolables para él. Ya hemos comentado que había cedido ante Herodías para encarcelar a Juan, y esto, a pesar de que sabía que con ello estaba cometiendo una injusticia. Luego, cuando vio bailar de forma sensual y provocadora a la hija de Herodías, se dejó llevar también por su lujuria. Y en medio de una noche de fiesta y alcohol, encendido por la pasión incontrolable del momento, rodeado de sus notables invitados, hizo un alarde de generosidad que más tarde lamentó. Para finalmente, cometer el crimen de dar muerte al Bautista, sin un juicio justo, simplemente llevado por el calor del momento. Esto era algo totalmente impropio de un rey. El evangelista quiere que entendamos que detrás de su porte real, Herodes era un hombre muy débil, esclavo de todo tipo de pasiones. Y esto sigue siendo así en el mundo moderno en el que vivimos. El ser humano no ha cambiado, y los medios de comunicación se encargan de recordárnoslo constantemente. Pero la finalidad última del evangelista, es contrastar a este rey humano con el Cristo de Dios. Tanto en su carácter como en sus obras, Jesús es el Rey que esta humanidad necesita. La conciencia de Herodes Herodes tenía una conciencia culpable. Había matado injustamente a Juan el Bautista y su conciencia no le dejaba tranquilo. Así que cuando escuchó la fama de Jesús, inmediatamente le volvieron a asaltar sus sentimientos de culpabilidad: "Este es Juan, al que yo decapité". Tal vez en su mente volvía a aparecer una y otra vez aquella bandeja con la cabeza del profeta. Tal vez podríamos pensar que una persona como Herodes, no debía tener conciencia, pero aquí vemos que también escuchaba su voz. Esto nos lleva a la conclusión de que es imposible silenciar la voz de Dios. Herodes mató al profeta que le hablaba de parte de Dios, pero tuvo que seguir escuchando a su conciencia. Muchas personas viven también bajo la voz acusadora de su conciencia. Tal vez hicieron algo que sólo ellos saben porque han logrado ocultarlo a todos los demás, pero no a su conciencia, que se encarga de recordárselo periódicamente. O quizá consiguieron convencer a todos los demás de que aquello malo que hicieron, no lo era tanto, pero sin embargo, todavía no han conseguido convencer a su propia conciencia que sigue acusándoles. Muchas personas viven en constante temor de que algún día les alcancen las consecuencias de sus malas acciones. La única forma de encontrar liberación es por medio de la confesión, algo que Herodes nunca llegó a hacer. Pero la conciencia puede quedar endurecida si constantemente se rechaza la voz de Dios. Veamos el caso de Herodes. Ya hemos comentado que había encarcelado y ejecutado injustamente a Juan el Bautista. Después quiso matar a Jesús durante su ministerio (Lc 13:31). En vísperas de la Crucifixión, tuvo la ocasión de encontrarse con Jesús y su único interés era el de verle hacer alguna obra asombrosa (Lc 23:8-9). En esa ocasión, el Señor se negó a hablarle, porque Herodes había silenciado definitivamente la voz de Dios en su corazón. "Herodías le acechaba, y deseaba matarle" Otro de los personajes principales en esta historia es Herodías. El evangelista destaca su odio criminal, su ambición y su falta de escrúpulos para conseguir lo que deseaba. Sabemos que había abandonado a su primer marido, Felipe, para irse con su cuñado Herodes. En realidad, Felipe era un segundón, y su propio padre, Herodes el Grande, le había dejado a un lado en la repartición de territorios. Así que, cuando Herodes se cruzó en su camino, vio con claridad la forma de conseguir el poder que tanto le gustaba, así que dejó a su marido y se fue con su cuñado. Pero en medio de la historia apareció Juan el Bautista y comenzó a sentirse incómoda por su denuncia de su nuevo matrimonio. El Bautista se convirtió entonces en un obstáculo que había que quitar de en medio para alcanzar sus ambiciones. Como decimos en castellano, "se la tenía jurada". Tampoco tenía escrúpulos en usar a su propia hija como una vulgar bailarina con el fin de conseguir sus deseos. Aunque la hija también manifestó compartir el mismo carácter y crueldad que su madre. Y finalmente consiguió sus deseos de dar muerte al Bautista. La muerte de Juan el Bautista Siempre es triste la muerte de un fiel siervo de Dios, pero su testimonio sigue perdurando en el tiempo. Nosotros hoy seguimos admirando su valor al denunciar el adulterio del rey, sabiendo que esto le acarrearía el odio mortal de una mujer poderosa y mala como Herodías. En esto también vemos muchas similitudes entre Juan y el profeta Elías. Recordemos cómo Elías reprendió a Acab (1 R 21:19-20) y se ganó el odio de su mujer Jezabel, que intentó matarle por todos los medios (1 R 19:1-2). De hecho, Jezabel incitaba constantemente a Acab para que se entregara a hacer el mal (1 R 21:25). ¿Por qué no intervino el Señor para salvar la vida de su siervo? Esta es una pregunta natural, pero para la que no tenemos contestación. Las vidas de los siervos del Señor están en sus manos, para que las utilice en el mundo conforme a su plan eterno hasta que se termine su plazo de servicio aquí abajo y luego los lleve a su gloria. Por último, notemos el escaso reconocimiento que los mejores siervos de Dios reciben en este mundo. Después de todo el trabajo y la fidelidad del Bautista, lo único que tuvo fue una prisión injusta y una muerte violenta. Y esto seguirá siendo así en tanto que este mundo no sea gobernado por el Señor Jesucristo: mientras los impíos ríen y celebran sus fiestas, los siervos de Dios sufren y son asesinados brutalmente. Pero éste no es el fin, Dios tiene preparado un lugar especial para todos sus siervos en la gloria, mientras que los impíos "sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Ts 1:9).

miércoles, 27 de febrero de 2019

“Y YO (CRISTO), SI FUERE LEVANTADO DE LA TIERRA, A TODOS ATRAERÉ A MI MISMO.”

Cristo y sus "hermanos" (Salmo 22:22-31) Tras una breve pausa y sin transición alguna, Dios contesta la oración de su Hijo mostrando su completa aprobación sobre su persona y sobre lo que había hecho. Lo hace resucitándolo de entre los muertos y glorificándolo a su lado en la majestad en las alturas. Es verdad que Cristo tenía poder para poner su vida y también para volverla a tomar (Jn 10:18), sin embargo, actuando una vez más en completa dependencia del Padre, esperó a que fuera él quien le levantara de entre los muertos. Por lo tanto, hemos de considerar la resurrección y la glorificación del Hijo como la respuesta del Padre a sus oraciones. Estos hechos hacen que esta segunda parte del salmo tenga un tono completamente diferente, donde la nota dominante es el agradecimiento y la adoración. Aquí se exploran las bendiciones ilimitadas que la obra de Cristo ha conseguido para los hombres pecadores. Así pues, veremos que hay una continua invitación a los santos para que se unan al Hijo en esta alabanza, que debe ser ofrecida en primer lugar porque Dios resucitó a Cristo. Veremos también que esta adoración se va expandiendo en distintos círculos cada vez más amplios. Todos tienen su eje central en la cruz y la resurrección, pero cada vez incluyen a grupos mayores, comenzando por una pequeña asamblea de fieles y terminando con todas las naciones de la tierra; incluyendo a los que ya han muerto y a los que aún no han nacido. Por lo tanto, se trata de una expansión que habría de suceder tanto en el espacio como también en el tiempo. El que había sido desamparado por Dios y acorralado por sus enemigos, se convierte a partir de este momento en un faro de atracción para el mundo entero, que puede encontrar en él libertad y salvación: (Jn 12:32) "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo." Cristo y sus "hermanos" (Sal 22:22-24) "Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré. Los que teméis a Jehová, alabadle; glorificadle, descendencia toda de Jacob, y temedle vosotros, descendencia toda de Israel. Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó." 1. La formación de un nuevo pueblo: los "hermanos" de Cristo Tal como el profeta Isaías había anunciado, cuando el Mesías "haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje" (Is 53:10). Y ahora en este salmo vemos anticipada también esta misma verdad. El triunfo de Cristo, habría de dar lugar a una nueva congregación en el mundo, que aquí son presentados como "hermanos". 2. La primera labor de Cristo resucitado: "anunciaré tu nombre a mis hermanos" Fijémonos en cómo nada más que había sido librado de la muerte sentía la urgencia de revelar a todos quién había sido el autor de esa liberación: "Anunciaré tu nombre". Nosotros pensaríamos que lo más importante en ese momento sería anunciar la salvación que Cristo había conseguido para los pecadores, pero él siente que hay algo mucho más prioritario, y es anunciar el "nombre" de Dios. Como ya sabemos, "anunciar su nombre" implica revelar su misma persona. Este es el verdadero anhelo de Cristo; mostrarnos la belleza y hermosura de la santidad de su Padre. Y, ¡qué importante es esto si tenemos en cuenta todo el odio y los malos pensamientos que el diablo ha introducido en nuestras mentes caídas contra Dios! Ahora bien, el Señor Jesucristo ya había hecho eso mismo durante todo su ministerio, por eso pudo decir en el aposento alto: "He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste" (Jn 17:6), aunque unos instantes después añadió: "les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún" (Jn 17:26). Esto sería necesariamente así porque todavía no había pasado por la cruz, y como sabemos, la cruz es la revelación más completa de Dios que el hombre puede recibir. En ella, todos los atributos divinos son revelados de una forma única. Por lo tanto, la revelación que Cristo había venido a transmitirnos del Padre no estaría completa sin la cruz. Sólo incluyendo la cruz tenemos una revelación plena de quién y cómo es Dios. En los evangelios encontramos el cumplimiento de estos momentos de gozo cuando Cristo deseaba encontrarse nuevamente con sus discípulos para compartir con ellos la felicidad por la liberación que su Padre había llevado a cabo levantándole de entre los muertos. Leamos nuevamente las palabras del ángel a las mujeres que fueron a la tumba el primer día de la semana, y que reflejan el deseo del Señor: (Mr 16:6-7) "Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo." 3. El propósito de Cristo con sus hermanos: animarles, confortarles y socorrerles Podemos imaginar el desánimo y el temor de los discípulos en aquellas circunstancias. Desánimo porque habían fallado al Señor cuando le dejaron solo y salieron huyendo, y temor, porque si las autoridades habían hecho todo eso con su Maestro, ¿qué no harían con ellos si los encontraban? En esas circunstancia era importante que recibieran fuerzas del Señor. Y eso es lo que él se proponía hacer. Como acabamos de ver, el Señor deseaba reunirse nuevamente con ellos. No había en él pensamientos de venganza. Como ya hemos visto, al referirse a sus discípulos los llama "mis hermanos". Habría muchas razones para que él se avergonzara de ellos, pero no lo hizo. Por el contrario, tal como subraya el autor de Hebreos citando este mismo salmo, quería que supieran que sólo tenía sentimientos de amor hacia ellos: (He 2:11-12) "Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré." Él se había identificado íntimamente con los hombres pecadores al pagar el precio de su culpa en la cruz, y ahora, una vez que había sido liberado de la muerte por medio de la resurrección, volvía a hacer lo mismo. Una y otra vez se enfatiza esta nueva relación de "hermanos" que ahora tenía con sus discípulos. Recordemos las palabras de Jesús a María Magdalena inmediatamente después de la resurrección: (Jn 20:17) "Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." Y aunque no debemos olvidar que hay una distancia infinita en la relación que él tiene con Dios como su Padre, y la que nosotros hemos llegado a tener con él, sin embargo, ahora nos llama hermanos porque nos ha dado el derecho de ser "hijos de Dios" (Jn 1:12). Por otro lado, la liberación de Cristo le ha llevado a ocupar una nueva posición en relación con sus "hermanos". Comentando estos hechos, el autor de Hebreos subraya que Cristo no sólo llegó a ser Salvador, sino también el Sumo Sacerdote de todos aquellos que confían en él. Veamos cómo lo expresa: (He 5:7-10) "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec." Es verdad que el pasaje presenta alguna dificultades que debemos intentar explicar. ¿Por qué dice que Cristo "aprendió la obediencia" y fue "perfeccionado"? ¿Acaso no había sido siempre el perfecto Hijo de Dios que agradaba al Padre en todo? Sí, no hay ninguna duda de que el Hijo había sido obediente al Padre durante toda la eternidad, pero obedecer a Dios en el cielo no es lo mismo que hacerlo en este mundo impío. Y esa fue una experiencia completamente nueva para él. Esto le capacita ahora para socorrer también a todos los que son tentados: (He 2:10-13,17-18) "Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, En medio de la congregación te alabaré. Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio... Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados." 4. El propósito de Cristo con sus hermanos: Llevarles a ser verdaderos adoradores de Dios Habiendo dicho esto, volvamos de nuevo a considerar el intenso deseo que Cristo tenía de que sus "hermanos" se unieran a él en la adoración a su Dios. Veamos la invitación que les dirige: "Los que teméis a Jehová, alabadle; glorificadle, descendencia toda de Jacob, y temedle vosotros, descendencia toda de Israel". Este era uno de los principales objetivos que Cristo tenía cuando soportaba la cruz. Él se proponía cambiar nuestras vidas fracasadas para convertirnos en verdaderos adoradores de Dios. Ese era el gozo puesto delante de él y por el que sufrió la cruz (He 12:2). Y ese mismo gozo debería ser también el nuestro. Ya sea en nuestra vida individual, o como iglesia, nuestra mayor alegría debe ser dar la gloria a Dios en todo. Ahora bien, para adorar correctamente a Dios es imprescindible conocerle. Es incoherente intentar adorar a un Dios a quien no se conoce, tal como hacían los samaritanos (Jn 4:22) y los griegos (Hch 17:23). Pero este nuevo pueblo del Mesías sí puede adorar consecuentemente a su Dios, porque Cristo mismo se había encargado previamente de "anunciar su nombre a sus hermanos". Así pues, él mismo se encargaría de dirigir y perfeccionar su adoración. Por otro lado, notemos también que los verdaderos adoradores de Dios son los que le temen: "Los que teméis a Jehová, alabadle". Este temor del que habla aquí no es pánico o miedo. Podemos entrar con confianza hasta "el trono de su gracia" (He 4:16). Ahora bien, ¿dónde ponemos el énfasis, en "trono" o en "gracia"? Pues en los dos por igual. No debemos olvidar que nos presentamos ante el trono de Dios, y esto nos debe llevar a la reverencia, pero al mismo tiempo, también es de gracia, y esto nos recuerda que podemos estar allí con confianza. Continúa diciendo: "glorificadle, descendencia toda de Jacob". En hebreo esto significa "dadle el debido peso", o lo que es lo mismo, darle la importancia que se merece. Y, ¿qué es lo que merece de nuestra parte? Pues si hemos de ser justos, él tiene derecho a nuestra vida entera entregada sin reservas. Esto es lo que enseñó el Señor Jesucristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Mr 8:34). A continuación explica la razón de esta adoración: "Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó". Sus pensamientos se dirigen nuevamente hacia los enormes sufrimientos de la cruz, pero ahora desde la perspectiva de su liberación. El fue menospreciado del pueblo, sin embargo, fue aceptado por Dios. 5. El propósito de Cristo con sus hermanos: Satisfacer todas sus necesidades y anhelos eternamente (Sal 22:25-26) "De ti será mi alabanza en la gran congregación; mis votos pagaré delante de los que le temen. Comerán los humildes, y serán saciados; alabarán a Jehová los que le buscan; vivirá vuestro corazón para siempre." Parece que cuando Cristo estaba en la cruz hizo ciertos "votos" que ahora se disponía a cumplir una vez recibida su liberación. ¿En qué consistían esos "votos"? Probablemente tenían que ver con testificar a otros acerca de la fidelidad y el poder de Dios al liberarle de sus enemigos. Normalmente los votos se celebraban con un sacrificio que era seguido por una comida a la que eran invitados los amigos y familiares cercanos (Sal 66:13-14) (Sal 116:14). Ahora nos explica que son los temerosos de Dios quienes son sus convidados a la mesa: "Mis votos pagaré delante de los que le temen. Comerán los humildes, y serán saciados". Notemos cómo esta comunión basada en la adoración a Dios, produce una plena satisfacción en quienes participan en ella: "Comerán y serán saciados". Sólo cuando nos convertimos en adoradores auténticos de Dios es cuando nuestras necesidades más profundas son saciadas. Pero no sólo eso, porque observemos que dice: "Alabarán a Jehová lo que le buscan; vivirá vuestro corazón para siempre". El lenguaje usado aquí por David supera todos los límites naturales. Necesariamente esta liberación eterna sólo podía realizarla Cristo como consecuencia de su obra en la cruz. Esta gran verdad la anunció durante su ministerio: (Jn 5:24) "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida." Lo que el salmista estaba diciendo es que el Cristo vencedor hace una invitación a aquellos que se unen a él en la adoración al Padre para que disfruten de todo lo que él ha ganado en la cruz para el ser humano, y que lo disfruten eternamente y para siempre. 6. El propósito de Cristo: Que todas las naciones adoren a Dios (Sal 22:27-28) "Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones." Ahora vemos cómo el reino de Cristo se extiende hasta los confines de la tierra. El círculo de adoradores que al principio parecía un grupo pequeño, incluyendo a sus discípulos y el remanente fiel del pueblo de Israel, ahora se expande hasta abarcarlo todo. Evidentemente Cristo vislumbra aquí cómo su obra de redención incluiría a todas las naciones, no sólo a los judíos. Todas las barreras serían rotas para que "todas la familias de las naciones" disfruten de su bendición. Ahora bien, las naciones no disfrutarán de manera automática de esas bendiciones. Antes es necesario que cumplan ciertos requisitos que el salmista expresa con claridad: "Se acordarán... se volverán a Jehová... y adorarán delante de él". Al fin y al cabo, esta es una descripción perfecta de lo que significa la conversión. No sólo recordar y aceptar mentalmente unos hechos históricos, sino también volvernos a Dios de nuestros malos caminos, para así adorarle y servirle como nuestro Dios. Empecemos por preguntarnos: ¿De qué se acordarán? Sin duda tiene que ver con lo que el salmo ha expresado con claridad en su primera parte: la obra inolvidable de la cruz. Ese es el único punto de encuentro entre el hombre pecador y Dios. Quizá hoy más que nunca la obra de la cruz está siendo olvidada, no por todos, por supuesto, pero sí por la mayoría, pero vendrá un día cuando el mismo Cristo que fue crucificado regresará en gloria y exigirá que se reconozcan los derechos que adquirió allí: "Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones". Muchos han olvidado y no quieren tener en cuenta lo que dice la Palabra acerca del lugar que Cristo ocupa en este mundo como consecuencia de su muerte, resurrección y glorificación. ¡Recordémoslo! (Fil 2:5-11) "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre." Muchos se volverán y adorarán a Dios voluntariamente, reconociendo con gratitud lo que Cristo hizo por ellos en la cruz, pero otros lo harán por la fuerza. 7. El propósito de Cristo: Que todos adoren a Dios (Sal 22:29-31) "Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra; se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo, aun el que no puede conservar la vida a su propia alma. La posteridad le servirá; esto será contado de Jehová hasta la postrera generación. Vendrán, y anunciarán su justicia; a pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto." El salmo finaliza presentándonos a Cristo como objeto de la adoración universal. Empieza diciendo: "Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra". Parece referirse a aquellos que ahora se sienten satisfechos de sí mismos. Y no sabemos si abandonarán su arrogancia para unirse a los humildes, o si su adoración será forzada por la majestad y gloria de Cristo en su venida. Continúa haciendo referencia a un grupo totalmente distinto del anterior: "Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo, aun el que no puede conservar la vida a su propia alma". Es verdad que ninguno de nosotros podemos conservar nuestra propia vida, pero aquí parece referirse a los moribundos y también a los muertos, es decir, "los que descienden al polvo". Recordemos las palabras del Señor: "Polvo eres y al polvo volverás" (Gn 3:19). Por lo tanto, la adoración que Cristo recibirá traspasa todas las barreras de clases sociales y de tiempo, llegando incluso a abarcar el reino de la muerte. Esta última afirmación es asombrosa, porque es frecuente encontrar en los salmos que con la muerte cesa también toda alabanza (Sal 88:11-12) (Sal 115:17). Y finalmente, la última barrera en ser derribada es la del tiempo: "La posteridad le servirá; esto será contado de Jehová hasta la postrera generación. Vendrán, y anunciarán su justicia; a pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto". Ninguna experiencia de sufrimiento y de liberación divina, aparte de la experiencia de nuestro Señor en la cruz y de su posterior resurrección ha tenido un resultado tan universal. Por lo tanto, como hemos venido diciendo, este salmo debe ser considerado de principio a fin como una profecía que anticipa la obra del Mesías. Si sólo pensamos en el rey David y su experiencia, llegaríamos a la conclusión de que hablaba de una forma totalmente exagerada y sin sentido, pero cuando vemos el salmo a la luz de su cumplimiento en el Nuevo Testamento, entonces apreciamos el rigor de la profecía bíblica.

domingo, 24 de febrero de 2019

EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA CRUZ DE CRISTO

Es tan profundo y tan maravilloso todo lo que está minuciosamente oculto en cada gota de su sangre derramada y del agua de vida que viene mezclada con el fluido vital, en el significado de la cruz, están escondidos los misterios de revelación mas asombrosos que Jesús tiene para aquellos que quieran buscarle, El Apóstol Pablo vivía esta verdad, y era su anhelo ardiente vivir crucificado juntamente con Cristo, para que todo lo que Jesús era se manifestase a través de su ser. (2 Corintios 4:10) “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. El decía: (2 Corintios 4:17- 18)”Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino de las cosas que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. El significado de la cruz de Cristo Jesús tuvo que hacerse semejante en todo a nosotros, para poder ser nuestro intercesor y nuestro sumo Sacerdote. Para ello, tuvo que ser llevado al lugar de oprobio y del vituperio. El calvario no era un lugar glorioso como lo pintan los artistas del renacimiento, era el lugar de los malditos, era el lugar junto al basurero de la ciudad, donde los más detestables y asquerosos criminales eran ejecutados. El significado de la cruz de Cristo También podrías leer: Mateo 6:33 Buscad Primeramente El Reino De Dios Y Su Justicia. Este fue el lugar donde Él escogió morir por nosotros. Ahí Él fue contado con los transgresores. Esto significa que fue visto como uno igual a ellos, uno igual a nosotros. En la cruz Él expuso el pecado, Él llevó en Su cuerpo el acta que nos era contraria. En cada golpe de su rostro, en cada herida de su cuerpo, en cada azote, en cada llaga, en los agujeros hechos por los clavos, en su frente rasgada por las espinas, están inscritos los pecados de todos nosotros. ¿Cómo se empezó a producir la luz a través de la cruz? El significado de la cruz y su cuerpo clavado, era un acta al descubierto trayendo a la luz todas las transgresiones. La cruz es la exposición del pecado. La cruz es venir al vituperio, a ser desnudado, a ser expuesto. Aquí es donde el vaso es quebrantado y la cruz empieza a manifestarse. Esto es lo que deshizo al diablo, la impresionante humillación de Cristo. Desnudo de Sus ropas, sacando de todo lugar oculto el pecado, y exponiéndolo abiertamente en la cruz. La luz a través de la cruz (1 Juan 1:5-7)”Este es el mensaje que hemos oído de Él, y os anunciamos; Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en Él. Si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la Sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. En muchas partes no hay comunión entre unos y otros. Las divisiones, los celos, envidias, y el desamor es lo que se ve abundar desde el mismo seno de una Iglesia local. ¿Cómo entonces podemos decir que somos luz? Fíjese en qué momento es que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado: cuando andamos en luz y por consecuencia de andar en la luz, tenemos comunión unos con otros. El pasaje de Juan sigue diciendo: (1 Juan 1:8- 10)”Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”. En la Epístola de Santiago encontramos también esta palabra “confesar”: (Santiago 5:16)”Confesaos nuestros pecados los unos a los otros”.

jueves, 21 de febrero de 2019

“TODA AUTORIDAD ME HA SIDO DADA EN EL CIELO Y SOBRE LA TIERRA”

La importancia del tema 1. El cristianismo es Cristo Los fundadores de las diferentes religiones que han ganado la adhesión de vastos sectores de la humanidad se consideraban a sí mismos como receptores de una visión especial y verídica sobre el sentido de la vida humana que les ha permitido enseñar a los hombres caminos de perfección. Como es natural, los discípulos y adeptos, movidos por el respeto que sentían frente al maestro cuyas enseñanzas habían aceptado, tendían a divinizar al fundador. Sin embargo, esta tendencia correspondía a un desarrollo posterior del movimiento, y no a su principio. En el caso del cristianismo todo es diferente, puesto que, desde las primeras formulaciones doctrinales, todo dependía de la Persona de Cristo. Con toda naturalidad, sin que asomara indicio alguno de megalomanía, Cristo mismo llamaba la atención de las gentes hacia su Persona, declarando que verle a él equivalía a ver al Padre, conocerle era conocer a Dios, y que él mismo era "Camino, Verdad y Vida", sin el cual nadie llegaría al Padre (Jn 14:5-11). Volveremos a notar algunas de las declaraciones que establecen el hecho de esta conciencia de sí mismo como Dios, pero aquí nos interesa subrayar el hecho de que es imposible comprender el cristianismo (o ser cristiano), sin admitir que Dios se ha revelado en el Hijo, puesto que él constituye el Centro de la revelación divina y que en él se halla la misma sustancia de la Fe cristiana. No basta decir que el cristianismo fue fundado y propagado por medio de Cristo, pues la verdad bíblica se expresa por la afirmación: "el cristianismo es Cristo". 2. El hecho histórico Recordamos las consideraciones del Capítulo I, que pusieron de relieve el hecho notable de que llegamos a conocer la Persona de Cristo por medio de cuatro escritos fundamentales, basados sobre evidencia muy temprana, según las declaraciones de Lucas en su Evangelio (Lc 1:1-4), notándose que la hipótesis de que cuatro autores, sin mutua colaboración previa, "inventasen" a un Protagonista de la categoría sublime de Cristo, supondría mayor milagro en los campos de la literatura y de la historia que la aceptación normal de la Persona tal como se presenta a sí misma a través de los escritos de los Evangelistas. La historicidad de Cristo viene a ser un hecho tan fundamental que, si se acepta, el que busca la verdad tiene delante un camino expedito que le lleva indefectiblemente a la salvación por medio de Cristo. No debe extrañarnos, pues, que haya sido muy combatido este postulado fundamental. La suficiencia carnal del hombre le lleva a la repulsa frente a lo sobrenatural, y, al querer socavar la base de la revelación divina, tiene que buscar cualquier argumento que debilite la historicidad de la Persona de Cristo tal como se presenta en la Biblia. Al mismo tiempo muchos teólogos radicales quieren aprovechar el valor emotivo del nombre de "Jesús" como ejemplo supremo de amor, bien que arrancándolo arbitrariamente de su contexto bíblico y del marco de la doctrina cristiana. Según la llamada "crítica de forma", las narraciones de los Evangelios tienen su origen en la predicación de los evangelistas de los años sesenta del primer siglo, amoldadas a las exigencias de la labor propagandística. Varios "tipos" de incidente (o de lección) llegaron, según ellos, a revestirse de formas estereotipadas, y corresponde a los críticos de hoy "desmitificar" este material, en busca de lo que podía haber de verdad en todo ello. R. Bultmann ha llevado este proceso a un extremo tal que apenas afirma más que la existencia de un cierto Jesús, y el hecho innegable de su muerte bajo Poncio Pilato. Esta escuela considera que la mayor parte de las enseñanzas atribuidas a Jesucristo en los Evangelios son moralejas añadidas a un pequeño núcleo de incidentes y dichos verídicos. Podemos admitir que la repetición de las narraciones evangélicas daba lugar a algunas formas estereotipadas, puesto que muchos tenían que aprenderlas de memoria; por métodos catequísticos, en la ausencia de escritos ya autorizados, pero eso no disminuye la verdad de su contenido. No hay nada que nos obligue a creer que no existieran tanto testimonios escritos como tradiciones orales fidedignas desde el comienzo del ministerio del Señor. Los discípulos no eran analfabetos, y el tema era fascinante. La existencia misma de la Iglesia, con su cuerpo de evangelistas, suponía una base de verdades, aceptadas con fe plena por hombres que habían dejado ya sus dudas para convertirse en héroes. Por el año 50 Pablo redactó sus dos cartas a los Tesalonicenses, que no pretendían ser una exposición doctrinal acerca de Cristo y su obra, y que, sin embargo, evidencian la existencia de un cuerpo completo de enseñanza apostólica sobre su Persona y obra. No habían mediado más de veinte años desde la Cruz y la Resurrección, que es período suficiente para la afirmación y desarrollo bajo la guía del Espíritu Santo a través de los Apóstoles, de los rasgos esenciales de la enseñanza cristiana, pero en manera alguna bastan para el desarrollo de un mito que transformara a Jesús, enseñador y mártir, en el Cristo de Dios, único Salvador y Señor de la gloria. Nos parece que hace falta mucha más credulidad para ser "incrédulo", que para aceptar hechos históricos que gozan de mucha mejor testificación que aquellos que afirman, por ejemplo, los triunfos de Alejandro Magno. Bases para la doctrina de la persona de Cristo 1. La Persona que se retrata por medio de los relatos evangélicos Dejemos por el momento los datos que Mateo y Lucas nos ofrecen sobre el nacimiento del Señor y el significado de la encarnación, para concentrar nuestra atención en la Persona que se nos presenta cuando meditamos en todos los incidentes y enseñanzas que recogen los cuatro evangelistas. Es evidente que no podemos llegar a conocer a una persona humana a no ser que establezcamos un trato íntimo con ella, lo que nos proporciona la oportunidad de fijarnos en lo que hace, lo que dice y, sobre todo, en cómo reacciona ante otras personas y frente a las diversas coyunturas de la vida. Quedamos maravillados ante la sabiduría y gracia de Dios al proveer para nosotros los incidentes de los Evangelios, ya que la consideración de ellos nos pone en contacto personal con Cristo. Es evidente la importancia de las obras del Señor, como también la de sus sencillas y profundas palabras; pero, sobre todo, hemos de fijarnos en las actitudes que adopta para que podamos discernir "la mente de Cristo". Plena conciencia de su propia autoridad Después de las enseñanzas del Sermón del Monte los oyentes se asombraron "porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mt 7:29). Él interpretaba el Antiguo Testamento como Autor de los escritos sagrados (por su Espíritu), y complementaba la interpretación mediante conceptos relacionados con su propia Persona y Obra, pudiendo decir como última autoridad, "mas YO os digo". Igualmente ejercía plena autoridad frente a los espíritus malignos, ante el asombro de la gente (Mr 1:21-28). Controlaba los vientos y el mar embravecido (Mr 4:35-41), o sea, las fuerzas de la naturaleza. Ningún potentado del mundo era capaz de estorbar el cumplimiento de su misión (Lc 13:31-33). Aun durante la Semana de la Pasión el Señor Jesucristo controlaba la situación hasta en sus mínimos detalles, y procurando los jefes del judaísmo juzgarle a él, era él quien les juzgaba a ellos. Frente a la muerte, enemigo invencible que el hombre jamás pudo dominar, declaró: "Yo soy la Resurrección y la Vida", probando su aserto por llamar a Lázaro de la tumba (Jn 11). La victoria sobre el pecado y la muerte por medio de la Cruz y la Resurrección consolidó su autoridad frente a la humanidad, y la comisión de evangelizar a todos fue precedida por la declaración: "Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra" (Mt 28:18-20). Una perfecta expresión de amor y de gracia Todo lector de los Evangelios podría aducir repetidos casos de la manifestación de la misericordia, la gracia y el amor del Señor, que es algo tan evidente que sólo recordamos el hecho de que colocó su mano sobre las llagas del leproso (Mr 1:40-44), que consoló a la viuda aun antes de devolverle su hijo ya resucitado (Lc 7:11-17). Hagamos memoria también de la bendición que recibió la mujer "pecadora" en la casa de Simón el fariseo (Lc 7:36-50), con el hecho de que quiso ser huésped de Zaqueo, pese a la excomunión que pesaba sobre él por ser publicano. En todo le convenía cumplir su misión de buscar y salvar lo que se había perdido (Lc 19:1-10). Tanto la autoridad como la gracia hallaron sublime expresión cuando prometió al ladrón arrepentido: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23:39-43). El lector no debiera pasar por alto ninguna frase de los Evangelios sin meditar en lo que revela de la Persona del Señor, para preguntarse después cuál será el significado de esta perfección, que no puede explicarse sólo por decir que hallamos en Cristo la floración consumada de los mejores rasgos humanos. El cuadro total, el retrato que presentan los Evangelios, exhibe pinceladas que pasan más allá de lo meramente humano, dando fe a la declaración del Maestro: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14:9). Un hecho tan complejo en el detalle y a la vez tan sublime en su conjunto singular exige una explicación, de modo que, aun sin el testimonio histórico sobre la encarnación, tendríamos que suponer una entrada única y divina en la raza humana que correspondiera a los múltiples datos del ministerio del Señor en la tierra. Tal Persona era Hombre, pero, a la vez, era mucho más que Hombre. Las declaraciones del Señor en cuanto a su propia persona 1. Su humanidad real Los errores doctrinales sobre la Persona de Cristo han fluctuado siempre entre la negación de la realidad de su humanidad, con el fin de enfatizar su deidad; o la negación de su deidad en aras del concepto de la apoteosis de la humanidad en su Persona, o sea, el ensalzamiento de un Hombre hasta niveles "divinos". Muy tempranamente los docetitas (pensamos, por ejemplo, en Cerinto, un enseñador gnóstico) consideraban que la humanidad y los sufrimientos de Cristo eran más aparentes que reales. En cambio los ebionitas negaban la realidad de su deidad. El arrianismo, una herejía muy extendida en los siglos IV y V, postulaba un ser muy sublime, "casi Dios" y "como Dios", pero que carecía de la sustancia y esencia de la deidad. Los conceptos religiosos humanistas de hoy niegan la realidad de la deidad de Cristo, subrayando su sublimidad moral como ejemplo, sin admitir los datos bíblicos que le presentan como Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Evidentemente, los observadores de Cristo en Palestina durante su ministerio terrenal no necesitaban pruebas de su humanidad, ya que le veían como hombre, entre hombres, y muchos pensaban que podían definirlo por decir: "¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo es que ahora dice: Del cielo he descendido?" (Jn 6:42). Después de establecerse como doctrina cristiana la realidad de la deidad de Cristo, gracias a la comprensión espiritual de los Apóstoles y de otros testigos de tantos hechos insólitos, que sólo se explicaban como manifestaciones de atributos divinos, llegó a ser necesario recordar la naturaleza humana de Cristo. Normalmente los testigos autorizados dan fe del hecho de que Jesús pasó por todas las experiencias normales de la vida humana. Nació de madre humana, creció en sabiduría y en edad; padecía hambre, sed y cansancio; comía, bebía y dormía. En la parte psicológica era hombre, ya que se gozaba en espíritu, se afligía ante impresiones dolorosas y deseaba la compañía y comunión de sus discípulos en la hora de su agonía. Fue tentado por el diablo, pero sin ceder ante el empuje del enemigo, y, como Siervo de Jehová en la tierra, llevaba una vida caracterizada por la oración y la fe, pues nunca empleó su poder divino para eludir las consecuencias de su humanidad. Por fin murió y fue sepultado. Su humanidad no cesó por el hecho de la Resurrección, sino que permanece glorificada a la Diestra de Dios (1 Ti 2:5). Con todo, es importante que escuchemos el testimonio del mismo Señor, quien se refería a sí mismo empleando el título "Hijo del Hombre", que, según el giro hebreo, significaba aquel que resumía en sí mismo la naturaleza humana. Corresponde a los títulos que emplea Pablo: "el postrer Adán" y "el segundo Hombre del Cielo" (1 Co 15:46-48). No sólo era "Hombre" entre otros, sino también, siendo Creador del hombre, al encarnarse, resumió en sí la perfección de la raza. El diablo, al tentarle, dijo: "Si eres Hijo de Dios", pero el Señor contestó: "No sólo de pan vivirá el hombre", con obvia referencia a sí mismo (Mt 4:3-4). A los judíos recalcitrantes de Jerusalén dijo: "Procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad" (Jn 8:40). Al reprochar a los judíos de Galilea por no haber recibido el testimonio del Bautista en su ascetismo, ni el suyo propio, tan distinto, en su trato diario con los hombres, recalca la normalidad de su vida humana: "Vino el Hijo del Hombre que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publícanos y de pecadores" (Mt 11:18-19). La calumnia era maliciosa, pero se basó en la vida normal de Jesús como hombre que se desenvolvía en la sociedad de los hombres. 2. Su naturaleza divina Al discurrir sobre el misterio de la Trinidad (Capítulo III) pusimos de relieve que esta doctrina no fue promulgada dogmáticamente por el Señor, sino que los discípulos fueron llevados a confesarle como "Señor y Dios" como resultado de las repetidas y constantes impresiones que recibían al contemplar sus obras, al escuchar sus palabras y al admirar su Persona. Recordamos aquí la importancia de este modo de declarar la deidad de Cristo, añadiendo unas manifestaciones del Señor mismo que son de gran importancia, siendo típicas y no exhaustivas. Se hallan principalmente en el Evangelio de Juan, pero veremos también que no falta evidencia análoga en los Evangelios sinópticos. "Antes que Abraham fuese, YO SOY", declaró Cristo ante los judíos enemigos, quienes, en consecuencia, tomaron piedras para lapidarle (Jn 8:58-59). "Yo y el Padre una cosa (esencia) somos", insistió el Señor después del discurso sobre el Buen Pastor, y de nuevo los judíos entendían que reclamaba igualdad con Dios, volviendo a amenazarle con piedras por blasfemo (Jn 10:30-33). Ya hemos notado las profundas enseñanzas de (Jn 14:5-11); de igual forma la oración del Señor que se conserva en (Jn 17) es incomprensible fuera de la plena conciencia que el Señor tenía de su unión esencial y peculiar con el Padre. Todo cuanto el Hijo hace en el curso de su misión nos impulsa a honrarle como honramos a Dios, y el que no lo hace, deja de honrar al Padre (Jn 5:22-23). Si no confesamos la plena deidad de Cristo, sus palabras recogidas en (Mt 11:27) carecen de sentido: "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni al Padre conoce alguno sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar". Llegamos a las profundidades del Ser del Trino Dios, donde los secretos se comparten entre Padre, Hijo y Espíritu Santo (1 Co 2:10-11). La intensa luz de la gloria de Dios se vuelve en tinieblas ante los ojos de los hombres sin esta obra reveladora del Hijo y del Espíritu Santo. 3. Las invitaciones del Señor y el perdón de los pecados Ya vimos al principio de este estudio que los fundadores de las grandes religiones solían hablar de revelaciones que les capacitaban para enseñar caminos de perfección a los hombres, mientras que, en el cristianismo, todo se encierra en la Persona de Cristo. Esto se hace muy patente al escuchar las invitaciones del Señor. No faltan instrucción en justicia, ni principios espirituales de amplia aplicación, pero siempre se halla implícita en todos ellos la virtud de la Persona de Cristo y la necesidad de su obra, lo que llega a clarísima expresión en (Mt 11:28): "Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y YO os haré descansar". Estamos tan acostumbrados a asociar esta invitación con el Señor que es preciso hacer un alto con el fin de pensar cómo sonaría aquello si procediera de otra boca que no fuese la suya. Sólo en Cristo se halla la solución a todos los problemas humanos, y es preciso acudir a él para el remedio de todos los males. Tal declaración sería la quintaesencia de la locura o de la blasfemia si no se tratara de Cristo, del Dios Hombre. Lo mismo pasa con la invitación de (Jn 7:37-39): "Si alguno tiene sed, venga a mi y beba. El que cree en mí...". El era la Roca de donde fluía agua viva, según las figuras del Antiguo Testamento, cumplidas sobre todo en el Día de Pentecostés. O se trata de las ilusiones de un visionario trastornado, o de los engaños de un embaucador, o hemos de aceptar las declaraciones como una prueba más de que Dios se había manifestado en carne. Una cuidadosa lectura de Juan capítulos 3 a 11 hará ver que no hemos citado casos excepcionales, sino típicos, ya que, repetidamente, Cristo se puso a la disposición de las almas con el fin de que recibieran la vida eterna. Los escribas que presenciaron la curación del paralítico (Mr 2:1-12) tenían mucha razón al razonar: "¿Quién puede perdonar pecados, sino uno solo, Dios?". Sin embargo, su ceguera espiritual impedía que reconocieran la autoridad divina de Uno que manifestaba tanto la potencia como la gracia de Dios por medio del gran cúmulo de sus obras, que no eran meros "portentos", sino, según la expresión de Juan, "señales", que hacían ver que el Hijo del Hombre tenía potestad en la tierra para perdonar pecados. La doctrina de la encarnación Las objeciones a la doctrina. Todas las objeciones que se oponen a la realidad de la encarnación vienen a decir: "Puesto que nosotros, los hombres, nunca hemos conocido un nacimiento en que no intervinieran padre y madre, engendrando aquél y concibiendo ésta, no podemos admitir un nacimiento virginal, en el que la madre concibe por obra del Espíritu Santo". Es legítimo que sea escudriñado cuidadosamente un acontecimiento fuera del orden natural que conocemos, y no hemos de aceptarlo por mera tradición; sin embargo, la objeción pierde bastante fuerza si tomamos en cuenta los factores que se expresan a continuación: 1) Las bases de la doctrina. En la procreación de criaturas humanas entran factores que se describen por la genética con cada vez mayor precisión y detalle, pero ni el especialista más renombrado en esta ciencia puede explicar cómo y por qué los genes dirigen el desarrollo del feto desde su concepción, durante los nueve meses de gestación, hasta nacer la criatura humana, dotada de miles de órganos de una asombrosa complejidad, siendo ya una personalidad humana, con las características únicas y peculiares que se revelarán en el niño, en el joven y en el hombre. Aceptamos el hecho por su constante repetición, y no porque lo entienda nadie. 2) La Biblia dirige nuestra atención a la intervención de Dios en la historia de los hombres, y este concepto nos libra de ser prisioneros de un proceso natural, mecánico y determinista. El que creó al hombre y mantiene la raza por medios tan maravillosos bien puede ordenar de modo especial la entrada del Hijo en el mundo con el fin de participar en la "carne y sangre" de la raza y a los efectos de llevar a su consumación el plan de la redención. ¿Es tan increíble, aceptando este postulado para un caso único, que el óvulo de la mujer María, entonces virgen, fuese fecundado por la potencia del Espíritu vivificador? Notemos que no aceptamos "partenogénesis" (concepción sin la intervención de los dos sexos) como método normal en la raza humana, sino que nos limitamos a lo que Dios ha revelado en cuanto a este único caso del Señor Jesucristo, manifestado posteriormente como Dios y Hombre. 3) Ya hemos visto que la Personalidad del Señor Jesucristo es única y peculiar, con manifestaciones de una humanidad cabal, además de las de la plenitud de la Deidad, y los hechos históricos que garantizan esta vida única han de ser explicados por un origen de vida humana que también es único y especial. 4) Los Evangelistas Mateo y Lucas (Mt 1:18-25) (Lc 1:26-38) (Lc 2:6-7) hacen constar el hecho del nacimiento virginal del Señor del mismo modo en que historian los demás incidentes de la vida de Cristo, sobre la base de información fidedigna recogida de José y María. Un acontecimiento no se verifica por ser más o menos normal o creíble, sino por el valor del testimonio que lo garantiza. No hay nada en las narraciones que dé la menor impresión de que se trata de una mera fantasía o leyenda. 5) Muchos teólogos (Brunner, por ejemplo) quieren quedar con el hecho de la encarnación sin comprometerse a aceptar la doctrina del nacimiento virginal de Jesús, pero jamás explican cómo aquella Persona, cuyas glorias hemos contemplado, pudo nacer de un padre y una madre de la raza perdida. Por procreación normal tal criatura podría ser más o menos destacada dentro de la naturaleza humana, pero jamás podría ser el Dios-Hombre que se nos presenta en los Evangelios. Si en algún momento pudo cortarse la transmisión del pecado, y es un hecho que Cristo "no conoció pecado", tuvo que ser en las circunstancias descritas por Gabriel en (Lc 1:35): "El Espíritu Santo vendrá sobre ti (María) y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra". Los dos títulos que señalan el Hecho. Estos son los siguientes: "El Hijo de Dios" y "el Hijo del Hombre". Ya hemos considerado el segundo, como expresión de la esencia de la humanidad, y reiteramos que se trata del Creador del hombre quien recaba para sí la naturaleza que había otorgado. El título "Hijo del Hombre" señala la esencia de la humanidad sin pecado, pues éste afea la humanidad sin ser parte original de ella. Del mismo modo el título "Hijo de Dios" afirma una participación completa en la naturaleza de Dios. Sin embargo, es preciso distinguir dos usos del título, puesto que "el Hijo" o "el Hijo de Dios" puede referirse a las condiciones esenciales del Trino Dios que jamás han sufrido alteración. En tal caso el contexto revela que se trata del Hijo que siempre era, quien, habiendo aceptado la responsabilidad para el cumplimiento de la obra redentora, fue enviado por el Padre como tal "Hijo eterno" (Jn 3:16) (1 Jn 4:9-10) (Ga 4:4-5). Tengamos en cuenta, sin embargo, que "Hijo de Dios" se emplea a veces como título mesiánico, y según este uso, hubo un "principio" que corresponde a la misión redentora (Lc 1:35) (He 1:5). La formulación de la doctrina Reiteramos que la doctrina de la Persona de Cristo surge de la experiencia de los Apóstoles que observaron y escucharon a su Señor, llegando a comprender no sólo el hecho obvio de su humanidad, sino también la realidad de su Deidad, adorándole como Dios, pese a su estricta crianza como israelitas que reservaban su culto para un solo Dios. Con todo, frente a los embates de distintas herejías, fue necesario evitar errores por medio de la formulación de la doctrina, un proceso que llegó a su consumación en los Concilios de Nicea y de Calcedonia. No aceptamos las decisiones de estos Concilios como imposiciones eclesiásticas, pero apreciamos los esfuerzos hechos por los padres griegos al luchar con el problema de expresar el verdadero sentido del texto bíblico en cuanto a la Persona de Cristo. En Nicea se formulaba la doctrina de la deidad de Cristo frente al arrianismo, y en Calcedonia se llegó a expresar la verdad en cuanto a la Persona de Cristo, el Dios-Hombre, y su fórmula ha sido normativa para "cristianos ortodoxos" desde entonces hasta ahora. 1. Las naturalezas y la Persona La naturaleza humana indica todo lo que es propio del hombre como tal, según Dios lo creó a su imagen y semejanza. No incluye el pecado, que es contrario al propósito de Dios en orden al hombre. La naturaleza divina es todo aquello que es propio de Dios, y recordamos el estudio de su Ser y atributos en el Capítulo III. En el Señor Jesucristo se manifiestan, a través de la evidencia histórica, tanto la naturaleza divina como la humana. Con todo, no vemos a dos Personas, sino a una sola, siempre fiel a sí misma, e igual después de la Resurrección como antes de la Cruz. Las naturalezas se manifiestan según las exigencias de la misión del Señor Jesucristo, y no debiéramos procurar analizar sus acciones y reacciones diciendo: "Aquí obra como Dios y allí como Hombre", pues esta Personalidad única es indivisible. Hemos de evitar el peligro de hacer deducciones que no sean garantizadas por la clara luz de la revelación, pero quizá es legítimo pensar que el factor dominante de la Personalidad de Jesucristo es el hecho de ser el VERBO ETERNO, expresión del Trino Dios desde siempre, y que, encarnado (Jn 1:1,2,14), sigue dando a conocer la gloria de Dios, pero dentro de los términos de una vida humana. Llegamos a esta formulación básica de la doctrina de la Persona de Cristo: "En el Señor Jesucristo se hallan dos perfectas naturalezas, la divina y la humana, unidas en una sola Persona, indivisible para siempre". (Apréndase de memoria esta definición que resume la fórmula de Calcedonia). 2. Las consecuencias de la doctrina Si Jesucristo no fuera realmente Hombre, recogiendo en sí todo el valor de la humanidad, no habría podido representar al hombre al efectuar el Sacrificio de la Cruz, ni dar un nuevo principio a la raza ya redimida por el glorioso hecho de su Resurrección (Ro 8:29) He 2). Si no hubiera en él todo el valor supremo de la Deidad, no habría podido satisfacer las demandas de la justicia de Dios al presentarse en Sacrificio expiatorio provisto por el amor de Dios. Su espíritu de eterna santidad le sacó de la muerte, señalándole como "Hijo de Dios con potencia" (Ro 1:3-4). Sólo la doctrina de las dos perfectas naturalezas en una sola Persona echa luz sobre la obra de expiación de la Cruz. Por la misma causa sólo Cristo puede ser Mediador entre Dios y los hombres, según la enfática declaración de Pablo en (1 Ti 2:5-6), y la enseñanza de una buena parte de las enseñanzas de la Epístola a los Hebreos. De estas consecuencias de la doctrina de la Persona de Cristo trataremos en los Estudios que examinarán su obra redentora y mediadora. El problema de la subordinación del Hijo 1. El Hijo no obra en independencia del Padre Hay declaraciones del Hijo en Juan que, a primera vista, no concuerdan con la igualdad de su sustancia y voluntad con el Padre, ya que dice: "No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre"; "Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he decir y de lo que he de hablar" (Jn 5:19) (Jn 12:49). Sin embargo, las obras suyas son divinas y él obra con plena autoridad (Jn 5:19-30). La aparente contradicción desaparece cuando nos fijamos en el contexto de estas declaraciones, que tienen que ver con la misión que el Hijo realizó según el consejo eterno del Trino Dios. A veces en el Nuevo Testamento el título "Padre" representa toda la autoridad del Trino Dios, y bien que el Hijo era igual en esencia y honor al Padre y al Espíritu Santo, como "Siervo de Jehová", quiso subordinarse a los términos y condiciones de su comisión, hasta entregar todas las "provincias" del Reino reconciliadas y sumisas al Padre (He 10:7) (1 Co 15:24). El Hijo empleaba estas frases de "subordinación" aun delante de judíos enemigos, y, sin embargo, éstos comprendían bien las declaraciones sobre su deidad. Tienen por objeto subrayar que el Señor Jesucristo no era uno de tantos falsos "mesías" que se levantaban en Palestina durante aquella época, sino Uno que obraba conjuntamente con el Dios de Israel. 2. Los títulos "Unigénito" y "Primogénito" Los profundos misterios de la Deidad y las relaciones entre las "Personas" del Trino Dios no son comprensibles para la limitada mente humana, lo que exige el uso de términos antropomórficos que los iluminan hasta cierto punto, siendo necesario recordar siempre que las metáforas implícitas han de entenderse a la luz de lo que se revela acerca de la infinitud de Dios. Si analizáramos el término "Unigénito" según su etimología (su estructura como palabra) y en la esfera humana, tendríamos que pensar en el Padre, quien engendra, y en el Ser único engendrado en cierto "momento" dado; sin embargo, el Hijo es tan eterno como el Padre. Comprendemos que Dios se digna dar este conocimiento del Hijo para que tengamos la luz posible sobre su persona, sabiendo que, al trasladar la metáfora a la esfera del Trino Dios, no es posible tal anterioridad, ya que el Trino Dios es eterno. Lo que se destaca es la singularidad del Hijo en relación con el Padre. Nueve veces en la LXX se halla esta designación "monogenés" con el sentido de "bien amado", de modo que no hemos de analizar el vocablo en sus partes etimológicas, sino aceptarlo en su contexto como expresión de amor y de unicidad. De forma análoga "Primogénito" significa literalmente "el primero engendrado", pero el término había llegado a señalar sobre todo preeminencia y distinción, relacionándose en el caso del Hijo, no tanto con el Padre, sino con la "familia" que se había de formar, a la cabeza de la cual el Hijo tiene en todo el primado (Col 1:15-20). No es necesario adoptar la idea de Orígenes sobre "la generación eterna" del Hijo, que no pasa de ser un concepto teológico, que no se basa sobre ninguna declaración bíblica, sino sólo recordar que los términos humanos han de entenderse dentro de la revelación sobre la Deidad que se nos ofrece en la totalidad de las Sagradas Escrituras, limitándose las analogías a lo posible, tratándose de Dios. La persona de Cristo en las epístolas La relación existente entre los Evangelios y las Epístolas. Nos hemos limitado casi exclusivamente a sacar datos sobre la Persona de Cristo de los Evangelios, ya que éstos nos presentan el retrato del Señor a través de su ministerio terrenal. Hemos de recordar, sin embargo, que el Espíritu Santo, a través de los apóstoles, había de glorificar al Hijo, afirmando el Maestro: "Tomará de lo mío y os lo hará saber" (Jn 16:13-15). Los Evangelios son "apostólicos", ya que son los apóstoles quienes dan fe de lo que era Cristo por medio de estos escritos. Pero el proceso de revelación había de seguir adelante durante la edad apostólica. En las Epístolas, que surgen de las circunstancias de las iglesias durante los años 50-100, los apóstoles desarrollan la doctrina de la Persona de Cristo, implícita ya en los Evangelios, declarándola a través de sus comunicaciones a las iglesias. El tema es tan amplio que no podemos hacer más que señalar las líneas más importantes de las enseñanzas en las cartas apostólicas, recordando que todos estos Estudios se relacionan directa o indirectamente con la Persona de Cristo. El Señor Jesucristo es el Verbo Creador. Es natural que hallemos la doctrina de Cristo como Verbo Eterno hecho carne, Revelador del Padre y Creador de todas las cosas, en forma más desarrollada en el Evangelio de Juan, escrito ya al final del primer siglo, que no en los sinópticos que reflejan el testimonio temprano, siendo básicas las declaraciones de (Jn 1:1-4,14,17,18). "Sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho", declara Juan, y Pablo desarrolla el mismo tema de forma magistral en (Col 1:15-19) y el autor de Hebreos en las elocuentes frases de (He 1:1-3). El Señor Jesucristo es el Redentor de los hombres y Consumador del plan de Dios. La revelación del Hijo en los Evangelios, la Muerte expiatoria de la Cruz, su Resurrección triunfal, con el envío del Espíritu Santo, constituyen, en su conjunto, la base de la obra salvífica de Cristo, que es el tema que más se destaca en las Epístolas. Como hemos de examinar aspectos de esta obra en estudios sucesivos, sólo hacemos notar aquí que la gloria de la Persona se revela claramente a través de la consumación de su misión. Toda la plenitud de Dios se manifiesta en él, y eso "corporalmente" (Col 1:19) (Col 2:9). Pablo explicó "el misterio de Dios, que es Cristo" (Col 2:2). Un "misterio" es un consejo de Dios que no se había dado a conocer anteriormente en el Antiguo Testamento, revelándose por excelencia en la Persona y Obra de Cristo, sea en relación con la Iglesia, con Israel, o con el Cosmos. Los apóstoles, con referencia especial al apóstol Pablo, son los comisionados por Dios para descorrer el velo que antes "escondía" estos "secretos" de Dios. El principio de la composición y misión de la Iglesia fue revelado a Pablo según sus explicaciones en (Ef 3:2-13). El de "Cristo" resume en sí todos los demás. No nos olvidemos de que su Persona es la misma, trátese de Aquel que consoló a la viuda de Naín, trátese de Aquel en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas hasta que todo lo creado sea coordinado alrededor de Cristo, el Dios-Hombre, como Centro y Cabeza de la Nueva Creación (Ef 1:10). El Apocalipsis, bajo formas simbólicas, muy transparentes a veces, presenta al Cordero que triunfa sobre el mal e introduce el Reino de Dios en su plenitud, sacando a luz por fin toda la Nueva Creación. Sin embargo, se trata de la misma Persona, el Hijo nacido según la profecía de (Is 9:6), que era: "Admirable Consejero, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz". Tal es la Persona que se perfila a través de la evidencia bíblica, siendo el retrato consistente y consecuente en todas sus partes, siempre que nos sometamos a la Palabra, sin oponer nuestras limitadísimas ideas a lo que le ha placido a Dios proyectar y revelar.