domingo, 20 de enero de 2008

SALVACION DE PECAR

Aquí diré unas cuantas palabras sencillas a los que comprenden la idea de la justificación por la fe en Jesucristo, pero cuya dificultad consiste en no poder cesar de pecar. No es posible que nos sintamos felices, reposados y espiritualmente sanos hasta que llegamos a ser santificados.
Es preciso que seamos librados del dominio del pecado. Pero ¿cómo se realiza esto? Es este un asunto de vida o muerte para muchos. La naturaleza vieja es muy fuerte, y la han procurado refrenar y domar; pero no quiere ceder, y aunque deseosos de mejorar, se hallan peor que antes. El corazón es tan duro, la voluntad tan rebelde, la pasión tan ardiente, los pensamientos tan ligeros, la imaginación tan indomable, que el hombre despierto siente que lleva en sus adentros una cueva de bestias silvestres que acabarán por devorarle más bien que llegue él a ejercer domino sobre ellas. Respecto a nuestra naturaleza caída podemos decir nosotros lo que dijo el Señor a Job, de leviathan: “¿Jugarás tú con él como un pájaro o lo atarás para tus niñas?” Más bien podrá el hombre detener con la mano el viento que refrenar por su fuerza propia los poderes tempestuosos que moran en su naturaleza caída. Esta es empresa mayor que cualquiera de las fabulosas de Hércules: aquí se necesita a Dios, el Todopoderoso.
“Yo podía creer que Jesús me perdona el pecado,” dice alguien, “pero lo que me atropella es que vuelvo a pecar y que existen inclinaciones terribles al mal en mi ser. Tan cierto como la piedra tirada al aire pronto vuelve a caer, así yo; aunque por la predicación poderosa sea elevado al cielo, vuelvo a caer de nuevo en mi estado de estupor. ¡Ay de mí! Fácilmente quedo encantado por los ojos de basilisco del pecado permaneciendo bajo el encanto, de suerte que no escape de mi propia locura.”
Querido amigo/a, si la salvación no se ocupara de esta parte de nuestro estado de ruina, resultaría cosa por demás tristemente defectuosa. Como deseamos ser perdonados, deseamos también ser purificados. La justificación sin la santificación no sería salvación de ningún modo. Tal salvación llamaría al leproso limpio, dejándole morir de lepra; perdonaría la rebelión, dejando al rebelde permanecer enemigo del soberano. Alejaría las consecuencias descuidando la causa, lo que nos enredaría en un asunto desesperado y sin fin. Impediría por un momento el curso del río, dejando abierta la fuente de contaminación, de modo que más o menos pronto se abrirá salida con mayor fuerza. Acuérdate que el Señor Jesús vino a quitar el pecado de tres maneras; vino a salvar de la culpa del pecado, del poder del pecado, y de la presencia del pecado. De seguida te es posible llegar a la segunda parte: el poder del pecado se puede quebrantar inmediatamente; y así estarás en el camino a la tercera parte, a saber, la salvación de la presencia del pecado. “Sabemos que él apareció para quitar nuestros pecados.”
El ángel dijo del Señor: “Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” Nuestro Señor Jesús vino para destruir en nosotros las obras del diablo. Lo que se dijo en el nacimiento de nuestro Señor, se declaró también en su muerte; porque al abrirse su costado, salió sangre y agua para significar la doble cura para lo cual quedamos salvos de la culpa y de la contaminación del pecado.
Si no obstante te apenan el poder del pecado y las inclinaciones de tu naturaleza, como bien puede ser el caso, aquí hay para ti una promesa. Confía en ella, porque forma parte de ese pacto de gracia que está en todo ordenado y firme. Dios que no puede mentir ha declarado en Ezequiel 36:26 “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne.”
Como ves, en todo entra el Yo divino: Yo – daré – pondré – quitaré – daré. Tal es el real modo de obrar del Rey de los Reyes, siempre poderoso para ejecutar al punto su soberana voluntad. Ninguna de sus palabras quedará sin cumplir.
Bien sabe el Señor que tú no puedes cambiar tu propio corazón, ni limpiar tu propia naturaleza, pero también sabe que El es poderoso para hacer ambas cosas. Dios puede cambiar la piel del Etiope y extraer las manchas del leopardo. Oye esto, cree y admíralo: El te puede crear de nuevo, hacer que nazcas de nuevo. Esto es un milagro de gracia, pero el Espíritu Santo lo hará. Fuera gran milagro estar al pie de las cascadas de Niágara, y con una palabra mandar la corriente volver atrás y subir el gran precipicio sobre el cual hoy se lanza con poder estupendo. Nada más que el omnipotente poder de Dios podría hacer tal milagro; sin embargo ese no sería más que un paralelo adecuado a lo que sucedería, si se hiciera retroceder del todo el curso de tu naturaleza. Para Dios todo es posible. El es poderoso para volver atrás el curso de tus deseos, la corriente de tu vida, de modo que en lugar de bajar alejándote de Dios, tengas la tendencia de subir acercándose a Dios. Esto es en realidad lo que el Señor ha prometido hacer con todos los incluidos en el pacto, y sabemos por las Escrituras que todos los creyentes están incluidos en él.
Leamos de nuevo sus palabras:
“os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne.
¡Cuán maravillosa es esta promesa! Y en Cristo es “el sí” y “el amén” para la gloria de Dios por nosotros. Hagámosla nuestra, aceptándola como verdadera, apropiándonosla bien. Así se cumplirá en nosotros, y en días y años venideros tendremos que cantar del cambio maravilloso que ha obrado la soberana gracia en nosotros.
Muy digno de consideración es el hecho de que, quitando el Señor el corazón de piedra, queda quitado, y cuando esto una vez sea hecho, ningún poder conocido podría jamás quitarnos ese corazón nuevo que nos da y ese espíritu recto que nos infunde. “Porque sin arrepentimiento son las dádivas y vocación de Dios,” es decir sin arrepentimiento, o mudanza de parecer, de parte de Dios, no quitando lo que una vez ha dado. Permite que te renueva y quedarás renovado. Las reformas y limpiezas que emprende el hombre, pronto terminan, porque el perro vuelve al vómito; pero cuando Dios nos da corazón nuevo, este nos queda para siempre ni se volverá piedra otra vez. En esto debemos regocijarnos para siempre, a saber en lo crea Dios en su reino de gracia.
Para aclarar este asunto de un modo sencillo, ¿has oído el símil del señor Rowland Hill acerca del gato y el puerco? Te lo contaré al estilo propio para ilustrar las palabras gráficas del Salvador: “os es necesario nacer otra vez.” ¿Ves ese gato? ¡Cuán limpio es! ¿Ves como hábilmente se lava con la lengua y las patas? De verdad, ofrece una vista bonita. ¿Has visto jamás un puerco hacer lo mismo? ¡Cierto que no! Tal cosa sería contra la naturaleza del puerco. Este prefiere revolcarse en el fango. Enseña al puerco a lavarse, y verás cuan poco éxito tendrás.
Sería mejora sanitaria de gran valor si los puercos aprendieran limpieza y aseo. Enséñales lavarse y limpiarse como hacen los gatos. ¡Empresa inútil! Puedes limpiar al puerco por la fuerza, pero en seguida volverá a enfangarse, quedando tan sucio como antes. El único modo de hacer que se lave el puerco, como el gato, consiste en transformarlo en gato. Solo así y entonces se lavará y se limpiará, pero no antes. Supongamos realizada la tal transformación: lo que antes era difícil o imposible, ahora es fácil, muy fácil; el puerco será en adelante idóneo para entrar en la sala y dormir sobre la alfombra al lado de la estufa. Tal sucede con el impío: ni le puedes forzar a hacer lo que el hombre renovado hace de muy buena voluntad. Puedes bien enseñar al impío, proporcionándole buenos ejemplos, pero es incapaz de aprender el arte de la santidad, por cuanto carece de facultad y mente para ello: su naturaleza le lleva por otro camino. Cuando Dios le transforma en hombre nuevo, todo cambia de aspecto. Tan marcado es tal el cambio que oí a un convertido decir: “O todo el mundo ha cambiado, o he cambiado yo.” La nueva naturaleza sigue en pos del bien tan naturalmente como la vieja sigue en pos del mal. ¡Cuán gran bendición es obtener esta nueva naturaleza! Únicamente el Espíritu Santo te lo puede infundir.
¿Te has fijado alguna vez en lo maravilloso del caso de comunicarle el Señor corazón nuevo y espíritu recto al hombre perdido? Has visto, quizá, una langosta que, peleándose con otra langosta, ha perdido una pata, habiéndosele crecido pata nueva. Cosa admirable es esto, pero muchísimo más maravilloso es que al hombre se le de un corazón nuevo. Esto, si, que es un milagro, un hecho que sobrepuja todo poder de la naturaleza. Allí está un árbol. Si cortas una de sus ramas, otra podrá crecer en su lugar; pero ¿puedes cambiar su naturaleza, puedes volver dulce la savia amarga, puedes hacer que el espino produzca higos? Podrás injertarle algo mejor, siendo esto la analogía que la naturaleza nos ofrece de la obra de la gracia; pero el cambiar en absoluto la savia vital del árbol, esto sería un milagro de verdad. Tal prodigio y misterio de poder obra Dios en todos los que creen en Jesucristo.
Si te sometes a su operación divina, el Señor transformará tu ser. El subyugará la naturaleza vieja, y te infundirá vida nueva. Confía en el Señor Jesús y él quitará de tu carne el corazón duro de piedra, dándote corazón blando como de carne. Todo lo duro será blando, todo lo vicioso virtuoso; toda inclinación hacia abajo se elevará con fuerza viva hacia arriba. El león furioso dará lugar al cordero manso; el cuervo inmundo huirá de la paloma blanca; la serpiente engañosa quedará aplastada bajo el pie de la verdad.
Con mis propios ojos he visto tales cambios admirables del carácter moral y espiritual que no desespero de la maldad de nadie. Si no fuera indecoroso, indicaría a mujeres impuras, hoy puras, como la blanca nieve, y a hombre blasfemos que actualmente alegran a todos por su conducta y devoción. Los ladrones se transforman en personas honradas, los beodos en sobrios, los mentirosos en veraces, los burladores en personas sensatas y celadoras por la causa del Señor, Donde quiera que la gracia de Dios se haya manifestado, ha enseñado al hombre a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a vivir templada, justa y piamente en este siglo malo; y querido lector/a, lo mismo hará la gracia por ti.
“¿Pero cómo se hará?” ¿Para qué lo quieres saber? ¿Será necesario que Dios explique su modo de obrar antes de que creas en él? Su proceder en este caso es un gran misterio: el Espíritu Santo lo lleva a cabo. El que ha hecho la promesa es el responsable por su cumplimiento, y su capacidad corresponde perfectamente al caso. Dios que promete efectuar tan asombrosa operación, lo llevará a cabo, sin duda alguna, en todos cuantos por fe reciban a Jesús, porque leemos que “a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” ¡Haga Dios que lo creas! ¡Ojalá que dieras al Señor de gracia el honor merecido de creer que él puede y quiere hacer esto en ti, por gran milagro que fuera! ¡Ojalá que creyeras que Dios no puede mentir! ¡Ojalá que confiaras en él, a fin de que te diera un corazón nuevo y un espíritu recto, ya que él es poderoso para hacerlo! ¡Que el Señor te conceda fe en sus promesas, fe en su Hijo, fe en el Espíritu Santo, fe en él mismo! Así sea. Y a él serán dadas alabanza, honra y gloria para siempre jamás. Amén.

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