sábado, 25 de octubre de 2008

LOS DONES: CONOCER, CONFIAR Y CURAR

“Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.” (1ª Corintios 12:8 y 9)

En las tres entradas siguientes quisiera que estudiásemos el problema de los dones del Espíritu Santo. Anteriormente se ha hablado de ellos como de herramientas o instrumentos dados al Cuerpo de Cristo para que éste los utilice según las necesidades.
Durante mis primeros tiempos de estudio del cristianismo se me dijo muchas veces que algunos de estos dones sí eran aplicables hoy en día, mientras que los otros eran cosa del pasado, pero cuando los dones –todos- empezaron a resurgir en la iglesia, me llevó a darle una segunda y más profunda ojeada a los dones, aunque no me fue nada fácil; pero ahora es muy importante darles un repaso, ahora que se han convertido en uno de los focos de atención en la familia de Dios.
En 1ª Corintios 12:8, Pablo empieza a nombrar algunos de los varios dones del Espíritu. Aunque la lista que Pablo da no es muy extensa, sin embargo es suficiente como prototipo de los dones que deseamos considerar. Naturalmente, algunos los trataremos más que otros, pero el propósito es revelar la esencia de estos dones y cómo funcionan.

LA PALABRA DE SABIDURIA


¿No le ha pasado a usted nunca que, después de haber hablado con otro creyente, se ha maravillado del tremendo conocimiento que tenía de las cosas de Dios, conocimiento que usted no tiene? Sí, usted queda maravillado de la habilidad de estas personas para discernir la verdad espiritual de las cosas y aclararlas con facilidad. A esto las Escrituras lo llaman “palabra de sabiduría”.
Este don lo he experimentado en alguna ocasión, aunque la mayoría de las veces, cuando lo necesito, busco a otras personas que sé que lo tienen siempre. Casi siempre, esta sabiduría especial que proviene del Espíritu la experimento cuando me encuentro aconsejando a alguien y necesito de un modo especial la guía y la mente del Señor.
¿No se ha visto usted nunca en esa situación de encontrarse hablando con alguien y de repente darse cuenta de la cantidad de cosas maravillosas que salen de sus labios? En esos momentos salen de uno el consejo y la exhortación de una manera que, concientemente, uno sabe que no son cosas propias sino puestas por Dios mismo. En esos momentos se podría decir que el Señor está hablando por nuestros labios.
Jesús prometió palabras de sabiduría a los creyentes en Mateo 10:19 y 20, cuando les advirtió que no debían temer nunca las preguntas malintencionadas de los demás:

“Mas cuando os entreguen, no os preocupéis
Por cómo o qué hablaréis; porque en aquella
Hora os será dado lo que habéis de hablar, sino el
Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.”

El Espíritu de dios siempre está dispuesto a hablar por medio de los hombres y mujeres y sólo espera que éstos estén dispuestos a dejarse llevar por El.
En el libro de los Hechos encontramos varios ejemplos donde los creyentes hablaron con sabiduría que no provenía de ellos. Pedro, con Juan a su lado, dio en cierta ocasión un gran mensaje en medio de todo un concilio religioso, según vemos en Hechos 4:8-12. El relato empieza diciendo que Pedro estaba lleno del Espíritu Santo en el momento de hablar (v. 8), y mire ahora la respuesta de los hombres del concilio cuando Pedro terminó de hablar: “Entonces, viendo el denuedo de Pedro y de Juan y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban y les reconocían que habían estado con Jesús” (v. 13)
LA PALABRA DE CONOCIMIENTO

Así como la palabra de sabiduría se refiere a la aplicación de la verdad divina a circunstancias y situaciones, la palabra conocimiento se aplica a esos momentos cuando el Espíritu revela hechos y datos específicos que uno no podría saber sin su ayuda. La palabra conocimiento es similar a la expresión profética, pero se distingue de ella porque trata del presente y no del futuro.
Jesús tuvo palabras de conocimiento mientras instruía a sus discípulos en Mateo 21:2 a ir al pueblo adyacente para buscar un asno y un pollino que estaban ya preparados para que fuesen a por ellos. Jesús no sabía que los animales estuviesen allí, pero el Espíritu Santo le dio la información.
Pedro empleó el don del conocimiento en Hechos 5:1-3:

“Pero cierto hombre llamado Ananías, con Sa-
fira su mujer, vendió una heredad y sustrajo
del precio, sabiéndolo también su mujer; y tra-
yéndo sólo una parte, la puso a los pies de los
apóstoles. Y dijo Pedro: “Ananías, ¿por qué
llenó Satanás tu corazón para que mintieses
al Espíritu Santo y sustrajeses del precio de la
heredad?”

Sin la ayuda de un calculador de bolsillo o de un libro de precios de venta de inmuebles, el apóstol puso su dedo en la llaga gracias al conocimiento que le dio el Espíritu Santo.
Cierto hombre de Dios cuando vivía en Memphis, Tennessee, y estaba trabajando en el cuerpo de administración de la universidad estatal de Memphis, celebraban todos los domingos por la tarde una reunión. Casi siempre eran entre sesenta y ochenta, y allí cantaban, contaban todas las cosas que el Señor había estado haciendo en sus vidas durante la semana, oraban, estudiaban la Palabra de Dios, intercedían por los enfermos y hacían otras cosas más relacionadas con sus vidas espirituales.
Una tarde, precisamente cuando acababan de empezar a cantar, entró en la sala una muchacha que hacía poco se había convertido, y con ella entró también el presidente de una de las fraternidades de la universidad. Dicho ministro se sorprendió mucho al verle. El canto y la comunión entre los asistentes eran estupendos aquella tarde. Cuando la reunión concluyó, fue al encuentro de Don, que era como se llamaba aquel hombre, y le agradeció su venida. “Nunca había oído cantar en mi vida como lo habéis hecho esta tarde”, le dijo mientras miraba a los muchachos que todavía quedaban allí. Y ni siquiera había alguien que dirigiese los cantos; desde luego, tenían ganas de cantar y lo hacían bien. Entonces, de repente, el tono de su voz se puso más grave. ¿Podríamos hablar un momento?, le preguntó.

Caminaron hacia la cocina y se sentaron junto a la gran mesa del comedor. No recuerda exactamente cómo empezó la conversación, pero sí recuerda que Don quería conocer y aceptar a Jesucristo. Le contó cómo había asistido a muchas conferencias cristianas y cómo había oído muchas veces hablar de Cristo, pero nunca había dado su vida al Señor.
En medio del diálogo empezó a decirle cosas relacionadas con su pasado, de sus problemas y de algunos de sus pecados; sacó a relucir cosas que sólo Don y el Señor sabían.
¿Quién te ha contado todo esto?, le preguntó.
Nadie –le respondió-; sólo puedo decirte que Dios me está dando esta información ahora mismo.
De repente respondió: ¡Vamos a orar! Y en ese momento entregó su vida a Cristo.
En aquellos momentos este siervo de Dios no sabía que estaba experimentando el don espiritual del conocimiento. No fue hasta unos días más tarde que no se dio cuenta de lo que había pasado. Don había oído el Evangelio una vez tras otra desde que había sido pequeño y automáticamente había rechazado todo lo que oliese a Jesucristo, pero necesitaba algo sobrenatural para convencerle de la verdad y Dios suplió esta necesidad a través de la palabra de conocimiento.
Como usted puede ver, cuando un don espiritual se pone de manifiesto, no pasa nada raro o extraño, porque Dios ni es raro ni extraño. En efecto, si alguna vez pasa algo raro, es porque el asunto tiene trampa, pero lo que Dios hace, es sólido y real. Desde luego que sobrenatural, pero no misterioso o tétrico.
Mientras el Señor estaba hablando su palabra de conocimiento por medio de su siervo, su voz era normal y sus ojos no se pusieron blanco, e incluso, como ya ha dicho, él no sabía que estaba pasando algo extraordinario.
Contamos esto porque hay mucha gente que está muy equivocada acerca de los dones espirituales y no hay necesidad de estarlo. Cuando Dios tiene el propósito de hacer un milagro y uno está caminando en el Espíritu, ese milagro es algo absolutamente normal, y la única cosa que sabe uno es que el Señor lo ordenó.
Es posible que Satanás haya realizado delante de usted un contra-don espiritual que es lo que hace que sea usted reacio a los dones, o quizás alguien ha ejercitado su don en la carne y por esta razón está usted escarmentado; o quizás algún hermano que tiene prejuicios contra los dones le ha advertido que rehúse todo lo que tenga que ver con los dones espirituales, de manera que toda su educación está en contra de ellos.
No quiero que corra detrás de todo lo que parezca un don espiritual, no, sino que lo que trato de decirle es que, mientras viva la vida del Espíritu Santo dentro de usted y camine en la verdad de su Palabra, puede esperar que, dentro de condiciones normales, el Espíritu opere sus dones en el momento que se necesiten. No les tenga miedo. Ciertamente, Dios no le asustará, porque El quiere continuar edificando y recuperando el Cuerpo de Cristo y uno de los caminos que ha escogido para llevarlo a cabo es a través del uso de esas herramientas que son los dones del Espíritu.
EL DON DE LA FE

Como ya hemos visto, el medio empleado por Dios para que todos vivamos en Cristo es caminar por fe. Pero además de la fe que se necesita para caminar diariamente con dios, hay un don especial de la fe. Este don se da para enfrentarse ante condiciones duras y que van más allá de lo que consideramos situaciones normales.
Pero entonces surgirá la pregunta: “¿Cuándo sé que necesito el don de la fe o debo vivir con la fe normal?” No se sabe nunca, pues lo único que Dios espera es nuestra confianza en El, y el, por su parte, nos provee de todo lo que necesitamos, incluyendo el don de la fe especial.
Una de las mejores experiencias que cierto siervo de Dios tuvo con esto de recibir una cantidad extra de fe fue cuando Dios quiso que su familia y él compraran su primera casa en Evanston, Illinois. Sobre aquel asunto podríamos escribir todo un libro, y es posible que algún día se pueda hacer, pero lo que a este hombre le resultó completamente fantástico fue un incidente aislado.
Acababan de salir del Banco donde tenía unos cuantos dólares ahorrados, e iba conduciendo hasta el Banco donde tenían que dar la entrada para la nueva casa. Marilyn –su mujer- y él iban solos en el coche, y bastante tristes porque sabían que iban a dar todo lo que tenían ahorrado y además se encontraba sin empleo; pero, sin embargo, sabían que Dios les estaba dirigiendo para llevar a cabo aquel asunto. A mitad de camino de un Banco al otro oró de repente en voz alta diciendo: “Señor, haz que de algún modo podamos conseguir 100 dólares hoy”; cuando me salieron estas palabras de la boca sabía que el Señor las había puesto en su corazón, y ello equivalía a una respuesta segura por su parte.
Pasaron por todo el tinglado legal de la compra de la casa, firmaron todos los papeles, dieron los cheques necesarios, se despidieron del banquero, de los abogados y del antiguo propietario de la casa y de su mujer y comenzaron a andar hacia el aparcamiento. Estaban excitados de contento por tener una casa de propiedad aun sabiendo que no tenían ni blanca. Entraron al coche, cerró las puertas y abrió la llave de contacto para salir de allí.
Pero en el momento que metió su mano en el bolsillo buscando la tarjeta para salir del garaje se dio cuenta de que el antiguo propietario de lo que ya era su casa venía corriendo hacia ellos con un sobre en la mano, frenó y bajó la ventanilla.
“Siento mucho no haber podido limpiar bien las habitaciones superiores de la casa, y como hay mucho trabajo por hacer, aquí le traigo esto para poder pagar a alguien que lo haga”, dijo.
“Gracias, Bob”, le dijo este hombre, abriendo al mismo tiempo el sobre, donde no pensaba que hubiese más de diez o quince dólares; así que casi gritó de alegría al ver un cheque por valor de cien dólares.
“No lo entiendo”, le dije, pensando en lo mucho que habían regateado para bajar el precio de la finca.
“No hay nada más que hablar; mi mujer y yo lo hemos discutido y queremos que acepten este dinero”, dijo firmemente.
“No te lo creerás, Bob, pero has respondido mi oración”; le dijo y le contó cómo habían orado, y se lo agradecieron profundamente.
Y fue así, milagro tras milagro, incluso en estos asuntos desagradables de dinero, que pudieron ver que Dios quería que tuvieran aquella casa, y el Señor les mostró su voluntad por medio de un don, el don de la fe.
A veces se oye decir que los dones espirituales sólo se experimentan dentro del Cuerpo de Cristo congregado. Ciertamente, los dones espirituales no ocurren aparte del Cuerpo de Cristo, pero ese Cuerpo funciona tanto si está congregado como si no lo está, porque cuando los miembros individuales del Cuerpo andan en el Espíritu, el Cuerpo funciona, y cuando un miembro experimenta un don del Espíritu, ese don se le es dado para el bien común de todo el Cuerpo. Cuando se camina por fe en el poder del Espíritu Santo, se pueden esperar cosas sobrenaturales en cada instante y no solamente cuando los hermanos y hermanas se congregan para adorar al Señor.
LOS DONES DE SANIDAD

Uno de los dones del Espíritu más sensacionales es el de sanidad. En efecto, junto al de lenguas, es el don que más ha dado que hablar y que pensar.
El primer encuentro de cierto siervo de Dios con una curación por fe fue un episodio horripilante. Hacía un año que era cristiano y se encontraba viajando con su esposa, de Minneapolis a Dallas y en aquellos momentos atravesaban Kansas City. A la izquierda de la carretera vieron una tremenda tienda de campaña y un gran cartel anunciando: “Un avivamiento de milagros”.
El le dijo a su esposa: “Seguro que es uno de esos típicos avivamientos propios de estos estados sureños. Vamos a tomar algo y entraremos a ver qué nos dicen”. Así que fueron a un motel, dejaron el equipaje, comieron y a las siete y media estaban a la puerta del pabellón.
En el mismo instante que éste hombre cruzó la puerta se dio cuenta de que allí había algo que no le gustaba. En muchas reuniones a las que había asistido a podido percibir un espíritu dulce y fragante, pero en aquella ocasión no era ésa precisamente la atmósfera que pudo percibir; lo primero que vieron fueron dos mujeres postradas en el suelo y revolcándose en el polvo.
Enfrente de ellas había un altavoz del que salía una extraña música religiosa. A un lado había un tipo con un par de muletas en la mano –tomadas a propósito de alguien que había sido “curado”-, mientras que el resto de su cuerpo bailaba al compás de la música. La gente aullaba: “Jesús, Jesús” y unos tremendos “Aleluuuuuuuyas”, sin embargo el Espíritu de Dios le decía que aquello no era de Él.
“Vámonos de prisa, Marilyn”, le dijo a su esposa; pero en el momento en que llegaban a la puerta de salida, una mujer le tomó del brazo y le dijo: “¿Quieren que paseemos juntos en su coche?” (Entendió que quería convencerlos de los milagros ocurridos), y mientras le hablaba sus ojos tenían una mirada extraña, como de muerta.
El Señor le dijo que no le hiciese caso, y cortésmente le dijo que lo sentía, y echaron a correr hacia el coche.
Varios años después, mientras éste hombre de Dios leía un periódico, vio una noticia sobre un hombre, que se había dedicado a dirigir avivamientos de esta clase, que había muerto alcoholizado. Aquel hombre, que en algunos círculos era todo un personaje, tenía también su propio aparato burocrático, que en el día de su muerte transmitió por radio el siguiente mensaje: “Lo importante no era su vida, sino el mensaje que predicaba”. No pudo creer lo que escuchaban sus oídos, porque si el mensaje no pudo producir un mejor resultado era porque no valía nada en absoluto. Todo aquello era una verdadera porquería.
Aquel incidente tuvo un resultado bastante funesto para él, porque durante muchos años no pudo creer que Dios también podía curar hoy en día como en tiempos pasados. Tan grande era su prejuicio que, incluso una tarde, cuando unos amigos les dijeron que su hija había tenido más de cuarenta de fiebre y que había sido sanada porque habían orado al Señor tal y como la Biblia dice que hay que hacerlo en esos casos, les dijo que no le contasen tonterías.
Pero ¿sabe usted quién le hizo cambiar de parecer? Dios, pues le hizo ver que muchos de los que andaban en el Espíritu habían sido sanados físicamente.
El que no cree en las curaciones podrá decir: “Bueno, usted edifica su teología en su propia experiencia y no en lo que dice la Biblia”. Correcto; pero lo que se hace fue precisamente eso, abrir la Biblia y estudiar todos los versículos que se refieren a las curaciones, y lo único que añadió el Señor fue el que éste hombre pasase también por un milagro esta clase, y por eso, cuando veía a personas normales, pero llenas del Espíritu, tener experiencias de este tipo, lo único que podía decir es que su teología había estado equivocada hasta aquellos momentos.
En otra ocasión se encontraba en el vestuario de un gimnasio de Memphis preparándose para jugar un partido de balón mano, cuando entró un amigo y le dijo: “Tengo que decirte algo muy importante. El viernes pasado, por la tarde, un grupo de amigos se juntaron en una velada social en casa de uno de ellos. Esto fue después de un culto evangelístico, y eran unos cincuenta. Una muchacha entró al cabo de un rato con un gran vendaje en un ojo y en seguida le preguntaron que le había pasado. Les dijo que trabajaba con un dentista y que mientras trabajaba con un “puente” le saltó una partícula en el ojo. La llevaron enseguida al doctor, quien le dijo que se había quedado ciega y que fuese con cuidado con el otro ojo porque también lo podía perder. Entonces le preguntó cuál era la causa de aquel accidente, a lo que le respondió que quizás era la voluntad de Dios que le pasara aquello para ser más humilde. Pero la respuesta no le convenció, por eso le dijo que si la solución para ser humildes era quedarse ciego, lo mejor sería empezar a orar para perder la vista inmediatamente, y que él pensaba que aquello le había ocurrido para manifestarse la gloria de dios, y al fin ella también se mostró de acuerdo. Entonces preguntó cuántos de los presentes creían que si le imponían las manos a aquella hermana y orasen por ella podría sanar. Cinco mujeres se levantaron y, junto con él, hicieron que se sentara y le impusieron las manos, orando en el nombre de Jesús para que recobrase la vista. Cuando terminaron de orar se quitó el vendaje y le dieron un diccionario para que lo leyese y… lo leyó”.
En aquellos momentos éste hombre estaba excitado y no sabía que hacer, después de haber escuchado la narración de su amigo, porque aquello era maravilloso. Aquel hermano no se había juntado a ningún show de curaciones, sino que pertenecía a un grupo de barriada de buenos cristianos muy conservadores.
Por último le dijo que aquella muchacha fue al médico al día siguiente y dejó al doctor completamente aturdido, pues no podía creer lo que le había pasado a su paciente. El accidente le pasó en viernes, el sábado fue a visitar al doctor y el lunes estaba jugando a balonmano con él. Pues bien, mientras jugaban, una de las veces su amigo –el mismo que le había contado aquella historia- resbaló y para no caerse quiso apoyarse en la pared, con tan mala pata que se apoyó con un dedo, causándole un terrible dolor. Es decir, tres días después de que aquel hombre había creído en el poder de curar, él mismo sufría un accidente, ya que en un momento el dedo se le puso al doble de su tamaño.
Este hermano, entonces le dijo que, aunque le pareciere raro, no tenía ninguna intensión de orar para que se le curase el dedo. “Yo tampoco”, le contestó. Así que se puso una venda y continuaron jugando. Aquella lección fue espectacular para él, porque el asunto de las curaciones no son las curaciones por ellas mismas, sino que lo que importa es andar en el Espíritu. A la carne le gusta tentar a Dios de muy distintas maneras, pero el Espíritu es creador. Cuando una curación milagrosa ocurre, la carne siente la tentación de crear enseguida un movimiento internacional para promover las curaciones, pero el Espíritu dice: “No, no es lo que interesa. Mi trabajo no es curar. Tú anda conmigo, no vivas de milagros, vive conmigo, porque en cada ocasión lo hago de una manera diferente, porque soy un Dios de diversidad”.
Hermanos y hermanas: se nos dice que andemos en el Espíritu (Gálatas 5:16), no que volemos, o corramos, o que cojeemos, o que buceemos en el Espíritu, sino que andemos en el Espíritu, y para andar se necesita mucha fe que para lo otro, porque con las otras cosas nosotros ponemos la velocidad, pero la velocidad de Dios es el caminar.

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