sábado, 2 de agosto de 2008

EL QUE NO AMA A SU HERMANO

Para un hijo de Dios, amar a su hermano no es una exhortación o un consejo de Dios; es un mandamiento. Hay varios textos de la 1ra. Epístola de Juan, que vienen muy mal al caso por su incuestionabilidad. Si te pregunto: -¿En que reino estás, en el de las tinieblas, o en el de la luz? ¡En el reino de la luz, por supuesto!, me responderás.
Sin embargo, debo pasar esta declaración por el examen de la palabra de Dios (1º Jn 2:9):
El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas.
¿Hay algún hermano a quien tú aborreces? ¿Hay alguien en tu congregación, o fuera de ella, a quien no amas?
-OH no, hermano –me dirás-. Yo no aborrezco a nadie. Yo no odio a nadie.
¡Un momento! Aborrecer no es odiar, aborrecer es un término más suave. Es tener en menos, no apreciar, poner en segundo plano a alguien. ¿Hay alguno a quien menosprecias? ¿Hay alguien de quien dices, “A ése, la verdad es que no lo paso”? Pues, eso es aborrecer. Si “no lo puedo pasar”, lo aborreces. Y si tú aborreces a un hermano. Dice Dios que todavía estás viviendo en las tinieblas.
Sigue el texto:
El que ama a su hermano, permanece en luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos (1º Jn 2:10,11).
Si tú no amas, estás en tinieblas y tropiezas con tus hermanos. El que ama… en él no hay tropiezo reza el texto. De modo que aunque el otro venga como un toro enfurecido, tú puedes evitar el encontronazo. Dos no tropiezan si uno no quiere.
En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios (1ºJn 3:10). Y si no es de Dios, ¿de quién es?
Muchos dicen: -Hermano, yo no aborrezco a nadie.
-¿Y a Fulano de tal?
-No, no. Con él no tengo nada. Yo no tengo nada con nadie.
¡Justamente ese es el problema! ¡No tener nada! ¡Tendrías que tener amor! Aquí ya no se nos dice, el que no aborrece, sino, el que no ama. Si no tienes nada, no tienes amor. Y San Juan señala claramente que el que no ama no es de Dios.
Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte (1º Jn 3:14).
¿Has pasado de muerte a vida?
¿Cómo lo sabes?
-Y, porque un día hace cinco años, en una reunión pasé adelante llorando y entregué mi vida a Cristo. Seis meses después me bauticé en agua, y ahora soy miembro en plena comunión de la iglesia…
No, lo que cuenta no es lo que te pasó un día, sino lo que ahora tienes. En esto sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. ¿Cómo puedo saber que permanezco en la vida? No por lo que sucedió hace algunos años, sino por lo que está pasando ahora en mi corazón.
Nuestro testimonio debería ser: “Yo sé que pertenezco al reino de Dios porque amo a mis hermanos”.
El apóstol Juan escribe: El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Sin embargo, alguien podría decir: -Mire usted, yo sé que tengo que amar a mis hermanos, pero hay uno a quien no puedo amar. ¿Sabe porqué? ¡Porque ese ni debe ser mi hermano!
¿Cómo puedes afirmar que no es tu hermano?
¿Cómo te atreves a constituirte en juez? Y si no es tu hermano, entonces, ¿qué es? ¡Tu prójimo! Pues, Cristo dijo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De manera que, ¡ámale como a ti mismo, como el Señor ordenó!
-No, no, no. Me parece que ese no es ¡ni mi prójimo!
Y, ¿qué es, entonces? ¿Tu enemigo? Bueno. Cristo dijo: Amarás a tus enemigos. De moso que no tienes escapatoria. Si es tu hermano, tienes que amarle. Si es tu prójimo, tienes que amarle. Y si es tu enemigo, también tienes que amarle.
Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida (me asusta leer este texto)… y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él 1º Jn 3:15). Yo me pregunto qué hemos hecho hasta el día de hoy con todos estos textos. Dios está abriendo hoy las páginas de su libro ante los ojos de su pueblo. Y si yo no amo a mi hermano Dios dice que soy asesino, y como asesino, no puedo tener vida permanente en mí.
El amor hacia los hermanos no es un mero afecto emocional, un amor teórico o un amor “espiritual”. No, de ninguna manera. Es un amor práctico, real, tangible. No basta con abrazar al hermano. Cristo quiere echar fundamentos concretos y firmes para su reino.
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos (1º Jn 3:16).
Esa clase de amor que tuvo Cristo, que le llevó a dar su vida, es el que podemos tener. Debo amar hasta poder ofrecer mi vida por mis hermanos. Es fácil decir: Hermano querido, te amo con todo mi corazón”. Pero un día este hermano querido golpea a la puerta de su casa. Viene temeroso. No sabe cómo empezar la conversación. De pronto te dice: -Hermano, esta quincena el patrón no me pagó. Por favor, ¿podría prestarme algo de dinero para que mi familia pueda comer?
-Mire, hermano en cuestiones de dinero yo tengo una norma: No presto plata a nadie, ni pido nada prestado. Así pues, ¡Que Dios le bendiga!
¿De donde salió esa norma? Veamos lo que Dios dice en su palabra:
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1º Jn 3:17,18). Esta es la clase de amor que Cristo nos manda.

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