sábado, 24 de mayo de 2008

EL JOVEN RICO

Cierta vez se acerca a Jesús un joven muy rico.
-Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para obtener la vida eterna?
-Guarda los mandamientos.
-¿Cuáles?
Cristo enumera algunos y con cierta satisfacción el joven le responde:
-Todo esto lo he guardado desde mi juventud.
¿Hay algo más?
-Una cosa te falta, una sola.
-¿Cuál?
-Vende lo que tienes, y dalo a los pobres… y ven, sígueme.
-El muchacho se entristece. Es muy rico.
-Pero, Señor, ¿qué estás diciendo? Para recibir la vida eterna, ¿uno tiene que vender todo lo que tiene?
Si hubiéramos estado en la rueda de los discípulos, con una mentalidad antigua, le hubiéramos dicho a Jesús: “Maestro, permítenos una palabra. Eso que le has dicho al joven, ¡no es bíblico! ¿Dónde menciona la Biblia que para entrar al reino de Dios uno debe vender todo lo que posee? ¿Acaso no es gratuita la salvación?”
El joven se encuentra frente a la puerta del reino, casi entra, pero… no. Toma una actitud que parece decir: “Lo que tengo es mío. Yo soy el dueño y señor de mi vida y de mis posesiones”. Luego da media vuelta, mira a Cristo por última vez y se aleja para hundirse en la tristeza y en las tinieblas.
Cristo queda mirándole. ¡Parecía estar cerca, pero no pudo entrar!”
Cuando ya su figura se pierde en la distancia, Cristo suspira y dice: -¡Cuán difícilmente entrarán en el reino los que tienen muchas riquezas!
Pero, ¿es que para entrar al reino de Dios hay que vender todo lo que posee? Entrar al reino no es cuestión de vender o comprar; hay un solo requisito: reconocer a Cristo como Señor de la vida. Si Cristo es mi Señor, es Señor de todo lo que soy y tengo. Pero si no es Señor de mi todo, sencillamente no es mi Señor. Este es el conflicto que hace sucumbir al joven rico.
Cristo le dice a otro: -Sígueme.
Se acerca el joven y dice: -Señor, ayer falleció mi padre. Deja que lo enterremos hoy, y después te seguiré.
¿Qué diríamos nosotros en tales circunstancias?
-OH, le acompaño en el sentimiento. Vamos a orar por usted. Atienda nomás.
Cristo, en cambio, le dice: -Deja que los muertos entierren a sus muertos: y tú, sígueme.
¡Qué exagerada sonaba en un principio ésta demanda de Cristo a este joven! Ahora entendemos que Jesús predicaba el evangelio del reino, en el cual conversión significa rendición total a su autoridad. Ni una sola vez Jesucristo rebajó la norma, siempre exigió todo o nada.
-Te seguiré, pero deja que primero…
Cristo contesta: -No. Si quieres seguirme, primero estoy yo, y no hay nada después de mí.
Otro responde a Cristo: - Señor, te seguiré. Pero permíteme antes ir a la chacra de mis padres para despedirme de ellos.
¡Qué buen muchacho! Educado y afectuoso. No hay ningún mal en despedirse de los padres. Sin embargo, Cristo le dice: -Ninguno que, poniendo su mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios.
Jesucristo busca hombres que se rindan enteramente a El, porque esa clase de hombres va a edificar su iglesia. Todos deben entender bien desde el principio que seguirle significa reconocerle como Señor y Rey de la vida, como autoridad suprema e incuestionable.

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