domingo, 14 de septiembre de 2014

EL QUE NO ACEPTE EL REINO DE DIOS COMO UN NIÑO..., NO ENTRARÁ EN EL.

Mateo 18:1-10 … De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. —Mateo 18:3 Carlos Wesley (1707-1788) fue un evangelista metodista que escribió más de 9.000 himnos y poemas sacros. Algunos, como Oh, que tuviera lenguas mil, son himnos de alabanza maravillosos y elevadores, pero su poema Dulce Jesús, manso y humilde, publicado por primera vez en 1742, es la silenciosa oración de un niño, la cual captura la esencia de cómo deberíamos buscar todos al Señor, con una fe sincera y sencilla. Amante Jesús, dulce Cordero, en tus manos de gracia estoy. Hazme, Salvador, lo que tú eres; vive dentro de mi corazón. Cuando algunos seguidores de Jesús estaban compitiendo por una posición en su reino, «llamando [Él] a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 18:2-3). Pocos niños buscan posición o poder, ya que ellos desean ser aceptados y sentirse seguros. Se aferran a los adultos que los aman y se ocupan de ellos. Jesús nunca rechazó a un niño. La última estrofa del poema de Wesley muestra el deseo semejante al de un niño de ser como Jesús: «Mostraré, entonces, tu alabanza / te serviré todos mis días felices. / Después, el mundo siempre verá / a Cristo, el santo Niño, en mí». —Padre, dame la fe de un niño. Quiero conocer tu amor y cuidado, y descansar en tus brazos. Concédeme el deseo de ser como tú en todo para poder vivir para honrarte. La fe brilla en todo su esplendor en un corazón semejante al de un niño.

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