miércoles, 21 de mayo de 2008

ZAQUEO

En Jericó vive un hombre de baja estatura llamado Zaqueo. Tiene muchos deseos de ver a Jesús, pero no puede: ¡es muy pequeño! Un día, a cualquier costo, se propone lograrlo. Calcula por donde puede pasar, se sube a un árbol y espera el gran momento. “Me voy a dar el gusto. Lo voy a ver como desde una platea”.
Allí viene Cristo, rodeado de mucha gente. Avanza lentamente. Zaqueo está expectante… Se acerca… Ya lo puede oír… Toda la caravana, con Cristo en el medio, pasa justo debajo de su árbol. Su corazón palpita como nunca. “¡Al fin lo veo! ¡Al fin lo escucho!”
De pronto Cristo se detiene en ese preciso lugar. La caravana también. Cristo mira hacia arriba. Todos hacen lo mismo. Ven a Zaqueo. ¡Qué vergüenza! ¡Un hombre como él subido a un árbol! Cristo le dice: -Zaqueo…
El, maravillado, se pregunta: “¿Cómo sabe mi nombre?” Aumenta la expectativa en su corazón. Sigue escuchando.
-Date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
No le dice: “Zaqueo, ¿Me recibirás en tu casa?” No, le da una orden: “Desciende… y pronto… hoy es necesario que me hospede en tu casa”. ¿Qué está queriendo hacer Cristo? Lo mismo de siempre. Su mandato pone a Zaqueo frente a la disyuntiva: Y este, ¿Quién es? Está bien que haga milagros y demás, pero en mi casa mando yo. ¡Por su propia cuenta decide venir a mi casa, me obliga a bajar y todavía tiene la exigencia de que sea pronto!”
Es lo mismo que si yo te dijera a ti: Esta noche voy a cenar a tu casa. Así que, ¡apresúrate!” Tú me responderías: Un momento. En mi casa mando yo. Tú vienes cuando yo te invito.” ¡Es lógico!
Zaqueo permanece aún arriba del árbol. Pero está, más bien, frente a la puerta del reino de Dios (y en el reino de Dios se hace fuerza y los valientes lo arrebatan). De modo que Zaqueo turbado. No sabe qué hacer; encaramado todavía en la copa del árbol no atina a reaccionar, a decir nada; pero dentro de él aquella personalidad no sujeta a Dios comienza a resquebrajarse, a crujir… ¡hasta que, al fin se rompe! Baja entonces del árbol y va a su casa.
-¡Querida, querida! ¿Dónde estás? ¡Rápido! ¡Pronto! Hay que arreglar la sala y acomodar las sillas. Que se prepare algo y se ponga la mesa. ¡Que viene Jesús!
Sale la mujer alarmada: -Zaqueo, ¿Qué te pasa?
-Mujer, no hay tiempo, que viene para acá.
-Pero, ¿quién viene?
-¡Viene Jesús!
-¿Quién? ¿Jesús? ¿Y tú lo invitaste?
-No, yo no lo invité.
-¿Entonces…?
-¡Se invitó solo!
-Zaqueo, ¡reacciona! ¿Has perdido la cabeza? ¿Cómo va a venir si tú no lo invitaste? ¿Quién manda en esta casa?
¡Esa es la pregunta! ¿Quién manda? Zaqueo inclina la cabeza y en forma casi solemne dice:
-Hasta ahora, Zaqueo. Desde ahora, Jesús.
Luego llega Cristo. Se sienta a la mesa. En cierto momento Zaqueo no puede más y se pone en pie:
-Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y al que le robé se lo voy a devolver cuatro veces…
¿Quién le ha enseñado todo esto? ¿Cómo ha experimentado tal cambio? Es que ahora es Otro el que manda y él lo reconoce. Cristo, entonces, dice:
-Hoy ha venido la salvación a esta casa… porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Cuando el hombre perdido y rebelde –que no quiere ceder a la voluntad de Dios- de pronto cambia su actitud y se sujeta a El, encuentra la salvación. Sin embargo, no todos responden así a Cristo, aunque Cristo ordena, no obliga. La respuesta viene de parte del hombre.

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