sábado, 26 de julio de 2008

LA QUEJABANZA

Me parece que nos ocurre como a aquellos que viven en la provincia de Misiones, en el norte de Argentina, en el límite con Brasil. Hablan un español mezclado con el portugués. A ese idioma le llaman el “portuñol”, porque es mitad portugués y mitad español. Hablan así porque son habitantes de la frontera; viven prácticamente en los dos países a la vez.
¿Cuál es el idioma que nosotros hablamos? ¡La quejabanza! Queja y alabanza. Un poco de cada una. ¿A qué reino pertenecemos? Pareciera que vivimos en los dos reinos a la vez, con un pie en cada lado. Por eso muchas veces cuesta descubrir quién es del mundo y quién de la iglesia. Pero, Dios está separando una cosa de la otra. Está definiendo a su pueblo, para que cada uno, como parte de este pueblo, viva como debe vivir y hable como debe hablar. Pablo señala cuál ha de ser nuestro lenguaje:
Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre (Efes. 4:20)
Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús (1ra. Tesa. 5:18)
Dad gracias siempre, y por todo. Esta es la voluntad de Dios. Si el Señor ordena hablar este lenguaje, es indigno hablar cualquier otro. Debes dar gracias siempre, y por todo, pase lo que pasare.
Pero, ¿por qué? Pues, porque el Señor reina sobre toda circunstancia y todo lo que hay en nuestra vida se halla bajo su control. El nos enseña que hasta “los cabellos de nuestra cabeza están contados”, y que no cae un pajarillo en tierra sin que El lo sepa. ¿Cómo, entonces, vamos a dar lugar a la ansiedad y a la queja? San Pablo, para confirmar esto, dice que “todas las cosas ayudan para bien a los que aman a Dios”. De modo que la única expresión digna de un hijo de Dios frente a todo lo que le ocurre es dar gracias y alabanzas al Señor quien gobierna todo.
Cierto día se le acercó un creyente a un siervo de Dios y le dijo:
-Hermano, ¡me aumentaron el sueldo! ¡Dios le bendiga! Me alegro mucho le respondió el obrero.
Después de algunos meses lo encontró nuevamente, pero esta vez se lo veía triste, quejoso. Le preguntó este hombre de Dios:
-Hermano, ¿qué le pasa? ¿Por qué se queja?
-Me echaron del trabajo…
¡Cuán importante es aprender a dar gracias siempre y por todo! De otro modo seguiremos con las “quejabanza”. Aun el ateo da gracias, y está contento, cuando las cosas le van bien. La característica de un súbdito del reino es que da gracias por todo.
-Hermano, me echaron del trabajo. ¡Gloria a Dios! ¡Dios me dará un trabajo mejor!
Eso es fe; eso es alabanza.
Supongamos que una señora está en su cocina lavando los platos. Toma un lindo y valioso jarrón para lavarlo y, de pronto se le cae al piso y se hace añicos. Ahora, ¿qué hacer?
-Pero, ¡qué tonta, que estúpida! Estas manos de trapo que tengo, pero…
Comienza a quejarse. ¿Cómo? ¿No había que dar gracias siempre, y por todo?
-Pero se rompió mi jarrón. ¿Tengo que dar gracias?
¡Exacto! Tiene que dar gracias. Así dice la palabra de Dios. Se rompió, se perdió el jarrón; pero que, a lo menos no se pierda el gozo. Ahora, si quejándonos se arregla el jarrón, ¡nos podemos juntar unos cuántos y comenzar a hacerlo! Sin embargo, la queja no soluciona nada. Pierde usted el gozo, pierde la presencia de Dios, pierde la fe, y todo sigue igual. Dad gracias siempre… Estad siempre gozosos.
Un día otro hermano le dijo a este pastor: -amigo mío- ¿sabe una cosa? Mi novia me dejó. ¡Gloria a Dios!
-¿Cómo “Gloria a Dios”? ¿Entonces no la querías? –le dijo.
-Pastor, Dios sabe cuánto la quiero. Pero El me enseñó a darle gracias por todo.
-Este aprendió el idioma –dijo para sí el siervo-. Aprendió el lenguaje del reino, y cree firmemente que Cristo reina sobre toda circunstancia, que no hay casualidad, que no hay contrariedad, que todas las cosas ayudan a bien y, por lo tanto, da gracias siempre y por todo.
El mundo quedará maravillado, sorprendido, si nos ve dar gracias a Dios siempre, y por todo. En la adversidad o en la prosperidad, en el éxito o en el fracaso, en la cumbre o en el valle, no podemos dejar de hablar el idioma del reino de los cielos, nuestro idioma. Esta alabanza, esta expresión de gratitud está inspirada en el reconocimiento íntimo de que Cristo reina sobre toda situación.
Después de meditar en estas cosas, notarás más que nunca la cantidad de veces que te quejas en el día. No te será fácil librarte de la queja si estás muy acostumbrado a ella. Pero, si te lo propones, con la ayuda del Espíritu de Dios y con disciplina, podrás corregirte de este mal, y aprender a dar gracias siempre y por todo.
Debo decir, además, que hay un espíritu detrás de las palabras que pronunciamos. No es meramente cuestión del idioma, sino también del tono o acento con el que damos significados diferentes a nuestra expresión. Generalmente, nuestro tono al hablar deja traslucir el espíritu que predomina en nosotros. AS veces se escucha orar a alguien en el culto con palabras de alabanzas y gratitud, pero en un tono de tristeza y de amargura. Aunque da gracias, hay un tinte de queja, de lamento en lo que dice. Cuando conversa, aunque directamente no se queja, manifiesta un espíritu de queja.
¡Que Dios nos limpie desde adentro, desde lo más íntimo de nuestro espíritu, quitando todo rezongo, todo lamento, toda amargura que pueda haber allí oprimiéndonos, para que libremente, con transparencia, podamos hablar el lenguaje del reino de los cielos! Anímate a decir en todo momento y circunstancia, de todo corazón. ¡Gloria sea a su nombre!

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