martes, 2 de septiembre de 2014

NO LOS DEJARÉ HUÉRFANOS DIJO EL SEÑOR

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Lucas 24:5-6 Buscad al que… vuelve las tinieblas en mañana. Amós 5:8 ( Juan 20:11-18) Ella estaba llorando cerca de la tumba donde había visto depositar el cuerpo inerte de su Salvador y Señor. Jesús la había liberado del poder de Satanás y, desde entonces, ella le seguía. Formaba parte de las mujeres que le habían servido. Con el corazón destrozado, lo había visto clavado en la cruz. Dos hombres habían bajado su cuerpo de la infame cruz y lo habían puesto en la tumba. Pasado el sábado, María Magdalena regresó muy temprano para ver el cuerpo de su Señor, pero ya no estaba allí. La piedra que cerraba la entrada de la tumba había sido rodada y el sepulcro estaba vacío. Muy angustiada se echó a llorar. Luego vio allí a un hombre y pensó que era el hortelano. Entonces le dijo: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (Juan 20:15). La respuesta fue breve, directa al corazón: “¡María!” (v. 16). En realidad era Jesús mismo, vivo y resucitado. Después añadió: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). ¡Qué expresión! El Padre de su Señor pasó a ser Padre de todos los discípulos. El Señor iba a dejarlos, pero desde entonces, sabían que tenían un Padre en el cielo. María no necesitaba saber más y se fue corriendo para anunciar la maravillosa noticia a los que habían seguido a Jesús. Esta buena nueva también es para nosotros, cristianos. En el cielo tenemos un Padre, y desde ahora podemos disfrutar de la intimidad de la gloriosa familia de los redimidos.

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