martes, 20 de mayo de 2008

MATEO

Otro día, en el mismo pueblo, Jesús sana a un paralítico. La gente está maravillada, y le sigue. Al pasar por cierto lugar, se detiene. En la vereda, en una rústica oficina, un cartelito reza: “Se cobran impuestos para el Imperio Romano”. Hay un hombre sentado, cobrando, haciendo cálculos y listas. Es Mateo. Algunos esperan turno para pagar sus impuestos. Cristo, rodeado de gente, se para ante él.
Mateo se sorprende. “¿Qué sucede? ¿Vienen todos a pagar?” Pronto descubre que todas las miradas caen sobre él. En medio del grupo hay uno cuya personalidad es diferente, mirándole con detenimiento, con ternura y firmeza: Jesús. Mateo queda atento esperando oír algo. Cristo no le dice: “Tú tienes que saber cuatro cosas. Primero, que Dios es amor; segundo, que tú eres un pecador; tercero, que yo voy a morir por tus pecados; cuarto, si tú me reconoces como tu Salvador personal, serás salvo.” ¡No! Cristo pronuncia una sola palabra.
-¡Sígueme!
Ponte por un momento en el lugar de Mateo. Tú estás trabajando; alguien se detiene frente a ti y con autoridad te dice: "Sígueme".
“¿Qué significa esto? ¿Qué pretende este hombre? “No podrías evitar cierta turbación.
Mateo quiere responder, pero en su interior, como un eco constante sigue resonando esa palabra: ¡Sígueme!... ¡Sígueme! Piensa: “Hasta ahora nadie me ha dado órdenes. ¿Quién es éste? ¿Por qué seguirle? ¿Para qué?” Quiere responder, pero se detiene. “¿Le digo que venga más o menos a las seis, cuando cierre la oficina? No, no puedo. Esto es una orden.” No se puede poner condiciones, ni cuestionar, ni preguntar. Se sigue o no; se obedece o no. “¿Y si viniera a fin de mes; así entrego las planillas y presento la renuncia…?”
Hay una lucha dentro de sí mismo; su personalidad no sujeta a Dios se resiste a obedecer. Pero algo está cediendo y quiere romperse y… finalmente se rompe. Mateo se pone de pie, empuja la mesa y comienza a andar en pos de Jesús. Eso es todo. Quizás exjefe de la oficina le dice:

-Mateo, ¿adonde vas?
-Sigo a Jesús.
-Pero, Mateo, ¿y el trabajo?
-Ahora El es mi jefe.
-Y, ¿vas a volver?
-No sé. Haré lo que El me diga.
-Pero Mateo…
-El manda en mi vida.
-Mateo, ¿estás loco?

Sí, para el mundo, una locura. Para los que creen y obedecen, poder de Dios. Mateo podría sintetizar su experiencia de esta manera: “Hasta este instante yo mandaba en mi vida. Ahora manda Cristo”. Todo su ser está a disposición de Cristo a partir de esa hora. Esa es la esencia de la conversión.

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