sábado, 13 de diciembre de 2008

¿DONDE ESTAN?

Oye…
Mira…
Inclina tu oído…
Inclínate a él, porque él es tu Señor.
(Salmo 45:10-11)

Diez pobres leprosos echados fuera de la ciudad encuentran a Jesús en su camino. Concientes de su estado, se detienen a lo lejos y claman a él para que los sane. Sólo Jesús, el Hijo de Dios, podía sanar la lepra. No hay miseria demasiado grande que Jesús no pueda aliviar. Basta reconocerla y obedecer a las palabras del Señor: “ID, mostraos a los sacerdotes” (Lucas 17:14). Ellos habrían podido objetar que solamente los leprosos ya curados tenían el derecho de ir al sacerdote. Jesús habló. Ellos obedecen y “mientras iban, fueron limpiados”. Nueve de ellos prosiguieron su camino y la Palabra de Dios no precisa lo que hicieron luego. Pero uno de ellos, un extranjero, se volvió atrás, el corazón lleno de gratitud hacia Dios y se postra a los pies de Jesús para agradecerle.
“Y los nueve, ¿dónde están? –pregunta el Señor. Todos habían sido objetos del mismo interés y de la misma liberación. ¿Dónde estaban? ¡Qué tristeza expresan estas palabras de Jesús!
Cuando Dios reúne a los suyos en las asambleas cristianas para que le traigan la expresión de su reconocimiento y de su alabanza, ¿no podría dirigir el mismo reproche a los que se abstienen de participar en ellas y no les parece importante decirle gracias?

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