domingo, 31 de marzo de 2019

“PORQUE NO HAY MÁS QUE UN DIOS, Y UN SOLO HOMBRE SEA EL MEDIADOR ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES: JESUCRISTO”

1 Timoteo 2:5 La obra mediadora de Cristo La idea de mediación entre Dios y los hombres (o entre los falsos dioses y sus engañados adoradores) es un factor esencial en casi todas las religiones, y, divorciada de la revelación divina, ha dado lugar a muchas y funestas manifestaciones de sacerdotalismo. Limitándonos al teísmo, que afirma la existencia de un Dios personal, Creador y Sustentador de todas las cosas (y que no ha de confundirse con el deísmo), es evidente el abismo que separa al hombre, pequeño en sí y degradado de su primitiva nobleza por la Caída, del Dios omnipotente, sublime y santísimo; y la mente pensadora y la conciencia sensible no pueden por menos que gemir con Job: "(Dios) no es hombre como yo para que yo le responda y vengamos juntamente a juicio. No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos" (Job 9:32-33). La distancia es real y el abismo que media entre el Dios creador, único Arbitro moral, y el hombre en su pecado, es tan inmenso e insondable que produce vértigo en quien lo contempla; pero la dificultad se ha aumentado aún más en el pensamiento de algunos a causa de ciertos conceptos filosóficos y religiosos, que se han infiltrado en el cristianismo a través del platonismo, que estiman toda obra material como muy inferior al "espíritu", llegando hasta pensar que la materia es origen y sede del mal. No es ésta la doctrina bíblica, pero explica el afán religioso de proveer mediadores entre la sublimidad espiritual de Dios y el mundo material habitado por los hombres, cuyos espíritus, según tales conceptos, se hallan "encarcelados" en el cuerpo. Frente a tales nociones, Pablo redactó la Epístola a los Colosenses en la que recalca que sólo Cristo "llena" el abismo y anula la distancia, uniendo al creyente con Dios por su "plenitud", siendo peligrosísima toda idea de jerarquías de mediadores angelicales. Al considerar el concepto de mediación en las Escrituras tenemos que librar nuestra mente de tales ideas filosófico religiosas, ateniéndonos únicamente a lo revelado por Dios. Según la revelación bíblica, Dios mismo creó el mundo material, declarando después que era "bueno en gran manera"; por lo tanto, el hecho de asociarse el alma y el espíritu con un cuerpo material, no constituye en sí barrera entre el hombre y Dios (Gn 1:31). El mal hizo su entrada en el mundo material desde afuera, donde ya se había manifestado en esferas espirituales, pero rebeldes, y su injerencia en la vida humana levantó en el acto una barrera que cortó la comunión entre el Creador y su criatura. Con todo, fue Dios, según el principio de la gracia que ya hemos estudiado, quien tomó la iniciativa con el fin de buscar al ser caído y señalarle el camino de retorno (Gn 3:8-21). Ya hacía falta mediación, pero el sagrado misterio de la Trinidad permitió una obra mediadora entre Dios y el hombre sin que tuviesen que intervenir otros seres (excepto en el caso especial y limitado de Moisés y los ángeles cuando fue dada la Ley), toda vez que el Hijo eterno, Mediador ya desde el principio de todo lo creado, pudo ser designado como Revelador del Padre y Redentor frente al nuevo y trágico hecho del pecado en el hombre. La obra típica de mediación es la que el Dios Hombre, declarado Sacerdote eternamente según el orden de Melquisedec, lleva a cabo desde la Diestra de Dios en esta dispensación, pero hay indicios bíblicos que señalan al Hijo como Mediador con anterioridad a la Encarnación, y que merecen nuestro estudio reverente, ya que ensanchan los horizontes de este sublime tema. El Mediador y la creación 1. El Hijo, Creador, Sustentador y Revelador Las relaciones entre el Hijo eterno (o el Verbo, que es el título complementario) y todo lo creado, se describen principalmente en (Jn 1:1-4) (Col 1:13-16) con (He 1:2-3). En todos estos pasajes hallamos claras declaraciones de que todas las cosas y todos los seres sin excepción alguna fueron creados por el Hijo como Agente ejecutivo del Trino Dios, siendo él también quien sustenta todas las cosas, porque sólo en él subsisten (He 1:3) (Col 1:17). Juan le presenta como la Vida, que no sólo vivifica, sino que llega a ser la luz de los hombres, quienes no pueden recibir iluminación o revelación aparte de él. En este Mediador toda la plenitud de la Deidad tuvo complacencia en habitar, para llenar toda necesidad en la criatura (Jn 1:16) (Col 1:19) (Col 2:9-10). Al emplear Juan la voz "Logos" ("Palabra" o "Verbo") en el prólogo de su Evangelio para señalar aquel que revela al Padre y crea todas las cosas, echó mano a un término muy conocido en la filosofía griega como equivalente a la "razón divina" que ordenaba el universo. Más importante, sin embargo, es el enlace del vocablo con la revelación anterior del Antiguo Testamento, ya que recoge y amplía el sentido de las referencias a la Palabra ejecutora de Dios que hallamos en pasajes como el (Sal 33:6) e (Is 55:11), y que tendía a personificarse en el uso hebreo. Muy relacionado con la Palabra es el concepto de la Sabiduría, que pensaba, llamaba y obraba, y que se plasma en una evidente personificación en (Pr 8:22-31): "Cuando (Dios) establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo, ordenándolo todo y era su delicia de día en día... me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres". El concepto nebuloso y algo descarnado de la revelación anterior halla maravilloso cuerpo y sustancia en el Hijo, y Juan, en el prólogo de referencia, establece la identidad entre el Verbo eterno y creador y Aquel que "fue hecho carne y habitó entre nosotros", como etapa culminante de su obra de revelación, de redención y de recreación. 2. El Hijo Mediador Tendremos ocasión de volver a considerar la obra sacerdotal de Cristo "según el orden de Melquisedec" más abajo, pero aquí podemos notar que un aspecto del parangón que se establece entre Cristo y Melquisedec en (He 7:1-10), basado sobre (Gn 14:18-20) y el (Sal 110:4) debe entenderse a la luz de la obra mediadora del Hijo desde el principio de toda creación. Melquisedec, sin duda una figura histórica y real, era un rey-sacerdote, que adoraba y servía al "Dios Altísimo, poseedor de los cielos y de la tierra", según el modelo primitivo de los reyes, jefes de tribu y patriarcas entre los cuales se guardaba aún la luz de la revelación original de Dios. Ejemplos tenemos de estos reyes-sacerdotes en Noé (Gn 8:20-21), en Abraham (Gn 12:8), en Isaac (Gn 26:25), en Jacob (Gn 35:7), además del caso notable e iluminador de Job, quien no era hebreo, pero que tenía profundos conocimientos de Dios y le servía, ofreciendo sacrificios, en medio de su familia y tribu (Job 1:5) (Job 42:8). Hay razones para creer que esta antigua institución, que arranca de la creación del hombre, era en sí trasunto de una verdad mucho más fundamental: la obra mediadora desde el principio de todo lo creado del Hijo de Dios, quien siempre ordenaba los asuntos humanos como Sustentador, y cuya obra futura de expiación y de redención era algo conocido y necesario desde antes de la fundación del mundo (Ap 13:8) (1 P 1:18-20) (2 Ti 1:9). Es verdad que Melquisedec era tipo del Rey-Sacerdote que había de ser manifestado, pero también es verdad que Melquisedec fue él mismo hecho semejante al Hijo de Dios en función de eterno Mediador, y así enlaza típicamente el pasado con el porvenir (He 7:3). Todo el énfasis en (He 7:1-10) recae sobre el orden de Melquisedec, y no tanto sobre la persona del rey de Salem. Siendo su sacerdocio reflejo de la obra del Mediador divino desde el principio, y un anticipo de la renovada mediación después de la Obra de la Cruz, que era superior a todas luces a Aarón en su obra parentética y temporal, que sólo podía revestirse de importancia hasta la consumación del sacrificio, cuando la "sombra" desapareció al manifestarse la "sustancia".

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