miércoles, 30 de julio de 2008

LA BANDERA DE CADA REINO

Cada país tiene también una bandera. Los colores y su disposición identifican a la nación. No hacen falta palabras. Es algo que no se oye; se ve. Si me presento con los colores celestes y blancos, dispuesto en franjas horizontales, sabrán que pertenezco a Argentina. Cada país, pues, tiene una bandera que lo distingue. También la tienen el reino de las tinieblas y el reino de Dios. ¿Cuál es la bandera del reino de Dios? ¿Qué podrán ver otros en nosotros que, sin decirles nada, les haga darse cuenta de que somos discípulos de Jesús?
Cristo, después de haber lavado los pies a los Doce, en una atmósfera de intimidad y afecto, les dijo:
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros… EN ESTO CONOCERAN TODOS que sois mis discípulos, si tuvieres AMOR los unos con los otros.
El mundo nos identificará por esta señal: si tuviéremos amor los unos con los otros. El mundo nos mira, nos observa, y aún sin hablar debe notar que pertenecemos al reino de Dios. La bandera que caracteriza a los súbditos de este reino es el amor.
En el Cantar de los Cantares 2:4, la esposa –figura de la iglesia- habla del amado –figura de Cristo- diciendo:
Me llevó a la casa del banquete, y SU BANDERA SOBRE MI FUE AMOR.
¿Qué bandera ha puesto Cristo sobre la iglesia? AMOR. Esto debe ser definitivo en nosotros. Un historiador pagano, hablando del amor que caracterizaba a los primeros cristianos, decía: “Donde veas a dos personas que aun sin conocerse se aman, allí hay dos cristianos”. Además, cuando miramos la vida de la iglesia primitiva tal cual la describe el libro de Los Hechos, debemos reconocer que el amor era, sin ninguna duda, la nota dominante de los discípulos. Así lo habían aprendido de Jesús. Amor. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis AMOR los unos con los otros.
Por el otro lado, está la bandera del reino de las tinieblas. ¿Cuál es? El egoísmo. En lugar de amar también a los demás, me amo sólo a mí. Vivo para mí, me esfuerzo por mí, me preocupó por mí. Todo converge en mí. Cuando quieras saber si alguien pertenece al reino de las tinieblas, mira la bandera que flamea sobre su vida. Si ves en ella los colores del egoísmo, seguramente pertenece al reino de las tinieblas.

sábado, 26 de julio de 2008

LA QUEJABANZA

Me parece que nos ocurre como a aquellos que viven en la provincia de Misiones, en el norte de Argentina, en el límite con Brasil. Hablan un español mezclado con el portugués. A ese idioma le llaman el “portuñol”, porque es mitad portugués y mitad español. Hablan así porque son habitantes de la frontera; viven prácticamente en los dos países a la vez.
¿Cuál es el idioma que nosotros hablamos? ¡La quejabanza! Queja y alabanza. Un poco de cada una. ¿A qué reino pertenecemos? Pareciera que vivimos en los dos reinos a la vez, con un pie en cada lado. Por eso muchas veces cuesta descubrir quién es del mundo y quién de la iglesia. Pero, Dios está separando una cosa de la otra. Está definiendo a su pueblo, para que cada uno, como parte de este pueblo, viva como debe vivir y hable como debe hablar. Pablo señala cuál ha de ser nuestro lenguaje:
Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre (Efes. 4:20)
Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús (1ra. Tesa. 5:18)
Dad gracias siempre, y por todo. Esta es la voluntad de Dios. Si el Señor ordena hablar este lenguaje, es indigno hablar cualquier otro. Debes dar gracias siempre, y por todo, pase lo que pasare.
Pero, ¿por qué? Pues, porque el Señor reina sobre toda circunstancia y todo lo que hay en nuestra vida se halla bajo su control. El nos enseña que hasta “los cabellos de nuestra cabeza están contados”, y que no cae un pajarillo en tierra sin que El lo sepa. ¿Cómo, entonces, vamos a dar lugar a la ansiedad y a la queja? San Pablo, para confirmar esto, dice que “todas las cosas ayudan para bien a los que aman a Dios”. De modo que la única expresión digna de un hijo de Dios frente a todo lo que le ocurre es dar gracias y alabanzas al Señor quien gobierna todo.
Cierto día se le acercó un creyente a un siervo de Dios y le dijo:
-Hermano, ¡me aumentaron el sueldo! ¡Dios le bendiga! Me alegro mucho le respondió el obrero.
Después de algunos meses lo encontró nuevamente, pero esta vez se lo veía triste, quejoso. Le preguntó este hombre de Dios:
-Hermano, ¿qué le pasa? ¿Por qué se queja?
-Me echaron del trabajo…
¡Cuán importante es aprender a dar gracias siempre y por todo! De otro modo seguiremos con las “quejabanza”. Aun el ateo da gracias, y está contento, cuando las cosas le van bien. La característica de un súbdito del reino es que da gracias por todo.
-Hermano, me echaron del trabajo. ¡Gloria a Dios! ¡Dios me dará un trabajo mejor!
Eso es fe; eso es alabanza.
Supongamos que una señora está en su cocina lavando los platos. Toma un lindo y valioso jarrón para lavarlo y, de pronto se le cae al piso y se hace añicos. Ahora, ¿qué hacer?
-Pero, ¡qué tonta, que estúpida! Estas manos de trapo que tengo, pero…
Comienza a quejarse. ¿Cómo? ¿No había que dar gracias siempre, y por todo?
-Pero se rompió mi jarrón. ¿Tengo que dar gracias?
¡Exacto! Tiene que dar gracias. Así dice la palabra de Dios. Se rompió, se perdió el jarrón; pero que, a lo menos no se pierda el gozo. Ahora, si quejándonos se arregla el jarrón, ¡nos podemos juntar unos cuántos y comenzar a hacerlo! Sin embargo, la queja no soluciona nada. Pierde usted el gozo, pierde la presencia de Dios, pierde la fe, y todo sigue igual. Dad gracias siempre… Estad siempre gozosos.
Un día otro hermano le dijo a este pastor: -amigo mío- ¿sabe una cosa? Mi novia me dejó. ¡Gloria a Dios!
-¿Cómo “Gloria a Dios”? ¿Entonces no la querías? –le dijo.
-Pastor, Dios sabe cuánto la quiero. Pero El me enseñó a darle gracias por todo.
-Este aprendió el idioma –dijo para sí el siervo-. Aprendió el lenguaje del reino, y cree firmemente que Cristo reina sobre toda circunstancia, que no hay casualidad, que no hay contrariedad, que todas las cosas ayudan a bien y, por lo tanto, da gracias siempre y por todo.
El mundo quedará maravillado, sorprendido, si nos ve dar gracias a Dios siempre, y por todo. En la adversidad o en la prosperidad, en el éxito o en el fracaso, en la cumbre o en el valle, no podemos dejar de hablar el idioma del reino de los cielos, nuestro idioma. Esta alabanza, esta expresión de gratitud está inspirada en el reconocimiento íntimo de que Cristo reina sobre toda situación.
Después de meditar en estas cosas, notarás más que nunca la cantidad de veces que te quejas en el día. No te será fácil librarte de la queja si estás muy acostumbrado a ella. Pero, si te lo propones, con la ayuda del Espíritu de Dios y con disciplina, podrás corregirte de este mal, y aprender a dar gracias siempre y por todo.
Debo decir, además, que hay un espíritu detrás de las palabras que pronunciamos. No es meramente cuestión del idioma, sino también del tono o acento con el que damos significados diferentes a nuestra expresión. Generalmente, nuestro tono al hablar deja traslucir el espíritu que predomina en nosotros. AS veces se escucha orar a alguien en el culto con palabras de alabanzas y gratitud, pero en un tono de tristeza y de amargura. Aunque da gracias, hay un tinte de queja, de lamento en lo que dice. Cuando conversa, aunque directamente no se queja, manifiesta un espíritu de queja.
¡Que Dios nos limpie desde adentro, desde lo más íntimo de nuestro espíritu, quitando todo rezongo, todo lamento, toda amargura que pueda haber allí oprimiéndonos, para que libremente, con transparencia, podamos hablar el lenguaje del reino de los cielos! Anímate a decir en todo momento y circunstancia, de todo corazón. ¡Gloria sea a su nombre!

viernes, 18 de julio de 2008

UN REY DECORATIVO

Algunos describen a la iglesia contemporánea como a “la Inglaterra espiritual”. Quedan ya pocos países gobernados por un régimen monárquico. Gran Bretaña es uno de ellos. Por perpetuar su tradición histórica, los británicos siguen conservando esa estructura. Es el Reino Unido de Gran Bretaña. Tiene un rey –en la actualidad, una reina- con su trono, su pompa, su palacio, su corte, su séquito. Ella recibe el aplauso, la gloria y el homenaje del pueblo. Sin embargo, dicen los mismos súbditos, “El rey reina, pero no gobierna”.
El rey es un personaje tradicional, una figura decorativa. Todos aclaman: ¡Viva el rey! Todos honran su figura. Pero no gobierna. No es la autoridad suprema. Hay un primer ministro, existe la Cámara de los Lores y la de los comunes, y son ellos quienes gobiernan al país como creen mejor. Con esto no queremos dar a entender que esté bien o mal lo que hacen en Inglaterra: simplemente deseamos señalar porqué llamo a la iglesia “la Inglaterra espiritual”.
En la iglesia, ¿quién no reconoce que Cristo es el Rey? Cualquier iglesia protestante, ortodoxa o católica, declara: “Cristo es el Rey”. Todos decimos Amén, y le cantamos alabanzas. Pero la triste realidad que vivimos hasta hoy en nuestras iglesias es que Cristo reina, pero no gobierna. El es el Rey, pero es el Primer Ministro el que maneja las cosas. Dios quiere traer su reino primeramente a la iglesia, y luego extenderlo a todos los demás.
Conviene reflexionar un momento. Dios ha prometido salvar a multitudes en distintas ciudades, pueblos y naciones. El ha dicho que derramará su Espíritu sobre toda carne, y habrá salvación, y que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. Los miles que se conviertan serán sumados a la iglesia, a la comunidad que ya existe. Si entre nosotros, que ya formamos parte de esa iglesia, Cristo no gobierna, en ellos tampoco gobernará. De allí el énfasis, la insistencia del Señor en que Cristo sea el rey de esta comunidad, la iglesia actual, y quien la gobierne en la práctica, como también en que sea el Señor sobre todos los aspectos de nuestra vida.

martes, 15 de julio de 2008

LOS DOS REINOS

Según lo afirma el apóstol Pablo, hay dos reinos en este mundo: el de las tinieblas y el de la luz. Veamos lo que escribió a los Colosenses:
Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de LA POTESTAD DE LAS TINIEBLAS, y trasladado AL REINO DE SU AMADO HIJO (Col. 1:12,13).
Ahora bien, ¿qué es un reino? Es una comunidad compuesta por dos clases de personas: el REY, que gobierna, y los SUBDITOS, que obedecen y se sujetan a la autoridad del rey. Si faltaran algunos de estos componentes, no habría reino. No puede haber reino sin rey; tampoco puede haberlo sin súbditos.
El reino de las tinieblas tiene un rey: Satanás. El reino de la luz también tiene el suyo: Jesucristo. Todos nosotros hemos nacido en el reino de las tinieblas. Adán, en su desobediencia, al no reconocer la autoridad de Dios como Señor y Rey de su vida, dejó de pertenecer al reino de la luz y pasó al de las tinieblas. Desde entonces, todo hombre que nace de la descendencia de Adán, nace en el reino de las tinieblas. Pablo, hablando de los que viven en las tinieblas, dice: …entre las cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo (Efes. 2:3).
Según Colosenses 1:13, la verdadera conversión tiene dos aspectos. El primero es ser librados de la potestad de las tinieblas. Allí estábamos, pero Dios nos sacó, nos liberó. Ahora somos libres, sí, pero no para tomar ocasión en la carne, y decir: “Bueno, antes éramos esclavos, súbditos de Satanás, pero ahora podemos hacer lo que se nos da la gana”. Si así hiciéramos estaríamos interpretando mal el evangelio de Cristo.
Y esto se ve claro en el segundo aspecto de la conversión: somos librados de un reino para ser trasladados a otro. Dios nos libró del reino de las tiniebla y nos trasladó al reino de su amado Hijo. La verdadera conversión, en su aspecto pleno, consiste en esta translación.
Por mucho tiempo hay gente que piensa que va a ser trasladado al reino de Dios el día en que muera, que recién entonces entrará a él. O bien, que cuando Cristo viniera, El traería su reino. Pero Pablo no había muerto, ni Cristo había muerto todavía cuando aquél dijo, usando el verbo en tiempo pasado para indicar algo ya consumado: Nos libró del reino de las tinieblas y NOS HA TRASLADADO al reino de su amado Hijo. El tener la idea de que algún día voy a entrar en el reino, o que algún día vendrá el reino, nos ha creado una concepción errónea de Cristo. Mientras sólo esperamos aquel día miramos al Señor como nuestro Salvador, nuestro Sanador, nuestro Ayudador. Y creemos que recién cuando El llegue, será nuestro Rey. Por esa razón tomamos con tan poca seriedad su autoridad, lo que ha ocasionado debilidad y desorientación en nuestras vidas. Cristo debe reinar ya. Necesariamente debemos ser trasladados a su reino, porque la verdadera conversión consiste en eso: ser librados de un reino para ser incorporados a otro.
Pero, ¿cómo se llega a pertenecer a un reino? Sencillamente por hacerse súbdito del rey. ¿Cómo entrar al reino de Jesucristo? Únicamente por permitir que Cristo llegue a ser el Señor y Rey de las vida.
Si alguien nos preguntara a qué reino pertenecemos, seguramente nos apresuraríamos a responderle: “Por supuesto, al Reino de la Luz”. Pero, y esto sea dicho sin ánimo de echar sombra sobre esta afirmación, es conveniente aclarar cuáles son algunas de las características de estos dos reinos a fin de asegurarnos en cuál de los dos estamos. Si a causa de este análisis ves que tiene que ser hecha alguna corrección a tu vida, será cuestión de que en lo sucesivo te ocupes de hacerla; de este modo toda duda quedará eliminada y podrás ocuparte luego, en seguir a Jesucristo con toda fidelidad.

viernes, 11 de julio de 2008

EL REINO DE DIOS SE EXTIENDE

Cuarenta días después de su resurrección. Cristo asciende a los cielos. Deja un grupo de 120 personas que constituyen, por el momento, el reino de Dios sobre la tierra. Pero ¿qué harán 120 en un mundo en que existen tantos poderíos, reinos y potestades? Sin embargo, 120 con Cristo como Señor absoluto de sus vidas, son bastante.
Cuando llega el día de Pentecostés, desciende el poder del Espíritu Santo y los 120 son inflamados por el. Ahora la iglesia cuenta con poder: “¡Tuyo es el reino! ¡Tuyo también es el poder!” Son 120 nomás, pero con el poder de Dios, entonces comienzan a extenderse y a crecer. ¡Y cómo! En aquel mismo día se convierten 3000 personas. Poco después, 5000 varones más se suman al reino. Y así siguen. El reino avanza en forma arrolladora. Comienza a penetrar en otras naciones. ¡Aquellos hombres creen lo que su Señor les ha dicho! Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por lo tanto, id y haced discípulos a TODAS LAS NACIONES. Jesús no les dijo, “Haced discípulos EN las naciones”, sino “A las naciones”. Ellos salen y van a hacer discípulos, no a unos pocos en cada nación, sino a las naciones enteras. ¡Y lo hacen, lo logran! ¡Cambian la historia del mundo! Naciones enteras se convierten a Jesucristo, porque ellos creen que este Jesús tiene toda potestad, que es el Señor. Y ¿quién puede detenerlos?
De esta convicción surge la dinámica de expansión de la iglesia primitiva. De allí ese poder de crecimiento, esa fuerza de avance, ese ímpetu que les lleva a nuevas ciudades y naciones. Ellos tienen conciencia en una tremenda verdad: “Nosotros somos ahora el reino de Dios aquí en la tierra. Y este reino ha de extenderse por su poder”. ¡Y cómo se extiende!
Hoy en día los arqueólogos han descubierto más de 170.000 cráneos humanos en las catacumbas de Roma. ¿Y los que no se han descubierto? ¿Y los que murieron quemados, atravesados por espadas, o arrojados a las fieras en la arena romana? ¿Y los que fueron martirizados en diferentes lugares? ¡Cómo se extendió el reino de Dios en el primer siglo! Costó la vida a muchos, si, pero ¿qué pasó con ellos? ¿Se perdieron? ¡No! Dejaron el reino en la tierra para trasladarse al mismo reino en los cielos. La enseñanza bíblica es que la iglesia consiste de una sola familia, formada tanto por los que están en el cielo como por los que están en la tierra. Mientras que permanecemos aquí, vivimos para hacer la voluntad de Dios en esta tierra como se hace en los cielos.
Dios está llevando a su iglesia a esta realidad en estos días. A que se exprese, a que viva en la tierra como reino de Dios. Tú, como parte de la iglesia, tienes la tremenda responsabilidad de permitir que el reino venga. Que venga a tu vida. Que venga a tu hogar. A todas tus relaciones. ¡OH, que surja sobre la tierra un pueblo que honre, corone y obedezca a Jesucristo como Señor y Rey!

domingo, 6 de julio de 2008

NO HABIA REY EN ISRAEL

Lo que más llama la atención en el pasaje que estamos considerando es la primera parte de la frase: En aquellos días (los que van desde Sansón hasta Samuel) no había rey en Israel.
Hasta aquí, podemos notar dos etapas más o menos definidas en la historia de Israel. Primero, la de los patriarcas, desde Abraham hasta el éxodo. En ese período el padre principal de la familia era quién ejercía el dominio (patriarca y padre proceden de la misma raíz), estableciendo el sistema de sucesión patriarcal en el gobierno. Con Moisés comienza la segunda etapa. Los líderes de la nación ya no se suceden según el sistema patriarcal, sino que Dios los va levantando de diferentes lugares. Este período (de Moisés a Samuel) es el de los jueces o libertadores.
Cuando el período va llegando a su fin, se nos dice, En aquellos días no había rey en Israel. ¿Por qué aparece esta frase cuatro veces en el libro? Parece dar a entender que alguna vez había habido rey, pero que en ese momento, por no haberlo, cada uno vivía como quería. Pero, ¿acaso se ha visto antes algún rey sobre la nación de Israel? ¿Abraham, tal vez? ¿O Jacob? No. Ellos fueron patriarcas. ¿Y Moisés? Un libertador. Hasta ese entonces no había antecedentes de que alguien hubiera sido rey sobre Israel. Sin embargo, este pueblo distinto a todos los demás, había tenido un Rey. Sólo que su Rey no había sido un hombre. ¡Jehová había sido el Rey de Israel!
Abraham no hizo lo que le pareció. Dios le dijo, sal de tu tierra… y él salió; Entrégame tu único hijo… y él se lo ofreció. Pues Abraham tenía un Rey sobre sí.
Moisés no condujo a la nación como tirano o dictador. Cada vez que abrió su boca, fue para decir, Así ha dicho Jehová. Moisés le reconocía como Rey de Israel. El era solamente su ministro. Entraba en su despacho, recibía sus mandatos y salía al pueblo para transmitírselos. Moisés se sometió a la autoridad que este Rey ejercía sobre la nación.