domingo, 2 de febrero de 2014

EL MILAGRO QUE FALTABA

Una vez más, Jesús se ha retirado, para reunir fuerzas para la confrontación final en Jerusalén. Ha llegado a la casa de Pedro en Capernaum, la cual es casi seguro que era el único hogar que Jesús jamás conoció fuera de Nazaret. Han estado en el camino comprometidos en el ministerio y otra vez han vuelto a casa exhaustos. Curiosamente, Mateo es el único autor de los evangelios que registra la historia de los publicanos que confrontaron a Pedro, preguntando si su Maestro pagaba el impuesto del templo o no. Se suponía que los rabinos estaban exentos de este impuesto. El solo hecho de que han venido para pedir que Jesús pague indica que Su posición en la comunidad casi se había corroído totalmente. Es Jesús quien habla primero cuando Pedro llega a la puerta para preguntar acerca del impuesto. Dada la declaración de Jesús de que «los hijos están exentos,» parecería que no pagarían. Jesús es el Hijo, y no está sujeto a impuesto alguno. Pero luego concluye con algo extraordinario, algo tan distinto a Él. «[No queremos] escandalizarlos.» ¿Desde cuándo Jesús no quiere ofender a estas personas? Desde el comienzo, Él se ha salido de Su manera para confrontarlos. Pero ahora parece que las cosas son diferentes. No queda mucho tiempo para que Pedro y Él estén simplemente juntos como amigos. Así que Jesús representa uno de Sus milagros menos milagrosos, tan poco milagroso que Mateo ni siquiera se molesta en registrar su cumplimiento. Acércate lo más que quieras y simplemente no estará allí. Se nos deja con la libertad de asumir que todo sucedió tal y como Jesús dijo que sucedería. Por alguna razón desconocida, Mateo eligió obviar la verdadera razón de la extraña historia de la moneda en la boca del pez. Yo creo que es ésta: Sabiendo que la menor indiscreción sólo significaría un mayor conflicto para ambos, Jesús eligió ejercer Su formidable e ilimitado poder para hacer que una moneda apareciera de la nada para hacer el pago que se requería. Todo esto, para que Él y Su amigo pudieran compartir una tarde sin interrupciones de comunión, porque, en unos cuantos días, uno de ellos estaría yéndose — para no volver más. —

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