sábado, 21 de junio de 2014

EL QUE HABITA AL ABRIGO DEL ALTÍSIMO...

El Señor es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Salmo 23:1-3 Yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen. Eclesiastés 8:12 Las malas noticias nos llegan cotidiana y casi instantáneamente de todo el planeta. Un seísmo aquí, un conflicto armado allá, toma de rehenes y asesinatos por doquier. Deploramos y tememos la violencia; tal vez pensemos que en eso sólo están implicados los demás, sin embargo ningún país ni región está libre de esos dramas sobre los cuales los medios de comunicación no dejan de informarnos. El creyente tampoco está exento de las pruebas y los sufrimientos. Sin embargo la Biblia le aporta certezas que le dan la paz en medio del dolor. Para un corazón cargado y angustiado, la verdadera esperanza, la verdadera paz, no pueden venir del hombre, ni de una sociedad desorientada, sino únicamente de Dios. Lo primero que Dios da a los que reconocen su estado de perdición ante él y que, mediante la fe, aceptan su perdón, es una conciencia tranquila. Nuestro mundo corrompido por la violencia no puede dar ninguna tranquilidad; en cambio, todo es luz para el que acepta a Cristo como Salvador y Señor de su vida. El creyente conoce a Dios como a su Padre celestial que dirige todo para el bien de sus hijos: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Sí, todo, ¡incluso las situaciones más difíciles! “No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en el Señor” (Salmo 112:7).

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