jueves, 18 de septiembre de 2008

NO NOS APRESUREMOS

¿Cómo actuaremos ahora? ¿Predicaremos y llenaremos el bautisterio invitando a bautizarse a todos los que quieren? No nos apresuremos. No es cuestión de bautizar pronto. Pero sí, cuando las personas vienen por primera vez, debemos explicarles esto claramente: “Si quieres ser discípulo de Cristo, si quieres integrarte a la comunidad de los hijos de Dios, tienes que arrepentirte y negarte a ti mismo. Tienes que poner en segundo término a tu padre, madre, mujer e hijos, esposo, hermanos; y aun tu propia vida. Cristo tiene que ser primero. Debes tomar tu cruz y seguir a Cristo. Tienes que renunciar a todo lo que posees.”
No bauticemos a nadie si no estamos seguros de que ha comprendido que no está ante una doctrina, sino ante una persona viviente: Jesucristo. No bauticemos si no vemos que hay disposición a reconocer a Cristo como el Señor de la vida. Dios nos va a ayudar, y a guiar paso a paso en este terreno. Tampoco es cuestión de darles toda la serie de mensajes sobre el señorío de Cristo para que se bauticen, ni es necesario que entiendan todo. Lo fundamental es que el individuo se enfrente con una persona viviente que se llama Jesucristo. Aunque no entienda nada de doctrina, que comprenda esto: que Jesucristo es el Señor. Debe captar la esencia de lo que esto significa. Hasta ahora ha vivido como le parecía; desde ahora, debe estar dispuesto a entregarse a El, y a hacer lo que El ordene.
Hagamos que esta verdad sea viva y penetrante. El pecador tiene que conocer a este Cristo resucitado y glorificado como Señor. Cuando se da en él esta disposición, este entendimiento, esta rendición, entonces le bautizamos, le sepultamos a muerte, y es resucitado a nueva vida. Cuando el pecador se identifica con Cristo, muriendo y resucitando con El, pasa a pertenecer al reino de Dios.
Algo más: Los evangélicos hemos puesto demasiado énfasis en la experiencia inicial y muy poco en la continuidad de la misma. Hemos hecho hincapié en que la conversión es un acto definido de un momento, una crisis. Y es cierto. Pero hemos dejado de enfatizar otro aspecto de la verdad. Es cierto que un día me bauticé, que morí a la vieja vida. ¿Pero ahora, qué? ¿Eso es todo? No, tiene que prolongarse en una experiencia continua. Debemos permanecer en la gracia del bautismo.
Cristo dijo: Haced discípulos… bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado. Si bautizamos al pecador y pensamos, “Ya está; murió y resucitó, ahora tiene vida”, y le dejamos allí, es muy probable que su vida quede trunca. Porque estas verdades funcionan dentro del contexto adecuado, donde se brindan las enseñanzas del Nuevo Testamento y se convive en amor. Dentro de nuestro contexto, tal cual es, no operan. Por eso, inmediatamente después que se bautiza alguien, es imprescindible que comience a ser adoctrinado y enseñado en forma continua. Para esto, es necesario que cada bautizado tenga un padre espiritual o una guía que esté en constante comunicación con él, que se preocupe, que realice la función de una nodriza. ¿Acaso no nació una nueva criatura? Pero los recién nacidos necesitan una atención especial. Esto es muy importante. El corazón del que se ha bautizado es tierno, está abierto a Dios, recibe lo que se le enseña, tiene hambre. ¡A los niños recién nacidos se les da leche cada tres horas! Hace falta, pues, un cuidado intensivo para los que recién nacen espiritualmente, integrándose a la familia de Dios.

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