viernes, 29 de agosto de 2014

HAY QUE CONOCER A DIOS

… Sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. Eclesiastés 3:11 … A fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Colosenses 2:2-3 Como un insecto en la ventana El poeta latino Virgilio exclama en las Geórgicas: «¡Feliz el que ha llegado a conocer las causas de las cosas!». Mucho antes que él, el rey Salomón hacía la siguiente pregunta: “¿Quién como el que sabe la declaración de las cosas?” (Eclesiastés 8:1). Esta pregunta sigue siendo un desafío a la sabiduría humana. Los descubrimientos más sorprendentes en todos los campos, la exploración de los astros como el estudio más avanzado de lo infinitamente pequeño, sólo conducen a descubrir nuevos problemas y a dejar cada vez más de lado la respuesta a las preguntas fundamentales: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Por muy inteligente que sea, el ser humano está encerrado dentro de los límites de su mente. Como el insecto que choca contra un cristal y se cansa tratando de alcanzar la luz, su búsqueda no lo conduce a ninguna parte y debe exclamar: “Vanidad de vanidades… todo ello es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 1:2, 14). Pero esta luz vino a nosotros desde afuera, desde ese exterior inaccesible. Dios se dio a conocer, habló y se revela mediante sus obras como el soberano Creador. A nosotros, criaturas perdidas y sufridas, nos revela la causa de nuestro estado. Todos pecamos; y por el pecado, el sufrimiento y la muerte entraron en el mundo. Nos mostró su amor dándonos un Salvador: Jesús. Sólo nos pide creer. ¡Esta es la única verdadera sabiduría!

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