lunes, 6 de octubre de 2008

BENEFICIOS DE LA LLUVIA

Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques (o lo cubre de bendiciones). Irán de poder en poder. Salmo 84:5-7

En el norte de Chile, entre los Andes y el océano Pacífico, existe una llanura costera, el desierto de Atacama, en la que no llueve nunca. Un viajero la describe así: “Día tras día el sol sale resplandeciente encima de las grandes montañas del este; cada mediodía brilla con todo su esplendor encima de nuestras cabezas; de tarde tenemos la suerte de presenciar una pintoresca puesta de sol. Aun cuando a menudo rugen tempestades en lo alto de los montes y divisamos densas nieblas sobre el mar, el sol sigue brillando sobre la faja de tierra en apariencia favorecida y protegida. Uno podría suponer que se trata de un paraíso terrenal; pero no es así. ¡Más bien es un desierto estéril y casi inhabitado! No hay ninguna corriente de agua ni nada que crezca en él”. Ese viajero, un creyente, formula luego la siguiente semejanza: “Demasiado a menudo deseamos una vida de gozo y sol total. Anhelamos vernos librados de abrumadoras responsabilidades. Pero, como esa parte soleada pero estéril de Chile, la vida sin sus cargas y sus pruebas no sería creadora, ni productiva, ni estimulante. Necesitamos el sol, pero también la lluvia”.
A veces las nubes del sufrimiento pueden escondernos el sol y amenazan con hundirnos. Pero el creyente que confía en Dios reconoce que, según los sabios planes de Dios y bajo su soberana dirección, de hecho traen aguaceros de bendiciones.

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