domingo, 4 de enero de 2009

DESPERTEMOS

Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. (Efesios 5:14)

Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño. (Romanos 13:11)

Despertar a un hombre dormido, a veces es prestarle un gran servicio o incluso salvarle la vida.
En efecto, el que duerme pierde conciencia de su situación en ese momento. Un ladrón puede haberse introducido en su habitación sin que lo sepa: un incendio puede declararse en su inmueble y cortar todas las salidas antes que lo advierta. ¡Cuántos accidentes de tránsito han sido provocados por el intempestivo sueño de un cansado conductor!
La Palabra de Dios toma el sueño como la imagen de la inconciencia del hombre en cuanto a su estado espiritual. Lo mismo que un enfermo bajo el efecto de un somnífero puede perder toda sensación de dolor y deja de inquietarse por su curación, el hombre pecador se acostumbra a vivir en una clase de sueño en cuanto al presente, se forja ilusiones para el porvenir y esquiva deliberadamente los grandes problemas de la existencia: el pecado, la muerte, el más allá.
Usted, que avanza a través de la vida como un sonámbulo en el borde de un techo, nuestro deber es tomarle del brazo para gritarle: -Despiértese, usted se halla en peligro de muerte; la realidad es muy diferente de lo que usted sueña. Si no abre los ojos ahora, de repente usted estará hundido en la eternidad y entonces despertará, pero ¡demasiado tarde! No sea de los que “serán despertados… para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:1).

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